Los ficheros no contenían ningún
dato revelador. Lo único que tenía era el papel de la adopción. Sherlock se
apoya en la pared, agotado y con las esperanzas de que esta la succionara por
algún encantamiento y no le dejara ir al laboratorio del Barts. Tenía un 50% de
información y otro 50% hipotético. Si se hacía un análisis de sangre tenía la
certeza de que sus presentimientos eran ciertos, pero no quería que se hicieran
realidad. Algo dentro de él rechazaba la idea. Podría ser, pero necesitaba que
la chica le contase cómo. Todo eran acertijos y dudas en la mente de Sherlock,
y no quería darles solución, pero iba a hacerlo. Si el ADN coincidía necesitaba
que Elisabeth le contase cómo y por qué.
— ¿A dónde vas? —Lestrade le
grita al verlo ir a paso rápido por el pasillo y poniéndose el abrigo con rapidez—.
Tienes que seguir el interrogatorio en las celdas.
—Tengo que salir un momento.
Tras tomar un taxi y saludar a
Molly ya en el hospital, se apresura a los laboratorios. Se extrae un poco de
sangre, coge la prueba de sangre de Elisabeth y las pone a analizar.
Cabizbajo y con los ojos
cerrados, piensa en Martha Parker. Martha fue una joven bailarina de cualidades
extraordinarias y gran bondad y corazón que conoció cuando era pequeño. Martha
caía bien a todo el mundo; era dulce, cariñosa y divertida, y fue aceptada y
querida por todos los miembros de la familia Holmes, excepto por su madre, que
no soportaba que apartara a su hijo de su lado. Su hermano Mycroft y ella
estuvieron un tiempo juntos. Durante ese periodo, Mycroft era una persona
totalmente diferente; le preguntaba a Sherlock cómo le había ido el día, le
ayudaba si necesitaba algo, ¡hasta sonreía! Desde que su padre murió cuando él
todavía era pequeño, fue el único momento en el que Sherlock sintió que volvía
a tener una figura paterna en casa, alguien en quien apoyarse, aunque el joven
Sherlock no necesitara mucho apoyo; ya a tan corta edad se valía por sí mismo,
pero un niño no rechaza que alguien se preocupe por él, y más teniendo una
madre que ni le miraba. Pero la paz que reinó en casa de los Holmes, una paz
que Martha había traído, se desvaneció enseguida. Sin motivo alguno, Martha no
volvió a ver a Mycroft, quien volvió a ser tan frío como un témpano de hielo.
Extrañamente su madre estaba sumamente feliz de que la joven no volviera por allí,
pero Sherlock nunca entendió por qué, y nunca vio el momento ideal para hablar
con su madre porque él sabía que tenía algo que ver, ya que era sumamente difícil
comunicarse con alguien que a ojos del pequeño Holmes le despreciaba.
El apellido coincidía; estaba
claro que Elisabeth era hija de Martha Parker. Ahora sólo quedaba saber si ella
y Sherlock tenían la misma sangre fluyendo por sus venas.
Mira la pantalla del ordenador y
ve que el momento de que finalice el análisis es inminente. Justo cuando cierra
los ojos en un momento de reflexión, el ordenador pita, y los abre lentamente,
muy lentamente, como si quisiera hacer eterno un momento que era paz y no
quisiera enfrentarse a las turbulencias que el camino traía consigo. <<Análisis de concordancia de ADN
completado… Resultado: 100% correcto…>>.
—Es… E-es mi… Mi sobrina —musita
en la soledad del laboratorio.
Si no fuera porque estaba
sentado, Sherlock se habría caído para atrás de la conmoción que le producía
haber leído la pantalla. ¿Cómo era posible? Su hermano nunca le había dicho
nada… <<A no ser… Que él tampoco lo
sepa>>. En un momento de debilidad y pura inconsciencia, coge el
móvil y busca en los contactos a su hermano, pero cuando está a punto de pulsar
el botón de llamada, se detiene. ¿Sería correcto que lo supiera, sabiendo cómo
era el Hombre de Hielo? No, por el momento hacerle saber a su hermano que tenía
una hija no era lo mejor. Si Sherlock no sabía qué hacer, él menos, así que
guarda de nuevo el móvil e intenta serenarse durante el trayecto de vuelta a la
comisaría.
Ahora tenía muchas más preguntas
que hacerle a Elisabeth, pero sabía que la chica iba a jugar con él y no iba a
contestar a ninguna. Sherlock no quería tenerla encerrada en la comisaría, y
menos sabiendo que Moriarty era su tutor; la policía no le caía bien, pero
tampoco iba a sentenciarlos a muerte, y tampoco podía dejarla en libertad, ¿o
sí? ¿Eso ayudaría a entablar algún lazo entre ellos, por un favor? Se frota las
sienes, confuso.
Nada más llegar a la comisaría,
se dirige a la sala de cámaras, apagando todas las que estaban en las celdas.
Luego se dirige a la cafetería, pasando de las miradas interrogativas de
Lestrade. Coge un sándwich y un café y va a las celdas. Al ver a la joven en un
compartimento cualquiera, sin nada de lo que le había pedido a los policías
para que estuviera todo lo cómoda posible, frunce el ceño.
— ¿Quién… te ha traído aquí?
Elisabeth se incorpora con un
gesto de dolor. Cuando está sentada y mirándolo, se encoge de hombros.
—Bueno —continúa Sherlock, cogiendo
una silla y poniéndose en frente de
ella, al otro lado de los barrotes—, me disculpo en el nombre de estos paletos uniformados. Te he
traído esto, por si tienes hambre.
La joven entrecierra los ojos,
dudosa, pero el gesto amable que se escondía tras los fríos ojos de Sherlock la
incita a pasar las manos apresadas por las esposas entre los barrotes y coger
el tentempié.
— ¿Por qué no me dices la verdad,
Elisabeth? ¿Intentas protegerle? Eso no sirve de nada, sé que James Moriarty es
tu tutor.
—Se equivoca, señor Holmes —responde
ella tras darle un sorbo al café— Sólo intento protegerme a mí misma.
<<Sé quién eres. Yo podría protegerte… aunque seas una
asesina>>.
—No creo que haya vuelto para
seguir el interrogatorio de antes —echa un vistazo a los rincones donde están
las cámaras—. Las ha apagado. Viene a hacerme otras preguntas, preguntas que
sólo nos incumben a nosotros.
Sherlock esboza una media
sonrisa; se había percatado de un diminuto puntito rojo en las cámaras.
— ¿Cuáles son esas preguntas? —ella
rueda los ojos—. Está bien… ¿Quién eres en realidad?
—Usted ya sabe la respuesta.
—Pero quiero que seas tú quien me
lo diga, que me lo digas todo, y sabes exactamente lo que quiero saber.
Elisabeth deja a un lado de la
incómoda litera el café, ya terminado, y se pone de perfil, mirando a la
insulsa grisácea pared.
—Lo siento, pero no pienso
contestar a nada estando aquí encerrada.
Se mostraba altiva, con una
confianza en exceso. Como bien creía que iba a acabar haciendo, la chica
sugería que la soltara, porque sabía perfectamente que Sherlock no iba a
dejarla allí.
—Tu oferta es salir de aquí y mi
premio por ello es conseguir las respuestas a mis preguntas, ¿verdad? Lo
siento, no puedo hacer eso.
Ella le rehúye la mira y no
contesta.
—Tanto la policía como yo
seguiremos trabajando en el caso. Esto no se olvidará así como así, y si te
fueras de aquí, te perseguiríamos. No te garantizo que si te dejara salir
estarías a salvo.
—Los dos sabemos que tanto fuera
de aquí como dentro estoy en peligro. Según usted mi peligro fuera de estas
paredes es Moriarty, y dentro de ellas la policía. La primera opción no
significa peligro para mí, y lo sabe. Pero bueno, señor Holmes, tendrá que
decidir: o la ignorancia… o la verdad.
El detective asesor suelta una
disimulada carcajada. Iba a tener que hacerlo.
—Las dudas le corroen, lo sé —continúa
ella. Le estaba enseñando la chuchería, le estaba tentando. <<Sabe jugar sus cartas>>.
—Sé más de lo que crees,
Elisabeth. Pero te necesito.
Ella se ríe, aunque no en plan
mofa.
—Sáqueme de aquí, quíteme las
esposas, y entonces podría recapacitar sobre mi negativa.
Sherlock se cruza de brazos y se
recuesta en el respaldo de la silla.
— ¿Qué… garantía tengo de que
hablarás?
—Ninguna —responde ella
tajantemente.
Tras un buen rato meditando, unos
minutos que se hicieron eternos y silenciosos, Sherlock se saca del bolsillo un
pequeño juego de alambres, pinzas y llaves trucadas enrolladas en una tira de
cuero flexible. No estaba actuando bien; si la dejaba dentro, se quemaba, y si
dejaba que se marchara, se chamuscaría, pero sus ganas de saber quién era en
realidad lo estaban matando. <<La
curiosidad mató al gato…>>.
Empieza a manipular la cerradura
ante la atenta y sorprendida mirada de Elisabeth. Parecía que en el fondo no
creía que la iba a liberar, pero era eso lo que exactamente estaba haciendo. Le
quita las esposas sin dejar de mirarla a los ojos con un gesto que inspiraba
ansias por saber más y porque ella confiara en él. La coge del brazo y la lleva
hasta la puerta trasera de Scotland sin ser vistos. En el callejón, la pone
enfrente de él y le obliga a mirarle desde muy cerca.
—Si te vas ahora de aquí sin
decirme nada, te aseguro que no será la última vez que nos veamos.
Nota en los ojos de Elisabeth
incomodidad y dudas, pero no la aparta de él, sino que la acerca más y más a
sus profundos ojos. Ella traga saliva y se aparta un poco.
—Entonces… —se zafa de su agarre
sin que él apenas se dé cuenta y se acerca su oído, susurrándole—: Hasta
nuestro próximo encuentro.
Elisabeth echa a correr mientras
Sherlock se queda mirando sin poder hacer nada, viendo que la chica coge un
taxi y desaparece. La sangre le hierve por lo poco profesional que ha sido, y
en el caso de haberla dejado encerrada, se sentiría igual.
— ¡¿Se puede saber qué has hecho?!
Lestrade. Sherlock se da la
vuelta y ve al inspector furioso.
—Acabas de dejarla escapar —continúa—.
¡¿Por qué?!
—No podía estar encerrada.
Trabaja para Moriarty. Acabo de salvaros de una bomba, o algo peor —empieza
andar, y Greg le sigue de cerca, resoplando—. No tenía sentido tenerla
encerrada si luego él iba a sacarla de aquí, ¿no crees?
—Ya, pero… Bah…
No podía decirle que era su
sobrina. Era mejor mantenerlo en secreto.
—Ya que de momento no tenemos
nada más, me voy a Baker. Estaremos en contacto.
Tenía ganas de volver a casa.
Necesitaba desesperadamente tumbarse en el sillón, cerrar los ojos y meditar.
Un par de parches de nicotina no estarían mal para ayudarle a pensar. Después
haber estado así durante unas horas, pensaría si sería buena idea contarle a
John que Elisabeth era su sobrina. Pero ahora sólo quería desaparecer en su
mente, en su palacio mental.
Nada más entrar en el portal, se
para en seco. Ningún día, absolutamente ninguno, la señora Hudson a esas horas
estaba fuera de casa; siempre, absolutamente siempre, la señora Hudson a esas
horas estaba en casa viendo su programa favorito. Ahora la casa estaba en
completo silencio.
— ¿Señora Hudson?
Sin esperar ni un segundo más, se
adentra en su casa. La pobre mujer estaba en el suelo, balbuceando cosas
incomprensibles.
— ¡SEÑORA HUDSON!
Corre a sujetarla y la examina;
ninguna lesión física; un diminuto punto en el cuello, de una jeringuilla
con una droga somnífera; pupilas
dilatadas que poco a poco vuelven a la normalidad, y pulso débil que recobra su
fluidez conforme recobra el conocimiento y la consciencia. La coge en brazos
con cuidado y la tumba en el sillón.
— ¿Señora Hudson? ¿Qué ha pasado?
—Sher… Sherlock… Querido… No lo sé… Alguien me cogió por
detrás y… caí al suelo…
Le sujeta la cara con las manos y
la mira fijamente. Ya estaba más consciente; estaría bien sin él, porque si
ella estaba así era por culpa de Moriarty, y a saber cómo estaría John. Le
acerca un vaso de agua y le habla despacio.
—Beba. Cierre la puerta con llave
y váyase a la cama. Yo tengo que irme, ¿de acuerdo?
Ella asiente y coge con manos
temblorosas el vaso. Sherlock le echa un último vistazo y se va corriendo
escaleras arriba gritando el nombre de John. Ni rastro de él. Las cosas del
salón estaban descolocadas, pero no había indicios de pelea. Da un par de
vueltas por el salón, nervioso.
<<Todo por mi culpa>>, piensa. Coge el móvil y marca el
número de John.
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