<<Bueno Jeanne, mantén la calma. No pasa nada>>. Suspira
molesta. Nunca le ha gustado el instituto, ¿por qué tiene que ir? Su padre le
dio el ultimátum de que o empezaba a ir a clase cuando iniciara el próximo
semestre o la llevaba de vuelta con su madre. Jeanne aguantó todo lo que pudo
evitando volver al colegio, pero cuando su padre le dijo eso, sabía que no
había que buscarle las cosquillas y que debía acatar las órdenes.
De todas formas odia la idea de
ir a clase. No necesitaba nada de lo que le ofrecía; su filosofía se basaba en
que el colegio no te enseña lo que necesitas realmente en la vida. Te meten un
montón de palabras, cifras y datos en la cabeza y te obligan a memorizarlos
para luego ponerte a prueba. Y muchas de esas cosas luego no las volvería a
utilizarlas en toda su vida. Algunos son conocimientos básicos, pero Jeanne
puede aprender todo lo que desee y necesite por su cuenta y cuando quiera. Que
se lo impongan le quita toda la gracia.
Seb hizo la matrícula de su hija
hacía unas semanas, así que todo el papeleo estaba hecho, una cosa de las que
Jeanne no tendría que preocuparse. Ya sabe que una estudiante modelo ni por
asomo va a ser. Se esforzará lo mínimo, pero lo suficiente como para ir pasando
todas las pruebas y exámenes. No cree que su padre le reprenda si no llega a
casa con notables y sobresalientes, así que ambos estarían contentos.
Le molesta también la idea de
cómo va a amoldarse a sus compañeros. A pesar de que le agrada la gente, su
compañía y el contacto con los demás, su odio hacia el instituto hace que
también odie a los alumnos, a sus compañeros, por lo que ellos siempre la han
visto como una borde amargada. Eso en cuanto a las chicas, que la odiaban por
ser tan distante y por el tema de los chicos; en cuanto a ellos, esa rebeldía y
pasotismo siempre les ha resultado atractivo. Jeanne más de una vez ha
sucumbido a la tentación de coquetear con muchos de ellos, pero sin llegar a
nada más, ni siquiera a entablar ninguna amistad; simplemente encendía el motor
del coche y le dejaba rugir, pero no pisaba el acelerador.
Quizá eso es lo que menos le
gusta del instituto, lo que piensen los demás de ella. Intenta que lo que la
gente diga de ella le resbale, y más en un sitio con el no quiere tener nada
que ver, pero es demasiado sensible. Nunca ha tenido un amigo de verdad,
alguien en quien confiar, con quien hablar cuando le preocupa algo o cuando no
se encuentra bien con quien pasar el rato, reírse, compartir cosas y momentos.
Jeanne ha sabido lidiar con esa soledad muy bien, pero siempre ha sentido que
le falta eso: alguien especial. Sabe que si encontrara a alguien que la
comprendiera y que quisiera estar con ella, sería la Jeanne de verdad, ella
misma.
Lleva demasiado rato mirando la
fachada del edificio, y como era de esperar, hay gente que pasa por su lado y
se le queda mirando extrañada. Jeanne se pasa una mano por el pelo, que vuelve
a caer revuelto a ambos lados de la cabeza, y empieza a subir los escalones.
Hace respiraciones profundas; no
entiende por qué está tan nerviosa, pero lo está. Pregunta en conserjería dónde
está su clase y se dirige a ella tras las instrucciones que le dan.
Alguien le pone una mano en el
hombro y da un salto asustada. Los chicos y chichas que están por el pasillo se
giran a mirarla. Más que nunca Jeanne adora con locura a la Jeanne del pasado
que decidió dejarse el pelo largo, en el que ahora puede esconderse de las miradas
y los curiosos, avergonzada.
Se da la vuelta y alza los ojos
para ver a la mujer que la ha asustado.
—Perdona, ¿eres Jeanne Moran?
Ella asiente. La mujer era joven,
de pelo oscuro, cara redondeada y una bonita sonrisa.
—Soy la señorita Oswin, tu
profesora de literatura. Encantada —le tiende la mano, de la que Jeanne duda un
instante pero que luego accede a estrechar—. Mi clase está a punto de comenzar.
¿Me acompañas?
—Vale…
Por el camino, la profesora le
hace preguntas varias que ella responde escuetamente o con monosílabos aunque
le cuesta ser distante; la profesora parece simpática. Le consuela diciendo que
seguro cogerá el ritmo del semestre pasado sin problemas si se esfuerza.
—Ya hemos llegado. Tus compañeros
están dentro. Vamos a presentarte.
La profesora entra antes, y
detrás de ella Jeanne, cambiando totalmente el gesto sumiso por uno más seguro
de sí mismo y serio. Quizá no sería justo para esa profesora tan simpática,
pero debe empezar ya. Los alumnos apaciguan sus conversaciones al ver a la profesora
entrar, pero al ver que va acompañada, los murmullos vuelven a intensificarse.
—Chicos —la dulce voz de la
profesora hace que los alumnos, dóciles, guarden silencio y le presten atención—.
¡Espero que hayáis tenido unas buenas vacaciones! Este semestre se incorpora
una nueva compañera, que no ha podido hacerlo antes por temas de la mudanza y matrículas
—pone una mano afectiva en el hombro de Jeanne—. ¿Te gustaría presentarte?
Jeanne resopla.
—Me llamo Jeanne —se encoge de
hombros—, y no he venido antes porque no me apetecía.
La clase estalla en carcajadas y
murmullos chismosos, niñitas que ya empiezan a mirarla mal o con recelo y
chicos que le sonríen o se quedan boquiabiertos por su desparpajo.
—Venga Jeanne. No los alborotes,
que luego no hay quien los controle —susurra la señorita Oswin, que al parecer
no se toma mal el comentario, algo que a Jeanne, en cierta manera, le alivia.
Le da una palmadita en la
espalda, invitándola a que se siente en el sitio que le señala con el brazo, un
pupitre en el centro a dos filas de la ventana. Jeanne se dirige a su sitio y
nota varios ojos puestos en ella. Mira al frente sin centrar sus ojos en nadie,
hace una mueca y se sienta.
—Bien —prosigue la señorita Oswin—.
Supongo que habéis leído el libro que os mandé para vacaciones. Seguro que alguien
puede decir cuál es el tema principal. Una pista: no es el amor —añade después
de una risita.
Una chica a la izquierda de
Jeanne baja avergonzada el brazo nada más terminar la profesora esa frase.
Jeanne sonríe; otra tonta que cree que el amor está en todas partes y es el
centro del universo. Parece que ella se da cuenta y le lanza una mirada
asesina, pero Jeanne contraataca y le lanza otra más mortífera. La chica cede
tras un resoplo de indignación y vuelve a mirar hacia delante.
—Ambos personajes deben dejar
atrás sus crisis personales y estatus sociales para afrontar su relación —empieza
a decir un chico otra fila más a la izquierda de Jeanne—. Elisabeth debe olvidar
sus prejuicios y Darcy su orgullo.
Jeanne observa que la clase es
bastante normal, con sus peculiaridades como cualquier otra, pero respira
respeto en el ambiente. El que ha dado la respuesta es un chico, y nadie ha
saltado para llamarle listillo, pelota, sabelotodo o mariquita, por el libro en cuestión del que habla, sea
obligatorio o no (eso a un abusón le importa un comino).
La tonta repipi de antes es la
única que siente el impulso de girarse en dirección contraria a la de Jeanne,
mirando esta vez al chico, y Jeanne siente por el aura negativa que desprende que
le está lanzando otra de sus miraditas a él, quien no parece prestarle
demasiada atención.
Jeanne se inclina un poco para
fijarse en el chico. <<Me resulta
familiar…>>. Él la mira, y aunque se queda unos momentos sin
reaccionar como ella, acaba abriendo los ojos de par en par del asombro. Jeanne
le imita cuando cae en la cuenta y se aferra tensa a la mesa, clavando las uñas
en los extremos de la mesa. << ¡Oh
Dios, es el chico del callejón!!>>, piensa, y vuelve rápidamente la
vista al frente. No le había visto desde aquel día, y estuvo preocupada por él
un par de días después por si no estaba bien, pero verle ahora ahí le aliviaba
cantidad. Qué casualidad que estén en la misma clase y curso.
Jeanne sonríe mientras mira a la
profesora, aunque no la escucha. Ahora que ha visto al chico a la luz y limpio,
puede apreciar más sus rasgos y facciones: tiene el pelo marrón oscuro y los
ojos pequeños y verdes, algunas pecas en nariz y mejillas y los labios finos.
Es mono, para qué negarlo.
Las clases van pasando, pero no
tiene ocasión de acercarse a él, del que ha descubierto que se llama Hamish (un
compañero le había llamado durante la clase de Historia para pedirle prestado
un bolígrafo). Jeanne más de una vez se inclina hacia delante o hacía atrás
para eludir a la repipi y poder mirarle, pero él hacía lo mismo a la vez que
ella, y cuando sus ojos se encontraban, pronto volvían ambos sus ojos hacia
delante.
Termina la penúltima clase del
día. Jeanne se ha aburrido lo que no está escrito. <<Como imaginaba, una pérdida de tiempo>>, quitando
quizás el detalle de Hamish. La última clase parece que se da en otra aula, así
que todos salen a sus respectivas taquillas para coger algo que necesiten o
directamente se dirigen hacia la clase. Jeanne ve aquí su oportunidad para que,
después de buscar su taquilla, buscar al chico y hablar con él. Coge el papel
donde tiene apuntado el número de su taquilla y empieza a mirar todas hasta dar
con la suya.
Por más casualidades de la vida,
su taquilla está prácticamente al lado de la de Hamish (sólo un par más las
separan). Él parece haberse dado cuenta también y se le queda mirando
tímidamente. Jeanne sonríe y le saluda.
— ¡Eres el chico del callejón! —se
lleva unos mechones de pelo detrás de la oreja—. ¿Qué tal estás? Por cierto,
soy Jeanne.
Le extiende la mano y él, veloz,
se la estrecha.
—Hamish. Pasé sólo esa noche en
el hospital hasta que al día siguiente fueron a por mí. Todo gracias a ti.
—Qué bien. Me alegro de que no
fuera nada grave; estabas horrible.
Él sonríe, quizá por no hacerle
un feo a su inofensiva falta de tacto. Puede que estuviera aún sensible por lo
que Dios sabe lo que le pasara esa noche. Jeanne se intenta disculpar con una
sonrisa inocente.
—No pude darte las gracias —continúa
Hamish.
—Tranquilo —hace un gesto con la
mano para quitarle importancia—. Estabas un poco ido; no podías ni hablar.
Además, cualquiera con dos dedos de frente habría hecho lo mismo.
Ambos sonríen y se quedan unos
segundos sin decir nada, observándose. Él parece que la analiza o algo
parecido, porque no para de mirarla a los ojos, al pelo, a los ojos otra vez, a
su cuello, ropa, labios y de nuevo a los ojos. La penetra con la mirada, como
si intentara ver a través de ella y su cuerpo no le dejara ver lo que tiene
detrás. A Jeanne le entra un escalofrío, pero prefiere no preguntarle qué hace.
— ¿Desde cuándo lees libros para
chicas? —suelta de repente.
— ¿Qué? —Hamish deja de hacer lo
que demonios estuviera haciendo para mirarla (esta vez con más normalidad) con
el ceño fruncido, extrañado—. Era para clase. Obligatorio.
—Ya, pero te has explicado muuuy
bien. Parece que entiendes bastante cómo funcionan.
—Me gustan los libros… Todos —añade
esto último tras una pausa.
Jeanne asiente con un murmullo
cerrado. Intenta hacerle de rabiar, aunque no sabe por qué, no a él. A veces lo
hace, molestar a la gente, decir algo que quizá a ellos no les guste para
sacarles de sus casillas y ver cómo reaccionan. Es divertido. Era su forma de
ver si alguien merecía la pena o no.
Le gustaría que Hamish mereciera
la pena; siente que le cae bien, o que puede llegar a hacerlo. Su amistad
empezaría con una divertida anécdota: le salvé cuando me lo encontré tirado en
un callejón y unas semanas después coincidimos en el instituto. El destino,
señoras y señores.
—Con la señorita Oswin deberías
ser más amable.
Contraataque. O está siguiendo el
juego o intenta echar de su campo la pelota.
— ¿Cuándo es la boda? —pregunta
ella con una amplia sonrisa.
La ha calado. Sabe de qué va, o
eso parece. Sólo la conoce de un par de vistazos en clase y nada más, pero es
como si supiera que va de farol.
Jeanne suspira.
— ¿Te salvo la vida y me lo
agradeces con un sermón? No me gusta el instituto.
—Todos dicen lo mismo.
—No, en serio. No me gusta,
na-da. Y no tengo por qué ser simpática con alguien en especial.
Eso último no le suena bien una
vez dicho. Es como si diera a entender que nadie, absolutamente nadie, podía
llegar a caerle bien, ni siquiera Hamish. Echa a andar, huye, aunque no le gusta
verlo de esa manera. Para sorpresa de Hamish, no va en dirección a la siguiente
clase, sino a la puerta principal.
— ¡Eh! —grita él, llamando la
atención de unos cuantos chicos que andan por ahí.
Jeanne se gira con una sonrisa de
oreja a oreja y le guiña un ojo antes de volver y salir del edificio. No se va
porque quiera evitar a Hamish, hacer una bola de lo que le acaba de decir; no
quiere apartarlo. Simplemente no aguanta estar más tiempo en el colegio.
Necesita respirar.
Los días pasaron y pasaron, y
todo iba normal: Jeanne asistía a clase, su padre estaba satisfecho de haber
hecho mella en su rebeldía y haberla apaciguado y ella se sentía mal por la
opresión a la que estaba sometida. Lo que nunca habría esperado es que al final
se esforzara un poco en general, y todo había sido por Hamish, que quizá era el
único alivio que sentía, el haber encontrado a un amigo, a uno de verdad.
Después de disculparse por haber
intentado sacarle de sus casillas (nunca pedía perdón, pero era una excepción),
empezaron a pasar más tiempo juntos. Ella a veces seguía metiéndose un poco con
él, pero al parecer las inofensivas pullas y bromas no le afectaban y ser las
tomaba bastante bien y con humor, algo que a Jeanne le encantaba (aunque
fingiese que le molestaba). Hamish había conseguido influenciarle e incluso le
ayudó a ponerse al día en el instituto, por lo que Jeanne ahora intentaba
prestar más atención por su bien y quizá, sólo quizá, por estar más tiempo con
Hamish. A pesar de que en sus primeros días ya había causado alguno, no quería
meterse en líos de manera continuada.
— ¿Qué toca ahora? —le pregunta a
Hamish.
—Historia —responde él sacando el
libro de la bandolera.
—No me apetece nada…
—A ti parece no apetecerte nada
nunca.
— ¡No es cierto! —replica ella.
Da un pequeño salto y se sienta en el alfeizar—. Me gusta hacer cosas, pero no
aquí.
—Ya. Bueno, pero no puedes hacer
nada para impedirlo.
—No venir a clase.
—No te conviene, Jeanne —dice él
tras un suspiro.
—Lo sé, lo sé —en realidad no lo
entiende, pero no quiere discutir—. ¿Qué haces después de clase?
Hamish se deja caer encima de la
mesa, apoyando los brazos sobre el libro de Historia y a la vez la cabeza sobre
los brazos.
—Quizás vaya al parque.
— ¿Qué haces allí? —Jeanne le
mira con curiosidad.
—Dibujar, si hay algo que
dibujar.
Jeanne se baja de la ventana y se
pone en cuclillas enfrente de él, imitando su postura.
— ¡Guay! ¿Puedo ir? Quiero ver
cómo lo haces.
Él asiente con la cabeza con una
sonrisa. A Jeanne le daba la sensación de que a él también le caía bien ella,
aunque a veces fuera un poco serio.
El profesor de Historia llega y
los chicos y chicas vuelven a sus respectivos asientos. Antes de ir a su sitio,
Jeanne le susurra a Hamish:
—Qué vergüenza que no me hayas
dicho hasta ahora que dibujas.
Hamish se queda con la respuesta
en la boca cuando el profesor le llama la atención a Jeanne y esta tiene que
irse a su pupitre.
Jeanne sonríe para sí. Le gusta
estar con Hamish, tener estos pequeños momentos. Nunca ha tenido a un amigo de
verdad, y la sensación de tener a alguien con quien bromear, pasar el rato,
hablar y compartir cosas es demasiado buena para desaprovecharla. Le parece hasta
irreal, y todavía no se cree que tenga a alguien un poquito especial que no sea
su madre o su padre. Desde hace semanas nota que consigue ser ella misma con
él; le sale solo, ni finge ni se esfuerza por ser como es. Es algo natural. << ¿Será esto lo que pasa cuando tienes
un amigo, alguien con el que te gusta estar?>>.
Al terminar las clases, Jeanne
acompañó a Hamish al parque. El chico tardó un poco hasta que se puso a
dibujar, y ese rato lo aprovecharon para hablar y conocerse mejor. Ambos
hablaron de sus familias, de las cosas que les gustan y de todo un poco, y así
supieron que tenían varias cosas en común.
Después de todo esto, Hamish por
fin encontró algo que dibujar: una niña pequeña con un globo rojo que paseaba
cerca de ellos. Jeanne pudo ver paso a paso cómo Hamish creaba su boceto, cada
trazado, cada línea, cada emborronado y cada vistazo rápido que daba a su
pequeña modelo para luego volver al papel y seguir creando.
Jeanne sonreía mientras le
observaba. Realmente le gusta Hamish; siente que algo
revolotea dentro de ella, pero se dice y está segura de que es porque nunca ha
estado con nadie como lo está con Hamish, siente lo que es la amistad. El chico le agradaba mucho, y más el
saber que la aceptaba a pesar de su carácter rebelde natural, pero Jeanne le
resulta divertida y a veces tímida, como él. Jeanne a veces llega a sentir que se
asemejan en que nunca ha tenido muchos amigos, pero eso sería raro; Hamish es
genial en muchos sentidos, a la gente debe gustarle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario