Llevar ya dos semanas con el pie
inmóvil y vendado le hacía sentir muy impotente. ¿Cómo iba entonces a controlar
sus miedos, a alejarlos de ella, si no podía bailar, volar lejos de ellos? Erik
era lo único que le proporcionaba evasión. Era la luz que la guiaba en la
oscuridad del túnel. Aunque ahora no tenía muchas ganas de hablar con él.
—No me digas que te has enfadado…
—dice Erik cuando por fin da con ella en el salón.
Hace un rato, estaban en la
cocina, teniendo una conversación como otra cualquiera, cuando de repente Erik
se puso tenso y rígido. Eli notó que las vibraciones de su cuerpo se
intensificaban, como el sentido arácnido de Peter Parker avisándole de algún
peligro. Más rápido que un parpadeo, Erik se desvaneció, dejándola sola y con
la palabra en la boca, algo que la frustró mucho. Podía haberle dicho ‘’Tengo
algo que hacer’’ o ‘’Vuelvo enseguida’’. ¡No le habría costado nada! Se dirigió
al salón y esperó malhumorada a que el mago volviera a aparecer. Cuando oye su
voz no contesta, y deja que él vaya en su búsqueda y la encuentre con el ceño
fruncido y los brazos cruzados.
—Podías haber dicho aunque fuera
adiós.
—Lo siento, no he podido
evitarlo. He tenido una sensación… extraña, y tenía que acudir a mi mundo un
momento… Aunque sólo ha sido un pálpito.
Eli alza las cejas, escéptica.
—Ah, que encima no ha sido nada.
Pues mira qué gracia.
Puede que se estuviera pasando,
dándole más importancia de la que tenía, pero Erik no se había separado de ella
desde hacía días, semanas, y se sentía desprotegida, como si un gran peligro
pudiera tirarse sobre ella en cualquier momento si él no estaba a su lado,
protegiéndola, dándole su calor.
—Ya te he pedido perdón.
—No quiero tu perdón. Me has
dejado sola… —Eli mira para otro lado, dando por zanjada la conversación. Erik
hace un amago de explicarse, pero es inútil y desiste, yéndose a su
habitación.
No le gustaba hablarle así a Erik,
pero ahora no podía estar sin él. Sentía que una dependencia que crecía y
crecía dentro de ella se estaba convirtiendo en un mal hábito, una droga, si
cada vez que se alejaba de ella se iba a enfadar con él. <<La dependencia es una debilidad… —recuerda que le decía siempre Jim— Pero no puedo evitarlo>>.
Erik vuelve al salón pasadas unas
horas.
— ¿Puedes andar?
— ¿Por qué? —no tenía ganas de
hablar, pero sentía una punzada en su corazón porque creía que lo correcto era
disculparse por portarse como una niña caprichosa y controladora.
—Me gustaría que vieras algo, y
tendrás que andar. El viaje a mi mundo me ha dejado con la batería al mínimo.
Eli resopla con pocas ganas, pero
acaba levantándose y haciéndole caso. Puede que la mejor disculpa fuera no
ponerle más malas caras. Erik no se las merecía. Caminan largo rato, él
ayudándola y dejando que se aferrara a su brazo en silencio. Sin darse cuenta
llegan a la Royal Opera House.
— ¿Qué hacemos aquí? —pregunta
Eli mirando la fachada del gran edificio.
—Cógeme de la mano.
La curiosidad le puede y sonríe.
Le coge de la mano, pero Erik no se teletransporta al momento: espera y deja
que Eli entrelace sus dedos con los suyos. Ella se estremece un poco. El
trayecto mágico es corto, y Elisabeth observa sorprendida dónde han ido a
parar: un palco del teatro que estaba vacío. Lo que había ahora en el escenario
era un ensayo, no un espectáculo abierto al público. Los únicos que asisten son
los directores y algunos invitados de estos y familiares antes de la apertura. Erik
ha estado preparando todo esto cuando volvió a casa y la dejó leyendo en el
salón. Se estaba representando Petrushka,
un ballet de Igor Stravinsky.
—Sé que no es El lago de los cisnes, pero quería compensarte
por lo de antes—comenta Erik en voz baja. <<Idiota
—se dice Eli—. Tú no has hecho nada. Soy
yo la que debe disculparse por ser tan tiquismiquis>>—. Este ballet…
bueno, es para niños. Es muy fantástico y lleno de magia —Eli lo mira
sorprendida, preguntándose cómo podía saber eso—. Me he documentado —responde
el mago guiñándole el ojo.
La música inunda todo el
auditorio. Eli se siente abrumada.
—No tienes que disculparte,
¿vale? Lo… Lo siento. Me lo he tomado demasiado a pecho. Y esto… Es
maravilloso. Muchas gracias.
Ni siquiera estaba mirando el
escenario, o prestándole atención a la música de acordes yuxtapuestos del
compositor ruso. Estaba delante de Erik, mirándole a los ojos y temblando. Ahora
cuando lo tenía tan cerca, aunque se sentía segura y feliz, también le invadía
un sentimiento de miedo e inseguridad. Son efectos que causan el amor, piensa.
Los ojos del mago estaban clavados en los suyos, y Eli cada vez tenía más calor
por los nervios y la sensación de tenerlo a escasos centímetros de ella.
—Hay algo que llevo un tiempo
queriendo decirte, Eli.
Siente que todo en su interior le
da un vuelco, y su corazón palpita con más intensidad y más rápido, como si se
le fuera a salir de un momento a otro del pecho. Esboza una sonrisa nerviosa.
—Cuando Jim… Quiero decir,
Moriarty… Cuando me contrató, una de sus condiciones fue que ni se me ocurriera
tocarte un solo pelo, que no me acercara a ti. En su momento no lo comprendí
muy bien, por qué esa sobreprotección por alguien de su equipo, pero cuando me
dijiste que era tu padre, lo entendí —sonríe relajado, todo lo contrario a Eli,
que estaba nerviosísima. Él le frota los brazos con ambas manos para que no
estuviera tan tensa, pero lo único que consigue es que Elisabeth se ponga más
nerviosa—. Lo que… intento decirte es que he intentado no acercarme demasiado a
ti, lo justo para que confiemos el uno en el otro y nos llevemos bien… pero me
ha costado reprimir lo que siento y me he pasado de los límites que me impuse
más de una vez sin darme cuenta. Si Jim se enteraba de… de…
Eli respiraba por la boca
entrecortadamente, haciendo que la tuviera seca. No podía creer lo que estaba
oyendo. Se humedece los labios y luego traga saliva, reuniendo valor.
— ¿Y… si yo quiero que pase?
Erik frunce el ceño.
—Entonces… ¿Qué quieres que haga?
—Bésame —susurra ella.
La función estaba terminando, y el
escaso público se levanta para elogiar con aplausos al director de la orquesta
y a los bailarines, aplausos que parecía que estaban dirigidos a ellos dos.
Justo en ese momento, en medio de los resonantes y sonoros aplausos, Erik se
acerca a Eli, acariciándole el pelo, llevando una mano a su nuca y terminando
el pequeño recorrido en un beso.
Con los primeros rayos de la
mañana, Eli se despierta al lado del mago. Sonríe. Él estaba boca abajo,
dándole la espalda. Empieza a pasar muy suavemente el dedo por ella, notando el
calor que desprendía su cuerpo, y cierra los ojos aún con la sonrisa permanente
en los labios.
Todo lo que a ella le parecía
felicidad y magia, para Jim sería el horror. Pero no le dirían nada. Actuarían
delante de él, como ella llevaba haciendo desde que se dio cuenta de que sentía
algo por Erik y como ya estaban haciendo ambos desde hacía unas semanas, unas
semanas maravillosas. Eli no podía permitir que Jim le quitara lo que ahora le
daba seguridad y protección. Es verdad que por un lado le daba miedo
ocultárselo a su padre, por el mero hecho de engañarle y por cómo reaccionaría cuando
se enterara. <<Nos mataría>>,
piensa. Por otro lado, era demasiado feliz con Erik como para sólo centrarse en
las cosas malas. Era imposible no disfrutarlo.
Erik se despierta, dándose la
vuelta muy despacio mientras bosteza. Mira a Elisabeth, aún con los ojos
entrecerrados y sonríe, dándole los buenos días con un gracioso y ronco
gruñido. Eli se ríe.
—Buenos días a ti también.
Erik le aparta con delicadeza
unos mechones de la cara y amplía su sonrisa, acercándose y depositando un
suave beso en su frente. Sus ojos brillan a la luz del Sol de manera
resplandeciente.
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