martes, 13 de agosto de 2013

He's my savior (Eli, 8)

La prueba ya había pasado. Por fin un peso menos que tenía encima, aunque seguía inquieta y nerviosa, siempre con las pastillas a mano por si pasaba lo peor. No superaba el asesinato de Dean Crowe, y eso junto a la horrible pesadilla con su madre le aprisionaban el corazón. Pero ahora había algo que de alguna manera, aunque era peligroso y no pensaba volver a ponerse en peligro, le levantaba el ánimo: Sherlock Holmes. Había conocido al detective asesor.

Fue después de la prueba de baile para El lago de los cisnes. Estaba hablando con unas amigas a la salido cuando oyó detrás suya que alguien se aclaraba la voz. Se dio la vuelta y lo vio: un hombre joven, de treinta y pocos, alto, imponente, con unos ojos azules hipnotizantes, preciosos, con el pelo negro como el carbón y rizado, alborotado pero manteniendo cierto orden en el caos. Había oído que tenía la apariencia de alguien serio y firme, pero en ese momento lo notaba desconcertado, más bien nervioso. Eli intentó disimular su asombro al verlo.

—H-hola. Soy Sherlock Holmes —dijo extendiéndole la mano.

Eli esbozó una diminuta sonrisa que no duró más de una milésima de segundo.

—Hola… Sí, le… le conozco. El detective asesor.

—Sí —Sherlock sonrió con esa sonrisa falsa de la que tanto había oído hablar. La utilizaba para acercarse a la gente, para sonsacarle cosas. Puro interés. <<Es una fachada>>, pensó—. Lo has hecho muy bien ahí arriba. ¿Llevas mucho bailando?

Eli podía sentir su mirada penetrante. Sabía que él notaba que estaba nerviosa.

—Varios años… Por mi madre. También era bailarina —dijo seca. Eli vio que Sherlock, al nombrar a su madre, tenía un pequeño tic en el ojo derecho. ¿Quizá el detective de alguna forma sospechaba quién podía ser ella?—. ¿Qué hace usted aquí?

—Me… Me aburría en casa. Mi casera me comentó que hacían pruebas de ballet, y cuando mencionó a Tchaikovsky no pude resistirme —sonrió, más relajado.

Para ella, ese hombre era peligroso. Ya se lo dijo Jim. Pero sentía demasiada curiosidad como para dejar escapar la ocasión.

—Entonces le gusta el ballet, ¿no, señor Holmes?

—Sí. Y por favor, háblame de tú.

<<No, gracias…>>, pensó. Cuanto menos se acercara a él, mejor. Aun así el sentimiento de admiración hacia ese hombre no mermaba.

—Bueno —prosiguió el detective—, no quiero entretenerte más. Será mejor que me vaya. Espero que tengas mucha suerte. Has estado espléndida. Hace muchos años… —Eli notó que Sherlock, aunque la miraba fijamente, se sumergía en sus recuerdos sin perder el contacto visual— fui a un ballet, el único al que he ido hasta ahora, y créeme cuando te digo que tú bien podrías estar entre profesionales pronto —hace un gesto con la mano a modo de despedida—. Hasta pronto.

<<Mamá… Vio a mamá>>. Cuando el detective ya se había alejado unos escasos metros, corrió un poco hacia él.

— ¡Espera! —Sherlock se dio la vuelta y frunció los labios al volver a mirarla a los ojos—. Gracias.

—No… No hay de qué —a Eli le dio un escalofrío al volver a notar sus penetrantes ojos mirándola. Sherlock soltó una risita—. Perdona la indiscreción. No sé si lo que voy a decirte es muy impertinente por mi parte o inapropiado —volvió a reír—. Tienes unos ojos preciosos —sonrió de medio lado e hizo una pequeña pausa—. Tu madre debe tenerlos igual.

Hablaba en presente de ella, así que no sabía nada.

—Mi madre los tenía marrones —contestó Eli firme.

Sherlock no pudo ocultar su sorpresa.

—Oh… Interesante.

—Vaya, vaya, vaya —Jim se acercó por detrás de Eli y posó una mano en su hombro apretando levemente. Eli vio un cambio brusco en el rostro de Sherlock—. ¿Quién tenemos aquí? A una prometedora bailarina y a un aburrido detectivucho asesor. ¿No te enseñaron que no está bien meter las narices donde no te llaman?

