— ¿Estas son horas de llegar? —pregunta
ella, fingiendo indignación—. Si lo sé no te pido que vengas.
El restaurante da Scalzo era un
lugar pequeño y acogedor, con dos plantas, una amplia barra con un buen surtido
de bebidas alcohólicas y vinos de calidad y una pequeña zona en la que, si se
apartan unas cuantas mesas, los martes y los viernes se convertía en una pista
de baile. La música de ambiente embriagaba el lugar con su melodía relajante e
instrumental.
El detective se sienta, dejando
en el regazo de la silla el abrigo y la bufanda.
—Lo siento. Se me pasó la hora.
—Déjame adivinar… —dice
tamborileando su dedo índice sobre su sien—. ¿El trabajo? Se nota que no sale
mucho, señor Holmes. A una mujer no se le puede dejar plantada así. Pero por ser tu primera vez, te perdonaré.
Él sonríe, pero de forma un poco
forzada, como si intentase en broma agradecerle tan amable gesto. La tensión
que había entre ambos polos divertía de sobremanera a Irene, e iba a aprovechar
el momento para beneficiarse y divertirse un poco más mientras le sacaba
información. Además, llevaban mucho tiempo sin verse. Un tira y afloja no
estaría mal. ‘’Vamos, querido. Sé que ardes en deseos de preguntarme si fui tu mano derecha después del incidente y si fui yo quien te proporcionó toda la ayuda que necesitaste para salir del país. Cuéntame cosas, lo necesito’’
— ¿Qué tal el viaje? —dice
mientras le pasa una copa de vino—. Ya sé que la pregunta viene con bastante
tiempo de retraso, pero me preocupo por ti. —dice sonriendo con picardía.
Acepta la copa y la agita un
poco.
— ¿El viaje? —no se sorprende
mucho por la pregunta. Sabía por dónde iban los tiros—. Bien.
Lo mira con desaprobación.
—No soy su enemiga, señor Holmes,
así que no esté a la defensiva. Pareces tenso, y no te he dado la copa sólo
para que la agites y mires su contenido, Sherlock.
— ¿Tenso? —se aclara un poco la
voz y sonríe de medio lado—. Gracias por preocuparte, pero no lo estoy. ¿Cómo
estás tú? —termina por llevarse la copa a los labios, saboreando el vino tinto.
—Me he vuelto una fiel esposa que
vela por la seguridad de los más necesitados. Ahora soy una persona bastante…
caritativa —le mira, sugestiva—. Te noto cansado, Sherlock. ¿No te has adecuado
al clima de este continente, o acaso el gran detective asesor está a merced de
su envoltura mortal? —frunce los labios—. Es una pena.
Él sonríe, y mirándola fijamente,
vuelve a beber. Para Sherlock, Irene seguía siendo un misterio. También debía tener en cuenta que
había pasado mucho tiempo. Lo único que tenía en claro es que no había perdido
su buena costumbre de lanzar ingeniosas indirectas y palabras afiladas como
cuchillos.
—Habrá sido el cambio de aires.
Nueva York ha sido tan… aburrido. Todavía me estoy desperezando de ese mundo
bullicioso y en constante movimiento. Era difícil pensar con tanta gente
gritando.
— Ajá. —mira su copa y hace girar su oscuro contenido con pequeños movimientos circulares de muñeca—. ¿Y qué opina de todo ese
asunto John? Seguro que muy contento no se puso cuando te vió, y habrá cosas de las que no habréis querido hablar. ¿Le has dicho que has venido a cenar conmigo? Seguro que muy
contento no se ha puesto —se recuesta sobre la mesa despacio, sensual, mientras
bebe de su copa.
—Respondiendo a tu primera
pregunta, no opina nada. Prefiere callar, por lo menos por ahora. No sé cuánto
aguantará guardándose todo lo que no quiere decirme. Espero que estalle pronto,
porque cuanto más tiempo pase, más difícil será la situación —endurece la
mirada y bebe de nuevo—. Y con respecto a tu segunda pregunta, no, no sabe que
he salido. Estaba fuera de casa.
—Oh, qué lástima. Me gustaría
imaginarme su cara de indignación al saber que su gran amigo Sherlock está
cenando la dominatrix.
Puede que fuese por el vino, por
la tensión del momento o por ella, pero Irene notaba a Sherlock más acalorado
de lo normal.
—Ya que estamos aquí, ¿quieres
cenar algo? No permito un no por respuesta. Me lo debes, después de llegar
tarde y hacer esperar a una señorita. —le extiende la carta.
—Ya que me he dignado a cenar
contigo después de tantas peticiones, —dice con retintín ojeando rápidamente la
carta— con una ensalada ligera y un filete muy hecho estoy más que servido.
—Qué cortés por tu parte. —le
hace una seña al camarero para que les tome nota, y antes de que se vaya, les
rellena de nuevo las copas. Lo mira seria, pero intentando ocultar su objetivo
con sensualidad—. Supongo que tienes mucho que contarme sobre tus aventuras por
el nuevo continente. No te ahorres los detalles escabrosos. Sabes que me
encantan. —acompaña sus palabras con un movimiento de negación con la mano y
una mirada entrecerrada pícara.
Sherlock suspira y bebe de su
copa. Estaba dándole muchas vueltas al asunto. No veía el momento de que sacara
el tema y pudiesen hablar de ello. La misión era sacarle toda la información
posible, aunque fuera aburrida, para Jim, pero Irene quería aprovechar el
momento, disfrutar de la compañía de Sherlock y divertirse un poco.
—Mi vida fuera de Londres no ha
sido muy apasionante. Algún caso de primer grado, bastante aburrido. Por algo
los denomino de primer grado. Pude instalarme en el Metropolitan Hospital Center de Nueva
York, donde me proporcionaron una sala para mis pequeñas investigaciones y
análisis. Básicamente, he hecho lo que hacía por aquí, pero más tedioso.
Irene pensaba que era lo único
que podía saber sobre su tiempo en América. Estaba claro que Sherlock no le
ocultaba nada. Aunque su confianza habría mermado con el paso del tiempo por estar alejados, veía algo en él (algo que todavía el vino no había nublado)
que le decía que no estaba ocultando nada.
‘’Casos de primer grado, aburrimiento, asentamiento en uno de los hospitales públicos para
hacer pruebas... No creo que a Jim esto le interese mucho, pero es lo que hay y
no puedo hacer nada más. Además, poco a poco se le estará subiendo el vino. Ya
lleva en poco tiempo dos copas y un cuarto. Me toca’’.
—Vaya. Tienes razón. Me aburro sólo
con oírte —se recuesta en la silla y cierra los ojos, sonriendo—. En fin, creo
que no vas a darme directamente las gracias, así que, de nada.
El detective sonríe. Como muy
bien tenía pensado, no iba a ser el primero en sacar el tema. Irene fue quien
lo invitó a venir, así que mejor que empezase a hablar ella.
—No creas que no me di cuenta. ¿‘’Un favor por otro favor’’? Está
claro que no pensaste en ser discreta. Llamar mi atención fue tu primera baza.
—A mí siempre me gusta llamar tu atención, —sonríe,
satisfecha— y parece ser que lo consigo.
Nota que se ha molestado un poco
cuando le rehúye la mirada, mirando a su copa y bebiendo de esta. Notaba a
Sherlock un poco ruborizado. ‘’Este no
aguantará mucho más así. ¿Por qué estará bebiendo tanto? Necesitaba que se
soltase, pero no hasta este punto. No sabrá cuál es el protocolo de una cena’’. Al ver que no obtiene contestación,
cambia el hilo de la conversación.
—No me esperaba menos de ti,
querido. Y hay cosas que a mí no me gustan ocultar. Hay secretos que te
corroen, y soy demasiado bella como para
permitir eso. En cambio tú… Lo veo en tus ojos. ¿Cuánto tiempo podrás seguir
engañándote? … ¿Y él? —finge preocupación.
Sherlock la mira con los ojos
entrecerrados, intentando averiguar qué pretendía. No sabía si la pregunta iba
con algún doble sentido. Prefiere pensar que se refiere a cuánto tiempo
aguantarán él y John, sobre todo John, fingiendo que todo ha vuelto a la
normalidad. Es el pensamiento más lógico para Sherlock.
—Yo el tiempo que haga falta.
John no lo sé. Depende totalmente de él.
Suelta una pequeña risa. ‘’Se cree que hablo de la caída y su
desaparición. Qué rico’’.
—El gran e independiente Sherlock
Holmes a merced de su mascota. No me negarás que es gracioso.
Sherlock se pone serio y cierra
los ojos. Estaba molesto por esa apreciación hacia el doctor. Tensa el cuello
al hablar.
—No es mi mascota.
—Lo olvidaba. Vuestra
‘’relación’’ es de igual a igual. —enfatiza la palabra ‘’relación’’. Sherlock
no caería en ello. Irene no quería
privarse de algo de diversión—. No es malo tener mascotas, Sherlock. Yo también
las tengo, y me divierten a rabiar.
—Nuestros trabajos son
diferentes. Las relaciones que entablamos con las personas también.
— ¿Qué relaciones puedes entablar
tú, Sherlock? ¿Quién querría acercarse a alguien tan frío?
—Al parecer, tú.
Esa respuesta la pilla por
sorpresa, y se esconde tras su copa de vino, bebiendo y mirando a otro lado. ‘’Es el vino el que habla, Irene. Ha pasado
mucho tiempo como para que él quiera algún tipo de relación contigo. Ya te
dijiste a ti misma que esto es personal, pero no sentimental… Aunque que confíe
en mí y yo también lo haga podría ser bueno. Puedo contar con su ayuda con
discreción sin dar de lado a Jim, porque no puedo hacerlo… No, no puedo. Es
algo impensable. Estoy sola en esto’’. Deja que siga hablando.
—Aunque te sorprenda, dispongo de
amistades. No serán muchas, pero con el tiempo se me coge cariño. —dice
divertido. Alza las cejas y sonríe—. Hasta tú estás cerca de unirte a ese
pequeño círculo, y más después de la ayuda que me prestaste en el extranjero.
Vuelve a mirarlo, sin dejar de
beber, esperando a que él la imite, lo cual consigue, ya que Sherlock se sentía
satisfecho tras haber ganado ese tira y afloja. ‘’Tengo lo que necesito, nada más. Y puede y sólo puede que me vaya a casa con el
premio de tener a Sherlock de alguna forma de mi parte por eso último que ha dicho. Vamos a darle el punto y final a la velada de una vez’’.
El pequeño restaurante se inunda
de una música lenta y bailable. Las luces se atenúan, formando un ambiente
romántico y cálido.
—Sácame a bailar, Sherlock. Al
fin y al cabo, me debes una.
Sherlock se da la vuelta para
mirar la pista de baile. Se levanta y le extiende la mano, tembloroso. Ella acepta
su mano dulce y se adentran en el pequeño espacio reservado para bailar.
Sherlock le da la vuelta patoso y la arrima a él bruscamente, haciendo que
sus labios estuviesen a escasos centímetros. ‘’Definitivamente, está borracho’’, piensa Irene.
1 comentario:
Me ha encantado y el final sobre todo. Siguelo por favor. Irena es mala y se nota al emborachar a Sherlock. Espero con impaciencia el siguiente
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