martes, 4 de junio de 2013

An unexpected visit (John, 6)

El traqueteo del motor del viejo taxi parando enfrente del portal 221B despierta a John; se había quedado dormido durante el trayecto del aeropuerto hasta Baker Street. Por fin había vuelto a casa,  y conforme baja del taxi y coge sus maletas, sólo puede pensar en una cosa: en Sherlock.

El muy despistado ni se acordó de que se había ido a Oxford a un convención médica, y cuando recibió el mensaje del detective en el que suponía que él estaba en casa, John se enfadó un poco, pensando que no había cambiado nada y que seguía sin prestarle atención muchas veces, pero a la vez sonrió. ‘’No cambiará nunca…y tampoco quiero. Me gusta tal y como es, aunque de vez en cuando preferiría que se comportase de otra forma… Debo conformarme con que sólo somos amigos, y eso me basta con tal de estar a su lado’’. Pensaba que su pequeño viaje habría servido para enfriar las cosas entre ellos después del beso, lo que sería genial para su relación.

Entra en casa y charla un rato con la dulce señora Hudson, que se alegraba de que John hubiese vuelto y le contaba las novedades que había habido hasta el momento en su vida, como ahora se había aficionado a ver programas de televisión sobre salud y bienestar o que daba paseos a la tarde para no estar siempre en casa. Luego sube a su habitación para deshacer la maleta, y cansado, se tumba un rato en la cama. Mirando el techo de su cuarto, piensa que cuando ha pasado por el salón, no ha visto a Sherlock, lo cual era extraño.

Decide bajar a investigar un poco el piso. Todo seguía igual que siempre; papeles por todos lados, el violín de Sherlock en su butaca, listo para ser tocado en cualquier arrebato de locura de su compañero, tazas de té en el fregadero, más cartas apiñadas en la chimenea y agujereadas por un cuchillo… Era su hogar.

Dirigiéndose a la habitación de Sherlock para comprobar que efectivamente no estaba en el piso, pasa al lado del baño, y cuál es su sorpresa al encontrarse a Irene Adler saliendo de él, completamente desnuda y con una sonrisa de oreja a oreja al toparse de repente con el doctor. John se queda paralizado e inconscientemente baja la mirada, examinando su cuerpo durante un segundo, aunque rectifica al momento y aparta sus ojos del cuerpo de La Mujer.

— ¡D-Dios! ¿Pero qué…? —se aclara la garganta y la mira a los ojos, ruborizado—. ¿Qué haces tú aquí?

—Soy una invitada de honor de Sherlock Holmes —contesta ella con toda naturalidad.

— ¿Qué? ¿Dónde está él? —dice un poco más calmado, aunque enfadado por lo que acababa de oír. ‘’ ¿¡Cómo se le ocurre traerla aquí!?’’ .

—Tranquilo. No se ha duchado conmigo, si es lo que te preocupa. Ha ido a Scotland Yard, y no sé cuándo volverá.

—Vale… ¿Te importaría? —mira el techo mientras que con la mano señala todo su cuerpo desnudo—. Esta no es tu casa.

—Pero Sherlock me ha dicho que me sienta aquí como si lo estuviera —responde con una voz infantil mientras se da la vuelta y camina moviendo sensualmente las caderas, desapareciendo en la habitación de Sherlock.

John observa cómo se aleja y se va al salón refunfuñando, pasándose las manos por la cabeza y dando vueltas de un lado a otro.

—Genial. Perfecto. ¡Fantástico! Lo que me faltaba. Qué regalo de bienvenida. Oh, Sherlock, muchas gracias por traer a Irene Adler a nuestra casa. Es todo un detalle —habla consigo mismo usando un tono sarcástico mientras se pone el abrigo y se dispone a salir del piso.

La paz que sentía por haber vuelto a su casa se vio alterada por la visita inesperada de Irene. Pensaba que por fin Sherlock se había olvidado de ella, ya que no volvió a mencionarla ni a ella ni su nota, y estaba sumamente feliz por ello. Irene no le había dicho ni cuánto llevaba allí ni cuánto más se quedaría. Viendo lo bien que se había acomodado y la tranquilidad con la que se paseaba desnuda por el piso, deducía que llevaba ya unos cuantos días. No quería ni pensar en qué había pasado durante su ausencia.

Lo mejor sería salir del que ahora era un entorno hostil. Pasear, ver gente y observar el ajetreado tráfico podría ayudarlo a pensar, meditar, aunque de nada serviría suavizar las cosas en su mente. Irene estaba ahí y no podía evitarlo. ¿Qué hacía Sherlock invitándola a casa? ‘’Cuando pienso que no debo alejarme de él es por algo...’’.

Habían pasado dos horas desde que salió del piso, y cuando volvió, hubiera deseado tener una máquina del tiempo para no llegar hasta la noche. Irene y Sherlock estaban sentados uno enfrente del otro, a la luz de la chimenea y cogidos de la mano. Sherlock le acariciaba las muñecas con suavidad y hablaban en susurros. John se puso rojo de rabia y celos. Carraspea para hacerse notar.

— ¿Interrumpo algo?

— ¡John! Por fin has vuelto. ¿Qué tal por Oxford? —Sherlock, al parecer muy feliz porque el doctor estuviera contemplando la escena, acaricia por última vez las manos de Irene y las deja en su regazo antes de levantarse de la butaca y saludar a John, acto que John pasa de largo y se dirige sin mirarle apenas a la cocina. El detective vuelve a la butaca confundido.

Irene suelta una coqueta risita.

—John, llevo una bata. Ya no hay peligro de que tus ojos se pierdan entre mis atributos femeninos.

—Muy graciosa, sí. Muy, muy graciosa —ríe irónico mientras se prepara un vaso de agua—. ¿No hay nada que debas contarme, Sherlock?

Irene se levanta y se pone detrás del detective, acariciando sus hombros. Sherlock sigue mirando a John, serio, sin prestarle mucha atención a ella. A La Mujer le divertía incomodar y poner celoso al doctor.

—Oh, ya que soy yo la que irrumpe en tu casa, deja que te lo explique. Sherlock, como buen samaritano que es, me ha ayudado trayéndome aquí, y voy a quedarme el tiempo que haga falta.

—El tiempo que haga falta equivale a un par de días más —añade Sherlock—. Lestrade me ha dicho que no será difícil dar como ese hombre.

— ¿Y el motivo de su estancia aquí es…? —pregunta John irascible mientras sigue con la mirada el dedo de Irene, que juguetea en el cuello de Sherlock, quien lo tensa en un pequeño espasmo cuando el dedo pasa por la mandíbula hasta llegar detrás de la oreja.

—Un cliente arremetió contra ella, y no está segura en Belgravia.

—Sé lo que le gusta a los hombres… ¿Verdad, Sherlock? —le susurra al oído sensualmente, irritando de sobremanera a John, con lo cual, cuando Irene se fija, suelta una pequeña risita de satisfacción. Sherlock permanece impasible ante la situación. Irene suspira—. Pero se volvió loco, y no me apetece volver a mi casa y que me pase algo malo. Además, echaba de menos Baker. Es tan…acogedora.

—Encantador —John sonríe falsamente. Se la vuelta y se dirige al cuarto de su compañero—. ¿Sherlock, podemos hablar un momento?

Al momento de cruzar el marco de la puerta de la habitación, se pasa las manos por la cara. ‘’Esto me sobrepasa. No puedo tener ni un momento de paz. Siempre hay algo. Siempre’’.

Ve cómo Sherlock entra en la habitación y se apresura a cerrar la puerta. Luego se da la vuelta y le mira, furioso. Sherlock pone los ojos en blanco.

—John, no me mires así. Necesitaba ayuda y no podía dejar que volviera a Belgravia. Se supone que tú eres el humano, comprensivo y amable aquí.

— ¿No podía buscarse un hotel de cinco estrellas, con toda clase de lujos? —protesta alterado—. Por favor… ¿Dónde va a dormir?

—En mi habitación —contesta sorprendido, como si fuera evidente—. ¿Dónde más podría dormir?

—Por supuesto, claro. Qué pregunta más estúpida. Espero que os deis calor en estas frías noches de invierno.

—Dios, John… siempre igual —cierra las manos en puño y aparta la mirada—. Deja de comportarte como un crío. Yo dormiré en el sofá.

Durante un rato, John no abre la boca. Para lo que iba a decir ahora, necesitaba estar lo más calmado y sereno posible. Se arma de valor y se pone enfrente de él.

—Sabes que no siento ningún afecto hacia ella, por lo que te hizo, porque jugó contigo. Y aun así, tú insistes. Parece que lo haces aposta, para molestarme… ¿Te sientes atraído por ella? —Sherlock le dedica una mira de sorpresa y confusión—. Es eso, ¿verdad?

— ¡No! John, para. Irene no es como tú te crees. Ha cambiado y confiamos el uno en el otro. Tenía que ayudarla, nada más.

— ¿Y por qué no? Es atractiva, interesante, atrayente... Podría darte todo lo que necesitas, o lo que se supone que alguien necesita —aparta la mirada. ‘’Yo sólo soy una persona vulgar y ordinara para ti’’, le hubiera gustado añadir—. ¿¡Por qué no!?

Sherlock hace un amago de replicarle, pero duda y balbucea antes de contestarle. John juraría que le iba a decir otra cosa diferente a lo que dice por lo nervioso que parecía.

— ¡Ya te lo dije! ¡Estoy casado con mi trabajo! ¿Cuántas veces te lo tengo que repetir?

—El trabajo no te dará la felicidad, Sherlock. Necesitas a alguien —‘’No puedo creer que esté diciendo esto. A él no’’—. Está claro que sientes algo, se nota. Vete con ella y deja de hacerme sufrir.

Sherlock le mira perplejo.

— ¡Sí, Sherlock! ¡Miras pero no observas! ¿Hace falta que vuelva a repetírtelo?

Por la cara que pone Sherlock y por cómo se ruboriza, John jura que se acuerda del beso. El detective retrocede un poco.

— ¡N-no! No hace falta.

— ¿Entonces decides quedarte y dejar que te proteja?

— ¿Protegerme? Tú no tienes que protegerme de nada.

— ¡TENGO QUE PROTEGERTE DE TODO! —grita descontrolado. Se acercaba más a él, desafiante—. ¿Cuándo vas a entenderlo? ¡NO VOY A DEJAR QUE TE VUELVAS A IR!

Sherlock le contiene la mirada sin moverse del sitio. Le coge del jersey y lo acerca más a él.

—Tú no tienes que asumir esa carga. Esa es mi tarea. ¡Mía!

—A la mierda con eso, Sherlock. Te llevo protegiendo incluso cuando no estabas. Te defendí ante la opinión pública. Mientras todos decían que eras un farsante, yo estaba ahí para negarlo hasta quedarme sin voz. Nunca te lo dije a la cara, y con ellos me harté de repetirlo. Nunca te dije que confío en ti con fe ciega. Eres un buen hombre, aunque ahora estés siendo un tirano. Estoy en mi derecho de seguir haciéndolo. Todos necesitamos protección, hasta tú —‘’Eres mi héroe, pero ahora no mereces que te lo diga’’—. Pero yo soy mayorcito y no me comporto como un crío, haciendo lo primero que se me pasa por la cabeza. No quiero que te preocupes por mí porque no hay motivos. En cambio contigo sí que los hay, ¡millones! No vas a volver a hacerte el héroe.

—Pues yo tampoco voy a dejar que tú te lo hagas.

‘’Es como si no me conocieras. Me pondría entre una bala y tú si hiciese falta, y eso no podrías impedirlo, Sherlock’’. Querían protegerse mutuamente, mantenerse a salvo; Sherlock creía que podría hacerlo si no estaba con John, porque aunque le quería, los sentimientos son una debilidad. John creía que si estaban juntos serían más fuertes y podrían con cualquier adversidad. Ninguno daría su brazo a torcer.

Estaban muy cerca el uno del otro, con la mirada fija y sin parpadear apenas. John alterna la suya entre sus ojos y labios, acto que Sherlock también hace. No estaba seguro, pero habría apostado algo a que Sherlock se estaba acercando, acortando la escasa distancia que ya había entre sus labios.

Justo cuando creía que Sherlock iba a besarlo, Irene llama y entreabre la puerta.

— ¿Se puede? Oh, vaya —sonríe divertida al verlos tan cerca.

Cuando la oye, John aparta sus ojos de Sherlock y mira en dirección contraria a la puerta. Sherlock suelta despacio a John, pero no se separa del todo de él. Se estira la camisa y mira a Irene.

—Qué quieres.

—Necesito a John un momentito —sisea después de responder.

John gira la cabeza y la mira sorprendido.

— ¿A… a mí? —Irene asiente y desaparece de la habitación. Mira a Sherlock serio, triste. Suspira y sigue a La Mujer hasta el baño. Irene se sienta en un taburete, se quita las vendas de las muñecas y extiende los brazos delante de John, quien se queda sorprendido; las marcas tenían ya unos días, y por supuesto habían mejorado con el paso del tiempo, pero seguían muy presentes en la superficie de su piel. Un morado intenso predominaba sobre el rojo sangre de ese horrendo brazalete que rodeaba sus muñecas—. D-Dios… ¿Esto es lo que te hizo ese hombre?

Irene asiente con la cabeza.

— ¿Por qué no te defendiste?

—Me cogió desprevenida —repite más o menos las palabras que le dijo a Sherlock mientras rehuye a John con la mirada—. Cuando lo intenté, me había cogido por banda y… bueno, ya lo ves.

John acaricia sus muñecas con suavidad. No le caía bien, y seguía enfadado, pero era su paciente en esos momentos, y él, el doctor. Ante todo, John era humano y compasivo y tendía su mano a todo el que le pidiese ayuda, incluso a Irene, después de ver lo que había pasado. Pasa sus dedos con cuidado por las zonas que aún estaban rojas. Podía notar unas pequeñas marcas, de uñas quizá.

—La inflamación no es tan grave como lo estaría antes. Te debió coger bastante fuerte, si a pesar de haber transcurrido unos días la contusión sigue en este estado. Voy a ponerte una pomada refrescante para aliviar el dolor momentáneo, además de vendas nuevas.

Mientras empieza a tratarle, Irene le mira con curiosidad.

— ¿Se lo has dicho ya a Sherlock? —le pregunta.

— ¿Decirle qué? —John frunce el ceño mientras realiza movimientos circulares en sus muñecas.

—Lo que sientes por él —John levanta la viste un segundo, pone los ojos en blanco y vuelve a concentrarse en su tarea—. Querido, es evidente, y apostaría cualquier cosa a que es un sentimiento mutuo.

John se detiene un momento y cierra los ojos. Sherlock antes iba a decirle algo de lo que en el último momento se había arrepentido y le contestó con otra cosa. ¿Quizá iba a decirle que él sentía algo? ¿Qué quería estar con él, y por eso negaba que le interesase Irene? Tonterías. No quería hacerse más daño, así que aparta esos pensamientos de su cabeza.

—Lo siento, pero no es asunto tuyo  —contesta mientras le venda con delicadeza las muñecas—. Ya está. Supongo que en un par de días habrás mejorado bastante —se levanta y se dispone a salir.