<<Menos mal que has venido —pensó Eli—. Creo que me he podido ir un poco de la lengua…>>.

—James Moriarty. Sólo le estaba felicitando por su trabajo en el escenario —contestó Sherlock, mirándole muy serio.

—Ya, claro. Será mejor que te vayas y dejes de molestarla.

Sherlock entrecerró los ojos. Intentaba deducir qué tipo de relación tenía con ella, pero no lograba entenderlo. Una cría como ella y un criminal asesor era una combinación bastante extraña.

—Por supuesto —dijo con media sonrisa falsa. Se olvidó de Jim después dedicarle otra mirada fría y se centró en Elisabeth, sonriéndole sinceramente.

—A-adiós —pudo titubear ella.

—Hasta nunca —añadió tajante Jim.

Sherlock se dio la vuelta y se alejó, ondeando al viento su largo y oscuro abrigo. Cuando ya estaban del todo a solas en el callejón, Jim le dio la vuelta a Eli cogiéndola por los hombros.

—Dime qué te ha dicho, porque no me creo nada de lo que salga de su miserable boca.

Elisabeth tragó saliva antes de hablar, intentando parecer segura y decidida.

—Pues te ha dicho la verdad. Se me ha acercado un momento para decirme que lo he hecho muy bien y que podría estar pronto entre profesionales, y que seguro que me dan el papel.

— ¿Algo más? —Jim sabía que le ocultaba algo, lo más importante de la conversación.

<<No puedo decirle lo de mamá>>.

—Bueno… Ha mostrado interés en mis ojos…

Jim chasqueó la lengua.

—Joder, Elisabeth. Hasta eso para Sherlock es suficiente para ponerse a atar cabos. Partiendo de la más minúscula pista puede empezar a trabajar con ese cerebro suyo. Cuando todo aquello que es imposible ha sido eliminado, lo que quede, por muy improbable que parezca, es la verdad. Ese es su lema. No le habrás dicho nada más, ¿no?

—No, te lo aseguro. No soy tonta, Jim. Sé quién es. Bueno… No le conozco como tú, pero sé que es peligroso para nosotros.

—… De acuerdo. Vámonos a casa.

Ahí terminó su encuentro con Sherlock Holmes. Siempre había sentido admiración por ese hombre, y a la vez también miedo, porque durante años Jim le dijo que era un peligro para ella. De todas formas, haberle conocido en persona la había hecho feliz.



— ¿Eli? —la voz de Erik acompañada de unos toques en la puerta hacen que vuelva de sus ensoñaciones.

—Pasa —dice Eli incorporándose en la cama. Erik asoma la cabeza un poco. Se le queda mirando en silencio, preocupado. Aunque Eli seguía durmiendo con él, su subconsciente no descansaba, permanecía en vela toda la noche, impidiéndole que tuviera horas normales de sueño, y eso se hacía presente en su estado físico, estando pálida, apagada aunque siempre con una sonrisa para no preocupar demasiado a Erik, y con los ojos hinchados y rojos. Las pesadillas no la dejaban en paz—. ¿Qué quieres?

—Voy… Voy a preparar la cena. ¿Quieres algo en especial?

—No quiero cenar. Gracias

No podía dormir, pero tampoco podía comer. El apetito había desaparecido. De vez en cuando picaba algo para no desfallecer en los ensayos de baile pero nada exagerado. No le entraba nada, porque todo le sabía mal.

—Elisabeth… —el tono de su voz es suplicante pero severo—. Tienes que comer algo.

— ¡Que no quiero! —se levanta de la cama y va al armario a coger las puntas—. No quiero y no puedo, Erik.

El mago suspira y se cruza de brazos, agachando la cabeza; había vuelto a levantarle la voz. Estaba irritada, cansada y malhumorada, y como en esa casa no había nadie más, la pagaba con Erik, la persona que menos se lo merecía. Siempre se preocupaba por ella, por que estuviera bien, y Eli se lo agradecía con malas caras. No podía controlar sus cambios anímicos. Estando tan tensa como estaba ahora, no podía comportarse de otra manera, no podía comportarse con él como a ella le gustaría, como ella deseaba.

Eli lo mira una vez más antes de salir de su cuarto.

