jueves, 2 de enero de 2014

Uncontrolled (Eli, 10)

Todavía estaba en el suelo, de rodillas, y débilmente iba rozando la palma de la mano de Erik con los dedos hasta que al final la suelta del todo. Miraba cómo Jim se iba escaleras arriba, cómo los dejaba escapar, cómo les daba una oportunidad. Pero esa oportunidad suponía una especie de destierro, una marca de la vergüenza. Jim no querría verla ni a ella ni a Erik.

Erik le acaricia el pelo y le sujeta la cara con ambas manos. Eli seguía ausente, mirando las escaleras.

— ¿Estás bien? Eli, mírame.

La chica parpadea un par de veces con esfuerzo y se obliga a mirarle. Nota el cosquilleo de las lágrimas recorriendo sus mejillas hasta el borde de la barbilla, y el frescor que dejaban cuando se secaban.

—S-sí… Vámonos, por favor.

Al instante, desaparecen de la casa y se encuentran en su apartamento, en la habitación de ella. Erik temblaba por todo lo que había pasado, un temblor en el que se mezclaba miedo, perplejidad por las numerosas reacciones de Jim y una pizca de alivio porque Eli estuviera a salvo.

— ¡Tenías que haberte ido! —grita de pronto Eli, sobresaltando a Erik, aún inmerso en sus pensamientos. La voz se le entrecortaba—. A mí no me habría hecho nada. ¡Habrías estado a salvo! —rompe a llorar una vez más y se lanza a él, abrazándole, en el fondo agradecida porque estuviera a su lado—.

— ¿Y dejarte allí con él? No podía hacer eso. La culpa ha sido mía. Yo fui quien desobedeció al jefe. Si alguien tenía que haberse quedado allí, era yo, y asumir el castigo.

—El castigo habría sido la muerte.

—Lo sé.

— ¡Pero…!

Erik la abraza más fuerte, obligando a que se calle para que le dejara hablar.

—Imagínate que me voy, que no acepto el trato cuando te tenía sujeta y con la pistola apuntando a tu cabeza y que me voy. Ya le oíste, podría haberlo hecho con tal de que yo perdiera lo único que me importa —sacude la cabeza, intentando borrar la horrible imagen de ver cómo Jim le arrancaba la vida. La aparta de él para que lo mirase a los ojos—. Con tal de que te perdiera a ti, Elisabeth. Aceptaría la peor de las torturas sabiendo que tú estarías sana y salva, y no me lo pensaría ni un segundo.

Eli no podía contestar, porque lo que le diría sería exactamente lo mismo, que ella arriesgaría su vida e incluso la perdería por él. Además los ojos de Erik se lo pedían: no lo digas, le suplicaban. <<Estaba dispuesto a morir por mí…>>. Ella podría haber dicho que no tenía que haberse quedado por ella, y él le habría replicado con un ‘’ ¿Y por quién me iba a quedar, si no?’’, con ese tono de arrogancia y seguridad que a veces tenía, y le habría sonreído para tranquilizarla, dando por zanjada la conversación. Pero no podía callarse ahora, no después de todo.

—Te quiero —murmura.

Erik abre mucho los ojos, anonadado, pero no tarda en reaccionar y esboza una tímida sonrisa.

—Y yo a ti, Elisabeth —se acerca a ella rápidamente, dándole un corto beso al que luego le siguió otro más largo del que no se separaron durante unos segundos—. Te quiero.

Eli sonríe. Era el momento justo, el momento idóneo para decírselo, el momento en el que sentía de verdad esas palabras. Él habría muerto por ella, y ella también por él. Era un sentimiento, una dedicación, un sacrificio mutuo y verdadero.

Terminan por irse a la cama. Erik no tenía fuerzas suficientes como para cambiarse, así que sólo se quita la chaqueta y los zapatos. La estrecha entre sus brazos y nota cómo le invade el sueño a Eli, un sueño intranquilo y revoltoso. El mago era incapaz de cerrar los ojos y dejar que la oscuridad se cerniera sobre su mente, que nublara los malos pensamientos, ya que temía que si se dormía al despertar ella no estuviera con él, que todo fuera un sueño y la perdiera, que Jim le hubiera disparado y que ahora estuviera muerta y él solo. Para tranquilizarse, puso una mano en el pecho de Eli, sintiendo su corazón, una palpitación regular, cálida, viva, y luego sintió su propio corazón, también palpitante y lleno de vida. Era real. Ella no se iría a ningún sitio, no iba a desaparecer. Así que termina por aceptarlo y descansar un poco.



Los días, las semanas pasaban, y eran extrañas en el entorno de Elisabeth y Erik. No hablaban con Jim, ni para trabajo. Se buscaban la vida solos. Tenían los papeles y lo necesario para ocuparse de algún trabajillo juntos; Erik desde hacía unas semanas dejó los entrenamientos y se dedicó a acompañar a Eli a sus cacerías. De todas formas, aunque estaban juntos, Eli se sentía muy triste, y había días en los que no quería ni salir de su habitación. Erik le suplicaba a la chica que se levantara de la cama, que no podía estar así de decaída y que tenía que ponerse en marcha, pero ella siempre le decía que quería estar sola. Erik no era capaz de dejarla sola, y siempre se sentaba a su lado y le acaricia el pelo, sin moverse de ahí hasta que Eli decidiera salir de la habitación. Erik no se separaba de ella en ningún momento, porque la soledad no era el remedio.

El no poder hablar con la persona que la cuidó desde hacía tantos años y que le dio una oportunidad fuera de una asquerosa casa de acogida la hacía morir por dentro. Un día no aguantó más y tuvo que ir a hablar con Jim, a pesar de que Eirk le dijo que no debía. Eli insistió en que necesitaba a Jim, que era lo más parecido a un padre para ella, es más, lo era, era su padre, y no podía dejar que se fuera de su vida así porque sí.

— ¿Eres feliz? —le preguntó Jim, cortando su palabrería.

Ella asintió.

—Está bien, no lo mataré. Tiene suerte de que seas quien eres. Pero nada de arrumacos en mi presencia o le parto la cara.

Por fin Eli pudo conseguir cierta relación con Jim, aunque en apariencia. Sabía que todavía había resentimiento, pero haría lo que pudiera para que eso cambiara.



Por fin había llegado el día, el día en el que en la Academia iban a decir los papeles para la representación de El lago de los cisnes. Eli llevaba semanas esperando los resultados. Se viste y coge el petate con lo necesario para las clases. Le da un beso a Erik, que le desea suerte, y sale corriendo de casa en dirección a la Academia. Entre jadeos y con la garganta exhausta y fría por la carrera, llega por fin pero lo que se encuentra al llegar la hace palidecer; una masa de compañeras estaba felicitando a la hija de la directora de la Academia.  La niña mimada y con mucho menos talento y presencia que Eli había conseguido hacerse con el papel principal, el de Cisne Blanco, y también el de su oscuro alter ego, el Cisne Negro. Eli se derrumba por dentro, pero no puede irse a casa ahora; las clases iban a empezar, y faltar a ellas no la ayudarían ni beneficiarían en nada. Ensaya, gira y baila ausente, como si su alma hubiera volado lejos de su cuerpo y sólo fuera una marioneta con hilos. Miraba triste a la campeona de las pruebas, quien la miraba con desdén, regodeándose de su desgracia. Aunque las compañeras felicitaban a esa chica que estaba ahí por enchufe, la mayoría sabían de sobra que Elisabeth merecía mucho más ser la protagonista, porque su paso por las pruebas fue excelente, rozando la perfección, con un porte y un talento que muchas de ellas querrían. Aunque la envidiaban, era una envidia sana; muchas tenían cierto aprecio hacia Eli, mientras que a otras sí que les podía la envidia y no les gustaba que destacara, a pesar de que Eli nunca presumía entre ellas de su potencial.

Ya en casa, deja caer al suelo desganadamente la bolsa de baile y camina con pesadez por la casa. La casa estaba tranquila, muy tranquila. Erik no estaba; había una nota del mago en un pos-it en el marco de la puerta del salón:

‘’He ido a hacer un trabajillo que había en la lista. Te veo pronto, mi pequeña bailarina. Erik. ’’

Tira la nota al suelo y se adentra en el salón. La mesa rebosaba de papeles y ficheros. Hasta el teclado del ordenador era devorado por los folios blancos llenos de nombres, fechas tachadas de rojo y círculos señalando datos importantes. La casa vacía la desolaba. No soportaba estar tan sola, y menos ahora, cuando necesitaba no compasión, pero alguien que la escuchara, y a Erik eso se le daba muy bien. Empiezan a invadirla innumerables sentimientos que se mezclan, creando una pastosa bola en su garganta que la molestaba. Tristeza, miedo, autocompasión, locura, un sentimiento desenfrenado de hacer algo, de mantenerse ocupada, hiperactividad, impidiendo que se quedara quieta en el sofá… y muchos más. Un gesto involuntario creado a partir de una acción involuntaria del cerebro hace que esboce una extraña sonrisa. A su cabeza llegan risas huecas, extrañas, vacías…

Coge uno de los papeles que no le suena de haberlo manoseado con anterioridad. <<Foster ya ha vuelto de a saber dónde. Bien. ¡Genial! —nota unas pequeñas vibraciones en el lado izquierdo de su cabeza y un cosquillo en la nuca—. No pienso quedarme aquí toda la tarde esperando a que Erik vuelva, y menos después de que la desgraciada de Emily se haya llevado un papel que era mío —el cosquillo empieza a recorrerle la cabeza, haciendo que se le erizara las raíces del pelo, hasta que se conecta con el pinchazo en su cerebro—. Maldita sea. Sólo porque es la hija de la directora —va a su cuarto y abre la  puertecilla secreta dentro de su armario, donde guardaba uno de los pequeños arsenales de armas escondidos por la casa. Coge un cuchillo con tres muescas en la hoja un poco curvada y con empuñadura de cuero marrón oscura y se la lleva a la cintura—. He estado esperando esto desde hace un tiempo, Edward Foster —sale de la casa, dejando la puerta abierta—>>.



Era lo único que recordaba de esa noche, salir disparadamente del salón a su cuarto y de su cuarto a la calle. Lo de antes y lo de después era un borrón en su mente, un montón de líneas negras que no le dejaban ver las imágenes guardadas en su memoria, aunque entre los resquicios de esos tachones, podía ver algo un poco más claro, colorido… rojo.

Se despierta molesta, sintiendo en su brazo una palpitación de dolor que recorría el codo y parte del antebrazo. La cabeza también le dolía, pero no iba a necesitar sus pastillas especiales. Se levanta la camiseta del pijama y puede ver un moratón en la zona donde sentía la molestia. No parecía excesivamente reciente, sino que tenía el aspecto de haber sido causado unos cuantos días atrás. <<No recuerdo haberme golpeado con anda…>>.

Erik entra en su cuarto, muy despacio.

— ¿Por qué entras así? —Eli se gira a ver el reloj de su mesita de noche— Son las… ¡la una! ¿Por qué me he despertado tan tarde?

Erik se acerca con los brazos cruzados.

— ¿De verdad no…? —deja la frase a medias y se sienta en el borde de la cama. Levanta las sábanas y le examina el moratón. Pone una mano encima del hematoma y al instante ya no está. Vuelve a bajarle la manga de la camiseta—. Eli… —su tono era ausente, preocupante—. Llevas tres días en la cama. Cuando volví a casa el otro día, la puerta estaba abierta, y tú no estabas. Cuando volviste estabas con las manos ensangrentadas, sujetando un cuchillo, y con sangre en la cara. Dijiste que habías matado a Foster, y luego… te desmayaste.

Eli escucha atónita las palabras del mago.

—No me acuerdo de… de…



La imagen de estar mirando a Erik se desvanece poco a poco, se distorsiona, como si la señal de la televisión se perdiera lentamente y cambiara automáticamente a otro canal, un canal que ella no estaba eligiendo, que iba a su cabeza libremente y que sus ojos ya eran presos de la imagen nueva que había delante de ella. Se hallaba en el Royal Park, específicamente en los Jardines de Kensington, delante de la estatua de Peter Pan, en plena noche. Las farolas de alrededor son como luciérnagas revoloteando en medio de la oscuridad. Eli estaba entre unos matorrales, observando a un hombre acercarse por un camino de la derecha. Era Foster, silbando una melodía alegre. Sin delicadeza, ni cuidado y si un plan pensado, Eli sale del matorral.

— ¿Disfrutando?

William Foster se da la vuelta rápidamente, sorprendido, y examina a la joven de arriba abajo, con una mirada repugnante.

— ¿Y quién eres tú, preciosidad? ¿No eres un poco joven para estar a estas horas paseando… y sola?

—Oh, sí… Soy una preciosidad que se ha perdido. ¿Puedes ayudarme a encontrar el camino de vuelta?

El hombre, corpulento, de cuarenta y pocos, pronunciadas entradas en la cabellera oscura, barba canosa y grandes ojos grises, se acerca a ella con una sonrisa perturbadora. Eli chasquea un par de veces la lengua y hace un gesto de negación con el dedo, sacando el cuchillo de la cintura, oculto por la chaqueta.

— ¿No pillas el sarcasmo? Creo que había quedado bastante claro.

— ¿Sabes? Podrías cortarte con eso.

—Yo creo que no. He tenido un gran maestro. Lo conoces —Foster frunce el ceño sin comprender—. Oh, vamos. Una pista: empieza por James y termina por Moriarty.

Foster suelta una sonora y ronca carcajada y se acerca un poco más a Eli.

— ¿El gran criminal asesor manda a una florecilla a mancharse los pétalos de sangre? No te veo capaz, sinceramente.

—Eso es lo curiosos de las flores —dice Eli, pasando delicadamente un dedo por la hoja afilada del cuchillo—. Los pétalos de una flor esconden lo que hay dentro —con un movimiento rápido, agarra con fuerza el mango del cuchillo y rasga la manga de la chaqueta de cuero de Foster, perplejo por su rapidez, y la pasada es tan profunda que consigue hacerle un rasguño en la piel, y un reguero fino de sangre se desliza hasta coquetear con sus rechonchos dedos—. ¿Ahora me ves capaz?

Foster retrocede unos pasos, inseguro, y Eli puede percibir que lo ha visto, ha visto su muerte en ese rápido movimiento, y que va a echar a correr en un intento desesperado por escapar de la parca, pero Eli tiene las riendas, tiene a la presa, y era hora de cazar, de despellejar al conejo.

Efectivamente, Edward echa a correr en dirección a la estatua, pero ese es el punto final de la carrera. Eli se echa a su espalda y lo tira al suelo, quedando el hombre boca abajo y preso entre sus piernas. Pero Eli no era lo suficientemente fuerte como para retenerlo ahí lo necesario para rebanarle la garganta. Foster consigue echarla a un lado e incorporarse. A Eli se le escapa el cuchillo, que resbala a unos dos metros de ella, y no le da tiempo a reptar hacia el arma blanca, ya que Foster la coge por las piernas, la atrae bruscamente hacia él y la aprisiona cogiéndole de los antebrazos, apretando tanto que Eli puede notar cómo sus manos llegan al hueso, y nota también la sangre correr por sus arterias de manera acelerada ante la presión. Intenta arañarle los brazos, dejándose las uñas en el intento y agrietándole y enrojeciéndole la piel, y hurgar en la herida que le había hecho antes, pero era en vano; era demasiado fuerte y pesado.

— ¿Ahora qué, florecilla? —pregunta Foster, acercando su sudorosa cara a la de Eli.

Eli masculla una maldición entre dientes, pero astutamente le da un cabezazo a Foster, que se retira, llevándose las manos a la cabeza y liberando a Eli. Le empuja con ambas manos y estira el brazo para coger el cuello. Lo agarra firmemente y lo pasa por su garganta, formando una cascada de sangre. Luego lo hunde en su pecho, dado de lleno en el corazón, y Foster, con la boca abierta y los ojos como platos, mira a Eli de forma aterradora, mostrándole a su asesina la poca vitalidad que sus córneas grisáceas infundían. Al retirar el cuchillo, la sangre sale disparada en un pequeño soplido a la cara de Eli, dejando unas cuantas gotas rojizas en sus mejillas y en el cuello. Pero ahí no quedó la cosa. Foster, derrumbándose en el suelo boca arriba, recibe unos cuando cortes más. La cara llega a albergar tantas que iba a ser difícil reconocerle, aunque la ciencia y el ADN podrían hacerlo. Los brazos, cortando antes la tela de la chaqueta y de la camisa, las manos, el pecho… Todo lo estaba desgarrando, cortando. En un impulso desenfrenado empieza a cortar los carrillos de las mejillas, algunos dedos y una mano entera. Eli se levanta para contemplar su trabajo terminado. Sin duda, apenas era capaz de ver alguna parte de su cuerpo o de su ropa que no estuviera empapada de sangre. Era una figura inerte e inmóvil recubierta de sangre, de una enorme cantidad de sangre, una mano lanzada a unos metros de él, también carmesí, y alrededor del cuerpo de Foster unos cuantos dedos, los carrillos desprendidos y masa muscular arrancada, rosada y roja.



Eli vuelve al presente, a lo que parecía la realidad, pero lo que había visto era también muy real. Erik chasqueaba delante de ella los dedos, como intentando que volviera del trance en el que permanecía. Niega con la cabeza y da un pequeño grito.

—Me… m-me acuerdo. Dios… ¡Me acuerdo! Ha sido horrible. Lo… descuarticé. Le desangré hasta que no pude más. Soy…

—Eh, no eres nada —dice Erik cortándola—. Sólo estabas descontrolada. No eras consciente de lo que pasaba.

Eli le mira a los ojos paralizada, recordando toda esa sangre. <<Un monstruo… Un monstruo descontrolado>>. Erik la devuelve a la realidad cogiéndole la cara con ambas manos.

—Eres perfecta.

Eso la hace llorar más.

— ¡Pero eso no significa que no haya asesinado sin cuidado a Foster! Habré dejado pruebas por todos lados… Seguramente ya…

—Eli, para. Venga, vístete y baja a comer algo. Voy a preparar el desayuno. Debes estar hambrienta.

Asiente con la cabeza aunque apenas le escucha. Logra captar la palabra ‘’desayuno’’, lo que le abre el apetito y hace que sus tripas se revuelvan no sólo por el pánico de lo que acababa de recordar. Erik la deja a solas para que se vista. No deja de pensar en la cara de Foster, ni en sus manos cortando partes de su cuerpo inerte, ni en las salpicaduras de sangre que tenía su cara al apartar el cuchillo del pecho de Foster…

Baja las escaleras despacio. Puede oír a Erik en la cocina preparando lo que podía percibir por el olor un par de huevos revueltos y bacon, acompañado seguramente de un café o un té verde. Sonríe. <<Erik tiene razón. No era consciente de lo que hacía —pronto la sonrisa desaparece de sus labios—. Pero han pasado dos días. La policía ya debe estar investigando… y encontrarán algo… Y si llaman a Sherlock Holmes… Estoy perdida, perdida…>>.

Llaman a la puerta y Eli alza la vista para mirarla.

— ¡No abras! —la voz de Erik le llega lejana, hueca.

Se dirige a la puerta, ausente, y abre. <<Gregory Lestrade, inspector de New Scotland Yard —piensa al mirar al hombre a la izquierda delante de ella. Gira la vista— Y Sherlock Holmes…>>. Detrás de ambos estaba un hombre un poco más bajo que el señor Holmes, rubio y con una cazadora negra con hombreras de cuero. Supone que es el doctor John Watson, fiel compañero de Sherlock; lo había visto en fotos.

— ¿Elisabeth Parker? —pregunta el inspector Lestrade. Eli estaba en shock. Lo estaba desde que vio lo que le hizo a Foster, y es incapaz de hablar—. Queda arrestada por el asesinato de Edward Thomas Foster hace dos días en los Jardines Kersington de Hyde Park.

—No… —susurra. El inspector se aproxima a ella para cogerle las muñecas y ponerle las esposas, pero Eli consigue reaccionar y apartar las manos, retrocediendo asustada.

—Elisabeth… —Sherlock se acerca a ella despacio pero firme—. Encontramos ADN tuyo en su cuerpo. Tienes que venir con nosotros.

Lestrade aprovecha para ponerle las esposas rápidamente y cogerla por el brazo. La joven se resiste con las pocas fuerzas que tiene, pero Sherlock no tiene más remedio que abrazarla y sacarla a la fuerza pero sin ser brusco del portal. Erik sale a su encuentro, incrédulo, pero no podía hacer nada; un par de policías le apuntaban. Mostrar su magia ante tanta gente no era buena idea y es incapaz de ayudarla.

— ¡Díselo! ¡Erik, díselo a Jim! —Eli grita antes de que Lestrade cierre las puertas del coche policial.

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