—Señorita Adler —la voz de Kate
resonando por el pasillo hace que salga del salón y vea a Jim en la puerta
con el semblante serio—. El señor Moriarty.
Jim se adentra en la casa y pasa
al lado de La Mujer.
—Qué bien adiestrada la tienes,
¿no? —dice susurrando cuando Kate abandona el pasillo para dirigirse escaleras arriba.
—Es una sirvienta. ¿Qué
esperabas? —le responde en otro susurro.
‘’Aunque no me gusta que hables de ella como una mascota. De ella no’’.
Ya le reprochó Sherlock en su
cena el adjetivo despectivo al referirse a John y a la gente con la que suelen
tratar, y ella dijo que todos tenían mascotas, pero Kate llevaba mucho tiempo
con ella. Ni en su cabeza pensaba que ‘’llevaba mucho tiempo trabajando para
ella o sirviéndola’’. Pasado un tiempo empezó a tratarla como a una igual. Le
gustaba lo altiva, sincera y seria que era, imponiéndose siempre que tenía
ocasión. Era compleja y eso le llamaba mucho la atención. Tenía la personalidad
perfecta para ser una dominatrix. Pero esa era la imagen que daba al público.
En la intimidad con Irene era mucho más dulce, más desenfadada, aunque sabía
perfectamente lo que quería. A Irene le gustaba estar con ella,
haciendo que descubriera nuevas y excitantes cosas bajo las sábanas y riéndose
por la conducta infantil y llorica de algún cliente.
Sobre los clientes, Irene
últimamente era más selecta. No soportaba a los clientes blandos. Conservaba a
uno o dos para poder reírse con Kate, pero estaba cansada de que le suplicaran
clemencia y le detuvieran en medio del trabajo. Si no podían aguantar, lo mejor
era despacharlos y fin del asunto.
—Vienes a por la información de
Sherlock, ¿no? —pregunta dirigiéndose al salón.
—Bingo —responde chasqueando los
dedos y sentándose en uno de los sillones. Irene se tumba en el sofá, mirándole—.
¿Y bien?
Irene toma aire y luego suelta un
sonoro y agudo suspiro. A Jim seguro que o no le gustaba la información o algo
le podría interesar pero que le hubiera gustado que Irene consiguiera más.
—Estuvo en Nueva York casi tres
años. El resto desde que tú estás aquí también te lo sabes, así que me salto
detallitos con su querido doctor. Según él la ciudad es bulliciosa, aburrida y
muy ruidosa, así que la mayor parte del tiempo se la pasó encerrado en uno de
los hospitales públicos.
— ¿Qué hospital?
Irene mira al techo intentando
hacer memoria.
—El Metropolitan Hospital Center.
Dice que sólo analizaba pruebas y esas cosas que suele hacer. Puede que haya
estado haciendo allí casos bajo otro nombre —‘’Creo que no sabe que fui yo quien le dio los papeles y lo necesario
para establecerse allí, pero seguro que se lo imagina, aunque no viene al
caso’’—. Es… lo único que pude conseguir. Supongo que el tiempo restante
estaría vigilando lo que pasaba por aquí con sus más allegados, pero no me dijo
nada al respecto.
—No he venido aquí para que me
des suposiciones.
—Lo sé, ¿pero qué quieres que
haga? Llevábamos años sin saber nada el uno del otro. La confianza que había ha
mermado con el paso del tiempo. Ni con el vino conseguí que se soltara.
Jim pone los ojos en blanco.
—Bueno, eres lista, pero él lo es
más.
Irene tensa el cuello.
— ¿Y para qué quieres información
sobre su estancia en Nueva York? La meta era alejarse de todo esto. No podía
hacer nada que se relacionara con Londres —‘’Excepto
espiar lo que hacían John y los demás’’. Irene fue la que le ofreció
también a uno de sus contactos para no quitarle la vista de encima a sus amigos
y le dijera lo que hacían en su día a día.
—Mis asuntos no son tus asuntos.
‘’Una respuesta demasiado escueta. Os es verdad o simplemente te
aburrías y querías saber qué ha estado haciendo el detective. Y si me dejas
adivinar creo que es lo segundo’’.
—Mándale un jueguecito o algo —dice
mirando a otro lado. Habría añadido ‘’si te aburres’’, pero era mejor no jugar
con fuego.
—Tranquila, tenía pensado
hacerlo. No hace falta que me digas cómo hacer lo que mejor se me da.
Irene suelta una risa cínica y
superficial y le mira. De pronto Jim se levanta y le sigue con la mirada.
Irene, al ver que sube las escaleras, frunce el ceño, confundida. Se levanta
del sofá y le sigue, insegura. ‘’ ¿Qué
querrá ahora? ¿Una recompensa por tan poca información?’’. Llega a su
cuarto y lo ve parado mirando la cama. Al oírla entrar se gira y le sonríe.
Irene le lanza una mirada interrogativa y sugestiva mientras cierra tras de sí
la puerta de la habitación.
— ¿Tú qué crees? —le responde él.
Se acerca a ella despacio y posa sus manos en su cintura, subiendo lentamente y
acariciando un poco sus pechos hasta llegar a su cuello, el cual sujeta con
delicadeza y deposita un suave beso en la clavícula, bajando para finalizar una
de las manos en su cuello y pasar el dedo pulgar por donde la ha besado—. Me lo
debes.
Irene cierra los ojos muy
despacio notando cada una de sus caricias. Jim no solía ser delicado con ella.
En contadas ocasiones, aunque en los pequeños preliminares que tenían más de
una vez la había sorprendido con un gesto parecido. Ella hace un movimiento
inverso del suyo, bajando las manos y clavando muy poco las uñas para que lo
notara desde el cuello de la camisa, pasando por el pecho y el vientre, hasta
agarrar al final el cinturón. Se inclina hacia delante y le acaricia el cuello
con la nariz hasta llegar a su oreja.
—Te equivocas —cogiéndole por el cinturón, lo
lleva hasta el borde de la cama y lo sienta, poniéndose ella encima. —No te
debo nada. Esto lo hago porque quiero —le quita en un rápido movimiento la
chaqueta y la hace a un lado con cuidado.
Jim la abraza fuerte y le da la
vuelta, quedando él esta vez encima. Era de esperar. Era al único al que
le permitía dominar, y en cierta manera a ella le gustaba, aunque intentaba superar esa dominancia de Jim pero
sin llegar al final, haciendo de todo un juego excitante y sin desenfreno de
mucha pasión. Era lo que más le gustaba a Irene, la pasión, sentir todas y cada
una de las caricias, los mordiscos y las uñas clavadas en la espalda sin ningún
reparo, sin poner objeciones.
Jim empieza a desabrocharle a
Irene la suave bata de seda rápidamente mientras ella le quitaba el cinturón y
le desabotonaba la camisa, abriéndola en un momento de par en par empezando a
depositar pequeños besos y mordiscos y acariciándole la espalda. Jim le quita el
broche que recogía su pelo en un elegante moño, dejando libres y expandidos por
la superficie del colchón los mechones de pelo oscuros como el carbón de La Mujer.
Irene empieza a gemir cuando Jim le acaricia con una mano su zona íntima a la
vez que le da un mordisco notable en el cuello.
Unos tacones resuenan por fuera
de la habitación, que se paran nada más pasar por
delante. Irene se detiene un momento de su labor de quitarle los pantalones a
Jim.
— ¿Algún problema? —pregunta él
sin dejar de mover su mano.
Irene gime más bajo y mira al
techo. Kate lo estaría escuchando todo. Se muerde el labio inferior y le desabrocha los pantalones e introduce su mano lentamente por
dentro.
—No. Ninguno —responde
abalanzándose a sus labios y besándolo apasionadamente.
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