Ver un cadáver custodiado por la
estatua de Peter Pan sin ninguna consistencia, un charco de pulpa pringosa de
carne, huesos y cartílagos desparramados por el cemento y bañados en sangre no
era una bonita forma de empezar el día, no para John, Lestrade y las mentes más
sensibles. Sherlock observaba sin ni un ápice de repulsión y asco en su mirada,
aunque no podía negarse que era una escena macabra. <<Quien haya hecho esto es un destripador sin alma>>.
Se agacha y lo examina un poco
mejor, pero con el cadáver tan sucio y lleno de sangre era difícil ver pruebas.
Sólo podía sacar en claro que había sido un asesinato brutal, con lo más seguro
un fuerte forcejeo antes del sangriento acto final.
—Que lo lleven a la morgue del
Barts —ordena incorporándose—. Ni se os ocurra tocarlo indebidamente ni ensuciarlo.
Que Molly se encargue de tenérmelo listo lo antes posible.
Los forenses obedecen con
rapidez, intentando ser lo más cuidadosos posibles, ya que Sherlock los miraba
ferozmente, exigiendo que sus órdenes fueran catadas estricta y
profesionalmente. Consiguen dejar únicamente en el pavimento un charco seco de
sangre, sin ningún resto de tejido, cabello o hueso.
— ¿Alguna idea de quién era?
—pregunta el detective a Lestrade.
—No —contesta abatido el
inspector—. La cara está totalmente desfigurada e irreconocible, ya lo has
visto. No sabremos quién es hasta que se analice su ADN. Con un poco de suerte
entre tanta extremidad cortada y miembros descompuestos, podrás encontrar
también ADN del asesino.
John estaba supervisando el
trabajo de los forenses.
— ¿Adónde vamos ahora? —le
pregunta a Sherlock cuando se acerca a él y al inspector.
—Al Barts. Estaremos en el
laboratorio esperando a que Molly vaya a por nosotros. Te tendré informado
—dice dirigiéndose a Lestrade. Se aleja junto al doctor y cogen un taxi en
dirección al hospital.
La ambulancia con el cadáver
tardaría unos minutos en llegar al hospital, y Sherlock y John ya habían
llegado a su destino. Para no estar un buen rato sin hacer nada y esperando
aburrido, el detective había cogido una muestra de la víctima mortal para
analizarla. Así no perdería el tiempo.
Se pone manos a la obra con el
microscopio y el ordenador de análisis mientras John ronda por el laboratorio.
En ese sitio habían pasado mucho tiempo juntos. Allí fue donde se vieron por
primera vez, donde conocieron a Jim Moriarty, y donde se vieron por última vez,
sin contar la azotea.
Sherlock teclea unas cuantas
veces en el portátil y se pasa la mano por la cara, cansado. Ahora sólo había
que esperar a que los resultados se dieran a conocer y a que Molly irrumpiera
en la habitación. Mira a John, que canturreaba y seguía mirando cosas.
—Gracias por hacerme caso.
John gira la cabeza y le mira
interrogativo.
—Por no mostrarte afectuoso en
público. Lo que hablamos.
—Ah, eso… Lo sé. Con una
reprimenda me es más que suficiente —dice un poco molesto pero también sumiso.
—Una reprimenda que era
necesaria. Fuiste muy poco inteligente —John hincha los carrillos, enfadado, y
Sherlock se ríe, aunque enseguida se pone serio—. Ya me comprendes.
Unas semanas antes, después de
que Sherlock se declarara, el detective fue muy claro con las condiciones que
acarreaba el estar juntos. Su deber desde que tuvo constancia de sus
sentimientos era proteger a John, costara lo que costara, y sabía que ahora al
estar de verdad juntos iba a ser muy difícil.
—Sherlock, tranquilo —le dijo
John—. Todo va a salir bien…
—No. Bien saldrá si conseguimos
que esto funcione—replicó cortante—. No puedes decirle a nadie lo nuestro, y no
puedes mostrarte afectuoso en público. La ciudad tiene ojos, y sabes lo que
quiero decir, ¿no?
—Pues que sepas que no eres el
único aquí con una misión, Sherlock, la misma que la tuya, y si tengo que
ponerme en peligro por ti otra vez, lo haré.
Sherlock recordó el día en la
piscina, su primer encuentro con James Moriarty, y cómo John, repleto de bombas
y con una mirilla roja de rifle apuntando a su corazón, saltó a agarrar al
criminal para que él tuviera una oportunidad. En aquel momento Sherlock fue
pura adrenalina y podría haber hecho cualquier locura porque su amigo saliera
con vida de aquello. Pero ya no era sólo su amigo; era mucho más. Ahora cuando
se acordaba de ese amargo momento se le subía la bilis a la garganta. Se apartó
de John, que lo medio abrazaba para tranquilizarlo.
— ¡No! No dejaré que eso vuelva a
suceder. Yo puedo apañármelas solo. ¿Cuándo no lo he hecho? El problema era tú —sabía
que en el fondo mentía aunque su orgullo le impedía reconocer que más de una
vez John fue la diferencia entre el triunfo y el fracaso—. No soy un héroe.
Sólo alguien que intenta proteger lo que quiere.
John se quedó paralizado.
Sherlock pensó que sus palabras habían por fin hecho entrar al doctor y sonrió
satisfecho.
— ¿Lo que quieres?
El detective cayó en la cuenta, hizo
una mueca y borró la sonrisa de su cara. Había sido un impulso… emocional, no
se dio cuenta, y no era capaz de repetirlo. Todavía estaba empezando a lidiar
con el vocabulario propio de las emociones.
—No me hagas repetirlo.
John simplemente se quedó
boquiabierto, pero reaccionó y lo abrazó, aunque Sherlock no le correspondió.
— ¿Quieres que alguien se entere,
tenga que fingir mi muerte otra vez para que estés a salvo y que no vuelvas a
verme? Ahora no puedo hacer eso. Te aseguro que si vas por tu cuenta nada habrá
merecido la pena. Por favor… —enterró la cara en su hombro. John siseaba y le
decía que todo iría bien si estaban juntos. <<Es
inútil convencerlo>>, pensó.
Ambos compartían la misión de
protegerse mutuamente, y Sherlock tardó en comprender que si estaban unidos,
eran más fuertes, y lo aceptó, aunque siempre con sus condiciones dominando la
situación, y por supuesto sabiendo que él era el que con más cuidado iba a ir.
Le besó durante largo rato, intentando que fuera un momento eterno, obligando
al tiempo a paralizarse. Cuando se separó de sus labios, cerró los ojos manteniendo
sus frentes juntas. <<Si algo se
tuerce, tendré este recuerdo>>.
Pero John no pudo contenerse. Un
día volvió del trabajo y le dijo a Sherlock que había estado hablando con
Lestrade y que se lo dijo, pero que no pasaba nada porque eran amigos y no
diría nada. Sherlock se puso hecho una furia, alternando en su tono de voz la
furia y el sarcasmo. Estuvo a punto de gritarle lo equivocado que estaba
confiando en él, pero se controló.
—Te dije lo sumamente peligroso
que era, y aun así has hecho lo que te ha dado la gana —sin darse cuenta iba
elevando su voz y notaba que John se encogía, asustado—. ¿Cómo sabes que
mientras se lo decías no había alguien escuchando o algo parecido? ¡¿Eh?! ¿Se
lo has dicho a alguien más? —se recostó en el asiento y extendió los brazos a
ambos lados, expectante—. Ahora es el momento idóneo para decírmelo.
— ¡No! No se lo he dicho a nadie
más. Lo juro. No soy estúpido.
— ¡Sí que lo eres! ¡Te dije lo
que teníamos que hacer! ¡Eres estúpido!
—Lestrade es nuestro amigo, ¡mi
amigo! Estuvo apoyándome cuando tú te fuiste, ¡cuando nos dejaste!
— ¡TUVE QUE IRME! —gritó al mismo
tiempo que se levantaba rápida y secamente de la silla, haciendo que John se
asustara. Se acercó a él y pone imponente una mano en la mesa, delante suyo—.
Si tengo que mantenerte encerrado en esta casa, sabes que lo haré —dijo severo,
pero esperando que lo comprendiera, que se diera cuenta de su error—. Esto es
como la guerra, John. Un ataque enemigo puede sorprendernos en cualquier
momento. Yo soy el capitán y no voy a dejar que te adentres en zona enemiga. Te
quedas en la trinchera si no sabes apuntar —John le rehuyó la mirada y Sherlock
le obligó a mirarle—. ¿Pero es que no lo entiendes? No quiero que vuelvan a
envolverte con bombas como si fueras un regalo de Navidad ni que te apunten con
un arma. Y haré lo que esté en mi mano para ponerme delante de ti si se da el
caso.
Lo que Sherlock no entendía es
que John necesitaba exteriorizar su felicidad, pero el detective estaba
demasiado ciego pensando en su protección. El detective intentaba construir a
su alrededor una fortaleza a prueba de cualquier peligro, mientras que John
quería salir y hablar con la gente a la que apreciaba y que le apreciaba, la
gente en la que podía confiar, comunicarles su felicidad.
—Eres un insensible —contestó
John—. ¡Nada ha cambiado ni aunque me hayas dicho lo que sientes! Si tanto
amenazas con irte, ¡VETE!
Sherlock se incorporó y le miró
asombrado. Al final es John, airado, el que se marchó dando un portazo. Le hubiera
gustado gritarle que volvería a irse si eso significara que de nuevo John y
todos los demás estuviera a salvo, pero el doctor no le habría escuchado porque
enseguida retumbó un segundo portazo, el de la puerta de la calle.
Aunque seguía enfadado, no tardó
en ir a buscarlo. Cruzó el umbral de la puerta a toda prisa y miró a ambos lado
de la calle, buscándolo desesperado. Puede que tuviera razón, que estaba siendo
insensible, que John era diferente y tenía otras necesidades. <<Sólo quiero que esté bien…>>,
pensaba mientras andaba a paso ligero. Consigue dar con él a su izquierda,
desapareciendo en la esquina de la calle, y corrió hacia él. Sin llamarlo, sin
gritarle, sin pedirle que se detuviera, lo alcanzó, lo cogió por el brazo y le
dio la vuelta bruscamente hasta estar cara a cara con él y lo besó.
Cuando pudo reaccionar, John se
separó de él a toda prisa y agachó la cabeza. Luego miró a todos lados, nervioso.
—Estamos en plena calle…
—susurró.
—Lo sé.
Volvieron a toda prisa al piso.
John cerró tras él la puerta y Sherlock lo aprisionó en ella, poniendo ambas
manos en la puerta, cerrándole el paso.
—Por favor, por favor… Ten
cuidado.
Se acercó a él y volvió a besarlo,
esta vez con más fuerza. John respondió a su impulso y le empujó hacia las
escaleras para subir torpemente por ellas, llegar al salón y tirar a Sherlock
en el sofá, donde empezó a desvestirlo y a besarle.
Desde entonces el doctor había
cumplido su palabra de no decirle a nadie más lo suyo con Sherlock y de
mostrarse en público como siempre lo había hecho. Sólo era el compañero de piso
y amigo del detective asesor Sherlock Holmes a ojos de cualquiera. En la
intimidad quedaba todo lo demás.
Cuando John iba a darle la razón
a Sherlock sobre lo insensato que pudo ser, Molly irrumpe en el laboratorio.
Justo en ese momento, el escáner de sustancias del portátil de Sherlock avisa
que ha terminado, y que el ADN era de un tal Edward T. Foster. <<Era de la mafia de Dean Crowe.
Jackson Williams era su informador. Todo esto tiene que ver con el juego de
Moriarty…>>.
—Sherlock, el cadáver ya está
listo para que lo examines —dice tímidamente la dulce e inocente Molly—. Ha
sido difícil, pero creo que podrás encontrar algo. Siempre lo haces —sonríe.
Sherlock alza las cejas y le hace
una señal a John para ir.
—Te has vuelto a pintar los
labios —dice al pasar al lado de Molly—. Hacía tiempo que no te veía así. Te
queda bien.
La chica se ruboriza un poco y
hace un gesto para quitarle importancia a su comentario y los acompaña a la
morgue. Sherlock sonríe divertido.
Con el cadáver más ‘’presentable’’,
el resultado del asesinato era aún más terrorífico. Le faltaban las mejillas,
parte de la cabellera y un párpado, y el cuello no sólo tenía una línea
horizontal a modo de collar, sino seis, una perfectamente trazada y las otras
cinco curvas y entrelazándose en diagonal con la central. El cuerpo estaba
totalmente desmembrado, con las extremidades separadas del tronco y con más y más
cortes. Faltaba mucho tejido corporal, como si hubiera rebanado a conciencia el
cuchillo.
—El que ha hecho esto o es un
psicópata o tiene un fuerte desorden psicológico —comenta Sherlock tras el
reconocimiento del cuerpo. Coge una de las manos—. Está agujereada no sólo una,
sino varias veces. El primer orificio sería para retener al sujeto cierto
tiempo y verlo sufrir. Los otros agujeros probablemente fueron posteriores a la
muerte del hombre. Bastantes contusiones, huesos rotos, el fémur derecho
completamente destrozado, la garganta abierta como si fuera un grifo… El
asesino sólo tenía que haberse llevado los ojos para arrancarle por completo el
alma.
—Creo que es inútil, Sherlock.
Está destrozado. Puede que no haya nada…
—Paciencia, John —saca su
diminuta lupa y examina el cuello una vez más—. Hay arañazos. Y en el brazo
también —restos de piel levantada indicaban que en un momento de debilidad, el
asesino había sido retenido por Foster e intentó escapar. Sherlock hace una
señal y Molly le pasa unas pinzas—. Pelo… y no parece que sea de Foster.
Suspira y le lanza una mirada
victoriosa a Molly y John. Le da las gracias a la chica por su trabajo y vuelve
junto al doctor al laboratorio.
—Llevará unos cuantos minutos…
—susurra sentándose en el taburete una vez más y poniendo a analizar la
prueba.
John asiente. Se pone delante del
detective, al otro lado de la mesa. Está algo inquieto; Sherlock lo nota porque
le tiembla el labio inferior y están enredando sus manos. Carraspea la garganta
para que John se decida de una vez a decir lo que tenga que decir.
—Oye, esto… ¿Crees que… podría
irme a tu habitación? Ya sabes… Mudanza casera. Así tendrías tus cosas y
experimentos en mi habitación y nos ahorraríamos lo de las cabezas en la
nevera.
Sherlock sigue inmerso en el
microscopio mirando cosas y de vez en cuando echándole un ojo al porcentaje del
análisis.
— ¿Por qué haríamos eso? Tú
tienes tu habitación, yo la mía. Puedo ir a la tuya igual que tú puedes ir a la
mía. Y seguirá habiendo cabezas en el frigorífico; son experimentos.
—Porque estamos juntos, por eso.
Sherlock suspira y deja a un lado
los utensilios científicos.
—Me dijiste que no ibas a
forzarme a nada. No voy a cerrar con llave mi habitación. Puedes venir todas
las noches que quieras. No voy a decirte que no.
—Tienes razón, lo siento…
Bastante trabajo has hecho ya con dar el paso… —sonríe, pero aparta la mirada,
triste—. Es sólo que no quiero tener más pesadillas.
Sherlock hace una mueca sin
comprender.
—Suelo tener pesadillas en las
que te pierdo, una y otra vez, o en las que te veo morir, en diferentes sitios
y diferentes momentos de mi vida. Cuando volviste se fueron durante una
temporada, pero el día que te quedaste inconsciente por el veneno de cicuta, el
miedo volvió y…
Le explica que la primera vez que
durmieron juntos fue la primera en la que esas pesadillas se desvanecieron otra
vez, y que estando con él es capaz de dormir.
—No quiero que vuelvan, Sherlock.
No sabes las veces que he tenido que sufrir en sueños ver tu cara ensangrentada
besando las baldosas de la calle. No puedes. No puedes…
Sherlock le escucha atentamente.
Se levanta y va a su lado, cogiéndole la cara con ambas manos para que le
mirase y dejara de temblar.
—Eh… —susurra—. Estoy aquí.
La respiración de John poco a
poco se normaliza y deja de temblar. Le mira, resignado y triste.
—Lo sé. Estoy bien.
—No voy a irme a ningún lado, ¿de
acuerdo? Ahora entiendes mi tozudez y por qué me enfado si no me haces caso,
¿verdad? Podemos con todo.
John sonríe, más aliviado con sus
palabras. Se acercan el uno al otro, pero pronto se separan; quieren besarse,
pero saben que no deben.
El ordenador anuncia que ha
terminado el análisis de ADN, y la foto del culpable con los datos base saltan
en la pantalla. Sherlock va al otro lado de la mesa y se queda atónito mirando
la foto. Conocía a la chica que estaba saliendo en la pantalla y no podía
creérselo.
—Sherlock —murmura John—.
Prométeme que estarás conmigo. No quiero vivir una vida sin ti.
Sherlock traga saliva. Quiere
decirle que todo irá bien, pero no puede mentirle. Sabe lo que puede pasar ahora.
Como si nada, se gira con una sonrisa en
los labios para mirar a John.
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