La prueba ya había pasado. Por
fin un peso menos que tenía encima, aunque seguía inquieta y nerviosa, siempre
con las pastillas a mano por si pasaba lo peor. No superaba el asesinato de
Dean Crowe, y eso junto a la horrible pesadilla con su madre le aprisionaban el
corazón. Pero ahora había algo que de alguna manera, aunque era peligroso y no
pensaba volver a ponerse en peligro, le levantaba el ánimo: Sherlock Holmes.
Había conocido al detective asesor.
Fue después de la prueba de baile
para El lago de los cisnes. Estaba
hablando con unas amigas a la salido cuando oyó detrás suya que alguien se
aclaraba la voz. Se dio la vuelta y lo vio: un hombre joven, de treinta y
pocos, alto, imponente, con unos ojos azules hipnotizantes, preciosos, con el
pelo negro como el carbón y rizado, alborotado pero manteniendo cierto orden en
el caos. Había oído que tenía la apariencia de alguien serio y firme, pero en
ese momento lo notaba desconcertado, más bien nervioso. Eli intentó disimular
su asombro al verlo.