Eli era incapaz de quedarse
quieta en la cama. No paraba de dar vueltas, de revolverse entre las sábanas y
negar con la cabeza. Era la peor noche que estaba pasando desde aquello.
De repente se ve en esa
habitación, esa lúgubre y agobiante habitación del piso de Dean Crowe. Ella
está de espaldas al cuerpo inmóvil de Crowe en el suelo. Al darse la vuelta, ve
que hay alguien ahí más aparte de ella y Crowe; una delgada y oscura sombra,
probablemente una mujer, había puesto boca arriba el pesado cuerpo del muerto y
le había desabrochado la camisa. ‘’ ¿Esto
es un recuerdo? No… ¿Qué pasa aquí? Yo no hice eso’’, piensa Elisabeth
nerviosa. La figura alza el cuchillo ensangrentado que lleva en la mano cual
pintor llevando por encima de él el pincel, contemplando su obra terminada. Se
levanta y deja a Elisabeth ver lo que ha garabateado; unas letras totalmente
legibles aun con la sangre corriendo por cada uno de los bordes de la piel
desgarrada: Yo maté a Dean Crowe -
Elisabeth Parker. Eli frunce el ceño aterrorizada, pero lo peor es cuando
ve quién es la lleva el cuchillo, quién había escrito esas horribles palabras
en el pecho desnudo de Crowe. No era ella.
‘’No… Por favor, esto no. Eli, despierta. Tienes que despertarte, ya’’.
Pero no puede hacerlo. Nota cómo el miedo recorre todo su cuerpo. Las lágrimas
estaban a punto de salir e intentaba controlarse.
— ¿Ma…? ¿Mamá? —consigue decir
mientras se lleva las manos a la cabeza, incrédula. Se clava las uñas en el
cuero cabelludo, como si eso pudiera sacarla de ahí al instante.
—Se te olvidó firmar tu obra,
cielo —dice señalando con el cuchillo a Dean Crowe—. Algo así no puedes dejarlo
a medias.
—Esto no puede estar pasando. No
puede… —se lleva las manos al colgante que le dio Erik. Puede que hasta en
estas circunstancias Erik pudiera sentir algo, aunque se tratara de un sueño. ‘’Un sueño no… Una pesadilla. Quiero salir,
¡quiero salir!’’.
—No seas cría, Elisabeth. Nadie
va a venir a ayudarte. Estamos solas, tú y yo.
—No puedes estar aquí. Tú no, por
favor.
—Me has decepcionado —tira el
cuchillo al suelo, haciéndolo rebotar un par de veces sobre el parqué y dejando
varias y diminutas gotas de sangre en él—. Aun estando tan dividida en tu
interior, aun sabiendo que yo no quería esto para ti, elegiste el bando de los
malos. Has tomado el camino equivocado. ¿Por qué?
—Tú ya no estás aquí —nota cómo
las lágrimas luchan por salir, salir de las cuencas de sus ojos, pero todavía
es capaz de aguantar—. Tengo que pensar por mí misma. Tomar mis decisiones…
—No me refiero a que yo esté aquí
o no, porque sigo estando aquí —le señala con un dedo la frente—, y aquí —termina
diciendo al bajar el dedo hasta su pecho, su corazón—. No he desaparecido, ni
lo haré. Y has hecho lo peor que podías haber hecho, matar a un hombre. Por muy
malo que fuera, la vida es algo muy valioso, y nadie debería tener el control
de quitarla, sólo el tiempo. Es jugar a ser Dios, Elisabeth, y no está bien.
Eli se queda sin habla. Era como
hablar con una pared, y ella era la pared, la que no podía dar razonamiento
alguno, porque sabía que su madre tenía razón.
—Ya no veo a mi dulce hijita —sigue
diciendo su madre—. Mi niña pequeña que soñaba con bailar. Ahora eres una
asesina.
Sus palabras era un puñal en su
corazón. Fue el detonante final para que Eli empezara a llorar, sin poder
apartar los ojos de su madre, la persona que más quería en el mundo aunque ya
no estuviera en él, la persona que ahora la acusaba cruelmente.
—No… Por favor… Para. Mamá, lo
siento…
Deseaba que la oscuridad se
fuera, que llegara la luz, que su madre corriera y la estrechara entre sus
brazos, pero eso no iba a pasar.
—Tú lo hiciste —responde Martha
Parker. Alrededor de ella, todo comienza a temblar, a derrumbarse; la lámpara
del techo se estampa contra el suelo y hace un enorme agujero, arrastrando el
cuerpo de Crowe, del que brotaba sangre brillante y roja, muy roja de las
palabras escritas con el cuchillo y empapando todo el vientre, hacia la
oscuridad, dejando un enorme charco de sangre coagulada y repugnante de olor
nauseabundo. Las palabras que había escrito su madre en el pecho de Crowe se
habían quedado también en el suelo. La sangre corre hacia el agujero, pero esas
palabras se quedan ahí, grabadas a fuego en el suelo, desprendiendo un olor
intenso e infernal, como azufre; la cama empieza a comprimirse ella sola hasta
quedar hecha un alijo de astillas y sábanas teñidas de rojo—. Tú lo hiciste —un
chillido agudo resuena por la habitación, y una luz cegadora y caliente, un
fogonazo naranja ardiente entra por la ventana y dispara ferozmente los
cristales de esta hacia la pared; las paredes empiezan a corroerse, a agrietarse
y a ser invadidas por moho y telarañas. Pero todo eso es lo que Elisabeth mira
por el rabillo del ojo. Es incapaz de apartar la mirada de esa extraña figura
que hace un momento era su madre. Ahora estaba cambiando los rasgos faciales de
manera terrorífica, lenta, desfigurando poco a poco el rostro; el pelo torna a
rubio, los labios se hacen un poco más alargados e hinchados y los ojos se
achican. Esa extraña figura se convierte en ella misma, una Elisabeth que
sonríe malévolamente, como una loca—. Tú lo hiciste.
Como si un tambor gigantesco
estallara al ser golpeado por la maza, todo se vuelve negro en la mente de
Elisabeth, pero permanece de manera turbia la risa terrorífica de la otra Eli.
Un grito feroz de Eli, que intenta acallar esa repugnante risa hace que Erik
irrumpa en su habitación.
— ¡Eli! ¿¡Elisabeth!?
— ¡NO, POR FAVOR! ¡YA BASTA!
¡MAMÁ! —está empapada en lágrimas que se mezclan con el sudor y con los ojos
muy abiertos. Aunque había despertado, todavía estaba en shock y no para de
llorar y gritar.
Erik corre hacia ella y se sienta
a su lado en la cama, abrazándola muy fuerte y haciendo que ahogara las
lágrimas en su pecho. Los sollozos de Eli seguían siendo potentes y arrolladores
y no conseguía tranquilizarse. Erik le
acaricia el pelo y dice repetidas veces su nombre. Ni el calor de su cuerpo ni
que la estuviera abrazando conseguía calmarla. La aparta despacio y la mira, cogiéndola
de los brazos con fuerza para que no pudiera hacer otra cosa que mirarle.
—Eli, por favor. Mírame. Eso es,
mírame. Soy yo. Ya pasó.
La mirada de terror y angustia
que tiene ella lo preocupa de sobremanera y la acerca más a él.
—Mírame, por favor. Eli, ha
terminado. Estoy aquí, contigo. Tranquilízate —pone la mano en sus ojos y sisea
que cese el llanto. El calor de su mano evaporando el sudor frío parece
calmarla por fin y Erik sonríe aliviado—. Venga, no llores.
Eli consigue tranquilizarse un
poco y mira con los ojos aún llenos de lágrimas los de Erik. Tenía sombrío por
verla así. Se abraza a él y sigue llorando pero más controlada.
—Ha sido horrible… horrible. Mi
madre estaba allí… en el piso de Crowe. Me ha dicho que le he decepcionado, que
soy una asesina. Luego todo ha empezado a desmoronarse y… y ya no era ella… Era
yo… No quiero volver…
—Estoy aquí. No vas a volver, te
lo prometo —le toca la frente con dos dedos y al momento Eli se queda dormida.
El poder de dormirla al momento
no era capaz de tenerla calmada por las noches. No volvía a tener pesadillas,
pero se concentraba tanto dentro de su propio subconsciente para no volver a
esa habitación que el conciliar el sueño era misión imposible.
Por las mañanas bailaba y se
mantenía ocupada, o se encerraba en su cuarto, con la música a todo volumen y
tumbada en la cama. Erik seguramente ya se sabía de memoria This must be the place, Girl from the north country o Mardy Bum, entre otras canciones que a
Eli le gustaba poner repetidas veces. El mago la acompañaba en todo momento, se
impregnaba de su rutina y estaba preparado en cualquier momento.
Por las noches el mago la dormía,
pero Eli no era capaz ni de soñar algo feliz, como con su madre bailando. Eso
último era algo impensable después de esa pesadilla. Ahora tenía miedo de
pensar en su madre, y eso la mataba por dentro, la destrozaba. La seguía
queriendo, pero el mal ahora tenía dos caras: la de su madre y la suya propia.
Tenía miedo de ella, de lo que podía ser capaz aun estando serena. No podía ni
pensar en lo que podría hacer si llega al punto límite del control de su cuerpo
si no se toma las pastillas. Aunque siempre las tenía a mano, podía ocurrir
algo, o que el brote psicótico llegara más rápido que un chasquido de dedos y
todo estuviera perdido.
La prueba para El lago de los Cisnes estaba al caer, y
si no conseguía dormir, el cansancio podría pasarle factura. Eli sólo ve una
solución: Erik. Erik podía ayudarla.
Una noche se levanta de su cama,
se ciñe la bata a la cintura y abre la puerta de su dormitorio. El pasillo
estaba oscuro, pero podía ver por la franja de debajo de la puerta un hilo de
luz. Se pone enfrente de ella y llama.
—Erik —susurra después de dar
tres toques en la puerta.
No recibe contestación, pero a
los segundos Erik le abre la puerta. Aparentemente estaba leyendo, por el libro
que tiene entre manos. ‘’Dijo que los
magos pueden estar muchas horas sin necesidad de dormir. Se mantiene despierto
por si le necesito’’, piensa mientras le sonríe. Erik se hace a un lado
dejándola entrar, cierra la puerta y se pone enfrente de ella.
— ¿Ocurre algo?
—Me… resulta embarazoso pedirte
esto…
Él sonríe y se cruza de brazos.
—Anda, dímelo. Te prometo que no
me reiré.
Eli se cruza de brazos también y
mira al suelo. ‘’No tengo nada que perder
y mucho que ganar si acepta’’.
— ¿Puedo… puedo dormir contigo? —no
era capaz de decírselo directamente, así que aparta la mirada—. Tu hechizo para
dormir no me hace efecto. Quién sabe, por probar… —le mira unos segundos
después de terminar y lo ve sonriendo—. ¡Has dicho que no te reirías!
—No me estoy riendo. Una sonrisa
puede significar muchas cosas —se dirige a la cama y deja en la mesita de noche
el libro mientras se sienta en la cama—. Venga, ven.
Eli se acerca despacio y se tumba
totalmente en la cama, a una distancia prudencial de él.
—Puedes seguir leyendo si quieres.
¿O vas a dormir?
—Oh, claro —dice cogiendo el
libro de nuevo e incorporándose en la cama, quedándose medio tumbado—. Prefiero
quedarme despierto por lo menos hasta que tú estés completamente dormida.
‘’Mentiroso’’, piensa ella. Tenía el presentimiento de que se
quedaría toda la noche despierto si hacía falta.
— ¿Qué lees? —susurra Eli—. ¿Dos velas para el diablo? ¿Has estado
ojeando mi estantería de libros?
— ¿He hecho mal?
‘’ ¿Cuándo habrá estado en mi habitación? Por la mañana lo dudo. Ha estado
entrando por la noche y custodiando mis sueños… Encantador’’. Se sonroja.
—No… tranquilo. Me parece bien.
Eli mira un rato sonriendo cómo
está absorto en la lectura, tan metido en ella que no se da cuenta de que lo
está mirando fijamente. Con la luz tan tenue le resulta difícil, pero consigue
ver un poco esas chispas anaranjadas bañadas en el profundo azul de su iris. En
un momento, Eli, algo adormilada, nota cómo Erik la acerca sin tocarla, sólo
con el poder de su mente, hacia él y la rodea con un brazo. Ella había dejado
cierta distancia, porque aunque le hubiera gustando desde un principio estar
así, no podía. Pero como había sido él el que toma la iniciativa para que ella
esté tranquila y relajada, sin ningún motivo sentimental —‘’Es imposible’’—, Eli se da el capricho de arrimarse un poco más y
posar su mano en su pecho, notando el latir de su corazón y siendo abrazada por
el calor que desprende Erik, quedándose dormida pronto.
El resto de noches que quedan
hasta la prueba, Eli no pasa ninguna sola.
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