lunes, 21 de abril de 2014

The School (Jeanne, 2)

<<Bueno Jeanne, mantén la calma. No pasa nada>>. Suspira molesta. Nunca le ha gustado el instituto, ¿por qué tiene que ir? Su padre le dio el ultimátum de que o empezaba a ir a clase cuando iniciara el próximo semestre o la llevaba de vuelta con su madre. Jeanne aguantó todo lo que pudo evitando volver al colegio, pero cuando su padre le dijo eso, sabía que no había que buscarle las cosquillas y que debía acatar las órdenes.

De todas formas odia la idea de ir a clase. No necesitaba nada de lo que le ofrecía; su filosofía se basaba en que el colegio no te enseña lo que necesitas realmente en la vida. Te meten un montón de palabras, cifras y datos en la cabeza y te obligan a memorizarlos para luego ponerte a prueba. Y muchas de esas cosas luego no las volvería a utilizarlas en toda su vida. Algunos son conocimientos básicos, pero Jeanne puede aprender todo lo que desee y necesite por su cuenta y cuando quiera. Que se lo impongan le quita toda la gracia.

Seb hizo la matrícula de su hija hacía unas semanas, así que todo el papeleo estaba hecho, una cosa de las que Jeanne no tendría que preocuparse. Ya sabe que una estudiante modelo ni por asomo va a ser. Se esforzará lo mínimo, pero lo suficiente como para ir pasando todas las pruebas y exámenes. No cree que su padre le reprenda si no llega a casa con notables y sobresalientes, así que ambos estarían contentos.

Le molesta también la idea de cómo va a amoldarse a sus compañeros. A pesar de que le agrada la gente, su compañía y el contacto con los demás, su odio hacia el instituto hace que también odie a los alumnos, a sus compañeros, por lo que ellos siempre la han visto como una borde amargada. Eso en cuanto a las chicas, que la odiaban por ser tan distante y por el tema de los chicos; en cuanto a ellos, esa rebeldía y pasotismo siempre les ha resultado atractivo. Jeanne más de una vez ha sucumbido a la tentación de coquetear con muchos de ellos, pero sin llegar a nada más, ni siquiera a entablar ninguna amistad; simplemente encendía el motor del coche y le dejaba rugir, pero no pisaba el acelerador.

Quizá eso es lo que menos le gusta del instituto, lo que piensen los demás de ella. Intenta que lo que la gente diga de ella le resbale, y más en un sitio con el no quiere tener nada que ver, pero es demasiado sensible. Nunca ha tenido un amigo de verdad, alguien en quien confiar, con quien hablar cuando le preocupa algo o cuando no se encuentra bien con quien pasar el rato, reírse, compartir cosas y momentos. Jeanne ha sabido lidiar con esa soledad muy bien, pero siempre ha sentido que le falta eso: alguien especial. Sabe que si encontrara a alguien que la comprendiera y que quisiera estar con ella, sería la Jeanne de verdad, ella misma.

Lleva demasiado rato mirando la fachada del edificio, y como era de esperar, hay gente que pasa por su lado y se le queda mirando extrañada. Jeanne se pasa una mano por el pelo, que vuelve a caer revuelto a ambos lados de la cabeza, y empieza a subir los escalones.

Hace respiraciones profundas; no entiende por qué está tan nerviosa, pero lo está. Pregunta en conserjería dónde está su clase y se dirige a ella tras las instrucciones que le dan.

Alguien le pone una mano en el hombro y da un salto asustada. Los chicos y chichas que están por el pasillo se giran a mirarla. Más que nunca Jeanne adora con locura a la Jeanne del pasado que decidió dejarse el pelo largo, en el que ahora puede esconderse de las miradas y los curiosos, avergonzada.

Se da la vuelta y alza los ojos para ver a la mujer que la ha asustado.

—Perdona, ¿eres Jeanne Moran?

Ella asiente. La mujer era joven, de pelo oscuro, cara redondeada y una bonita sonrisa.

—Soy la señorita Oswin, tu profesora de literatura. Encantada —le tiende la mano, de la que Jeanne duda un instante pero que luego accede a estrechar—. Mi clase está a punto de comenzar. ¿Me acompañas?

—Vale…

Por el camino, la profesora le hace preguntas varias que ella responde escuetamente o con monosílabos aunque le cuesta ser distante; la profesora parece simpática. Le consuela diciendo que seguro cogerá el ritmo del semestre pasado sin problemas si se esfuerza.

—Ya hemos llegado. Tus compañeros están dentro. Vamos a presentarte.

La profesora entra antes, y detrás de ella Jeanne, cambiando totalmente el gesto sumiso por uno más seguro de sí mismo y serio. Quizá no sería justo para esa profesora tan simpática, pero debe empezar ya. Los alumnos apaciguan sus conversaciones al ver a la profesora entrar, pero al ver que va acompañada, los murmullos vuelven a intensificarse.

—Chicos —la dulce voz de la profesora hace que los alumnos, dóciles, guarden silencio y le presten atención—. ¡Espero que hayáis tenido unas buenas vacaciones! Este semestre se incorpora una nueva compañera, que no ha podido hacerlo antes por temas de la mudanza y matrículas —pone una mano afectiva en el hombro de Jeanne—. ¿Te gustaría presentarte?

Jeanne resopla.

—Me llamo Jeanne —se encoge de hombros—, y no he venido antes porque no me apetecía.

La clase estalla en carcajadas y murmullos chismosos, niñitas que ya empiezan a mirarla mal o con recelo y chicos que le sonríen o se quedan boquiabiertos por su desparpajo.

—Venga Jeanne. No los alborotes, que luego no hay quien los controle —susurra la señorita Oswin, que al parecer no se toma mal el comentario, algo que a Jeanne, en cierta manera, le alivia.

Le da una palmadita en la espalda, invitándola a que se siente en el sitio que le señala con el brazo, un pupitre en el centro a dos filas de la ventana. Jeanne se dirige a su sitio y nota varios ojos puestos en ella. Mira al frente sin centrar sus ojos en nadie, hace una mueca y se sienta.

—Bien —prosigue la señorita Oswin—. Supongo que habéis leído el libro que os mandé para vacaciones. Seguro que alguien puede decir cuál es el tema principal. Una pista: no es el amor —añade después de una risita.

Una chica a la izquierda de Jeanne baja avergonzada el brazo nada más terminar la profesora esa frase. Jeanne sonríe; otra tonta que cree que el amor está en todas partes y es el centro del universo. Parece que ella se da cuenta y le lanza una mirada asesina, pero Jeanne contraataca y le lanza otra más mortífera. La chica cede tras un resoplo de indignación y vuelve a mirar hacia delante.

—Ambos personajes deben dejar atrás sus crisis personales y estatus sociales para afrontar su relación —empieza a decir un chico otra fila más a la izquierda de Jeanne—. Elisabeth debe olvidar sus prejuicios y Darcy su orgullo.

Jeanne observa que la clase es bastante normal, con sus peculiaridades como cualquier otra, pero respira respeto en el ambiente. El que ha dado la respuesta es un chico, y nadie ha saltado para llamarle listillo, pelota, sabelotodo o mariquita,  por el libro en cuestión del que habla, sea obligatorio o no (eso a un abusón le importa un comino).

La tonta repipi de antes es la única que siente el impulso de girarse en dirección contraria a la de Jeanne, mirando esta vez al chico, y Jeanne siente por el aura negativa que desprende que le está lanzando otra de sus miraditas a él, quien no parece prestarle demasiada atención.

Jeanne se inclina un poco para fijarse en el chico. <<Me resulta familiar…>>. Él la mira, y aunque se queda unos momentos sin reaccionar como ella, acaba abriendo los ojos de par en par del asombro. Jeanne le imita cuando cae en la cuenta y se aferra tensa a la mesa, clavando las uñas en los extremos de la mesa. << ¡Oh Dios, es el chico del callejón!!>>, piensa, y vuelve rápidamente la vista al frente. No le había visto desde aquel día, y estuvo preocupada por él un par de días después por si no estaba bien, pero verle ahora ahí le aliviaba cantidad. Qué casualidad que estén en la misma clase y curso.

Jeanne sonríe mientras mira a la profesora, aunque no la escucha. Ahora que ha visto al chico a la luz y limpio, puede apreciar más sus rasgos y facciones: tiene el pelo marrón oscuro y los ojos pequeños y verdes, algunas pecas en nariz y mejillas y los labios finos. Es mono, para qué negarlo.

Las clases van pasando, pero no tiene ocasión de acercarse a él, del que ha descubierto que se llama Hamish (un compañero le había llamado durante la clase de Historia para pedirle prestado un bolígrafo). Jeanne más de una vez se inclina hacia delante o hacía atrás para eludir a la repipi y poder mirarle, pero él hacía lo mismo a la vez que ella, y cuando sus ojos se encontraban, pronto volvían ambos sus ojos hacia delante.

