miércoles, 7 de agosto de 2013

Welcome to Baker (John, 8)

Tras cerrar la última cremallera de su maleta, a rebosar con todas sus cosas, suspira. Por una parte estaba encantado de volver a casa. Por otra no sabía cómo enfrentarse a Sherlock cuando le viera.

La idea que se había metido en la cabeza era simple: Sherlock seguiría como hasta ahora, siendo una persona fría, meticulosa y dejando en un cajón cerrado con llave sus sentimientos y emociones, si es que por algún poder extraño allá en el universo Sherlock sentía algo por él.

¿Qué haría en ese caso John? Reprimirse y perder la batalla de la que llevaba años intentando salir victorioso. No había conseguido que el detective se interesase por él, o por lo menos que le tratase mejor, y no podría hacer nada más. Viviría con él, le ayudaría en sus casos e iría a trabajar al hospital. Una vida normal y corriente, y totalmente falta de luz para el doctor. Aunque en el fondo para John estar cerca de Sherlock era suficiente.

Mira su móvil y ve el mensaje que un mes atrás le había mandado Sherlock preguntando cuándo volvería. No le contestó, aunque algo saltó dentro de él al ver un pequeño atisbo de interés y preocupación por su parte. Pasa el pulgar por la pantalla, dejando su huella en el nombre de su compañero. Controlar esas mariposas que saltaban en su estómago recordando cualquier momento con Sherlock. Iba a ser una tarea difícil. Si no lo conseguía, su vida en Baker sería de lo más complicada.

Le esperaba un trayecto largo de vuelta a casa en el que no pararía de pensar las cosas más horribles que podían pasar. No espera un recibimiento a lo grande, ni una buena noticia, ni un ‘’John, te quiero y siento todo lo que ha pasado, la cantidad de veces que te he tratado tan mal’’. No esperaba nada de eso. Intenta pensar en otras cosas, en lo mucho que ha echado de menos su cama, a la señora Hudson, tan amable y familiar y que le hacía sentir bien y querido, en la ciudad llena de gente, turistas y curiosos, hasta echaba de menos trabajar.

Harry no quiso que cogiera un taxi, así que ella misma lo llevó de vuelta a Londres en un viaje en coche silencioso e incómodo. John se despide de ella cuando le deja en la puerta de su casa y le desea que se cuide si es capaz de poder hacerlo por sí misma. Su relación no era la mejor entre hermano y hermana todavía, pero Harry le había apoyado mucho después de la caída y John no dudó en recibir esa empatía. En esos días ya lejanos aunque todavía dolorosos necesitó todo el cariño posible, pero sólo de las personas que sabían que lo apreciaban. No quería que ajenos se compadecieran de él, que pensasen lo miserable que era. Para eso estaba él todos los días recordándoselo.

<<Cinco años ya…>>. Vuelve atrás en el tiempo. Se sintió la persona más vulnerable y desprotegida de la faz de la tierra sin Sherlock, pero no mostraba esa faceta en público. La gente se le acercaba, le daba el pésame (sólo lo aceptaba de buena gana de las persona más cercanas), le hacían infinidad de preguntas esos periodistas pesados que no paraban de llamar farsante a Sherlock. Mandó al infierno a unos cuantos cuando no pudo más, y a los demás los ignoró. Sólo en la intimidad lloraba, se abrazaba hasta clavarse las uñas en la espalda de la rabia, de lo inútil y débil que se sentía por estar solo y no poder hacer nada para remediarlo.

Ya enfrente del 221B, deja escapar un largo suspiro. <<Que sea lo que Dios quiera>>, piensa. Abre la puerta y ve la señora Hudson en el rellano.

—Señora Hudson —dice con una sonrisa, dejando las maletas en el suelo—. He vuelto.

La anciana se da la vuelta y lo recibe con bendiciones y risas.

— ¡Oh Dios mío, John! ¡Por fin has vuelto! —se abalanza hacia él y le da un fuerte abrazo que John corresponde—. Qué alegría que estés aquí. Te hemos echado mucho de menos.

— ¿Hemos? Lo dudo —dice sarcástico—. Bueno, ya sabe lo que quiero decir. Sé que usted me habrá echado de menos.

—No te engañes, querido. Ha estado muy raro estos días. Apenas ha salido de casa.

— ¿Y eso qué tiene de raro?

—Los primeros días estaba como más… triste. Sólo dejaba que yo o el inspector Lestrade subiéramos arriba y estuviéramos unos escasos minutos con él. Hasta tuve que regañarle para que saliese del piso, y lo conseguí, pero de verdad John… Hace unos días que no le veo, pero… —sonríe tímida y sinceramente—. Te ha echado de menos. A su manera, pero lo ha hecho. No me cabe la menor duda.

La mira con gesto interrogativo. Una mujer como la señora Hudson se daba cuenta de cómo se siente la gente, aunque Sherlock fuese la persona más extraña del mundo. Deducir algo emocional de él resultaba más que imposible y no acababa de creérselo.

—Bueno, veamos si es verdad. La veo luego —le da un beso en la mejilla antes de encaminarse escaleras arriba.

Lo poco que ve de refilón del salón mientras pasa por el pasillo, dirigiéndose al piso de arriba donde estaba su dormitorio, le hace sonreír. Estaba como siempre, un poco más ordenado. Se notaba la presencia de la señora Hudson. Estaba claro que Sherlock no iba a poner orden en su pequeño mundo caótico de papeles, cartas y partituras, así que la pobre se resignaba a hacer el trabajo de asistenta.

Vuelve a colocar todas sus cosas en su sitio y se cruza de brazos. <<Una cosa hecha… Creo que Sherlock no está en casa. No le he visto>>. Baja las escaleras y va al salón a sentarse en su butaca. Oye el agua correr en el baño y deduce que Sherlock sí estaba. Mira detenidamente lo que le rodea, su hogar. Poco a poco se olvida de sus problemas con Sherlock y se relajaba, pensando que por fin está en Baker, en casa. Entraba ya la noche, y el salón estaba como más le gustaba a él, taciturno, lúgubre e iluminado débilmente por un par de lámparas, dándole al salón aún más aire hogareño e íntimo.

—Oh no, no, no, no, no —oye cómo se detiene el ruido del agua en la ducha y un par de maldiciones—. La tetera. ¡Me he olvidado de la tetera!

<<Aquí viene>>. La butaca de John estaba dándole la espalda a la cocina, y por consiguiente, todavía no había visto a Sherlock hasta que se dio la vuelta.

Fue en ese momento cuando el tiempo se detuvo. Se aferra con las manos en los reposabrazos de la butaca, intentando no saltar de ella y mirando estupefacto a Sherlock con la boca abierta. Una toalla blanca era lo único que llevaba atado a la cintura el detective, dejando el torso y la espalda al descubierto. Su piel, blanca como el marfil, parecía más brillante adornada por las pequeñas perlas de agua que bajaban juguetonas desde su pelo hasta el borde de la toalla. John pudo contar con la mirada todas y cada una de las innumerables gotas que corrían por su cuerpo. Sólo la tenue luz de una lámpara daba algo de color a su perfecta piel uniforme. Su pelo, apenas rizado por la humedad pero sí dibujando algunos pequeño bucles, le chorreaba, dejando en el suelo un camino de gotitas, como las migas de pan de Hansel y Gretel en el bosque. El doctor, que a cada momento que pasaba la garganta se le secaba más y tenía que tragar saliva con esfuerzo, notaba la respiración agitada de su compañero al correr con soberbio cuidado, ya que iba descalzo, pero con rapidez hasta la encimera de la cocina para quitar la tetera del fuego. Esa respiración no superaba a la suya propia, que iba más rápida a cada milésima de segundo que observaba con detenimiento todo su cuerpo. La respiración de Sherlock se ralentizaba en la mente de John, convirtiéndola en una regular, profunda, que parecía absorber todo a su alrededor, incluido a él. Sherlock se apartó el pelo de los ojos antes de coger la tetera y apartarla del fuego. Sus ojos centelleaban más azules que nunca. No los había visto así antes. Quizá era porque había estado todo un mes sin verlos, sin ver esos ojos tan profundos, hipnotizantes y arrebatadores que el condenado objeto de su deseo desde hacía años tenía.

Sherlock parecía un ser de otro mundo, divino, sobrehumano, que irradiaba belleza por todos lados. Era todo luz, y para John toda una maldición. Intenta mantenerse sereno, pero le es imposible. Intenta por todos los medios no perder más la razón y el corazón por Sherlock Holmes, y estaba viéndolo como nunca antes. Era una batalla perdida.

John le da la espalda. <<Maldito… Me han tenido que echar una maldición. Lo mío es mala suerte>>. Cierra los ojos e intenta tranquilizarse. <<John, respira profundamente y no pienses en Sherlock. Piensa en cualquier otra cosa. El trabajo… —vuelve a tragar saliva con dificultad. Nota cómo toda su cara está al rojo vivo—. Eso es. Pacientes, camillas, pastillas, batas, baños, dispensadores de jabón, toallas, su cuerpo empapado, sus ojos azules intensos y su pelo negro y brillante por el agua… Mierda>>. Vuelve a abrir los ojos, todavía incómodo y sonrojado a más no poder.

Sherlock estaba apoyado en la encimera sujetándose con una mano la toalla mientras que con la otra se sacudía el pelo mojado. Se pasa la mano por la cara, quitándose el exceso de humedad que tenía a causa del pelo, y es entonces cuando se da cuenta de que John estaba ahí, sentando su butaca de espaldas y mirando al infinito, distraído y tamborileando con los dedos en el regazo del asiento de forma regular y meditada, como intentando concentrarse en un único pensamiento.

—John… —dice sorprendido. ¿Cuánto llevaría ahí?, se preguntaría el detective.

John torna sus ojos a Sherlock, intentando centrarse en su cara y no bajarla hasta su pecho al descubierto. Se muerde el labio inferior, nervioso. Si no tuviera tanto control sobre su cuerpo quién sabe en qué momento perdería los papeles. Notaba sus mejillas ardientes, encendidas y ruborizadas. Se pasa una mano por la cara y la mantiene en ella un segundo, tapándosela y mentalizándose.

—H-hola —consigue decir al final. Añadiría un qué tal, o cómo estás, pero no se olvidaba ni por el acontecimiento de ahora lo que ocurría entre ellos dos. Desvía su mirada un instante a su cuello, blanco, alargado, brillante, al que le daban ganas de besar otra vez (no podía olvidar la primera vez que lo hizo. Era como una adicción, no podía parar), pero en seguida apartó la mirada intentando disimular su rubor.

—Me coges en plena ducha… —el detective muestra una pequeña sonrisa. A John se le hizo extraño ese gesto. No era una sonrisa de desagrado, ni irónica. Parecía una sonrisa… normal.

<< ¿Qué te crees, que estoy ciego y no lo veo? Menos mal que no estoy ciego… Por el amor de Dios John, cállate>>.

—Ya. E-esto… será mejor que termines. Vas a co-coger frío.

—Cierto —Sherlock chasquea los dedos y vuelve al baño.

De nuevo a solas en el salón, John resopla y suspira profundamente. Por mucho que lo intentase, ver a Sherlock semi-desnudo sería una imagen imborrable en su mente. Permanecería ahí siempre. <<Total, es lo único que voy a ver de él así, sin tanta ropa>>, se dice para sus adentros y riéndose por lo bajo. Podía permitirse ese capricho, ese lujo de cerrar los ojos y verle así, ciñéndose la toalla a la cintura, mirar sus ojos azules llenos de poder y confianza, su cuello pálido con millares de gotitas de agua corriendo hacia abajo, sus labios entreabiertos respirando profundamente en un baile al que se le unían las fosas nasales y sincronizaban cada una de las respiraciones.

Pensando en eso, John se terminó por calmar y afrontar de manera más seria los hechos si Sherlock le decía algo. Él no iba a dar el primer paso. Ya dio el primer beso, y no iba a ser el primero en decir hacia dónde iba definitivamente esa relación, ya fuese profesional o sentimentalmente. A estas alturas más o menos le daba igual. Sólo quería estar en casa y por lo menos seguir a su lado.

A pesar de que verlo apenas sin ropa, le había llamado mucho la atención esa sonrisa, esa sonrisa de persona normal, de alguien que sonríe con sinceridad y no porque se vea obligado. ¿Y si la señora Hudson había acertado, y Sherlock le había echado de menos? Esa sonrisa podía ser una pista. También había dicho que estaba más triste, pero al verlo no es lo que su cara ha reflejado. Estaba… ¿contento de verle? John sonríe ruborizado. No podía ser. No quería fantasear más y luego caerse de bruces por ilusiones destrozadas. Quizá todo era una fachada para hacerle que se quedara definitivamente, que no volviera a irse, y luego volvería a su siniestra y distante normalidad. Era un pensamiento más duro y angustioso, pero John prefiere pensar que es eso.

Al rato Sherlock sale de su cuarto vestido de etiqueta. << ¿Lo hace aposta?>>, piensa John mientras cierra las manos en puño. Nunca lo había visto tan elegante. ¡Hasta llevaba pajarita! Sherlock no es de esos hombres que llevan complementos, no le gustaban esas cosas. Parecía todo un lord. Sólo le faltaban los guantes blancos a juego con la camisa y contrastando con los pantalones y la chaqueta negros, pero sería pasarse de la raya.

— ¿A dónde vas? ¿Eso es una pajarita? —pregunta divertido.

—No puedo ir al ballet al Royal Opera House de casual. Hay que arreglarse —responde serio y obvio arreglándose la pajarita en el reflejo de un cuadro—. Siento irme con tantas prisas y no haberte dado la bienvenida como es debido.

<<No, no. Recibirme como es debido lo has hecho a las mil maravillas. Por eso no te preocupes>>.

— ¿Vas con la señorita Adler? —pregunta con curiosidad y algo de recelo.

—No. Irene lleva unos meses fuera del país. Decidió evadirse un poco de Londres después de lo de Weisz, y no sé cuándo va a volver. Voy con la señora Hudson, que espero esté ya lista porque llegamos tarde —dice esto último elevando el tono de su voz para que la anciana pudiera escucharle desde abajo.

—Oh. Bueno, pasarlo bien. Yo aprovecharé para organ-

— ¡Sherlock! ¡Lleva a John! ¡Así le das la bienvenida como es debido! —la voz de la señora Hudson resonaba desde la planta de abajo parafraseando lo que el propio detective había dicho antes.

Sherlock se da la vuelta airado pero algo sonrojado.

— ¡Es de mala educación escuchar conversaciones ajenas, señora Hudson! —vuelve a mirar a John, que estaba perplejo por su actitud, aunque sonreía divertido por verle así. Mira el reloj y alza las cejas—. ¿Qué me dices? ¿Vienes?

— ¿Yo? ¿A un ballet? —pregunta irónico. <<Idiota, acepta, así podrás estar con él un rato sin necesidad de hablar  de ya sabes qué. Y además lo verás más tiempo así de elegante>>—. Vale.

—Pues venga, vístete —suspira mientras ve a John subir las escaleras—. ¡Date toda la prisa que puedas!

A los pocos minutos John baja al salón otra vez lo más formal que puede. No es de comprar ropa muy elegante, ya que era cara. Solía ir con lo puesto, pero tenía un par de trajes guardados.

—Genial —comenta Sherlock—. Vamos. Ah, por cierto —se da la vuelta y le extiende la mano sonriente—. Bienvenido a Baker, John —John le estrecha la mano firme y algo confuso.

En más de una ocasión, John ya había visto el Royal Opera House por fuera, aunque la mayoría de las veces fue de día. Ahora la noche era la invitada de honor en el imponente edificio y todo estaba a punto para que estuviera lo más bello posible. Las luces enfocaban a las columnas dóricas de la impresionante entrada, haciendo de esta un gran pórtico dos veces más grande de lo que realmente era por la iluminación. Grandes carteles anunciaban el ballet de la noche: El Cascanueces, de Pyotr Ilyich Tchaikovsky.

Si la entrada ya le había impresionado, el interior le dejó estupefacto. Nunca había entrado, y era un salón enorme de butacas como los que veía en las películas. Era una sala tan inmensa, tan espaciosa y lujosa que le abrumaba. Predominaban el rojo y el dorado, y el gigantesco telón cubría un majestuoso e increíble escenario. La gente iba de aquí para allá, habñando con sus conocidos o personas importantes que tenían el gusto y privilegio de conocer y buscando sus asientos. Parecía ser que esta clase de eventos siempre se retrasaban un poco para que los asistentes se acomodasen, y cuando todos estuviesen sentados, apagarían las luces y el telón subiría para dar comienzo al espectáculo.

John camina al lado de Sherlock por el pasillo lateral izquierdo. No tenía asientos de primera en un balcón, sino que estaban en el patio de butacas central. Las vistas serían igual de maravillosas, o eso pensó John, que era la primera vez que asistía a un evento tan grande. Era una persona sencilla y cómoda; nunca buscaba el lujo, y estar en medio de algo así le dejaba maravillado, como un niño que sin saber qué es va por primera vez al circo.

Se da cuenta de que llevaba unos pocos segundos caminando solo. Sherlock se había parado. Vuelve sobre sus pasos y se detiene al verlo con los brazos un poco extendidos a los lados y la cabeza hacia atrás. Se acerca a él.

— ¿No lo oyes? —pregunta Sherlock. John cierra los ojos y se da cuenta. Los instrumentos estaban debajo del escenario afinando. Un violín da una nota tenida y poco a poco se le unen los demás instrumentos para poder afinarse. Ese sonido inunda cada rincón del gran auditorio—. Es increíble. Una sensación, un revoltijo de notas que se abrazan entre sí y que se te meten muy dentro —sonríe y cierra los ojos.

John ladea la cabeza y sonríe. << ¿Qué le pasa…? ¿Por qué está tan feliz…?>>. Estaba más raro que de costumbre, pero le mira con ternura. Parecía más humano. Irradiaba felicidad y emoción, como un infante abriendo sus regalos de Navidad. <<Es imposible no enamorarse de él>>. Se da la vuelta algo triste, para que no le vea. <<Y eso es lo peor. Voy a tenerlo muy difícil>>.

Ya en sus asientos, oye cómo los instrumentos dejan de afinar y la gente empieza a sentarse también y a hablar más bajo antes de que se anunciase que en escasos minutos comenzaría el ballet.

—Nunca has venido a algo así, ¿verdad? —le pregunta susurrando Sherlock.

— ¿Tanto se me nota? —sonríe nervioso—. Supongo que puede estar bien aunque no esté acostumbrado a cosas de… tanta envergadura.

Las luces poco a poco se extinguen. John se acomoda en su asiento y apoya la mano en el reposabrazos. Cuando las luces están del todo apagadas y la música empieza a resonar por el auditorio, nota que Sherlock pone su mano encima. John mira primero ambas manos y luego le mira a él, nervioso, pero Sherlock no le devuelve la mirada. Ya estaba absorto en lo que sucedía en el escenario, todo lo contrario a John.

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