—Jefe, ¿qué tal está Eli? —pregunta
nada más coger el teléfono. Se veía obligado a hacerlo; seguro que a Jim ‘’le
gustaba’’ que mostrara algo de interés por ella, sabiendo que al francotirador
no le caía especialmente bien su protegida. La respuesta de Jim es seca: mejor—.
Estoy ultimando un trabajo. Volveré cuando termine.
Cuelga el teléfono nada más
acabar de decir eso. Decir adiós era inútil. ¿Era pareja? ¿No? ¿Sólo
compañeros, amantes? ¿Tenían algo más aparte o sólo la relación profesional con
algún desliz? La verdad, ya no eran
deslices. Eran deslices uno detrás de otro, sin parar… A Seb le gustaría
apostar que había algo más. El amor es algo con lo que a veces es mejor no
jugársela, y más si es con alguien como James Moriarty, que no atiende a sentimentalismos.
Sebastian le daba mucha importancia a su relación extra-profesional desde hacía
años, y quizá se estaba comiendo la cabeza pensando tanto, pero a él le
importaba, mucho.
Lo cierto es que últimamente Jim
estaba… más posesivo de lo normal. Se le echaba encima siempre que podía. A Seb
por supuesto que no le parecía mal, pero era raro. Estaba sucediendo desde la
noche en la que se fue de Londres a hacer un trabajo en Suecia y Jim se quedó
solo. Desde entonces estaba irreconocible, más bipolar y mucho más sexual.
Sacude la cabeza; estaba
trabajando, y ya tendría tiempo de pensar en eso más tarde. Termina de ponerse
el traje de repartidor de correos y la gorra, y se carga al hombro una caja.
Cierto empresario corrupto había jodido a Jim por un asunto de tráfico de armas
en el este de Europa, y tenía que responder por ello. Como siempre, el
cancerbero de Moriarty va a por una presa más.
Entra al edificio donde trabaja
el mandatario, un edificio muy amplio, con puertas y paredes de cristal y gente
trajeada yendo y viniendo.
—Perdone —se presenta con una
sonrisa a la joven de la mesa de recepción—, tengo que entregar esto. ¿El
despacho del señor Cormac?
La chica levanta la vista del
ordenador con una sonrisa que se tensa al fijarse en su cicatriz, algo a lo que
Seb ya está acostumbrado y no se toma a mal, pero ella enseguida rectifica su
gesto con naturalidad y educación.
—Si es un paquete puede dejarlo
aquí, en recepción. Avisaremos al señor Cormac y uno de nuestros empleados se
lo subirá.
—Ya… Verá, el caso es… —se rasca
la nuca— que mi jefe me ha dicho que debo entregarlo en persona, y ya lo habló
él con el señor Cormac.
La recepcionista titubea un poco.
—No se nos ha informado…
Sebastian se inclina en la mesa y
apoya los codos, acercándose un poco a la chica para susurrarle, con una
sonrisa pícara en los labios.
— ¿Pero usted no querrá causarme
problemas, verdad?
El encanto de Sebastian hace que
ella se sonroja levemente y se eche un poco para atrás en el asiento para que
corra el aire y evitar así que se le eche más encima.
—N-no, supongo que no… Puede
pasar. Tome el ascensor hasta el piso veintitrés. Nada más salir de él verá
delante suyo un cartel que le indica las diferentes oficinas y despachos.
Busque la del señor Cormac.
Seb le guiña un ojo.
—Muchísimas gracias.
Siguiendo las indicaciones, llega
al piso veintitrés. Suspira aliviado cuando avanza por el pasillo y ve que el
inmueble cristalino ha dejado paso a la madera y que podrá entrar y salir del
despacho sin ningún problema. Cuando por fin da con el de Cormac, las persianas
están echadas, lo que agradece aún más; silencioso e invisible, todo redondo.
Llama a la puerta y espera a que le dé permiso para entrar.
—Buenos días, señor. Traigo un
paquete para usted.
Dylan Cormac era un hombre
corpulento, de mediana edad con un desagradecido mal envejecimiento, y con una
mirada fría y dura. Alza la vista de los papeles para mirarle con desprecio.
—Cualquier entrega se hace en
recepción —contesta secamente.
—Ya lo sé, pero esto es una
entrega especial —se arregla la gorra y sonríe ampliamente—, del señor
Moriarty.
A Cormac se le corta la
respiración, pero su mirada sigue imperturbable y brusca, aunque Seb sabía que
estaría rezando cual cobarde en sus últimos momentos y suplicando al cielo.
Hace una ‘’o’’ con la boca para intentar decir algo en el momento, pero lo
único que hace es enseñar sus perfectos dientes blancos.
—Pagaré —termina diciendo, quitándose
esa armadura señorial— Lo juro. Díselo. ¡Pagaré!
Seb chasquea la lengua mientras
se saca de la cintura una pistola con silenciador disimuladamente. No podía
dejar que Cormac la viera y se pusiera a gritar.
—Es demasiado tarde, amigo.
Justo cuando el empresario va a
abrir de nuevo la boca, Seb hace un movimiento rápido con el brazo y dispara,
asestándole un agujero limpio en la cabeza que mancha de sangre la pared de
detrás. La pared se queda manchada con diminutos puntitos rojos rodeando un
punto más grande que se derrite y estira hacia abajo, y el cuerpo ya muerto cae
hacia delante y se apoya en la mesa, manchando los papeles y tirando algunos al
suelo por el peso. Sebastian sale lo más rápido de allí intentando no levantar
sospechas. Coge el ascensor y, cuando está en la entrada, saluda a la
recepcionista y se despide de ella.
Al llegar a casa, se topa de
nuevo con la extraña mirada de Jim, que sólo dura un segundo. A veces estaba
seco y cortante, y le lanzaba esas perturbantes miradas que ahora le
incomodaban tanto. Otras veces Jim se abalanzaba sobre él y se le enredaba al
cuerpo, tocando cada una de las partes de su cuerpo, cada cicatriz, y apretaba
las uñas, como si se le fuera a escapar de los dedos o a desvanecerse. Al
minuto ya estaban subiendo las escaleras en dirección a la cama, o revolcándose
por las paredes hasta llegar al sofá del salón. Otras no podían siquiera
esperar y Seb lo tumbaba instintiva y salvajemente en el suelo.
—Dylan Cormac ha pasado a mejor
vida —dice tirándose en uno de los sofás del despacho y sacándose del bolsillo
de detrás del pantalón la pitillera.
—Ajá —contesta Jim distraído,
mirando a cualquier parte menos a Sebastian, aunque tirándole con certeza un
mechero.
<<Un día ni me mira, y al otro no deja de hacerlo>>.
También se daban ocasiones en las que estaba unos minutos sin mirarle y en un
despiste lo hacía, y era como si hubiera estado ciego y no se hubiera percatado
de su presencia, porque al momento estaba ya encima de Seb. Lo tenía muy
confuso y le gustaría hablar de ello, pero con Jim eso no podía hacerse. Lo que
tuviera que ser, sería cuando Jim quisiera que fuera.
Hace otro intento de entablar una
conversación.
— ¿Buenas nuevas de Eli?
—Recuperándose.
<<Bah. Pues vale. Si va a estar en ese plan otra vez…>>.
No quiere jueguecitos ahora. Vale que necesitaba una paciencia a prueba de
balas con Jim, y más ahora, pero a veces le exasperaba demasiado. Expulsa una
bola de humo y se levanta del sofá con un sonoro quejido de ‘’estoy molido. Me
voy al catre’’. Justo cuando está cruzando el umbral de la puerta, oye el
sonido de la butaca de Jim chirriar oscamente en la moqueta, pero no se gira.
De pronto, nota una mano en su pecho y otra en el trasero, siendo rodeado, y se
detiene, tragándose el humo del cigarrillo y tosiendo.
— ¿Quién te ha dado permiso para
irte? —le susurra Jim en el oído con dureza.
El criminal asesor aprieta los
dedos de ambas manos Seb aprieta los dientes y suelta un gemido. Se deshace del
agarre con brusquedad y le planta cara. Le coge con fuerza de la cara mientras
con la otra, con más delicadeza, le estira la corbata para deshacer el nudo.
Jim sonríe macabramente y se lanza a sus labios.
<<Y vuelta a empezar>>.
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