John deja un momento unos
informes del hospital en la mesa para ir al frigorífico a tomar un tentempié.
Era bastante tarde, altas horas de la noche, pero tenía mucho trabajo. Sherlock
le acompañaba porque no tenía nada mejor que hacer.
—Sherlock, te toca ir a por leche —le comenta John mirando el interior del frigorífico.
— ¿Desde cuándo nos turnamos para
ir a por leche? Yo no voy a ir.
—Pues yo fui la última vez, así
que estamos sin leche hasta que no se digne a ir, señor detective asesor.
—… No prometo nada. Por cierto… —Sherlock
estaba rasgando con el arco las cuerdas de su violín, tocando un
movimiento lento de un concierto de Vivaldi—. Desde que he vuelto me he percatado de que no sales tanto como antes.
—Tengo miedo de que te tires por
una azotea si no estoy cerca —dice irónico sin levantar la vista de los papeles,
aunque dentro de él algo se da la vuelta al decir eso.
— ¿Qué fue de Mary?
—No llegamos a congeniar. Además,
se hartó de que estuviese tan… abatido por tu ida.
Sherlock sigue tocando el violín
con los ojos cerrados, dando vueltas por el salón, algo que desesperaba a John
y él lo sabía, pero le hacía gracia sacarle de quicio.
—Mejor. No me gustaba.
— ¿Qué? ¿Por qué? —replica
mientras masculla entre dientes una maldición. No podía concentrarse en su
trabajo con Sherlock yendo y viniendo.
—Muy mandona. Me hacía sombra con
respecto a ti. O me prestabas atención a mí o le hacías caso a ella, y
francamente a veces me daba la sensación de que tenía algo en mi contra.
—Quizá pensaba que pasaba
demasiado tiempo contigo, y ella era mi novia. Eso se llama celos, Sherlock —John
se sorprende al dar por hecho que Sherlock buscaba su atención y peleó con
Mary y tantas otras por él, por su atención. Al final, el detective salió ganando, como siempre.
Sherlock cesó por un momento su
recital para llevarse la punta del arco a la frente y luego irse un momento a
su habitación. John había mencionado la azotea, de forma irónica, pero notaba
que era una pequeña incitación a pensar que John en cualquier momento iba a
explotar. No sabía si acelerar el proceso para ahorrarle más amargura al doctor.
Vuelve al salón airado y se
planta delante del doctor.
— ¿¡También me has escondido la
pistola!?
— ¿Para qué la quieres? —replica
John—. Hace poco resolvimos un caso, ¿te acuerdas? La mujer celosa.
Hará un par de días, Lestrade les
llamó para que le ayudasen con un homicidio. Encontraron a un hombre con un
disparo en el estómago, de una escopeta, dedujo Sherlock. Al instante, y con
sólo darle un primer vistazo a la habitación donde yacía el muerto, supo que
fue la mujer, una mujer muy poco cuidadosa. Aunque el arma la dejó en el
escenario del crimen y no tenía huellas dactilares, su fallo fue olvidarse
de su móvil en el que dejó la pista más evidente: un mensaje a un amigo que le
ayudaría a salir de Londres. Sherlock supo también el porqué del homicidio: los
celos. El marido tenía una o varias aventuras. La esposa encontró unos mensajes
en el móvil de su marido y además una nota con un número y el nombre de una
mujer en ella, nota que se encontraba encima de la cama y con la cual la
homicida empezó la discusión que acabó en asesinato. No tardaron mucho en
localizar al que ayudó a la esposa a salir de Londres, que enseguida les dijo
dónde se encontraba ella, y al no poder avisarla, esta fue apresada al poco
tiempo.
—Lo sé, pero no me gusta que
toques mis cosas. ¿Cómo demonios la has encontrado?
—No soy tú, pero tampoco soy
tonto.
Sherlock se dirige a la chimenea
para ver la nota de Irene Adler. Llevaba un mes buscando algún posible
anagrama, sin éxito, además de dobles sentidos o acontecimientos del pasado
importantes ocurridos en abril, pero no encontraba nada de provecho. Llevaba
mucho sin tener noticias de Irene, y no iba a mandarle ningún mensaje dando
señales de vida, claro. No confiaba en ella aún, pero por lo que se dijeron en
la cena, el tiempo diría si llegarían a algo.
John le mira mientras se dirige a la cocina y suspira.
— ¿Sigues ensimismado con la
dichosa nota?
—La odias con todo tu ser, ¿eh,
John? —dice riéndose— Es… demasiado sencillo.
‘’Saco lo mismo en claro de esta nota que de Irene cuando intento
deducir algo sobre ella, o sea, nada’’, piensa pasándose una mano por el
cuero cabelludo.
John se pone a su lado.
— ¿Has pensado en algo que
ocurriese en abril años atrás?
—Sí, John. Claro que he pensado
en eso, y no, no encuentro nada —dice, algo molesto.
—Oh, vaya. Perdona por no ser tan
inteligente como tú para jugar a estas cosas. Me limitaré a hacer la sopa de
letras del periódico.
—Puede que sea lo mejor —contesta
Sherlock sarcásticamente. La nota le sacaba de sus casillas y le hacía ser más irritable de lo normal.
—Bueno, pues espero que la
señorita Adler y tú seáis muy felices dedicándoos notitas absurdas cual
colegiales de primaria —dice el doctor en un tono burlón—. De verdad que no
entiendo cómo te sigues replanteando la idea de que puede haber cambiado.
—Ya te dije que me ayudó en el
extranjero. Deberías estarle agradecida. Gracias a ella he estado bien durante
tres años y he podido volver.
— ¿Tú has estado bien? ¡Y a los
demás que nos den viento! Siempre tú, Sherlock. Siempre tú...
‘’Ya está. Aquí viene’’, piensa. El tono de John había cambiado.
Estaba enfadado, pero conforme pasan los segundos, su rostro ablanda. Parece
que todavía no había llegado el momento para la gran discusión.
—Sé que no vas a hacerme caso —John
termina por romper el silencio y se aleja de Sherlock—, pero por lo menos ve
con cuidado con ella. Yo no me fío, y si tanto dices que siempre tienes en
cuenta mi opinión, espero que sea verdad.
En el fondo estaba harto de
hablar siempre de lo mismo. En parte era culpa suya por no salir y no buscar
casos. Se limitaba a estar en casa sin hacer nada, y cada día eso le pasaba
factura, siendo más irritante y pagándolo con John, el cual siempre estaba con
él pasara lo que pasase.
—John, es trabajo. ¿Qué esperas
que haga? Te de buenas vibraciones o no, ahora no puedo echarme atrás, porque
significará que ella ha ganado y…
—Y tú no puedes perder —termina
la frase con un tono melancólico.
De repente, el móvil de Sherlock
vibra y se mete la mano en el bolsillo. John mira de reojo la pantalla. Se echa
a reír al ver que el mensaje es de Irene. ‘’Antes
pienso en ella, antes se digna a mandar un mensaje. Pero es una tontería.
Pregunta que qué tal estoy. Cómo le gusta regocijarse’’.
— ¿Qué pasa? ¿Ha puesto cámaras
por la casa, o es que tiene un sexto sentido? Dios… —se aleja malhumorado.
—Estoy harto de hablar siempre de lo mismo, de oírte repetir que no la aguantas y...
— ¡Si supieras cómo me siento
entenderías por qué no me fío de ella! —John le corta la frase gritando.
Frunce el ceño. ‘’Aquí está, por fin… Pero… pero no… No
quiero discutir con él. ¿Por qué he esperado tanto? Ahora… no puedo enfrentarme
a él. ¿Por qué no quiero? ¿No quiero que me grite, que se enfade conmigo? Eso
es de críos, Sherlock. No puede ser’’. Se acerca a su abrigo, tendido en
uno de los reposabrazos del sofá.
—Voy a dar una vuelta.
Estaba huyendo del
enfrentamiento. Claramente John estaba a punto de explotar. Llevaba esperando
este momento bastante tiempo y sentía curiosidad por saber qué cosas le echaría
su compañero en cara, pero una parte de él estaba siendo cobarde y estaba
alejándose del problema porque no quería discutir con su mejor amigo.
Coge su abrigo y sale del piso,
dejando a John con la palabra en la boca.
— ¿Sherlock? —le oye preguntar
con tono de preocupación antes de salir de casa—. ¡Sherlock!
El Regents Park estaba más cerca
de casa, pero le apetecía caminar y va calle abajo hasta el Hyde Park. Mirando
el cielo estrellado, divisa un banco después de una largo rato caminando y se sienta.
Cierra los ojos y echa la cabeza hacia atrás. El móvil le vibra. Un mensaje de
Lestrade. ‘’Ahora no’’, piensa
mientras se lo guarda de nuevo sin mirar lo que le decía.
El cielo empieza a nublarse,
anunciando precipitaciones. Una espesa capa de nubes oscuras comienzan a tronar, y una gota de lluvia se posa en su mejilla.
1 comentario:
Me encanta. Me he quedado con ganas de mas. Necesito saber que pasa con esos dos y con Irene
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