miércoles, 31 de julio de 2013

Prólogo II

Ese aroma a papel caliente recién impreso, mezclado con el olor a viejo, a antiguo, a libros llenos de recuerdos y fantasías, era lo que reinaba en la pequeña, bohemia y coqueta librería Koreander’s de la calle New Cavendish. Un sitio anticuado, nada en armonía con el resto de la calle, dándole ese toque nostálgico de una Londres de años lejanos y desenfadados a la fría y distante modernidad. Poca gente se fijaba en ella, aunque solía tener clientela. Sería por eso de estar en el lugar equivocado, en la época equivocada; llamaba la atención.

Los libros más antiguos, piezas de coleccionista, se amontonaban en una mesa central de la librería además de en una pequeña estantería donde estaban bien ordenados para que su acceso no fuera dificultoso, mientras que los más actuales estaban en las estanterías más amplias. A Paul Doyle siempre le había gustado cómo tenía organizada su tienda. Sobrevivía por ella, y la había mantenido desde hacía años. El nombre, Koreander’s, se lo puso a modo de homenaje. La historia interminable siempre le había fascinado, y la librería del sr. Koreander le gustaba mucho: lúgubre, antigua, pequeña, llena de polvo… Tenía su encanto, y de no ser porque la estética en los tiempos que corren es algo vital, a Paul le habría gustado tener su librería exactamente igual. La mantenía él solo, aunque su nieto le hacía compañía. Al pequeño le encantaba estar allí, leer, pasar el tiempo… El señor Doyle era el único dependiente, el que hacía todos los trámites con las distribuidoras y limpiaba la tienda. Algún día necesitaría ayuda si el destino no se topaba antes con él; su nieto era demasiado joven para encargarse de ella, y si a él le pasara algo, dejaría al pequeño desamparado, sin nadie. Normalmente intentaba no pensar en esas cosas. Todavía tenía varios años por delante; era fuerte, decidido, amable, sensato… Una persona así no podía irse pronto y privar al mundo de una pizca de bondad que en estos tiempos tanto escasea.

Al lado del mostrador había un ventanal donde además de tener las publicaciones más recientes, había un antiguo tocadiscos que le acompañaba en sus horas laborales, siempre con música antigua, relajante. La música agradaba también a los clientes, haciendo que su estancia en la librería no fuera silenciosa ni aburrida. Aquello no era una biblioteca. La gente podía hablar, tener un rato ameno ojeando libros, y la música, con su poder divino, ayudaba a que se quedasen más tiempo, porque estaban a gusto allí.



Su nieto, de mirada seria pero traviesa, distraída y con una diminuta sonrisa sale del pequeño almacén al fondo del local y se para a mirar unos cuantos libros antiguos de la mesa central. Era un chico muy inteligente, avispado, dulce y atento. Su abuelo lo quería muchísimo y lo cuidaba y educaba lo mejor que podía. Paul Doyle cada día estaba más seguro de que lo estaba haciendo bien, y se sentía orgulloso del pequeño.

— ¿Has dibujado algo interesante últimamente? —le pregunta el anciano librero.

—Un par de palomas que se posaron en el alfeizar de la tienda hace unos días. Y empecé un boceto de esta mesa —el niño abre su bloc de dibujo y se lo enseña.

Paul sonríe. Para su corta edad, dibujaba maravillosamente. Tenía un manejo impresionante y personal, y se le daba muy bien hacer retratos. Los ojos que dibujaba tenían vida propia. Apenas había recibido clases. Todo lo aprendía por su cuenta.

—Está muy bien.

—Si quieres, cuando lo termine, lo puedes colgar en esa pared—el pequeño le señala la pared que estaba detrás de Paul, un hueco iluminado por la luz que entraba por la ventana del mostrador. Sonríe—. Podría quedar bien.

—Quedará muy bien —dice Paul devolviéndole una arrugada sonrisa—. ¿Vas ya a casa?

—Sí… Tengo deberes.

—Estupendo —ve al niño meterse en la mochila el bloc  y cerrarla. Se la coloca en la espalda y sale despacio de la librería—. ¡Hamish! No olvides cerrar la puerta de casa. Voy dentro de un ratito, cuando cierre.

El pequeño se detiene al otro lado de la ventana y afirma con la cabeza después, sonriéndole antes de desaparecer.

No hay comentarios: