viernes, 1 de marzo de 2013

Jealous (John, 1)

Después de una jornada dura en el hospital, John vuelve a casa y sube las escaleras apesadumbrado hasta llegar a su habitación para dejar la carpeta antes de volver al primer piso del 221B y entrar en el salón, el cual estaba en penumbra y totalmente a oscuras, tal y como lo había dejado antes de irse.

Sherlock salió la noche anterior con Irene Adler. Era un tema con el que no estaba nada de acuerdo y del que se enteró nada más volver el detective al piso y ver su pintalabios en la frente. No podía ser otra que La Mujer, porque dudaba que hubiese quedado con Molly. ¿Con qué otra mujer habría quedado? Sólo podía ser ella. Su compañero de piso no llegó muy avispado, y necesitaba descansar. Cuando le pidió un té, John fue a la cocina a preparárselo, y cuando volvió con la taza se encontró a Sherlock tumbado en la cama y profundamente dormido. Dio por hecho que tardaría en recuperarse de la resaca. Le echó una manta por encima para que no cogiera frío y se quedó un rato mirando cómo dormía. Quitando la irritable marca de pintalabios de su frente, el gesto de Sherlock estaba relajado y enrojecido. John se acercó un poco a él. El aliento le apestaba a vino, pero no se apartó durante un buen rato. Faltaban milímetros para que sus narices se tocaran, pero aunque sabía que Sherlock no se despertaría si llegaban a entrar en contacto, no quiso tentar la suerte. Cogió un pañuelo y con cuidado le fue quitando la marca de la frente, aunque no del todo, colocándole luego unos mechones de su pelo oscuro y rizado en ella. Le acarició deliberadamente la mejilla con un dedo y se fue a dormir.

Mientras lo miraba ahora, La Mujer vuelve a su cabeza, haciendo que sintiese celos, y decide poner fin al sueño del detective. ‘’Una noche y la mayor parte del día. Bastante descanso es ya’’, piensa. Le echa una última mirada. Estaba dándole la espalda hecho un ovillo, durmiendo con la cara mirando al respaldo del sofá, con la manta enrollada al cuerpo y tapándole de la barbilla a los pies.

Suspira y se acerca a la ventana, corriendo las cortinas y abriéndolas de par de par para que el sol entrase por completo en la habitación y le diese de lleno en la cara a Sherlock. John estaba vengándose un poco por no decirle nada, pero aún más por tomar la decisión de quedar con Irene.

— ¿Pero… qué? —Sherlock abre los ojos con gran dificultad. Las legañas habían pegado sus párpados y le costaba ver con claridad al principio, teniendo en cuenta también que la luz le daba de frente y era verdaderamente molesto—. ¿No podías haber sido un poco más delicado?

— ¿No podías haber avisado de que salías? Me voy un par de horas y te vas de copas.

— ¿De qué hablas? —sin darse cuenta se da media vuelta en el sofá y cae de bruces en la alfombra—. ¡Ah! ¿Qué es este infernal martilleo en mi cabeza? —se llevas una mano a la frente y arruga la cara. Cuando se la quita, ve que tiene en sus dedos manchas de color rojo—. ¿Y esto qué es?

—Ese dolor de cabeza se llama resaca. —dice con una sonrisa en los labios, la cual se torna a un gesto serio mientras le ayuda a levantarse—. Y eso… se llama pintalabios, de la señorita Adler, supongo. —se cruza de brazos y le mira con compasión—. ¿No te acuerdas de nada?

—Sí… Me acuerdo de algo. —no acostumbraba a beber. Ahora sufría las consecuencias.

John suspira de nuevo. No iba a profundizar más en la cena de Sherlock con Irene, y menos con él en ese estado.

Ve cómo su amigo se debate entre dejarse caer hacia atrás en el sofá y descansar un poco más, o avanzar por la estancia y llegar a la cocina para sentarse en la mesa y tomar un té acompañado de unas pastillas para el dolor de cabeza. Fue esto último lo que Sherlock decidió hacer, pero antes, va despacio al sillón donde tiró su abrigo. Había algo en el suelo.

John se acerca por detrás y se asoma a curiosear. Era un pequeño papel rectangular con la palabra ‘’Abril’’ escrita con una pluma de tinta morada. No había firma, pero era una letra elegante, uniforme y alargada. Claramente, de mujer.

‘’Genial. No hace falta ser el único detective asesor del mundo para deducir que Irene quiere jugar. La voy a tener muy presente a partir de ahora. Qué bien’’, piensa mientras pone los ojos en blanco, resopla una vez más y se dirige a la cocina para prepararle algún remedio a Sherlock.

—Venga, ven. Voy a darte un par de pastillas y a la cama. Va a perder un ‘’preciado’’ día de su vida, señor Holmes. Para que tengas en cuenta que beber no es tan divertido como lo pintan.

Sherlock se desploma en una silla esperando el té y los medicamentos. Tiene todavía la carta en sus manos, examinándola de arriba abajo e intentando averiguar algo sobre ella, pero es inútil por su dolor de cabeza. Se levanta de nuevo y la deja en la chimenea, junto al correo ensartado por el cuchillo.

— ¿Tienes alguna idea de lo que quiere decir? —le pregunta a John mientras se mira en el espejo que había encima de la chimenea y se quita con efusividad del todo la mancha roja de la frente.

—No lo sé. —dice seco. ‘’Ni me importa’’—. Pero ahora no te preocupes por eso. Toma.

Sherlock vuelve a la mesa, aún con la manta enrollada al cuerpo, y se toma las pastillas y el té. John le está mirando desde el otro lado de la mesa mientras saborea una taza de café.

— ¿A qué viene esa mirada acusadora?

— ¿No podías mandarme un mensaje de que salías, o algo?

—No eres mi niñera, John. Puedo hacer lo que quiera, siempre y cuando sepa que está bien.

— ¿Es correcto quedar con Irene Adler, que te engañó, utilizó y mintió? —dice elevando un poco el volumen de su voz.

—Si supieras que fue ella la que me ayudó a salir de Inglaterra para manteneros a salvo —dice haciendo un gesto de desagrado con la mano porque la voz de John era demasiado molesta en su estado, y más si la elevaba—, no dirías eso.

—… Esa respuesta no me vale. —aparta la mirada—. Si crees que es lo correcto, yo no voy a ir detrás de ti.

Habían pasado tres años y seguía sin gustarle hablar de ello, porque sufrió cada día que Sherlock no estuvo con él. ‘’El día que se dé cuenta de lo doloroso que fue para mi, o para todos, que se fuera —piensa mientras le da un sorbo a su café—, entenderá por qué me preocupo por él. Puede que ese día no llegue y que sea yo quien se lo diga. Tanto da’’.

—Ya te he dicho que no hace falta que ejerzas de niñera. —replica Sherlock.

—Vete a la habitación a descansar. —no quería seguir hablando. Si Sherlock ya era cabezota sobrio, un poco ebrio estaba viendo que podía serlo aún más.

—No quiero irme a descansar. —dice Sherlock mientras se recuesta en la mesa de la cocina, tirando algunos papeles al suelo y quejándose del leve sonido de los folios al tocar el suelo, que para él serían como si le dieran una palmada en el oído.

—Ya te he dicho que tienes que descansar y reponer fuerzas. Recuerda este día como el día en el que pillaste tu primera resaca, y no lo olvides nunca para que no se vuelva a repetir. El mundo no puede estar sin su único detective asesor.

1 comentario:

Unknown dijo...

Jonh se ha mantenio frio y distante; muy autoritario si señor y eso me gusta. Que Sherlock se comporta como un niño pequeño y eso no me gusta