sábado, 28 de diciembre de 2013

Go out (Jim, 6)

El fuego en la chimenea chisporroteaba entre los leños que ardían y se consumían, ennegreciéndose y haciéndose cenizas muy, muy lentamente. Jim y Elisabeth estaban sentados enfrente uno del otro y separados por un revoltijo de papeles a lo largo de la mesa.

—Ahora mismo está fuera de nuestro alcance —prosigue Jim—, pero Foster volverá pronto al país, y será entonces cuando sea tooodo tuyo. ¿Lo has entendido?

Eli suspira, cansada. Llevaban repasando documentos, nombres y lugares desde hacía horas y no podía con su alma.

—Lo he entendido… —repite como un loro.

—Oye, si quieres estar en esto, ve acostumbrándote a que a veces trasnocharás o estarás horas y horas mirando folios hasta que las letras se vuelvan borrosas, y aun así tendrás que hacer un esfuerzo y seguir leyendo y memorizando —le reprocha con severidad—. Es importante saber de antemano todo lo posible sobre la gente de la que te vas a encargar y también sobre esa que está en una lista de espera eterna si no quieres cometer errores —se apoya en el respaldo del sofá y suspira—. Anda, ve a beber algo y a estirar las piernas. Despéjate y vuelves. Nos queda un poco, y de todas formas tienes que esperar a que Erik vuelva.

Elisabeth sonríe y se levanta enérgicamente. Llevaba tiempo sin verla sonreír de esa manera, pero la procedencia de su alegría le importa bien poco en esos momentos. También estaba cansado de estar tantas horas mirando papeles y papeles. Lo que quería es que Sebastian volviera de una vez de donde estuviera para poder ponerle las manos encima. Un cúmulo de energía empieza a correr dentro de su cuerpo al pensar en el francotirador. Últimamente lo único que quería es estar con él, no dejarle ni un segundo, tenerlo para él solo, besar, acariciar, arañar y morder cada centímetro de su cuerpo. Era un sentimiento de posesión increíblemente fuerte y excitante. Todo con tal de mantener alejado de su mente el mal sueño que tuvo sobre Cardiff, el cual seguía sin creérselo.

La joven vuelve a los cinco minutos, con un aspecto más fresco y con gesto de poder aguantar un rato más. Se sienta de nuevo en su sitio y coge entre murmullos de nombres y más nombres un par de papeles.

—Bueno… —se hace una coleta alta para estar menos acalorada. Su pelo ondulado cae como una cascada, dejando a los lados algunos mechones sueltos que se mueven con gracia con cualquier pequeño movimiento de cabeza—. Íbamos por Foster. No, espera… Ya habíamos terminado. Era el último objetivo de la mafia de Weisz, ¿no?

—Sí —responde Jim desganado. Levanta la vista y le echa un ojo a Eli, frunciendo el ceño—. ¿Qué es eso?

— ¿Qué es qué?

Jim señala su cuello. Una pequeña mancha en su piel bajo la oreja izquierda sobresale de entre las sombras de su pelo al estar este recogido y su piel al descubierto. <<Lo mato>>. Una insubordinación total y fatal. A él le advirtió que no la tocara; a ella, que tuviera cuidado. ¿Así muestran su fidelidad y obediencia?

La chica se lleva la mano al cuello.

—No… N-no es nada. Hace un par de días en los entrenamientos tuve un pequeño accidente y me di con... No tiene importanc-

—No me mientas, maldita sea —corta sus excusas alzando la voz bruscamente—. No. Me. Mientas.

Eli empieza a ponerse nerviosa. <<Sabe que si viene es hombre muerto>>. Estaba preparado; tenía la pistola a la espalda, en el cinturón. Sólo tendría que sacarla y fin del asunto. Erik era una pieza valiosa, pero nadie se atreve a desobedecer a Jim, y si lo hace, ciao ciao. A Eli le buscaría otro castigo, ya que no iba a matarla, pero ahora sólo le preocupa el mago, apagar su llameante e insubordinado espíritu mágico.

El pomo de la puerta de la calle chirría, haciendo estremecer a Eli. Jim hace una mueca, una media sonrisa macabra y tétrica.

— ¿No te dije que  no la tocaras? —grita con una voz grave a la vez que se levanta de  un salto y se dirige a la puerta. Llega a Erik y lo coge del cuello, empujándolo hasta la puerta—. ¡¿Qué acabaría con tu asquerosa existencia si lo hacías?!

Mientras habla, empotra la cabeza del mago una y otra vez en la puerta sin piedad y sin soltarle del cuello. Erik le mira desafiante, pero sabe que lo merece.

— ¿Matarlo? —Eli llega también a la entrada nada más oírle—. ¡No! Jim, por favor… —este no le hace caso alguno—. Lo siento, Erik —mira al mago aterrorizada—. Ha sido culpa mía.

—Cállate —interviene Jim—. Ya me ocuparé de ti más tarde. Primero tengo que encargarme del magucho —se saca la pistola de la espalda y pega el cañón en la cabeza de Erik, quien le mantiene durante unos segundos la mirada a Jim, pero luego cierra los ojos con serenidad, esperando paciente su final.

Las lágrimas, los sollozos y las continuas súplicas de Eli no hacen que Jim dude, y la verdad es que disfruta viendo a Erik sufrir en silencio, esperando a que la bala se alojara en su cerebro y la sangre brotara del orificio en un hilillo carmesí. Pero el deleite de ese momento se acaba cuando Eli se arma de valor y le coge del brazo, apartando a Jim lo suficiente de Erik para ponerse en medio.

—Aparta o no respondo —amenaza Jim. Ella no obedece, y aunque sus ojos están llenos de lágrimas, le mira fijamente—. Está bien —levanta el arma, a la vez que Erik suelta un pequeño suspiro, pero al mago se le corta enseguida la respiración al ver que Jim coge ahora a Eli, alejándola un poco de él y apuntándole en la cabeza—. Te lo advertí.

— ¿Qué? ¡No! —exclama el mago. Cierra las manos en puños y aprieta los dientes, furioso, aunque está temblando—. N-no eres capaz.

—Pruébame —responde Jim con una sonrisa—. Ella es lo único que te importa. Aunque sea importante para mí, con que te quedes sólo y sin nada me basta —Eli respira con dificultad y entre sollozos—. Aunque… también podríamos hacer un cambio. ¿Qué me dices? Tu insignificante existencia por su valiosísima vida.

— ¡Erik, no aceptes! ¡No le escuches, vete! —replica Eli. Para callarla, Jim aprieta más su cuello y la agita bruscamente, haciendo que lo último que soltara fuera un gemido de dolor.

Erik estaba petrificado. Jim sabía perfectamente cuál iba a ser su elección, y la magia no iba a salvarlo, porque Jim no descansaría hasta darle caza y matarlo. <<La gente con sentimientos es débil. Sus movimientos son fáciles de deducir. Elisabeth, has sido muy, muy estúpida>>.

—El tiempo corre, Harry Potter —dice metiéndole prisa—, y la arena cae. Tic tac, tic tac…

—Yo… —susurra al fin Erik—. Joder, ¡yo!

Jim sonríe victorioso. Suelta a Eli, que cae al suelo, y vuelve a apuntar a la cabeza a Erik.

—Magnífica elección. ¿Últimas palabras?

Erik suspira y relaja su cuerpo. Eli viviría, él moriría. Era lo correcto. Mira a la joven, inmóvil en el suelo y negando en silencio con la cabeza, y le sonríe.

—Volvería a hacerlo. Eres lo mejor que me ha pasado… —mira a Jim, asintiendo para que diera el pistoletazo de llegada—. No me arrepiento de nada.

Eli alcanza a coger la mano de Erik, que la aprieta con fuerza.

— ¡POR FAVOR, PAPÁ! —grita la chica, como si sus palabras fueran a detener a Jim.

Pero lo hicieron. Por primera vez desde que Erik entró por la puerta, Jim mira a Eli. Pero nunca se habían comportado como tal cosa, como padre e hija. Nunca había habido ese afecto total de fraternidad. La cuidó, la ayudó, pero sus actos estaban muy lejos de ser comparados con los de un padre de verdad, con los de una persona que tiene sentimientos las 24 horas del día. Los papeles podían decir muchas cosas, y los actos también. Pero es en ese momento cuando Jim se da cuenta de que Elisabeth es más importante de lo que creía, se da cuenta de ello y de lo que podía haber hecho hace sólo unos momentos: matarla.

—Largo.

— ¿Q-qué? —Eli también le estaba mirando, empapada en lágrimas y aún de rodillas, sin soltarle la mano a Erik, y podía ver a Jim paralizado, como si estuviera en trance.

Jim cambia a una expresión entre indiferencia y tristeza.

—Fuera de mi vista. Los dos, antes de que me arrepienta.

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