Termina la penúltima clase del día. Jeanne se ha aburrido lo que no está escrito. <<Como imaginaba, una pérdida de tiempo>>, quitando quizás el detalle de Hamish. La última clase parece que se da en otra aula, así que todos salen a sus respectivas taquillas para coger algo que necesiten o directamente se dirigen hacia la clase. Jeanne ve aquí su oportunidad para que, después de buscar su taquilla, buscar al chico y hablar con él. Coge el papel donde tiene apuntado el número de su taquilla y empieza a mirar todas hasta dar con la suya.

Por más casualidades de la vida, su taquilla está prácticamente al lado de la de Hamish (sólo un par más las separan). Él parece haberse dado cuenta también y se le queda mirando tímidamente. Jeanne sonríe y le saluda.

— ¡Eres el chico del callejón! —se lleva unos mechones de pelo detrás de la oreja—. ¿Qué tal estás? Por cierto, soy Jeanne.

Le extiende la mano y él, veloz, se la estrecha.

—Hamish. Pasé sólo esa noche en el hospital hasta que al día siguiente fueron a por mí. Todo gracias a ti.

—Qué bien. Me alegro de que no fuera nada grave; estabas horrible.

Él sonríe, quizá por no hacerle un feo a su inofensiva falta de tacto. Puede que estuviera aún sensible por lo que Dios sabe lo que le pasara esa noche. Jeanne se intenta disculpar con una sonrisa inocente.

—No pude darte las gracias —continúa Hamish.

—Tranquilo —hace un gesto con la mano para quitarle importancia—. Estabas un poco ido; no podías ni hablar. Además, cualquiera con dos dedos de frente habría hecho lo mismo.

Ambos sonríen y se quedan unos segundos sin decir nada, observándose. Él parece que la analiza o algo parecido, porque no para de mirarla a los ojos, al pelo, a los ojos otra vez, a su cuello, ropa, labios y de nuevo a los ojos. La penetra con la mirada, como si intentara ver a través de ella y su cuerpo no le dejara ver lo que tiene detrás. A Jeanne le entra un escalofrío, pero prefiere no preguntarle qué hace.

— ¿Desde cuándo lees libros para chicas? —suelta de repente.

— ¿Qué? —Hamish deja de hacer lo que demonios estuviera haciendo para mirarla (esta vez con más normalidad) con el ceño fruncido, extrañado—. Era para clase. Obligatorio.

—Ya, pero te has explicado muuuy bien. Parece que entiendes bastante cómo funcionan.

—Me gustan los libros… Todos —añade esto último tras una pausa.

Jeanne asiente con un murmullo cerrado. Intenta hacerle de rabiar, aunque no sabe por qué, no a él. A veces lo hace, molestar a la gente, decir algo que quizá a ellos no les guste para sacarles de sus casillas y ver cómo reaccionan. Es divertido. Era su forma de ver si alguien merecía la pena o no.

Le gustaría que Hamish mereciera la pena; siente que le cae bien, o que puede llegar a hacerlo. Su amistad empezaría con una divertida anécdota: le salvé cuando me lo encontré tirado en un callejón y unas semanas después coincidimos en el instituto. El destino, señoras y señores.

—Con la señorita Oswin deberías ser más amable.

Contraataque. O está siguiendo el juego o intenta echar de su campo la pelota.

— ¿Cuándo es la boda? —pregunta ella con una amplia sonrisa.

— ¡¿Qué?! ¡No! Es sólo que es una buena profesora. No sé cómo serás con los demás, pero te aconsejo que con ella no seas igual.

La ha calado. Sabe de qué va, o eso parece. Sólo la conoce de un par de vistazos en clase y nada más, pero es como si supiera que va de farol.

Jeanne suspira.

— ¿Te salvo la vida y me lo agradeces con un sermón? No me gusta el instituto.

—Todos dicen lo mismo.

—No, en serio. No me gusta, na-da. Y no tengo por qué ser simpática con alguien en especial.

Eso último no le suena bien una vez dicho. Es como si diera a entender que nadie, absolutamente nadie, podía llegar a caerle bien, ni siquiera Hamish. Echa a andar, huye, aunque no le gusta verlo de esa manera. Para sorpresa de Hamish, no va en dirección a la siguiente clase, sino a la puerta principal.

— ¡Eh! —grita él, llamando la atención de unos cuantos chicos que andan por ahí.

Jeanne se gira con una sonrisa de oreja a oreja y le guiña un ojo antes de volver y salir del edificio. No se va porque quiera evitar a Hamish, hacer una bola de lo que le acaba de decir; no quiere apartarlo. Simplemente no aguanta estar más tiempo en el colegio. Necesita respirar.


Los días pasaron y pasaron, y todo iba normal: Jeanne asistía a clase, su padre estaba satisfecho de haber hecho mella en su rebeldía y haberla apaciguado y ella se sentía mal por la opresión a la que estaba sometida. Lo que nunca habría esperado es que al final se esforzara un poco en general, y todo había sido por Hamish, que quizá era el único alivio que sentía, el haber encontrado a un amigo, a uno de verdad.

Después de disculparse por haber intentado sacarle de sus casillas (nunca pedía perdón, pero era una excepción), empezaron a pasar más tiempo juntos. Ella a veces seguía metiéndose un poco con él, pero al parecer las inofensivas pullas y bromas no le afectaban y ser las tomaba bastante bien y con humor, algo que a Jeanne le encantaba (aunque fingiese que le molestaba). Hamish había conseguido influenciarle e incluso le ayudó a ponerse al día en el instituto, por lo que Jeanne ahora intentaba prestar más atención por su bien y quizá, sólo quizá, por estar más tiempo con Hamish. A pesar de que en sus primeros días ya había causado alguno, no quería meterse en líos de manera continuada.

— ¿Qué toca ahora? —le pregunta a Hamish.

—Historia —responde él sacando el libro de la bandolera.

Jeanne está apoyada en el alfeizar de la ventana, mirando al exterior.

—No me apetece nada…

—A ti parece no apetecerte nada nunca.

— ¡No es cierto! —replica ella. Da un pequeño salto y se sienta en el alfeizar—. Me gusta hacer cosas, pero no aquí.

—Ya. Bueno, pero no puedes hacer nada para impedirlo.

—No venir a clase.

—No te conviene, Jeanne —dice él tras un suspiro.

—Lo sé, lo sé —en realidad no lo entiende, pero no quiere discutir—. ¿Qué haces después de clase?

Hamish se deja caer encima de la mesa, apoyando los brazos sobre el libro de Historia y a la vez la cabeza sobre los brazos.

—Quizás vaya al parque.

— ¿Qué haces allí? —Jeanne le mira con curiosidad.

—Dibujar, si hay algo que dibujar.

Jeanne se baja de la ventana y se pone en cuclillas enfrente de él, imitando su postura.

— ¡Guay! ¿Puedo ir? Quiero ver cómo lo haces.

Él asiente con la cabeza con una sonrisa. A Jeanne le daba la sensación de que a él también le caía bien ella, aunque a veces fuera un poco serio.

El profesor de Historia llega y los chicos y chicas vuelven a sus respectivos asientos. Antes de ir a su sitio, Jeanne le susurra a Hamish:

—Qué vergüenza que no me hayas dicho hasta ahora que dibujas.

Hamish se queda con la respuesta en la boca cuando el profesor le llama la atención a Jeanne y esta tiene que irse a su pupitre.

Jeanne sonríe para sí. Le gusta estar con Hamish, tener estos pequeños momentos. Nunca ha tenido a un amigo de verdad, y la sensación de tener a alguien con quien bromear, pasar el rato, hablar y compartir cosas es demasiado buena para desaprovecharla. Le parece hasta irreal, y todavía no se cree que tenga a alguien un poquito especial que no sea su madre o su padre. Desde hace semanas nota que consigue ser ella misma con él; le sale solo, ni finge ni se esfuerza por ser como es. Es algo natural. << ¿Será esto lo que pasa cuando tienes un amigo, alguien con el que te gusta estar?>>.


Al terminar las clases, Jeanne acompañó a Hamish al parque. El chico tardó un poco hasta que se puso a dibujar, y ese rato lo aprovecharon para hablar y conocerse mejor. Ambos hablaron de sus familias, de las cosas que les gustan y de todo un poco, y así supieron que tenían varias cosas en común.

Después de todo esto, Hamish por fin encontró algo que dibujar: una niña pequeña con un globo rojo que paseaba cerca de ellos. Jeanne pudo ver paso a paso cómo Hamish creaba su boceto, cada trazado, cada línea, cada emborronado y cada vistazo rápido que daba a su pequeña modelo para luego volver al papel y seguir creando.

Jeanne sonreía mientras le observaba. Realmente le gusta Hamish; siente que algo revolotea dentro de ella, pero se dice y está segura de que es porque nunca ha estado con nadie como lo está con Hamish, siente lo que es la amistad. El chico le agradaba mucho, y más el saber que la aceptaba a pesar de su carácter rebelde natural, pero Jeanne le resulta divertida y a veces tímida, como él. Jeanne a veces llega a sentir que se asemejan en que nunca ha tenido muchos amigos, pero eso sería raro; Hamish es genial en muchos sentidos, a la gente debe gustarle.

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