Para Hamish, la librería de su
abuelo era el mejor sitio del mundo. Nada se podía comparar a ella. Justo al
lado de la pequeña tienda de libros tenía un piso donde vivía con el viejo Paul
Doyle; era una casita modesta y empapelada con dibujos y bocetos del pequeño
Hamish. Le encantaba dibujar, dibujar y leer. A su corta edad había leído
muchos libros, desde novelas policíacas hasta romances de época, ya que todos
tienen historias interesantes que contar.
Caminando en dirección a la
librería, recaba en si tiene pendiente alguna tarea del instituto para el día
siguiente, ya que se había ido a dar una vuelta al parque a dibujar y no se acuerda
de si había dejado todo listo para el día siguiente. Cuando entra en la
librería y dirige su mirada al mostrador, se paraliza durante un segundo; había
una joven, alta y esbelta, de pelo castaño muy oscuro y ojos azules que no
conocía de nada. << ¿La nueva
encargada? —se acuerda de que el abuelo dijo algo al respecto—. La nueva encargada>>, confirma. Hacía
unos días que no pasaba por la librería; es la primera vez que la ve. La chica
levanta la vista de unos papeles que hojeaba con atención e interés y le
sorprende con una mirada interrogativa pero dulce.
— ¡Hola! —dice ella cruzándose de
brazos en el mostrador, sonriente.
Hamish se aferra a su bloc de
notas.
—H-hola —responde. Ella le sonríe
y él la imita durante un segundo, antes de ponerse a hojear una de las
estanterías—.
La joven sale del mostrador y se
echa las manos a la espalda mientras lo sigue con la mirada. Hamish piensa que
tendrá unos dieciocho años o alguno más. Es atractiva, con unas mejillas
infladas y sonrosadas y unos ojos pequeños pero espectaculares que consiguieron
antes que se sonrojara un poco. A Mish le cuesta mirarla fijamente porque sus
ojos son tan penetrantes que se pone un poco nervioso, aunque el gesto de la
muchacha fuera agradable.
—Esto… ¿Necesitas algo?
—No, gracias —responde el chico
rápidamente pero con educación. Coge una pequeña escalera de madera—. Puedo
solo. Sé dónde están todos los libros.
La chica se sorprende ante su
autosuficiencia y sonríe divertida.
—Eres Hamish, ¿no? ¿El nieto del
señor Doyle? —él asiente con la cabeza mientras sigue a lo suyo, poniéndose de
puntillas para alcanzar un libro de lo alto de la estantería que al final logra
alcanzar—. Soy… Alexandra Foster, pero puedes llamarme Alex.
Extiende la mano para que Hamish
se la estrechara. Después de coger el libro, el niño baja y le coge la mano, un
apretón que dura el rato que Hamish vuelve a mirarla a los ojos con gesto serio
pero curioso.
—Pareces más simpática que la
otra dependienta. Era una bruja.
Alex suelta una pequeña
carcajada.
— ¿Y eso cómo lo sabes? Podría
ser más bruja que ella —dice con tono pícaro.
—Tengo intuición —se encoge de
hombros—. Observo.
—Eso está bien. Ya me mostrarás
tus dotes de observación, ¿vale? —el chico duda pero sonríe—. ¿Te gusta mucho
leer?
—Sí, desde siempre… —Mish frunce
los labios sin saber qué más decir. Le había pillado por sorpresa encontrarse a
alguien más allí y estaba empezando a oscurecer. No podía retrasarse más si
quería ir a leer al parque—. Bu-bueno… Sólo he venido a por esto. De vez en
cuando cojo un libro y luego lo devuelvo —la chica vuelve al mostrador y él se
pone delante—. Hasta otra.
—Aquí estaré —responde ella dulcemente.
Se despide torpe con la mano y sale
de la tienda con la intención de ir al parque cuando se topa con un hombre en
la puerta que casi lo arrolla al entrar; trajeado, serio, ciertos aires altivos.
Antes de salir del todo se gira para echarle otra ojeada, y ve a Alexandra
dirigirse a él con cierta familiaridad, una sonrisa en su rostro y bastante
alegría. El hombre no intercambia el saludo de la misma manera, pero parece que
también se alegra de verla. << ¿Novio?
—la pregunta gira en su cabeza entorno a ellos—. Demasiado mayor…>> —puede escuchar un poco la conversación a
través del cristal. Ellos no podían verle porque estaba ‘’escondido’’ en el
grueso marco de la puerta, entre esta y la ventana. Distanciamiento, algún que
otro reproche, disculpas, elecciones, un abrazo, ¿cómo te van las cosas por
aquí?, ¿estás contenta?... — ¿…Ex-novio?
Pero sigue siendo mayor…>>. Lo siguiente le pone un poco en alerta:
‘’Sabes que tenía que hacerlo. Él no debía saber nada de ti. Esto es lo
mejor’’. ¿Ese hombre le ayudó a esconderse de alguien? Es extraño. ¿Por qué? Prefiere
no meterse más en asuntos que no le conciernen aunque le divierta hacer
conjeturas y deducciones y ponerse por fin en dirección al parque.
El atardecer no había llegado a
su momento culmine, así que podía estar allí un rato leyendo hasta que cayese y
las farolas se empezaran a encender. Como tenía planeado, Hamish se sienta bajo
la copa de un enorme árbol y se recuesta sobre su tronco, abriendo a
continuación el libro y disfrutando de la brisa que el buen tiempo le regalaba.
Vuelve a pensar un instante en el hombre de la tienda. No era la primera vez
que intentaba analizar a la gente; era un chico un poco tímido aunque sociable,
y las novelas de detective y las policíacas habían despertado en su interior
cierto interés por observar más atentamente a las personas, intentando siempre
no resultar demasiado siniestro y para ello intentando también no ser visto
mientras lo hacía. También la fama y el renombre del detective Sherlock Holmes
habían hecho mella en ese interés, ya que a Mish le parecía un hombre
asombroso, aunque nunca lo había visto en persona. Su pequeña afición a
observar y sacar conclusiones se la tomaba como un ejercicio mental, de pensar,
de mantener la mente y la imaginación siempre encendidas.
Un cosquilleo recorre de repente
la nuca de Hamish; en un parque nunca se está solo, ya que es un sitio público,
hay mucha gente y a veces alguien te mira de pasada, pero desde que había
llegado había tenido la sensación de que alguien lo observaba desde lo lejos a
él y solamente a él con mucha atención. Hasta que no mira de reojo a su
izquierda no está del todo seguro. Cierra el libro despacio, gira del todo la
cabeza y lo mira fijamente. El espía se esconde y Mish va hacia el árbol donde
estaba. Se encuentra con un chico de pelo oscuro y con gorro; sus ojos eran
azules y tenía una naricilla respingona. Era alto y delgado, y parecía unos
años mayor que él.
— ¿Te conozco? —le pregunta.
El chico levanta la cabeza al
momento y se lo encuentra de pie enfrente suyo.
—N-no… Lo siento. No tendría que
estar mirándote de manera tan siniestra desde un árbol.
Hamish se echa a reír pero enseguida
para, creyendo que podría molestarle al otro que lo hiciera por si se lo tomaba
como una mofa.
—No pasa nada, tranquilo. Yo
también lo hago, pero no de una forma tan cantosa —el chico baja la cabeza,
avergonzado. Hamish se agacha un poco para mirarle desde abajo—. Ey, ¿cómo te
llamas? Soy Hamish.
El otro vuelve a levantar la
vista y le mira algo más relajado, sin vergüenza ni miedo.
—Richard.
— ¿Eres de por aquí? Nunca te
había visto.
Ambos se ponen de pie. Hamish le
hace a Richard un gesto con la mano para que se pusieran a andar; se empezaba a
hacer tarde y no quería preocupar al abuelo.
—No… Soy de otra parte de la ciudad, pero
dando un paseo me he desviado y estoy algo perdido.
— Oh, vaya… Si quieres… puedo enseñarte un poco
esta parte de la ciudad, aunque es tarde. No puedo demorarme en volver a casa.
—No me vendría mal —dice Richard
mientras se le ilumina el rostro, mostrándose entusiasmado—. Gracias. Conque me
guíes por alguna calle principal es más que suficiente.
Se ponen en marcha con paso firme
y decidido. Hamish va dándole nombres de calles y sitios interesantes de
tiendas, galerías de arte, las calles más frecuentadas y demás. También le guía
por algunas callejuelas donde se podía atajar para ir más rápido; a Hamish le
gustaba investigar y más de una vez se había pasado un día entero yendo por callejones
(siempre con cuidado, nunca sabes lo que puedes encontrarte, o a quién). Cuando
llegan a la librería de su abuelo, que por fortuna estaba en una de las calles
principales por las que Rich podía volver hasta su casa, se despiden.
—Yo me quedo aquí, ¿de acuerdo? —dice
Mish—. No es muy tarde ni todavía demasiado oscuro. Estoy seguro de que no
tendrás ningún problema para volver bien a casa.
—Has sido muy amable conmigo, de
verdad… Espera —Richard saca un bolígrafo del bolsillo de la chaqueta, le coge
la mano a Hamish, quien no puede evitar dejarse agarrar porque le ha pillado
por sorpresa, y le apunta su número— Me gustaría volver a verte —propone con
una sonrisa esperanzadora.
Mish se mira la mano y luego
vuelve a mirar al chico.
— ¡Por supuesto! —responde con
una sonrisa—. Sería genial. Ten cuidado.
El chico se fue alejando conforme
Hamish abría la puerta del portal de su casa. Al mirar por el escaparate de la
tienda lo vio todo oscuro. El abuelo ya había cerrado, o lo habría hecho esa
chica, Alex. Acto seguido sube al piso. En un solo día había conocido a dos
nuevas posibles amistades. <<Un día
completo>>, piensa, aunque ahora había que ponerse con los deberes
por muy tarde que fuera…
¡Sábado! Por fin. Todas las obligaciones
del instituto estaban hechas, y el abuelo le dijo hace un par de días que lo necesitaba
para colocar un nuevo cargamento de libros que le habían enviado y que había
que poner orden en el almacén, así que Hamish baja encantado las escaleras de
casa hasta la librería para ponerse manos a la obra y ayudar a Alex. Ya habían
pasado unas semanas desde que la chica se instaló como nueva dependienta junto
al abuelo. A Mish le caía bien.
— ¡Buenos días!
Alexandra alza la cabeza al
escucharle entrar y sonríe.
—Estás de muy buen humor. ¿Y eso?
—Es sábado, hace sol, han llegado
libros nuevos... Como para no estarlo —responde el chico mientras abre con una
amplia sonrisa una de las cajas y empieza a hojear cada uno de los libros que
hay en ella, entusiasmado.
Ella también le ayuda, y junto a
una conversación amistosa y unas risas, terminan pronto de etiquetar y colocar
en su correspondiente estantería los libros nuevos. Cuando Hamish va a empezar
a ver lo que hay que hacer en el almacén, el hombre trajeado, el de la última
vez, el que casi arrolla a Hamish cuando este salía de la tienda y el otro
entraba, se presenta en la tienda para ver una vez más a Alex. Mish se queda al
margen observándole; llevaba consigo un pequeño paquete que pone encima del
mostrador, delante de la chica. Tras echarle un segundo vistazo, empieza a
sacar conclusiones; hombre de dinero, buen traje, impoluto; ojeras tal vez por
problemas económicos en el caso de que se fuera banquero, corredor de bolsa o
algo por el estilo; gesto serio e imponente que parecía que en pocas ocasiones se
forzaba para curvar los labios y sonreír, aunque con ella parecía salirle de
forma natural y muy disimuladamente…
Decide ir al almacén y no
husmear, o por lo menos no hacerlo delante de ellos. Mientras organiza
distraído un montón de cajas y quita un poco el polvo de algunas estanterías,
pone la oreja:
— ¿Estás bien?
—Sí, tranquilo, de maravilla.
—Veo que tienes buena cara.
—El trabajo aquí es sencillo. No
me da muchos quebraderos de cabeza.
—Te he traído esto. Puede que lo
necesites.
— ¡Vaya! Dios… Pero esto es muy
nuevo. Demasiado sofisticado para mí. ¿Qué hago con este trasto?
—Pues lo que todo el mundo:
llamar, mandar mensajes —la voz se corta, como si lo que estuviera diciendo no
tuviera ningún sentido para él ni utilidad o tal vez necesidad para ella—.
Tiene GPS, datos, chips y esas cosas.
Hamish se asoma por la rendija
que ha dejado la puerta entreabierta para ver el móvil. Efectivamente, era un
móvil último modelo, de gama alta, recién salido a la venta. Si le ha regalado
algo tan sofisticado, no puede tener problemas económicos. Todavía sigue
dándole vueltas a la relación que podría haber entre ellos: novio no podía ser,
por la conversación que escuchó hace unos días, y llegó a que podría ser su ex,
pero es demasiado mayor para ella, ya que tendría unos treinta y pocos. El
regalo era bastante personal aunque un poco frío. Frunce el ceño. <<Piensa piensa piensa>>.
¿Un familiar? ¿Su tío…? ¿Su padre?
Se le cae sin querer una caja al
suelo cuando se apoya más sobre la puerta y esta hace bastante ruido, por lo
que tanto Alex como el hombre trajeado dirigen la mirada al almacén para ver
qué ha pasado, pero como la puerta sigue casi cerrada menos por la pequeña
rendija, por la cual ellos no pueden ver nada, vuelven a lo suyo, se despiden,
ella con afecto y él con una especie de sonrisa.
A los pocos minutos de que se
haya ido él, Alex se acerca al almacén.
— ¿Qué ha pasado? —pregunta al
encontrarse a Hamish en el suelo recogiendo la caja y metiendo las cosas que se
habían caído.
— ¡Nada, nada! —escupe
rápidamente, nervioso. No quería que pensara que estaba espiando—. Perdí el
equilibrio, nada más. ¿Ves? Ya está.
Se levanta de un salto y se
revuelve el pelo mientras sale de la oscura habitación, seguido de Alexandra.
Fingiendo estar distraído, con las manos a la espalda, va al mostrador y
muestra su sorpresa al encontrar en él el móvil.
— ¡Vaaaaya! ¿Y esto?
—Me lo ha traído el señor que has
visto entrar antes. Es un regalo —Mish nota en su voz ternura, afecto…
nostalgia.
Hamish examina el celular unos
momentos.
— ¿Es tu novio? —pregunta sin
levantar la vista del teléfono. Ya sabe que no es su novio, pero era una
pregunta bastante normal que formula intentando no poner mucho interés en su
tono de voz, como si lo hubiera dicho por decir.
Ella se ríe, y parece que le
cuesta parar. Eso hace a Mish sonrojarse; seguro que pensaba que ella le interesaba,
o algo por el estilo.
— ¡Qué va! Qué cosas, mi novio… —por
fin se repone del empacho de risas—. Es mi padre, padre adoptivo. Tuvimos una
serie de… problemas, pero ahora estamos bien.
Mish levanta la vista y la mira.
—Amm…
—Nos has estado observando.
— ¿Qué?
—Te he visto, de refilón, y sé
que has hecho más que observar.
Mish empieza a sentirse incómodo
pero también culpable porque le ha pillado.
— ¿A qué te refieres?
—Ahora mismo no has estado
mirando el móvil con interés, no como lo has hecho antes desde el almacén.
Antes observabas y sacabas conclusiones, ahora sólo estabas mirando por encima.
El chico traga saliva. ¿Cómo lo
sabía?
— ¿Cómo lo sabes?
Ella vuelve a reír.
—Porque yo también lo hago, y
diferencio una forma de mirar las cosas de otra.
Ella le pregunta qué conclusiones
había sacado, y él responde, un poco avergonzado. Cuando termina, Alex se cruza
de brazos, complacida.
—Bueno, tu deuda está saldada: ya
me has mostrado tus dotes de observación, y no están nada mal.
Al final Mish sonríe, orgulloso y
agradecido por el cumplido.
—Pero perdona por haber estado
poniendo la oreja. Es sólo que sentía curiosidad.
Ella le dice que no se preocupe y
se pone a mirar unos papeles de envíos y recibos, dando por terminada la conversación.
Mish vuelve al almacén a hacer lo que tenía que haber estado haciendo antes.
Que le haya dicho que ella también hace esas cosas le intriga. Seguro que a
ella también le resultaba divertido, aunque en su cabeza sigue revoloteando lo
que el hombre le dijo hace un par de semanas, sobre esconderla, apartarla de
alguien. <<Menudo drama>>.
Siente curiosidad, bastante, pero no quería preguntarle todavía a Alex sobre
ello; no lo veía correcto.
La noche estaba cayendo, y las
bolsas de la compra hacen un ruido desagradable al rozarse con los pantalones
de Mish. Ya quedaba poco para volver a casa, pero se riñe a sí mismo por haber
salido tan tarde a comprar. Mientras espera a que el semáforo se ponga de su
parte para que pueda cruzar la calle, se percata de que se ha desviado un poco
de la ruta por pensar demasiado en volver pronto a casa, lo que hace que se
enfade más consigo mismo. Gira sobre sus talones para volver por donde había
venido, y suelta las bolsas de repente al encontrarse al hombre trajeado justo
delante de él. ¿Qué hacía él ahí? <<
¿Me ha seguido?>>. Las bolsas caen al suelo, y puede oír los botes de
cristal romperse. Adiós a la compra.
—Oh vaya, perdona —exclama el
hombre. Mish no sabe qué hacer, porque quedársele mirando sin decir nada no le
parece la mejor opción, así que decide agacharse a ver qué se puede salvar de
las bolsas—. No pretendía asustarte.
No le gusta su tono. Su voz no le
infundía confianza, y parecía como si no hiciera ningún esfuerzo por intentar
que sonara amigable.
—N-no pasa nada —consigue
farfullar.
El hombre no se mueve del sitio,
ni se agacha para ayudarle. Sigue ahí plantado, con las manos en los bolsillos.
Hamish vuelve a coger las bolsas, de las que se puede salvar todo menos los
alimentos en botes de cristal y se levanta. Echa a andar, despacio, para que no
parezca que huye de él, quien se coloca a su lado mientras camina. El chico
mantiene la cabeza gacha; no se le ocurre nada que decir, y después de la mala
impresión que le acaba de dar el desconocido y lo poco que sabe de él, lo único
en lo que puede pensar es en volver a casa.
El hombre camina mirando hacia
adelante, tarareando. Espera a que crucen una esquina donde no parece que haya
mucha gente, y cuando se topan con un callejón, empuja a Hamish con disimulo
pero con bastante brusquedad a él. Las bolsas se estrellan contra el suelo una
vez más. Hamish se estampa en la dura pared de ladrillo e intenta mantenerse de
pie. Su mirada es toda confusión, incomprensión, deseos de largarse de ahí,
aunque en el fondo sabe que no va a ser tan fácil; el hombre se pone delante de
él, aprisionándole, con los brazos a ambos lados de su cabeza, impidiendo
cualquier posible huida. Mish empieza a respirar con agitación y dibuja una
mueca de dolor; el golpe en el hombro contra la pared le ha dolido.
— ¿Nunca te han dicho que es de
mala educación escuchar a hurtadillas conversaciones ajenas?
¡¿Él también le había visto?! <<P-pero si estaba de espaldas al
almacén. ¿Cómo es posible?>>. Intenta mantenerse todo lo sereno que
puede, aunque un gemido de reconocible y palpable miedo lo delata y tira por
tierra su intento de controlarse. Va a disculparse como buenamente sus nervios
le permiten, pero el hombre le agarra por el cuello, apretando con dedos firmes
y fríos su garganta.
—Yo que tú dejaría de hacerlo, si
no quieres que pase algo realmente feo a, por ejemplo, tu abuelo. ¿Y tú no
querrás que al anciano Paul Doyle le pase algo, verdad?
Su sonrisa, tan falsa como
espeluznante, hace temblar a Hamish, pero que nombre a su abuelo le asusta aún
más. ¿Era un aviso… o una amenaza? Ese hombre no era un corredor de bolsa, ni
un banquero, ni nada por el estilo. Ese hombre era peligroso. Consigue negar
con la cabeza, ya que le asusta que si intenta articular alguna palabra, el
hombre le aprisione más el cuello o le estrangule.
—Bien… Buen chico.
Sin dejar de agarrarle, le aleja
un poco de la pared. Su gesto se ha templado, ahora es neutral, ni una pizca de
emoción en él, lo que lo hace más perturbador. No contento con la más que clara
amenaza, termina por volver a empotrar al chico contra la pared, haciendo que
la cabeza de Hamish rebotara bruscamente en esta. El hombre mira cómo el
pequeño se arrastra por ella y se deja caer al suelo, aturdido, y después se va
sin decir nada más.
La cabeza de Hamish se nubla, las
cosas le dan vueltas, está aturdido y un ligero pitido retumba en sus oídos. Cierra
los ojos conforme su cuerpo se ladea y se tumba en el suelo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario