jueves, 16 de enero de 2014

We're kings (John, 10)

John sonríe a Lestrade y deja la sala para buscar a Sherlock. El despacho del inspector estaba a oscuras, pero podía sentir la presencia de su amigo dentro. Abre la puerta despacio y luego la cierra con cuidado. El detective se acerca a él por detrás.

—No enciendas la luz.

— ¿Pasa algo? —pregunta con preocupación y sin comprender.

—Ya lo has visto. No quiere decirnos la verdad, e intenta desviar el interrogatorio a… otro tema. No puedo seguir interrogándola. Tengo que seguir trabajando, pero deberías irte a casa y descansar.

En la penumbra, el doctor se acerca a Sherlock hasta tenerlo a escasos centímetros y notar su respiración.

—Puedo ayudar… iAdemás, dijiste que no me separara de ti.

—Lo sé, pero en casa estarás también seguro. No quiero retenerte aquí, y… prefiero hacer esto por mi cuenta.

—Claro… Lo que tú digas —responde John con sinceridad y comprensión—. ¿Por qué ha preguntado que si le resultas familiar? ¿Hay algo que no me has dicho?

El detective no contesta. Suspira con profundidad y pone sus manos en los hombros de John, apretando cariñosamente. Probablemente creyera que el contacto haría que la revelación que iba a hacerle suavizara las cosas.

—Quizá, y sólo quizá… Ella y yo tengamos un vínculo.

— ¿Vínculo? —pregunta serio. No le gustaba ni un pelo esa chica, y si tenía alguna conexión con Sherlock, no era buena señal ni algo alentador para la seguridad de ambos—. ¿Qué clase de vínculo, Sherlock?

—Ya te lo explicaré. Tienes que ir a casa, y yo seguiré aquí buscando información y haciendo lo que pueda. Intentaré no tardar mucho en volver, ¿de acuerdo?

John asiente con la cabeza. Nota que Sherlock se acerca y le besa, y él se incorpora hacia delante al momento. Sonríe dentro del beso antes de separarse; la habitación estaba totalmente a oscuras y nadie podía haber visto lo que había ocurrido, y deduce que por eso Sherlock no quería que encendiera antes la luz. Acaricia su mejilla con dulzura y se separa de él.

—No tardes —susurra.

Sherlock sale del despacho y John puede ver la silueta de este entrando en la sala donde se encontraba Lestrade. John le sigue.

—No va a decirnos nada más. Llévala a una celda, pero que esté cómoda. Está herida físicamente y no quiero que vaya a más —John frunce el ceño; no creía que Sherlock tuviera tanto interés en que un asesino estuviera en las mejores condiciones posibles bajo su supervisión, aunque fuera una jovencita—. Estaré en los archivos.

Greg asiente y manda a dos policías a coger a la chica mientras Sherlock se aleja y dobla la esquina, en dirección a los archivos de la policía, sin presenciar que muy amablemente no tratan a Elisabeth.

— ¡Eh! —exclama John—. Sherlock ha dicho que la tratéis bien —se siente obligado a decir.

Los policías se sobresaltan ante la regañina y obedecen, intentando no ser tan bruscos con la prisionera. Después de despedirse de Greg, John sale de Scotland Yard y camina hasta casa con paso firme y rápido. Quería llegar a casa cuanto antes, porque la verdad es que necesitaba dormir. Todo el tema de Elisabeth Parker, las discusiones de hacía unas semanas con Sherlock y la intranquilidad de que en cualquier momento alguien podría ir a por ellos no le había dejado descansar desde hacía días. Por lo menos las pesadillas no se adueñaban de su mente gracias a que dormía con Sherlock. Aún no se abrazaban, ni dormía muy juntos el uno del otro, pero sí que permanecían con las manos cogidas. Eso era más que suficiente para John: ser consciente de que Sherlock estaba a su lado para protegerlo de su subconsciente terrorífico.

Todavía era bastante temprano; faltaban un par de horas para la hora del té. Él y Sherlock habían madrugado para ponerse en marcha con el arresto de Elisabeth y se habían pasado toda la mañana y la hora de comer en Scotland. Cuando John entra en Baker, supone que la señora Hudson no está en casa; a esa hora se ponía la televisión y veía alguna serie o programa de cotilleos, pero el silencio se apoderaba de todo el piso de abajo del hogar. Pero lo que más le inquieta es que, al subir las escaleras, la puerta que daba al salón estaba entreabierta. <<No recuerdo haberme ido de aquí sin antes cerrar…>>. En un acto reflejo, se lleva la mano a la cintura, sujetando con fuerza el mango de la pistola y quitándole el seguro. Traga saliva y suspira silenciosamente. Podría encontrarse cualquier cosa, cualquier peligro… A cualquier persona.

Moriarty. Cómo no.

John duda un momento si bajar el arma o no, de si tenerlo a punta de pistola serviría de algo, pero para que no se le notara que estaba sorprendido de la presencia del criminal en su hogar, no baja la pistola. El arma se tambalea un poco al principio; la presencia de Moriarty le asusta.

— ¡Johnny boy! Ya era hora de que volviera a casa —Moriarty se había tomado la libertad de poner a su gusto la posición de la butaca de Sherlock para darle como era debido la bienvenida—. ¿Té? —pregunta señalando la mesita con la tetera y las tazas.

John no le quita el ojo de encima, y por supuesto no deja de apuntarle.

—Te sugiero que bajes la pistola. Sólo estoy aquí para hablar.

Pasa a una posición más agresiva, echando el hombro hacia atrás y sufriendo el ligero pinchazo fruto de su herida de guerra.

—No me lo creo.

— ¡Vaya! Soy un libro abierto para ti, doctor —su tono burlón saca de quicio a John, que no se mueve de su sitio, a escasos metros de Jim—. Dime, John… ¿Y Sherlock? Me sorprende que no estés pegaaado a él, ¿hmm?

—Donde esté él no es de tu incumbencia.

Jim se levanta sin dejar de mirarle, con una sonrisa de oreja a oreja. Le aburre que John no le haga caso y baje el arma, y aunque éste no deja de apuntarle, pasa de él y se dedica a mirar la chimenea y lo que hay encima de ella.

—La verdad es que no hace falta que me digas dónde está. Lo sé de sobra. Veamos… Sólo hay dos posibilidades: o contigo, o en Scotland Yard acosando a mi protegida, y puesto que aquí no veo a ningún detectivucho asesor, pueeees...

John traga saliva, nervioso. <<Sherlock no me perdonaría que lo matase, pero si no lo hago, de aquí no salgo vivo>>.

—Y como bien habías adivinado con sólo mirarme —continúa, haciendo un gesto con la mano y señalándose toda la cara—, no estoy aquí para hablar. Como dice el dicho: ojo por ojo. Sherlock me quita mi juguete, yo le quito el suyo. Somos iguales. Jugamos nuestra gran partida de la vida con la táctica del movimiento espejo.

Al oír eso, John tiene más claro que no iba a salir muy bien parado de la situación, y a la vez se enfurece por sus palabras.

—Veo que sigues tratando a la gente como objetos. Dices que Sherlock y tú sois iguales, ¡pero no es verdad!

—Y yo veo que sigues tan ciego de admiración y amor por el detective como antes.

Se tensa. Como si él también fuera un libro abierto para el criminal, que se hecha a reír. Jim se dirige de nuevo a la butaca, donde había una carpeta en uno de los reposabrazos. La abre y tira al suelo un puñado de fotografías. <<No puede ser>>, piensa John, invadiéndole un sentimiento de terror. Las fotos representaban el momento en el que semanas atrás, Sherlock corrió en su busca, y en plena calle, expuesto a todo peligro, le besó apasionadamente. <<Lo hizo para que viera que quería estar conmigo y que no se avergonzaba de lo nuestro… Es culpa mía…>>. El doctor no puede más y baja la pistola, abatido.

—Ya hablamos el mismo idioma, ¿no, doctor Watson?

Intenta pensar qué decir, si admitir lo que ya era evidente por las fotos o no, pero le parece más importante defender el honor y la persona de Sherlock. Para nada el criminal y el detective eran la misma persona. Pueden que efectivamente ambos fueran seres de una inteligencia suprema, pero sus corazones eran totalmente opuestos. Sherlock había despertado el suyo a voluntad propia, por él, y dudaba de si Moriarty tuviera tal órgano vital. Puede que algo palpitara en su pecho si había adoptado una niña y la había cuidado, pero aun así Elisabeth Parker forma parte de su ejército personal del mal, y John es incapaz de creer que algún acto de amor o piedad hubiera hecho al criminal hacerse cargo de la joven. Y así se lo explica a Moriarty. Sherlock y él nunca han sido iguales y nunca lo serían. Las palabras se le atragantaban en la garganta. Todo lo que en realidad quería decirle no es capaz de salir, y tampoco cree que sea necesario, porque lo importante es que él tuviera constancia de que Sherlock era bondad y Moriarty maldad, y porque sabía que al criminal sus explicaciones le darían igual.

— ¿Todavía con esas? Piensa lo que quieras, doctorcillo. Sherlock y yo somos reyes. Él se ha atrevido a sacar a mi reina del tablero. Yo haré que se arrepienta de haberlo hecho tomando a la suya —Jim se aproxima a él lentamente, y John lo único que puede hacer el levantar la pistola y volver a apuntarle hasta que el cañón toca la frente de Moriarty—. Me toca mover.

Con una siniestra sonrisa, Jim le planta cara a John, que sabe que no puede dispararle, y aceptar las consecuencias de las que será partícipe, ya que era culpa suya que el criminal supiera que ahora Sherlock y él estaban unidos por un vínculo más fuerte y corto que la amistad. John tenía conocimiento de que, sabiendo Moriarty esto, la cantidad de sufrimiento que iba a padecer sería desmesurado para hacer aún más daño a Sherlock. La cosa no se limitaría como la última vez a arroparlo con bombas, qué va.

Cierra los ojos e intenta concentrarse en lo único que le dará fuerzas durante el infierno que experimentaría: Sherlock. De repente, un pinchazo en el cuello le hace tensar los músculos hasta dolerle la fuerza con la que lo hace. Alguien detrás de él le había pinchado con una jeringuilla que tenía un líquido paralizante y adormecedor muy fuerte, que hace que John caiga de rodillas.

—Ains, Sebastian… Qué pena. Con lo bien que me lo estaba pasando —a los pies de Jim, las voces que John oye cada vez se difuminan más conforme le hace efecto inmediato la droga—. Aunque la diversión sólo acaba de empezar.

No hay comentarios: