La prueba ya había pasado. Por
fin un peso menos que tenía encima, aunque seguía inquieta y nerviosa, siempre
con las pastillas a mano por si pasaba lo peor. No superaba el asesinato de
Dean Crowe, y eso junto a la horrible pesadilla con su madre le aprisionaban el
corazón. Pero ahora había algo que de alguna manera, aunque era peligroso y no
pensaba volver a ponerse en peligro, le levantaba el ánimo: Sherlock Holmes.
Había conocido al detective asesor.
Fue después de la prueba de baile
para El lago de los cisnes. Estaba
hablando con unas amigas a la salido cuando oyó detrás suya que alguien se
aclaraba la voz. Se dio la vuelta y lo vio: un hombre joven, de treinta y
pocos, alto, imponente, con unos ojos azules hipnotizantes, preciosos, con el
pelo negro como el carbón y rizado, alborotado pero manteniendo cierto orden en
el caos. Había oído que tenía la apariencia de alguien serio y firme, pero en
ese momento lo notaba desconcertado, más bien nervioso. Eli intentó disimular
su asombro al verlo.
—H-hola. Soy Sherlock Holmes
—dijo extendiéndole la mano.
Eli esbozó una diminuta sonrisa
que no duró más de una milésima de segundo.
—Hola… Sí, le… le conozco. El
detective asesor.
—Sí —Sherlock sonrió con esa
sonrisa falsa de la que tanto había oído hablar. La utilizaba para acercarse a
la gente, para sonsacarle cosas. Puro interés. <<Es una fachada>>, pensó—. Lo has hecho muy bien ahí
arriba. ¿Llevas mucho bailando?
Eli podía sentir su mirada
penetrante. Sabía que él notaba que estaba nerviosa.
—Varios años… Por mi madre.
También era bailarina —dijo seca. Eli vio que Sherlock, al nombrar a su madre,
tenía un pequeño tic en el ojo derecho. ¿Quizá el detective de alguna forma
sospechaba quién podía ser ella?—. ¿Qué hace usted aquí?
—Me… Me aburría en casa. Mi
casera me comentó que hacían pruebas de ballet, y cuando mencionó a Tchaikovsky
no pude resistirme —sonrió, más relajado.
Para ella, ese hombre era
peligroso. Ya se lo dijo Jim. Pero sentía demasiada curiosidad como para dejar
escapar la ocasión.
—Entonces le gusta el ballet,
¿no, señor Holmes?
—Sí. Y por favor, háblame de tú.
<<No, gracias…>>, pensó. Cuanto menos se acercara a él,
mejor. Aun así el sentimiento de admiración hacia ese hombre no mermaba.
—Bueno —prosiguió el detective—,
no quiero entretenerte más. Será mejor que me vaya. Espero que tengas mucha
suerte. Has estado espléndida. Hace muchos años… —Eli notó que Sherlock, aunque
la miraba fijamente, se sumergía en sus recuerdos sin perder el contacto
visual— fui a un ballet, el único al que he ido hasta ahora, y créeme cuando te
digo que tú bien podrías estar entre profesionales pronto —hace un gesto con la
mano a modo de despedida—. Hasta pronto.
<<Mamá… Vio a mamá>>. Cuando el detective ya se había
alejado unos escasos metros, corrió un poco hacia él.
— ¡Espera! —Sherlock se dio la
vuelta y frunció los labios al volver a mirarla a los ojos—. Gracias.
—No… No hay de qué —a Eli le dio
un escalofrío al volver a notar sus penetrantes ojos mirándola. Sherlock soltó
una risita—. Perdona la indiscreción. No sé si lo que voy a decirte es muy
impertinente por mi parte o inapropiado —volvió a reír—. Tienes unos ojos preciosos
—sonrió de medio lado e hizo una pequeña pausa—. Tu madre debe tenerlos igual.
Hablaba en presente de ella, así
que no sabía nada.
—Mi madre los tenía marrones
—contestó Eli firme.
Sherlock no pudo ocultar su
sorpresa.
—Oh… Interesante.
—Vaya, vaya, vaya —Jim se acercó
por detrás de Eli y posó una mano en su hombro apretando levemente. Eli vio un
cambio brusco en el rostro de Sherlock—. ¿Quién tenemos aquí? A una prometedora
bailarina y a un aburrido detectivucho asesor. ¿No te enseñaron que no está
bien meter las narices donde no te llaman?
<<Menos mal que has venido —pensó Eli—. Creo que me he podido ir un poco de la lengua…>>.
—James Moriarty. Sólo le estaba
felicitando por su trabajo en el escenario —contestó Sherlock, mirándole muy
serio.
—Ya, claro. Será mejor que te
vayas y dejes de molestarla.
Sherlock entrecerró los ojos.
Intentaba deducir qué tipo de relación tenía con ella, pero no lograba
entenderlo. Una cría como ella y un criminal asesor era una combinación
bastante extraña.
—Por supuesto —dijo con media
sonrisa falsa. Se olvidó de Jim después dedicarle otra mirada fría y se centró
en Elisabeth, sonriéndole sinceramente.
—A-adiós —pudo titubear ella.
—Hasta nunca —añadió tajante
Jim.
Sherlock se dio la vuelta y se
alejó, ondeando al viento su largo y oscuro abrigo. Cuando ya estaban del todo
a solas en el callejón, Jim le dio la vuelta a Eli cogiéndola por los hombros.
—Dime qué te ha dicho, porque no
me creo nada de lo que salga de su miserable boca.
Elisabeth tragó saliva antes de
hablar, intentando parecer segura y decidida.
—Pues te ha dicho la verdad. Se
me ha acercado un momento para decirme que lo he hecho muy bien y que podría
estar pronto entre profesionales, y que seguro que me dan el papel.
— ¿Algo más? —Jim sabía que le
ocultaba algo, lo más importante de la conversación.
<<No puedo decirle lo de mamá>>.
—Bueno… Ha mostrado interés en
mis ojos…
Jim chasqueó la lengua.
—Joder, Elisabeth. Hasta eso para
Sherlock es suficiente para ponerse a atar cabos. Partiendo de la más minúscula
pista puede empezar a trabajar con ese cerebro suyo. Cuando todo aquello que es
imposible ha sido eliminado, lo que quede, por muy improbable que parezca, es
la verdad. Ese es su lema. No le habrás dicho nada más, ¿no?
—No, te lo aseguro. No soy tonta,
Jim. Sé quién es. Bueno… No le conozco como tú, pero sé que es peligroso para
nosotros.
—… De acuerdo. Vámonos a casa.
Ahí terminó su encuentro con
Sherlock Holmes. Siempre había sentido admiración por ese hombre, y a la vez
también miedo, porque durante años Jim le dijo que era un peligro para ella. De
todas formas, haberle conocido en persona la había hecho feliz.
— ¿Eli? —la voz de Erik acompañada
de unos toques en la puerta hacen que vuelva de sus ensoñaciones.
—Pasa —dice Eli incorporándose en
la cama. Erik asoma la cabeza un poco. Se le queda mirando en silencio,
preocupado. Aunque Eli seguía durmiendo con él, su subconsciente no descansaba,
permanecía en vela toda la noche, impidiéndole que tuviera horas normales de
sueño, y eso se hacía presente en su estado físico, estando pálida, apagada
aunque siempre con una sonrisa para no preocupar demasiado a Erik, y con los
ojos hinchados y rojos. Las pesadillas no la dejaban en paz—. ¿Qué quieres?
—Voy… Voy a preparar la cena.
¿Quieres algo en especial?
—No quiero cenar. Gracias
No podía dormir, pero tampoco
podía comer. El apetito había desaparecido. De vez en cuando picaba algo para
no desfallecer en los ensayos de baile pero nada exagerado. No le entraba nada,
porque todo le sabía mal.
—Elisabeth… —el tono de su voz es
suplicante pero severo—. Tienes que comer algo.
— ¡Que no quiero! —se levanta de
la cama y va al armario a coger las puntas—. No quiero y no puedo, Erik.
El mago suspira y se cruza de brazos,
agachando la cabeza; había vuelto a levantarle la voz. Estaba irritada, cansada
y malhumorada, y como en esa casa no había nadie más, la pagaba con Erik, la
persona que menos se lo merecía. Siempre se preocupaba por ella, por que
estuviera bien, y Eli se lo agradecía con malas caras. No podía controlar sus
cambios anímicos. Estando tan tensa como estaba ahora, no podía comportarse de
otra manera, no podía comportarse con él como a ella le gustaría, como ella
deseaba.
Eli lo mira una vez más antes de
salir de su cuarto.
—Voy a practicar… —dice en un
susurro cuando pasa a su lado.
Ya en el salón, se pone las
puntas y se mentaliza antes de calentar. No tenía la presión de la prueba, pero
quedaban exámenes y las clases, y tenía que seguir concentrada y preparada.
Pone en la mini cadena música de fondo ligera para practicar. En una de las
paredes del salón había instalado una barra horizontal para poder sujetarse y
así hacer bien los ejercicios. Una vez acabado el calentamiento, empieza a
hacer pasos más largos, elegantes y sincronizados, y a dar vueltas por el
salón, que previamente había despejado. En su cabeza rondaban miles de cosas y
le costaba centrarse en la melodía que escuchaba y seguirla al pie de la letra:
el detective, lo mal que se estaba portando con Erik, el asesinato de Crowe,
los resultados aún desconocidos de la prueba, la pesadilla con su madre, el
temor de que Jim le encargara más trabajos y fuera incapaz de hacerlo, o que
los hiciera y se volviera loca… Eran demasiadas preocupaciones, demasiados
remordimientos, demasiada presión, una presión que la empujaba hacia abajo que
no dejaba que siguiera adelante con su vida. <<Mi existencia es un signo de interrogación, es un caos. ¿Qué
voy a hacer?>>.
Pierde el equilibrio, fallándole
el tobillo izquierdo y cayendo de bruces en el suelo. Un grito de dolor por el
impacto contra el suelo resuena por la casa, y un escalofrío le recorre todo el
cuerpo.
— ¿Eli? —desde la cocina Erik
había oído el estrepitoso ruido. Eli reacciona al oír su voz y como puede, se
pone de pie cogiéndose en la barra de la pared. Intenta no apoyar el pie
izquierdo, pero sin querer lo hace y vuelve a gritar—. ¡¿Elisabeth?!
Camina con dificultad, casi a la
pata coja, y sale del salón adentrándose en el baño y cerrando con pestillo la
puerta antes de que Erik pudiera impedirlo.
— ¡Eli! —el mago intenta abrir la
puerta y da golpes en ella—. Abre la puerta. ¿Qué ha pasado?
Era incapaz de contestarle.
Empapada en lágrimas, se mira con miedo el tobillo; una lesión. Intenta
respirar tranquila, relajada, pero no puede. Se busca entre los bolsillos del
pantalón el bote con las pastillas y se alcanza como meramente puede un vaso de
agua del lavabo, llevándose a la boca la medicación.
—Eli, abre o echo la puerta abajo
—al otro lado de la puerta Erik seguía insistiendo en verla.
— ¡Déjame! No es nada, sólo me he
caído. ¡Quiero estar sola!
Sabe que Erik no se traga sus
palabras porque hablaba con la voz entrecortada y sollozando, además de que al
acabar la frase suelta un pequeño grito al notar un pinchazo en el tobillo, que
no paraba de palpitarle. Apoya la cabeza en la pared y cierra los ojos,
preocupada.
Pasó un rato sin oír a Erik, el
rato que las pastillas le hacían efecto y la dejaron adormilada. Por lo menos
ahora no había riesgo de que perdiera los nervios. Cuando volvió en sí, ve que
Erik abre la puerta con su magia, y al otro lado de la puerta también está Jim.
Erik lo había llamado.
— ¿Qué ha pasado? —Jim se agacha
a su lado. Sin tocarla, porque se lo pide Eli negando con la cabeza, mira de
cerca el tobillo—. Hay que llevarte al hospital.
Eli sigue llorando y suplicando
que la dejen, pero ninguno le hace caso y ella sigue un poco adormilada por las
pastillas, incapaz de poner resistencia. La cogen en brazos y la llevan al
coche que había traído a Jim. Los médicos le dicen que no era una torcedura muy
grave, pero que Eli tendría que estar por lo menos un mes sin poder bailar y
sin andar. Eso la asustaba aún más, porque si no podía bailar, no sabría cómo
mantener su mente ocupada y las pesadillas acabarían absorbiéndola y
volviéndola paranoica.
Por suerte ahí estaba Erik, que
seguía sin apartarse de su lado, animándola, jugando con ella, viendo
películas, o simplemente fingiendo que discutían y se enfurecían el uno con la
otra para luego estallar en carcajadas sin sentido. Hacía que más o menos, la
mayor parte del día, se olvidara de todo.
<<Es mi salvador>>.
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