viernes, 20 de diciembre de 2013

I don't want to go (John, 9)

John se sobresalta al oír un fuerte portazo proveniente de la puerta que da a la calle. Estaba en la habitación de Sherlock, dando vueltas y mirando sus cosas, y no quería que él llegara y le sorprendiera ahí, husmeando. A paso rápido, se dirige al baño y cierra la puerta, apoyándose luego en ella, esperando a que su respiración se normalizara y no pareciera agitado cuando saliera.

Justo cuando iba a hacerlo, oye unos tacones retumbar en la madera antes que los vigorosos pasos de su compañero, y decide, extrañado, no salir. << ¿Irene?>>. Siente algo de indiferencia, ya que no albergaba sentimientos de repulsión hacia ella desde que decidió volver a casa, tras esa fuerte discusión con Sherlock, y era porque el detective no se comportaba como el Sherlock Holmes de siempre. Había algo en él muy diferente, en su trato con John. Más atento, más cercano, solamente un poco más diferente. Aunque seguía siendo el mismo estaba… más relajado.

Pone la oreja en la madera de la puerta, intentando oír lo que se decía más allá de ella.

—Deberías mirar si tienes cámaras por la casa, Sherlock. Podría estar viéndonos ahora mismo —la voz de La Mujer sonaba acelerada.

John escucha durante unos minutos libros caerse, folios entrechocando y balanceándose en el aire hasta posarse en el suelo, los tacones de Irene caminando de un lado hacia otro, Sherlock resoplando y muebles crujiendo al ser movidos.

—No hay nada. No encuentro nada —Sherlock también parecía agitado y cansado—. ¿Cómo podía saber que estábamos allí?

—Ya te lo he dicho. Tiene mil ojos, y todos observándome. No puedo, Sherlock, no puedo más… —su voz se va apagando.

John entreabre la puerta. Por una línea muy fina consigue ver a Irene. Le cuesta creer que sea ella; ahora es una mujer encorvada, asustada, con las manos tapando su bello rostro y sollozando. Está hundida.

—No puedo escapar de él, Sherlock —las lágrimas y la angustia se apoderan de ella.

Sherlock sólo estaba a unos pasos de ella, con las manos en los bolsillos. Se le acerca en silencio.

—Le necesito —musita ella. Sherlock frunce el ceño. Irene alza la cabeza y le mira. Tenía largas líneas grisáceas recorriendo sus mejillas, desde el contorno de sus ojos hasta la barbilla—. Igual que te necesito a ti. Soy su prisionera, su esclava. Si intento escapar, estoy acabada. No puedo evitarlo, pero… —mira a otro lado, ahogando sus palabras en un agudo y débil grito que rompe su voz.

—Le tienes miedo —Sherlock termina por ella.

—Sí.

—Y aun así trabajas para él.

—Sí…

—Si te sometes a él así, te consumirás. No serás tú, sólo serás una sombra. Irene, intento ayudarte. Tienes hacer lo que te he dicho. Vete y hackea el móvil para que no pueda ver que nos comunicamos.

—Ya sabe lo nuestro. Sería inútil. Irá a por ti, luego a por mí…

<< ¡¿Lo nuestro?!>>. No… No podía ser. John se encoge sobre sí mismo. ¿Sherlock e Irene al final estaban juntos? Su corazón late muy rápido, arde, pero tiene frío, está pálido e incrédulo por lo que está presenciando.

Lo que viene a continuación hace que toda esa agitación que había dentro de su ser cese y que el corazón se le pare. Ve a Sherlock acariciar unos mechones de pelo sueltos del moño de Irene y colocárselos detrás de la oreja mientras le dedicaba una media sonrisa. La estrecha entre sus brazos y susurra mientras ella estalla en lágrimas y sollozos. Se sentía demasiado cansada como para rechazarlo. John sabía que ella lo necesitaba, pero no puede evitar sentirse dolido. A cada momento que pasa, está más y más enfadado, pero también triste.

La mirada de Sherlock se cruza un segundo con la de John, quien suelta un súbito suspiro y se tapa la boca para no hacer ruido, apartándose de la puerta y cerrando con fuerza los ojos, derrotado. <<Idiota idiota idiota>>. Sherlock se separa de Irene despacio, sin soltarle los brazos.

—Kate debe estar al llegar, ¿verdad? —La Mujer asiente—. Te prepararé un té, ¿vale? Ven y siéntate —dice guiándola hasta la cocina.

Irene susurra un ‘’gracias’’ mientras se seca las lágrimas.



Pasados unos quince minutos, el coche que llevaría a Irene a Belgravia estaba plantado ante la puerta del 221B. Sherlock se despide Irene, quien le da las gracias una vez más y le dice que intentará estar en contacto con él. Antes de salir del piso, Irene le da un corto beso en los labios a Sherlock, pillándolo desprevenido pero sin rechazarlo; era un beso inofensivo, una forma personal de agradecerle al detective todo lo que había hecho, hace y hará por ella. Gracias a Dios John no lo ve, pero eso no apacigua todo lo siente. Hasta que no está todo en calma, el doctor no se atreve a salir del cuarto de baño. Sherlock estaba esperando justo delante de la puerta a que diera la cara.

—No te hagas una idea equivocada, por favor.

—Claro —replica airado el doctor—. Porque eso es lo que hago siempre. Llegar a conclusiones equivocadas, ¿verdad? Lo he visto.

—De verdad, déjame explicártelo.

— ¡No hay  nada que explicar, Sherlock! Siempre igual. Me hice il-… Cuando volví, yo… —vuelve a sentir el cosquilleo en el dorso de su mano derecha, pero lo aplaca rápidamente cerrando las manos en puño—, pero eran ilusiones tontas, como todas las que me he ido haciendo estos años. No puedo seguir así… —le lanza una mirada dura, aunque la que le dedica Sherlock es muy diferente; es mucho más suave, triste habría dicho John, aunque está cegado por el enfado—. Me voy.

Sherlock abre los ojos como platos y da un paso inseguro hacia él.

— ¿Q-que te vas? No.  Te necesito, John. Aquí, conmigo. Necesito a mi blogger, ¿recuerdas? Tu lugar es este.

— ¡No, no lo es! Me necesitas porque así lo crees, pero no. Soy yo el que te necesita a ti, de una manera que tú no eres capaz de imaginarte. Si me quieres, deberías dejarme ir —su voz poco a poco se apaga. El enfado dice adiós para dar la bienvenida a la tristeza—. Te lo supli-

— ¡Deja de suplicar! —con un largo paso, Sherlock se planta delante de él—. No supliques, ¡pelea!

A John se le corta la respiración. No esperaba esa reacción. Mira hacia otro lado.

—Estoy peleando. Llevo peleando mucho tiempo, y ya no quiero seguir haciéndolo. Quiero que lo olvides, Sherlock. Todo esto, todo lo que te haya dicho, y que me dejes ir de una vez.

— ¡Pero yo no quiero olvidar! Por primera vez estoy dispuesto a afrontar esto —John frunce el ceño confuso—. Ahora eres tú el que no te das cuenta. Sé que cuando volviste a casa notaste que me comportaba de otra manera, y créeme que intenté que se notara todo lo posible. Me costó, me ha costado hacerlo… Por ti y por mí, por nuestra seguridad —John respira más y más rápido, e intentando interceder en más de una ocasión en su discurso, pero Sherlock no le deja—. No, ahora te toca a ti escucharme.

Sólo quería que le escuchase, que John dejara de echarle la bronca por una vez. Ahora era él el que debía agachar la cabeza.

— ¿Te acuerdas cuando volvimos del ballet, la noche que regresaste por fin a casa? Me quedé unos minutos mirándote mientras tú te quitabas el abrigo y te tirabas en el sofá. Cogiste un periódico y al rato te diste cuenta de que te estaba mirando y me preguntaste ‘’ ¿Qué? ¿Quieres algo?’’, y después te reíste, incómodo por la situación, y yo negué con la cabeza y te di las buenas noches. ¿Te acuerdas?

John se sonroja.

—Sí, me acuerdo. ¿Pero a qué viene todo eso?

—Viene a que sí quería algo. Quería decirte que me alegraba de que hubieras vuelto, de que volvieras a estar conmigo, porque las semanas que me dejaste fueron horrorosas. Pero también quería darte las gracias —se acerca más a él, pero John retrocede, inseguro—. Darte las gracias porque, si no me hubieras dejado solo, no me habría armado de valor para dejar que todo lo que había intentado olvidar durante todo este tiempo saliera, para combatir el miedo a perderte por decirte esto.

John se queda boquiabierto mientras Sherlock se vuelve a acercar a él. Esta vez no retrocede.

Sherlock empieza a explicárselo todo, se le declara. Le cuenta que John despertó algo en él que nadie había despertado jamás, y que se sintió extraño cuando encontró el nombre de esa sensación: sentimientos. Tuvo que aplacarlos porque alguien como él no puede permitirse estar con nadie y porque no sabría qué hacer si lo  intentara. Por no saber qué hacer con esos sentimientos, estaba creando una barrera entre ellos. Al principio esa barrera era beneficiosa porque Sherlock consiguió dominarse y de alguna forma olvidarlo todo, pero cuando John le besó por primera vez dentro de él esos sentimientos despertaron, y la barrera se convirtió en una obstrucción negativa, porque John amenazaba con irse una y otra vez porque Sherlock actuaba fríamente, intentando no darle importancia. Pero tenía que abrirse de una vez por todas para que el doctor se quedará con él, porque así lo quería.

John tiene la boca seca. Puede notar la respiración agitada de Sherlock que se relaja conforme termina de hablar. John mira a todos lados, incómodo por la mirada de Sherlock. El detective sonríe.

—Eres la persona más importante que tengo —prosigue—. Nunca te dejaría solo, nunca. No puedo dejarte ir. Está mal… Está mal que te diga todo esto. Por mucho que lo intentemos, seguiremos acosados por el peligro, pero no podía dejar esto pasar y que al fin decidieras irte. Una parte de mí se arrepiente de hacerlo, pero otra necesitaba sacarlo a la luz. Podemos mantener esto entre nosotros, sin nadie más, sin que nadie se interponga…

John está temblando, confuso. Siente que todo es un sueño pero a la vez no y no sabe qué pensar.

—Dios… —dice aguantando las lágrimas—. Me has tenido años así, y lo sabías —al final no puede evitarlo y un par de lágrimas corren por sus mejillas. Un tumulto de sentimientos recorre su cuerpo—. Lo único que quería era que tú no te fueras, que no me dejaras, y por eso tuve que decirte lo que sentía. Soy idiota, y por mi culpa ahora has tenido que hacer lo mismo. Ahora te sentirás débil. Pues no quiero eso. Prefiero que seas el Sherlock Holmes de siempre a que te rebajes por mí, y que poco a poco te aburras, quieras volver a ser de hielo y magnífico y me olvides. No voy corromper algo tan perfecto como tú.

John ve la duda en el rostro de Sherlock. Sabe que aunque se haya declarado, no está seguro del todo. Sherlock le coge de la mano, haciendo que John se estremezca. Pasa la palma de su mano por las mejillas del doctor, limpiándole las lágrimas. Este hace un esfuerzo por parar y le mira a los ojos, muy serio.

—No quiero que te vayas —musita Sherlock.

—No quiero irme.

Ambos se impulsan hacia el otro para devorar sus labios con ganas. John sabía que Sherlock iría con pies de plomo, porque si alguno de sus enemigos se enteraba, podría suponer la ruina. El más peligroso era Moriarty, por supuesto, siempre él, piensa, pero no era momento de llevar sus pensamientos al archienemigo del detective asesor, de su amigo, su compañero, y por fin, su amante, lo que llevaba tanto tiempo deseando. Admira el gran valor de Sherlock por declararse, todavía está muy sorprendido de que lo haya hecho.

Se olvida de una vez de todos los problemas que acarrearía el estar juntos, los peligros, las dudas, y se sumerge de nuevo en la sensación de besar a Sherlock, de que él le besara, le acariciara, le revolviera el pelo. Empieza a quitarle la pajarita y a desabrochar torpemente la camisa del detective, y este a su vez le saca por la cabeza el jersey y hace lo mismo. Siente un cosquilleo al notar las manos de Sherlock por la espalda desnuda y gime dentro del beso, un beso largo y profundo del que tienen que parar para no ahogarse el uno en el otro. Respiran con fuerza, y Sherlock traga saliva al notar que John empieza a desabrochar su cinturón. Tirando la camisa de Sherlock al suelo, le rodea con sus brazos por la cintura y le atrae hacia él, impidiendo que ningún estúpido espacio quedara entre sus cuerpos, y empiezan a caminar hacia la habitación.

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