—Voy a practicar… —dice en un susurro cuando pasa a su lado.

Ya en el salón, se pone las puntas y se mentaliza antes de calentar. No tenía la presión de la prueba, pero quedaban exámenes y las clases, y tenía que seguir concentrada y preparada. Pone en la mini cadena música de fondo ligera para practicar. En una de las paredes del salón había instalado una barra horizontal para poder sujetarse y así hacer bien los ejercicios. Una vez acabado el calentamiento, empieza a hacer pasos más largos, elegantes y sincronizados, y a dar vueltas por el salón, que previamente había despejado. En su cabeza rondaban miles de cosas y le costaba centrarse en la melodía que escuchaba y seguirla al pie de la letra: el detective, lo mal que se estaba portando con Erik, el asesinato de Crowe, los resultados aún desconocidos de la prueba, la pesadilla con su madre, el temor de que Jim le encargara más trabajos y fuera incapaz de hacerlo, o que los hiciera y se volviera loca… Eran demasiadas preocupaciones, demasiados remordimientos, demasiada presión, una presión que la empujaba hacia abajo que no dejaba que siguiera adelante con su vida. <<Mi existencia es un signo de interrogación, es un caos. ¿Qué voy a hacer?>>.

Pierde el equilibrio, fallándole el tobillo izquierdo y cayendo de bruces en el suelo. Un grito de dolor por el impacto contra el suelo resuena por la casa, y un escalofrío le recorre todo el cuerpo.

— ¿Eli? —desde la cocina Erik había oído el estrepitoso ruido. Eli reacciona al oír su voz y como puede, se pone de pie cogiéndose en la barra de la pared. Intenta no apoyar el pie izquierdo, pero sin querer lo hace y vuelve a gritar—. ¡¿Elisabeth?!

Camina con dificultad, casi a la pata coja, y sale del salón adentrándose en el baño y cerrando con pestillo la puerta antes de que Erik pudiera impedirlo.

— ¡Eli! —el mago intenta abrir la puerta y da golpes en ella—. Abre la puerta. ¿Qué ha pasado?
Era incapaz de contestarle. Empapada en lágrimas, se mira con miedo el tobillo; una lesión. Intenta respirar tranquila, relajada, pero no puede. Se busca entre los bolsillos del pantalón el bote con las pastillas y se alcanza como meramente puede un vaso de agua del lavabo, llevándose a la boca la medicación.

—Eli, abre o echo la puerta abajo —al otro lado de la puerta Erik seguía insistiendo en verla.

— ¡Déjame! No es nada, sólo me he caído. ¡Quiero estar sola!

Sabe que Erik no se traga sus palabras porque hablaba con la voz entrecortada y sollozando, además de que al acabar la frase suelta un pequeño grito al notar un pinchazo en el tobillo, que no paraba de palpitarle. Apoya la cabeza en la pared y cierra los ojos, preocupada.

Pasó un rato sin oír a Erik, el rato que las pastillas le hacían efecto y la dejaron adormilada. Por lo menos ahora no había riesgo de que perdiera los nervios. Cuando volvió en sí, ve que Erik abre la puerta con su magia, y al otro lado de la puerta también está Jim. Erik lo había llamado.

— ¿Qué ha pasado? —Jim se agacha a su lado. Sin tocarla, porque se lo pide Eli negando con la cabeza, mira de cerca el tobillo—. Hay que llevarte al hospital.

Eli sigue llorando y suplicando que la dejen, pero ninguno le hace caso y ella sigue un poco adormilada por las pastillas, incapaz de poner resistencia. La cogen en brazos y la llevan al coche que había traído a Jim. Los médicos le dicen que no era una torcedura muy grave, pero que Eli tendría que estar por lo menos un mes sin poder bailar y sin andar. Eso la asustaba aún más, porque si no podía bailar, no sabría cómo mantener su mente ocupada y las pesadillas acabarían absorbiéndola y volviéndola paranoica.

Por suerte ahí estaba Erik, que seguía sin apartarse de su lado, animándola, jugando con ella, viendo películas, o simplemente fingiendo que discutían y se enfurecían el uno con la otra para luego estallar en carcajadas sin sentido. Hacía que más o menos, la mayor parte del día, se olvidara de todo. <<Es mi salvador>>.

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