El constante bullicio de la
ciudad de Londres era algo en lo que apenas se percataba John Watson en su día
a día. No prestaba atención a los turistas, ni a la cuantiosa cantidad de
tráfico diario, ni a los músicos callejeros o los vendedores ambulantes anunciando
a voz en grito su mercancía. Todo había cambiado desde aquel fatídico día. La
caída. La pérdida. Sherlock ya no estaba allí. Murió.
De eso hace ya tres años. John se
quedó una semana viviendo solo en Baker Street, pero los recuerdos invadían
cada rincón del piso y no pudo permanecer más tiempo allí. Era demasiada
presión emocional y veía que seguir allí no le ayudaría a superarlo. Volvió a
su antiguo piso, en la otra punta Londres y siguió viendo a su psicóloga,
porque los resultados de lo poco que se propuso personalmente el sobrellevar la
pérdida fueron nulos, aunque su psicóloga tampoco le ayudó mucho. Que Sherlock
no estuviera ya con él era algo inimaginable. Tendría que ser un sueño, una
pesadilla cruel. Y sí, era un pesadilla, pero real.
Llegó un momento en el que
intentó suicidarse. Cogió su pistola y se la puso en la sien, tembloroso y con
los ojos llenos de lágrimas, susurrando plegarias y rezando para que todo se
acabara de una vez, que su sufrimiento cesara, pero en el momento decisivo
Sherlock se le apareció, mirándolo fijamente, y tuvo que quitar el dedo del
gatillo rápidamente y dejar la pistola encima de la mesa. ‘’No habría querido que yo hiciese esto, pero… es muy duro vivir sin
él’’, pensó con las manos en la cabeza y sollozando cada vez más fuerte hasta
que el cansancio dominó su cuerpo y cayó derrotado. Añoraba esas largas noches
sin dormir, investigando, echándole la bronca a Sherlock cuando era necesario,
mirándolo con compasión al ver que era incapaz de percibir lo más simple y prestándole
su ayuda siempre que era necesario. Después de la caída, John no era capaz de acordarse
de las peleas, sólo veía las cosas buenas, de lo mucho que le gustaría que
volviesen esos momentos.
Lo que más echaba de menos era su
compañía. Le quería, y aún seguía haciéndolo. Ahora que no estaba se arrepentía
de no habérselo dicho. En el pasado le divertía el hecho de negar sus
sentimientos a terceros, porque era como estar mintiéndose a uno mismo, y lo camuflaba con una máscara de indignación y
enfado, pero en el fondo no era feliz. Negarse a uno mismo que quieres a una persona
es como estar apuñalándote a ti mismo. No se preocupó de volver a encontrar a
alguien especial, porque sabía que nadie sería como él.
Tres años completamente solo. Nada
de alcohol, tabaco o drogas para ahogar sus penas. Iba al trabajo, hacía su vida sin motivación alguna y visitaba su tumba todos los días. Tres años
teñidos de oscuridad… hasta que sucedió lo inimaginable. El milagro.
Hacía seis meses que
repentinamente, de la nada, Sherlock Holmes volvió a la vida de John Watson. No
fue un agradable reencuentro, pero tampoco corrió la sangre. Tres años
esperando a que el milagro se obrase, John se quedó paralizado, sin palabras
cuando le oyó detrás del árbol que custodiaba su tumba. ‘’No has dejado de venir ni un solo día, John…’’. Su voz. Esa voz que no oía desde hacía tanto
tiempo, tan profunda, armoniosa y suave como el terciopelo. Una lágrima rodó
por su mejilla, incrédulo, estupefacto. No podía ser. Aquel día lo vio en el
suelo, pálido y con los ojos sin ninguna vida en ellos, sin pulso… Lo vio
muerto. Era imposible que estuviera ahí. Pensó que se había vuelto loco.
Después de tres años esperándolo, sin aceptar su muerte y deseando que
volviese, su mente podría estar burlándose de él. ‘’Estabas muerto… te vi. Esto no es real’’, dijo. ‘’Miras, pero no observas. Estoy aquí, John’’.
Sherlock se acercó a él y posó su mano en su hombro. John se apartó al instante
al notar que el contacto era real, asustado, sin parar de llorar y mirando a
todos lados, hasta que encontró en sus ojos. Fuera de sí, cerró la mano en puño
y le asestó un golpe a Sherlock, que cayó de bruces contra el suelo. Se puso temblando
de rodillas a su lado, llevando su mano sin ningún control hasta su mejilla.
Sherlock hizo un amago de apartarse, pero luego dejó que le tocara.
El detective le explicó el porqué de su
fingida muerte. Lestrade, la señora Hudson y él estaban en peligro. Consiguió
vencer a James Moriarty, pero en el último momento éste tomó la ventaja. Si
estaba vivo, Sherlock y los demás estarían a salvo, lo que supondría la
victoria, y Moriarty no podía permitir aquello. El criminal asesor fingió su
muerte, al igual que Sherlock. Poco sabía de todo esto, lo justo. Lo que tenía
claro es que el juego había durado muy poco, le había aburrido. Moriarty podía
sacarle más jugo, así que decidió seguir vivo para torturarle. Sherlock también
le explicó que tuvo que alejarse de ellos para protegerlos. No podía
arriesgarse a permanecer en Londres y que todo se torciera. Le dijo que tenía
un contacto anónimo, del que se hacía una ligera idea de quién podía ser, que
le proporcionó pasaporte, billetes, la escasa información sobre Moriarty y
otros recursos en Estados Unidos.
John no discutió con él, ni le gritó.
No le dijo lo solo que había estado, lo mal que se sentía, lo mucho que lo
había echado de menos y lo egoísta que fue aun sabiendo que su único propósito
era protegerle. La soledad que John había sentido era más grande que cualquier
otra cosa, y Sherlock no se dio cuenta de ello. Nunca se percataba de esos
detalles, los emocionales. ¿Pero quién fue el que dijo que Sherlock era ajena a
ellos? John.
Después de todo esto, Sherlock
volvió al piso, y John se mudó de nuevo después de tres años al 221B de Baker
Street. No volvió a mencionarse el tema de su ausencia. Parecía que todo volvía
a la normalidad. Sherlock actuaba como Sherlock, y John se resignaba,
recorriéndole por todo el cuerpo una multitud infinita y apabullante de
sentimientos contradictorios que querían ver la luz para sentirse liberado, pero
que no lo hicieron, porque era feliz por tenerlo de nuevo allí y no iba a
estropear nada. Su amistad y su regreso eran más importantes.
De nuevo reunidos, juntos.
2 comentarios:
Por favor Cely como escribes. Me ha llegado muy hondo el prologo. Como has descrito todo y contado todo ha sido genial. Sigue escribiendo y subiendo
Simplemente perfecto, Cely.
Publicar un comentario