—Gracias. Y recuerda: puede ser mutuo. Sólo necesita tiempo, y aceptarlo. Aceptar que la unión hace la fuerza.

Se detiene en la puerta antes de salir del todo. ‘’Eso es exactamente lo que pienso… Pero él no siente nada’’. Va una última vez a la habitación de Sherlock. Necesitaba decirle algo más. Cuando abre la puerta ve a Sherlock de espaldas, con los brazos cruzados y mirando la cómoda.

—Una última cosa —dice entrando y quedándose al lado del marco de la puerta—. Sabes que he ido siempre hasta el final contigo, siguiéndote a todas partes. A veces te he reprochado decisiones que tomabas que no me parecían bien, o tu falta de tacto, pero en ningún momento me he separado de ti. Y ahora que estás aquí otra vez, me quema por dentro quedarme quieto ante todos los caminos erróneos que estás tomando últimamente. Es mi deber como… como amigo… ayudarte. No quiero pasar nuevamente por aquello. No quiero verte caer y no poder hacer nada.

 Sherlock ni se había dado la vuelta.

— ¿No puedes dejar eso atrás? ¿Tanto te aferras al pasado?

— ¡NO, SHERLOCK, NO PUEDO! —las lágrimas ruedan por sus mejillas de la rabia que siente por la frialdad con la que le trata—. No sabes lo que significó para mí. Han sido años de irme a la cama y despertarme a las pocas horas con terribles pesadillas e intentando dejar de llorar, inútilmente. Tú cayendo una y otra vez en un agujero negro, y yo intentando sacarte de él en vano. ¡Es muy duro tener que revivir algo tan horrible! ¡Ojalá no tuviera que hacerlo! ¡Dios! —avanza hacia él furioso y le da la vuelta bruscamente, obligándolo a mirarle—. ¡MÍRAME! ¡MÍRAME Y AFRONTA ESTO! —se lleva las manos a la cara intentando tranquilizarse, y apoya la cabeza en su pecho, pero se controla y se incorpora, mirándole con severidad—. Algo así… debo tenerlo presente siempre para poder recordarte que no puedes dejarme otra vez. Que volviera a suceder… acabaría definitivamente conmigo.

Sherlock seguía con su mirada fría y distante, a pesar de lo cerca que estaba el uno del otro, pero John nota que poco a poco se ablanda.

—Te enterré, Sherlock. Enterré a muchos amigos en la guerra y tú me obligaste a enterrarte a ti también —Sherlock aparta la mirada, como avergonzado, pero John necesita que le mire y busca sus ojos hasta que lo consigue—. ¿Te acuerdas nuestra primera aventura, cuando me mandaste un mensaje diciendo que podría ser peligroso y ahí estaba yo al momento? Ya no quiero eso, Sherlock. Ya no busco cambios, porque he construido mi vida alrededor tuyo, ¡y te fuiste desmoronando todo, y no pienso dejar que vuelvas a hacerlo! —le coge de la camisa con fuerza, pero una fuerza que transmite en pequeños espasmos, porque está aterrado y débil, débil de repetirle tantas veces lo que siente y que él no lo vea—. ¿¡No lo entiendes!?

Vuelve a apoyar la cabeza en su pecho, abatido, y nota que Sherlock empieza a rodearle con sus brazos y se tapa la boca con la mano para no gemir y sollozar, pero se aparta de él. No quería que se compadeciera de él si no era capaz de comprenderlo.

—Creía que podrías llegar a entenderlo —sale de la habitación dejando la puerta abierta para que le escuchase—. Ya veo que no.

Se para un segundo en medio del pasillo, secándose las lágrimas. Encima de la cómoda había una foto, una de ellos dos juntos. ‘’John... No seas ingenuo’’. Oye unos pasos en la habitación de Sherlock; este podría salir e intentar reprocharle algo, pero John no quería hablar más. Corre a su habitación y se encierra en ella.

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