viernes, 7 de junio de 2013

You did it (Eli, 7)

Eli era incapaz de quedarse quieta en la cama. No paraba de dar vueltas, de revolverse entre las sábanas y negar con la cabeza. Era la peor noche que estaba pasando desde aquello.

De repente se ve en esa habitación, esa lúgubre y agobiante habitación del piso de Dean Crowe. Ella está de espaldas al cuerpo inmóvil de Crowe en el suelo. Al darse la vuelta, ve que hay alguien ahí más aparte de ella y Crowe; una delgada y oscura sombra, probablemente una mujer, había puesto boca arriba el pesado cuerpo del muerto y le había desabrochado la camisa. ‘’ ¿Esto es un recuerdo? No… ¿Qué pasa aquí? Yo no hice eso’’, piensa Elisabeth nerviosa. La figura alza el cuchillo ensangrentado que lleva en la mano cual pintor llevando por encima de él el pincel, contemplando su obra terminada. Se levanta y deja a Elisabeth ver lo que ha garabateado; unas letras totalmente legibles aun con la sangre corriendo por cada uno de los bordes de la piel desgarrada: Yo maté a Dean Crowe - Elisabeth Parker. Eli frunce el ceño aterrorizada, pero lo peor es cuando ve quién es la lleva el cuchillo, quién había escrito esas horribles palabras en el pecho desnudo de Crowe. No era ella.

‘’No… Por favor, esto no. Eli, despierta. Tienes que despertarte, ya’’. Pero no puede hacerlo. Nota cómo el miedo recorre todo su cuerpo. Las lágrimas estaban a punto de salir e intentaba controlarse.

— ¿Ma…? ¿Mamá? —consigue decir mientras se lleva las manos a la cabeza, incrédula. Se clava las uñas en el cuero cabelludo, como si eso pudiera sacarla de ahí al instante.

—Se te olvidó firmar tu obra, cielo —dice señalando con el cuchillo a Dean Crowe—. Algo así no puedes dejarlo a medias.

—Esto no puede estar pasando. No puede… —se lleva las manos al colgante que le dio Erik. Puede que hasta en estas circunstancias Erik pudiera sentir algo, aunque se tratara de un sueño. ‘’Un sueño no… Una pesadilla. Quiero salir, ¡quiero salir!’’.

—No seas cría, Elisabeth. Nadie va a venir a ayudarte. Estamos solas, tú y yo.

—No puedes estar aquí. Tú no, por favor.

—Me has decepcionado —tira el cuchillo al suelo, haciéndolo rebotar un par de veces sobre el parqué y dejando varias y diminutas gotas de sangre en él—. Aun estando tan dividida en tu interior, aun sabiendo que yo no quería esto para ti, elegiste el bando de los malos. Has tomado el camino equivocado. ¿Por qué?

—Tú ya no estás aquí —nota cómo las lágrimas luchan por salir, salir de las cuencas de sus ojos, pero todavía es capaz de aguantar—. Tengo que pensar por mí misma. Tomar mis decisiones…

—No me refiero a que yo esté aquí o no, porque sigo estando aquí —le señala con un dedo la frente—, y aquí —termina diciendo al bajar el dedo hasta su pecho, su corazón—. No he desaparecido, ni lo haré. Y has hecho lo peor que podías haber hecho, matar a un hombre. Por muy malo que fuera, la vida es algo muy valioso, y nadie debería tener el control de quitarla, sólo el tiempo. Es jugar a ser Dios, Elisabeth, y no está bien.

Eli se queda sin habla. Era como hablar con una pared, y ella era la pared, la que no podía dar razonamiento alguno, porque sabía que su madre tenía razón.

—Ya no veo a mi dulce hijita —sigue diciendo su madre—. Mi niña pequeña que soñaba con bailar. Ahora eres una asesina.

Sus palabras era un puñal en su corazón. Fue el detonante final para que Eli empezara a llorar, sin poder apartar los ojos de su madre, la persona que más quería en el mundo aunque ya no estuviera en él, la persona que ahora la acusaba cruelmente.

—No… Por favor… Para. Mamá, lo siento…

Deseaba que la oscuridad se fuera, que llegara la luz, que su madre corriera y la estrechara entre sus brazos, pero eso no iba a pasar.

—Tú lo hiciste —responde Martha Parker. Alrededor de ella, todo comienza a temblar, a derrumbarse; la lámpara del techo se estampa contra el suelo y hace un enorme agujero, arrastrando el cuerpo de Crowe, del que brotaba sangre brillante y roja, muy roja de las palabras escritas con el cuchillo y empapando todo el vientre, hacia la oscuridad, dejando un enorme charco de sangre coagulada y repugnante de olor nauseabundo. Las palabras que había escrito su madre en el pecho de Crowe se habían quedado también en el suelo. La sangre corre hacia el agujero, pero esas palabras se quedan ahí, grabadas a fuego en el suelo, desprendiendo un olor intenso e infernal, como azufre; la cama empieza a comprimirse ella sola hasta quedar hecha un alijo de astillas y sábanas teñidas de rojo—. Tú lo hiciste —un chillido agudo resuena por la habitación, y una luz cegadora y caliente, un fogonazo naranja ardiente entra por la ventana y dispara ferozmente los cristales de esta hacia la pared; las paredes empiezan a corroerse, a agrietarse y a ser invadidas por moho y telarañas. Pero todo eso es lo que Elisabeth mira por el rabillo del ojo. Es incapaz de apartar la mirada de esa extraña figura que hace un momento era su madre. Ahora estaba cambiando los rasgos faciales de manera terrorífica, lenta, desfigurando poco a poco el rostro; el pelo torna a rubio, los labios se hacen un poco más alargados e hinchados y los ojos se achican. Esa extraña figura se convierte en ella misma, una Elisabeth que sonríe malévolamente, como una loca—. Tú lo hiciste.

Como si un tambor gigantesco estallara al ser golpeado por la maza, todo se vuelve negro en la mente de Elisabeth, pero permanece de manera turbia la risa terrorífica de la otra Eli. Un grito feroz de Eli, que intenta acallar esa repugnante risa hace que Erik irrumpa en su habitación.

— ¡Eli! ¿¡Elisabeth!?

— ¡NO, POR FAVOR! ¡YA BASTA! ¡MAMÁ! —está empapada en lágrimas que se mezclan con el sudor y con los ojos muy abiertos. Aunque había despertado, todavía estaba en shock y no para de llorar y gritar.

Erik corre hacia ella y se sienta a su lado en la cama, abrazándola muy fuerte y haciendo que ahogara las lágrimas en su pecho. Los sollozos de Eli seguían siendo potentes y arrolladores  y no conseguía tranquilizarse. Erik le acaricia el pelo y dice repetidas veces su nombre. Ni el calor de su cuerpo ni que la estuviera abrazando conseguía calmarla. La aparta despacio y la mira, cogiéndola de los brazos con fuerza para que no pudiera hacer otra cosa que mirarle.

—Eli, por favor. Mírame. Eso es, mírame. Soy yo. Ya pasó.

La mirada de terror y angustia que tiene ella lo preocupa de sobremanera y la acerca más a él.

—Mírame, por favor. Eli, ha terminado. Estoy aquí, contigo. Tranquilízate —pone la mano en sus ojos y sisea que cese el llanto. El calor de su mano evaporando el sudor frío parece calmarla por fin y Erik sonríe aliviado—. Venga, no llores.

Eli consigue tranquilizarse un poco y mira con los ojos aún llenos de lágrimas los de Erik. Tenía sombrío por verla así. Se abraza a él y sigue llorando pero más controlada.

—Ha sido horrible… horrible. Mi madre estaba allí… en el piso de Crowe. Me ha dicho que le he decepcionado, que soy una asesina. Luego todo ha empezado a desmoronarse y… y ya no era ella… Era yo… No quiero volver…

—Estoy aquí. No vas a volver, te lo prometo —le toca la frente con dos dedos y al momento Eli se queda dormida.

El poder de dormirla al momento no era capaz de tenerla calmada por las noches. No volvía a tener pesadillas, pero se concentraba tanto dentro de su propio subconsciente para no volver a esa habitación que el conciliar el sueño era misión imposible.

Por las mañanas bailaba y se mantenía ocupada, o se encerraba en su cuarto, con la música a todo volumen y tumbada en la cama. Erik seguramente ya se sabía de memoria This must be the place, Girl from the north country o Mardy Bum, entre otras canciones que a Eli le gustaba poner repetidas veces. El mago la acompañaba en todo momento, se impregnaba de su rutina y estaba preparado en cualquier momento.

Por las noches el mago la dormía, pero Eli no era capaz ni de soñar algo feliz, como con su madre bailando. Eso último era algo impensable después de esa pesadilla. Ahora tenía miedo de pensar en su madre, y eso la mataba por dentro, la destrozaba. La seguía queriendo, pero el mal ahora tenía dos caras: la de su madre y la suya propia. Tenía miedo de ella, de lo que podía ser capaz aun estando serena. No podía ni pensar en lo que podría hacer si llega al punto límite del control de su cuerpo si no se toma las pastillas. Aunque siempre las tenía a mano, podía ocurrir algo, o que el brote psicótico llegara más rápido que un chasquido de dedos y todo estuviera perdido.

La prueba para El lago de los Cisnes estaba al caer, y si no conseguía dormir, el cansancio podría pasarle factura. Eli sólo ve una solución: Erik. Erik podía ayudarla.

Una noche se levanta de su cama, se ciñe la bata a la cintura y abre la puerta de su dormitorio. El pasillo estaba oscuro, pero podía ver por la franja de debajo de la puerta un hilo de luz. Se pone enfrente de ella y llama.

—Erik —susurra después de dar tres toques en la puerta.

No recibe contestación, pero a los segundos Erik le abre la puerta. Aparentemente estaba leyendo, por el libro que tiene entre manos. ‘’Dijo que los magos pueden estar muchas horas sin necesidad de dormir. Se mantiene despierto por si le necesito’’, piensa mientras le sonríe. Erik se hace a un lado dejándola entrar, cierra la puerta y se pone enfrente de ella.

— ¿Ocurre algo?

—Me… resulta embarazoso pedirte esto…

Él sonríe y se cruza de brazos.

—Anda, dímelo. Te prometo que no me reiré.

Eli se cruza de brazos también y mira al suelo. ‘’No tengo nada que perder y mucho que ganar si acepta’’.

— ¿Puedo… puedo dormir contigo? —no era capaz de decírselo directamente, así que aparta la mirada—. Tu hechizo para dormir no me hace efecto. Quién sabe, por probar… —le mira unos segundos después de terminar y lo ve sonriendo—. ¡Has dicho que no te reirías!

—No me estoy riendo. Una sonrisa puede significar muchas cosas —se dirige a la cama y deja en la mesita de noche el libro mientras se sienta en la cama—. Venga, ven.

Eli se acerca despacio y se tumba totalmente en la cama, a una distancia prudencial de él.

—Puedes seguir leyendo si quieres. ¿O vas a dormir?

—Oh, claro —dice cogiendo el libro de nuevo e incorporándose en la cama, quedándose medio tumbado—. Prefiero quedarme despierto por lo menos hasta que tú estés completamente dormida.

‘’Mentiroso’’, piensa ella. Tenía el presentimiento de que se quedaría toda la noche despierto si hacía falta.

— ¿Qué lees? —susurra Eli—. ¿Dos velas para el diablo? ¿Has estado ojeando mi estantería de libros?

— ¿He hecho mal?

‘’ ¿Cuándo habrá estado en mi habitación? Por la mañana lo dudo. Ha estado entrando por la noche y custodiando mis sueños… Encantador’’. Se sonroja.

—No… tranquilo. Me parece bien.

Eli mira un rato sonriendo cómo está absorto en la lectura, tan metido en ella que no se da cuenta de que lo está mirando fijamente. Con la luz tan tenue le resulta difícil, pero consigue ver un poco esas chispas anaranjadas bañadas en el profundo azul de su iris. En un momento, Eli, algo adormilada, nota cómo Erik la acerca sin tocarla, sólo con el poder de su mente, hacia él y la rodea con un brazo. Ella había dejado cierta distancia, porque aunque le hubiera gustando desde un principio estar así, no podía. Pero como había sido él el que toma la iniciativa para que ella esté tranquila y relajada, sin ningún motivo sentimental —‘’Es imposible’’—, Eli se da el capricho de arrimarse un poco más y posar su mano en su pecho, notando el latir de su corazón y siendo abrazada por el calor que desprende Erik, quedándose dormida pronto.

El resto de noches que quedan hasta la prueba, Eli no pasa ninguna sola.

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