Después de una jornada dura en el
hospital, John vuelve a casa y sube las escaleras apesadumbrado hasta llegar a
su habitación para dejar la carpeta antes de volver al primer piso del 221B y
entrar en el salón, el cual estaba en penumbra y totalmente a oscuras, tal y
como lo había dejado antes de irse.
Sherlock salió la noche anterior
con Irene Adler. Era un tema con el que no estaba nada de acuerdo y del que se
enteró nada más volver el detective al piso y ver su pintalabios en la frente.
No podía ser otra que La Mujer, porque dudaba que hubiese quedado con Molly. ¿Con
qué otra mujer habría quedado? Sólo podía ser ella. Su compañero de piso no
llegó muy avispado, y necesitaba descansar. Cuando le pidió un té, John fue a
la cocina a preparárselo, y cuando volvió con la taza se encontró a Sherlock tumbado
en la cama y profundamente dormido. Dio por hecho que tardaría en recuperarse
de la resaca. Le echó una manta por encima para que no cogiera frío y se quedó
un rato mirando cómo dormía. Quitando la irritable marca de pintalabios de su
frente, el gesto de Sherlock estaba relajado y enrojecido. John se acercó un
poco a él. El aliento le apestaba a vino, pero no se apartó durante un buen
rato. Faltaban milímetros para que sus narices se tocaran, pero aunque sabía
que Sherlock no se despertaría si llegaban a entrar en contacto, no quiso tentar
la suerte. Cogió un pañuelo y con cuidado le fue quitando la marca de la
frente, aunque no del todo, colocándole luego unos mechones de su pelo oscuro y
rizado en ella. Le acarició deliberadamente la mejilla con un dedo y se fue a
dormir.
Mientras lo miraba ahora, La
Mujer vuelve a su cabeza, haciendo que sintiese celos, y decide poner fin al
sueño del detective. ‘’Una noche y la
mayor parte del día. Bastante descanso es ya’’, piensa. Le echa una última
mirada. Estaba dándole la espalda hecho un ovillo, durmiendo con la cara
mirando al respaldo del sofá, con la manta enrollada al cuerpo y tapándole de
la barbilla a los pies.
Suspira y se acerca a la ventana,
corriendo las cortinas y abriéndolas de par de par para que el sol entrase por
completo en la habitación y le diese de lleno en la cara a Sherlock. John
estaba vengándose un poco por no decirle nada, pero aún más por tomar la
decisión de quedar con Irene.
— ¿Pero… qué? —Sherlock abre los
ojos con gran dificultad. Las legañas habían pegado sus párpados y le costaba
ver con claridad al principio, teniendo en cuenta también que la luz le daba de
frente y era verdaderamente molesto—. ¿No podías haber sido un poco más
delicado?
— ¿No podías haber avisado de que
salías? Me voy un par de horas y te vas de copas.
— ¿De qué hablas? —sin darse
cuenta se da media vuelta en el sofá y cae de bruces en la alfombra—. ¡Ah! ¿Qué
es este infernal martilleo en mi cabeza? —se llevas una mano a la frente y
arruga la cara. Cuando se la quita, ve que tiene en sus dedos manchas de color
rojo—. ¿Y esto qué es?
—Ese dolor de cabeza se llama
resaca. —dice con una sonrisa en los labios, la cual se torna a un gesto serio mientras
le ayuda a levantarse—. Y eso… se llama pintalabios, de la señorita Adler,
supongo. —se cruza de brazos y le mira con compasión—. ¿No te acuerdas de nada?
—Sí… Me acuerdo de algo. —no
acostumbraba a beber. Ahora sufría las
consecuencias.
John suspira de nuevo. No iba a
profundizar más en la cena de Sherlock con Irene, y menos con él en ese estado.
Ve cómo su amigo se debate entre
dejarse caer hacia atrás en el sofá y descansar un poco más, o avanzar por la
estancia y llegar a la cocina para sentarse en la mesa y tomar un té acompañado
de unas pastillas para el dolor de cabeza. Fue esto último lo que Sherlock
decidió hacer, pero antes, va despacio al sillón donde tiró su abrigo. Había
algo en el suelo.
John se acerca por detrás y se
asoma a curiosear. Era un pequeño papel rectangular con la palabra ‘’Abril’’
escrita con una pluma de tinta morada. No había firma, pero era una letra
elegante, uniforme y alargada. Claramente, de mujer.
‘’Genial. No hace falta ser el único detective asesor del mundo para
deducir que Irene quiere jugar. La voy a tener muy presente a partir de ahora.
Qué bien’’, piensa mientras pone los ojos en blanco, resopla una
vez más y se dirige a la cocina para prepararle algún remedio a Sherlock.
—Venga, ven. Voy a darte un par de pastillas y a la cama. Va a perder un
‘’preciado’’ día de su vida, señor Holmes. Para que tengas en cuenta que beber
no es tan divertido como lo pintan.
Sherlock se desploma en una silla
esperando el té y los medicamentos. Tiene todavía la carta en sus manos,
examinándola de arriba abajo e intentando averiguar algo sobre ella, pero es inútil por su dolor de cabeza. Se levanta de nuevo y la deja en la chimenea,
junto al correo ensartado por el cuchillo.
— ¿Tienes alguna idea de lo que
quiere decir? —le pregunta a John mientras se mira en el espejo que había
encima de la chimenea y se quita con efusividad del todo la mancha roja de la
frente.
—No lo sé. —dice seco. ‘’Ni me importa’’—. Pero ahora no te
preocupes por eso. Toma.
Sherlock vuelve a la mesa, aún
con la manta enrollada al cuerpo, y se toma las pastillas y el té. John le está
mirando desde el otro lado de la mesa mientras saborea una taza de café.
— ¿A qué viene esa mirada
acusadora?
— ¿No podías mandarme un mensaje
de que salías, o algo?
—No eres mi niñera, John. Puedo
hacer lo que quiera, siempre y cuando sepa que está bien.
— ¿Es correcto quedar con Irene
Adler, que te engañó, utilizó y mintió? —dice elevando un poco el volumen de su
voz.
—Si supieras que fue ella la que
me ayudó a salir de Inglaterra para manteneros a salvo —dice haciendo un gesto
de desagrado con la mano porque la voz de John era demasiado molesta en su
estado, y más si la elevaba—, no dirías eso.
—… Esa respuesta no me vale. —aparta
la mirada—. Si crees que es lo correcto, yo no voy a ir detrás de ti.
Habían pasado tres años y seguía
sin gustarle hablar de ello, porque sufrió cada día que Sherlock no estuvo con
él. ‘’El día que se dé cuenta de lo
doloroso que fue para mi, o para todos, que se fuera —piensa mientras le da
un sorbo a su café—, entenderá por qué me
preocupo por él. Puede que ese día no llegue y que sea yo quien se lo diga.
Tanto da’’.
—Ya te he dicho que no hace falta
que ejerzas de niñera. —replica Sherlock.
—Vete a la habitación a
descansar. —no quería seguir hablando. Si Sherlock ya era cabezota sobrio, un poco ebrio estaba viendo que podía serlo aún más.
—No quiero irme a descansar. —dice
Sherlock mientras se recuesta en la mesa de la cocina, tirando algunos papeles
al suelo y quejándose del leve sonido de los folios al tocar el suelo, que para
él serían como si le dieran una palmada en el oído.
—Ya te he dicho que tienes que
descansar y reponer fuerzas. Recuerda este día como el día en el que pillaste
tu primera resaca, y no lo olvides nunca para que no se vuelva a repetir. El
mundo no puede estar sin su único detective asesor.
1 comentario:
Jonh se ha mantenio frio y distante; muy autoritario si señor y eso me gusta. Que Sherlock se comporta como un niño pequeño y eso no me gusta
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