John seguía inconsciente. La
gente que pasaba por allí miraba a Sherlock con el doctor en brazos, totalmente
ajenos e interrogativos. Sherlock se da toda la prisa que puede, y nada más
llegar a casa, lleva a John a la cama. Una pequeña franja de la chaqueta abierta
le deja que ver que tiene la camisa manchada de sangre. Al abrir la chaqueta y
desbotonar la camisa torpemente, ve las iniciales de Moriarty en su piel, una
herida bombeante y de sangre muy fea. <<La
letra con sangre entra>>. No quiere pensar en qué le ha podido decir
el criminal a John, ni qué consecuencias tendría esa marca en él, y se siente
realmente frustrado. Lo importante ahora era curarle.
Ni siquiera se había quitado el
abrigo. Conforme se acerca al lavabo, empieza a quitárselo y lo tira encima de la mesa de la cocina, haciendo un
sonoro ruido porque cae encima de los tubos de ensayo y de un montón de
papeles. Coge del baño una toalla húmeda, un cuenco y el botiquín de mano y
vuelve al lado de John.
—John, ¿puedes oírme? John,
necesito que despiertes, por favor —el doctor tose un par de veces y abre muy
lentamente los ojos. Su respiración es agitada. La herida le arde en el pecho—.
Maldición… Lo siento John, de veras que lo siento. Ha sido culpa mía.
John apenas puede escucharle; le
pitan los oídos conforme recupera la consciencia. Poco a poco se da cuenta del
terrible escozor que siente en el pectoral y cae en la cuenta en las iniciales.
—Sherlock… —el detective se
acerca a él. John suelta un grito; la herida se hacía más palpitante—. Antibióticos,
Sherlock… y vendas, y… —vuelve a gritar.
—Lo tengo. Lo tengo todo, John.
Dime qué tengo que hacer. Yo resuelvo casos, pero tú eres el que salva vidas.
Qué hago.
Con agitación y dolor por parte
de John y con nervios y muchísima paciencia por parte de Sherlock, el detective
sigue sus indicaciones. Limpia la herida con cuidado y consigue que deje de
sangrar. Los cortes eran largos y muy, muy profundos. Que iba a dejar marca no
era ningún secreto. La respiración de John se normaliza al sentir el suave tacto
de las manos de Sherlock colocándole con esmero las vendas, levantándolo
parcialmente de la cama para poder pasarlas por la espada y el brazo. Le cierra
la camisa y lo tapa con las sabanas. John sonríe, exhausto.
—Buen trabajo…
Al momento cierra los ojos y
Sherlock le deja descansar. Tenía las manos llenas de sangre, la sangre de
John. Corre al baño a lavárselas, pero eso no es suficiente y se mete en la
ducha. Necesita quitarse cualquier resto de su sangre. Nada más terminar, tira
a la basura la toalla manchada de sangre y las gasas y vendas que ya no serán
de utilidad, también manchadas.
Una vez más tranquilo, y después
de ver que John seguía dormido, decide ir a ver a la señora Hudson. Tenía que
asegurarse de que se encontraba mejor, y en cuanto lo verificara, volvería al
lado de John. No quería dejarlo ahora.
—Señora Hudson —dice al entrar en
su salón. La ve un poco más animada, pero también desolada, triste y preocupada—.
Veo que ya está mejor.
Ella se echa a llorar nada más
verle.
—Sherlock, lo siento, lo siento
tanto… Siento haber dejado la puerta de la calle abierta, no me di cuenta.
Ahora tendremos que cambiar la cerradura. Perdóname…
El detective va a su encuentro y
la abraza con cuidado. Tanto ella como él necesitaban consuelo.
—La culpa es mía, no suya.
Siempre lo es. No tiene que disculparse por nada.
Ella se separa y le pone
cariñosamente una mano en la rodilla. Ha dejado de llorar, y su sonrisa es
dulce y sincera. Esa mujer siempre había sido como una madre para él, aunque a
veces le exasperara y pusiera nerviosa. En el fondo la adoraba y quería.
—Sherlock, quiero que sepas que,
por muy mal que puedan ir las cosas, nosotros siempre estaremos contigo. Ya te
fuiste una vez, y no quiero que tengas que volver a hacerlo. ¿Te acuerdas del
susto que me diste cuando volviste? Creí que eras un fantasma. No pude
creérmelo.
Sus palabras le emocionan, pero
enseguida la broma le hace sonreír.
—Gracias, señora Hudson…
Ella le devuelve la sonrisa. Un
pequeño ruidito proveniente del estómago de Sherlock la sobresalta. No había
comido nada en varias horas y ahora su organismo se volvía en su contra.
—Parece que estás hambriento, ¡y
estás paliducho! Deja que te haga algo, lo que sea.
Sherlock no puede negarse y
accede. Al terminar, deja a la señora Hudson descansar; claramente todavía no
estaba del todo bien, y necesitaba dormir. Vuelve con John, el cual se ha
despertado, y enseguida se sienta a su lado en el borde de la cama.
— ¿Qué tal me ve, doctor? —bromea
John—. Dios… Me duele todo…
—Lo siento… He sido un egoísta
con todo el tema de la chica. Ha sido culpa mía que Moriarty fuera a por ti.
—Eh, eh… Estoy aquí… más o menos,
y eso es lo importante. Dime… ¿la herida es… muy profunda?
Sherlock no podía suavizarlo de
ninguna manera, ni mentirle.
—Lo suficiente como para dejar
marca…
John maldice con la voz
entrecortada. Tener las iniciales de la persona que intentaba destruirle a él y
corromper a Sherlock era el peor mal de ojo que podrían haberle echado.
—Dijo que era su juguete…
—No eres ningún juguete —replica
rápidamente Sherlock—. Eres una persona, y no tienes nada que te una a él. Esas
iniciales no tienen que significar nada para ti. Es lo que él quiere que hagas:
que te importen y te vuelvas loco.
—Te juro que… que se lo haré
pagar si te hace algo… No quiero que entres en su juego otra vez.
—No puedo dejarlo, sabes que no
puedo. Que si lo hago, él vendrá de todas formas. Esto no va a acabar hasta a
saber cuándo.
John intenta replicarle, pero
siente un pinchazo en la herida y se tumba de nuevo en la cama.
—Pero creo que por una temporada
nos va a dejar tranquilos —continúa Sherlock. John le mira interrogativo—. Tuve
que dejar ir a Elisabeth. Ahora tendrá que ocuparse de ella, y nosotros estamos
fuera de eso.
Sherlock seguía sintiendo que
tendría que localizar a la chica para intentar volver a prestarle su ayuda, su
intención de ayudarla, pero sabe que no accedería. Era su sobrina, ella lo
sabía, pero parecía que no quería saber nada de él.
— ¿Qué has hecho qué? No…
¡Sherlock, ella era la pieza clave del juego!
— ¿De qué hablas?
— ¡Es la reina! ¡Podríamos haber
hecho con Moriarty lo que quisiéramos si tuviéramos a su reina en nuestro
poder! ¡Incluso matarla, y habríamos podido hacer jaque mate!
Sherlock se separa rápidamente de
él, muy sorprendido. John no sabía que Elisabeth era su sobrina, ¿pero matarla,
a una niña?
— ¿John? ¡¿Matarla?! ¿Eres
consciente de lo que estás diciendo? ¿Dónde está el John que sabía hacer lo
correcto, del que me enamoré? A esa chica no hay que tocarla. ¿Cómo se te
ocurre pensar algo así?
—Liquidada, el problema se iría,
sí… Todo se acabaría.
No estaba en sus cabales.
Sherlock se frustra; la imagen de John intentando ir a por Elisabeth y acabando
con ella le ciega y monta en cólera. Necesita calmarse, como sea. Empieza a dar
vueltas por la habitación. ¿Dónde estarían sus parches de nicotina? O mejor, el
tabaco haría más efecto. << ¿Pero
qué digo?>>. Se olvida de todo y vuelve al lado de John, más
centrado.
Estaba nervioso, demasiado
nervioso. Seguía diciendo sandeces pero para él mismo, ignorando la cercana
presencia del detective. Decía cosas como que empezaba a aceptar que necesitaba
el peligro para sentirse vivo, que necesitaba arriesgar su vida por él. Volvió
de la guerra trastornado y con cojera psicosomática. ¿Cómo se le ocurre decir
que necesita algo así otra vez? Ese no era John, el John que quería una vida
tranquila, tener un par de casos o tres a la semana y que quería estar con
Sherlock para siempre pasara lo que pasara. Era verdad que John necesitaba eso en su vida, pero nunca lo había dicho en voz alta, o ni siquiera había caído en la cuenta de tal cosa, aunque Sherlock sí. Miraba a todos lados con los ojos
muy abiertos, y balbuceaba que no quería perderlo, que él era un ordinario, que
no quería salir de la partida y perderla… ¿Estaba balbuceando movimientos de
ajedrez? ¿Qué le había hecho Moriarty? Quería volverle loco.
—John, ¡JOHN, PARA! —le zarandea
con ímpetu. John no reacciona, estaba en una especie de trance. Parecía que el
poco tiempo que había pasado con Moriarty le había pasado más factura de la que
él hubiese querido. Se le ocurre que el dolor puede hacerle reaccionar, así que
aprieta con la palma de la mano primero poco y luego más las iniciales, y el
doctor empieza a gritar y a revolverse. Le sujeta por los hombros y lo tumba en
la cama para inmovilizarlo—. ¡Estate quieto!
Por fin reacciona, y su gesto es
de horror y pánico. Empieza a llorar.
— ¿Qué pasa…? ¿Qué me pasa? ¡¿Qué
me intenta hacer?!
—Intenta que te rebajes a su
nivel, que te vuelvas inhumano. ¡No le dejes! Estoy contigo, y no tienes que
entrar en su juego, no es necesario. Si lo haces, pondrás en peligro a muchas
personas, a ti, a mí, y a todos. No voy a dejar que lo único que me ha
importado, antes de irme, durante, y en estos momentos se ponga aún más en
peligro. Cuantos menos jugadores haya mejor.
— ¡DEJA DE HABLAR DE JUEGOS,
MALDITA SEA!
Vuelve a alterarse. Sherlock no
deja de sujetarlo por los hombros, y John se resiste, pero no le deja moverse.
Sherlock se disculpa y apoya la frente en la suya. John vuelve a apaciguarse
por tenerlo tan cerca, por sentir su calor y sus ojos y labios tan cerca de él.
El mero contacto le hace volver a la realidad y volver a asustarse por su forma
enloquecida de actuar.
—John tú puedes combatir esto.
Puedes y lo harás. Yo te ayudaré.
Fueron días duros para Sherlock,
y también para John. Cuando menos se lo esperaba, el detective se topaba de
nuevo con un brote psicótico del doctor, y le costaba horrores devolverlo a la
realidad. Moriarty había conseguido que John se obsesionara de tal manera con
sobrevivir y con participar en su estúpido juego que Sherlock a veces se
desesperaba y huía, dejaba la casa y dejaba a John con su locura. Esas
escapadas fueron disminuyendo cuando Sherlock se dio cuenta de que haciéndolo
no conseguía nada, sólo empeorar la situación; no podía ser egoísta, a pesar
del temor que le causaba la situación, y mayor era el terror que le producía todo
aquello por no saber cómo lidiar con ello. Las discusiones fueron disminuyendo
con el tiempo y poniendo mucha paciencia.
Primero fue Elisabeth. Sherlock
finalmente le contó quién era y qué significaba para él. Cuando John lo
comprendió, interpretó para sus adentros que era otra pieza en toda esa
historia, y además una víctima, como él. No entendía cómo alguien como Moriarty
podía hacerse cargo de una chiquilla, pero nunca se le pasó por la cabeza que
probablemente el criminal asesor tuviera un diminuto lado humano. A pesar de
esto, no sentía compasión por ella, no le caía bien, y esto hizo que Sherlock a
veces fuera el que empezaba la discusión para intentar hacerle entrar en razón.
Con el paso del tiempo John cedió y sintió culpa por sus pensamientos
anteriores hacia ella; comprendió que para Sherlock era importante, y por lo
tanto, intocable.
Otra discusión, posiblemente la
peor emocionalmente para John porque acabó desgastándolo, llevó como tema
principal la necesidad de que John necesitara el peligro en su vida. Por esos
momentos John se encontraba más tranquilo, pero pasaba una etapa muy dura; tras
alejarse de la locura, pasó a la autocompasión y los lamentos. Llegó a la
conclusión de que algo había en él que desesperadamente le instaba a buscar el
peligro, a rodearse de él, y aunque eso le hacía sentirse vivo, sin el cual
tendría una vida aburrida y monótona, también le producía una gran pena, porque
el sentimiento de perder todo aquello en cualquier momento era terrible. Se
sumió en noches sin dormir, llorando. Cerraba los ojos y ahí esta él, Moriarty,
mirándole y riéndose de él. Sherlock no se separó de su lado, y siempre le
hablaba entre susurros, intentando evitar cualquier provocación o exaltación, y
elegía con sumo cuidado sus palabras para ello. Le explicaba que sin esa necesidad
de codearse con el peligro, de estar ‘’rodeado de psicópatas y sociópatas’’,
John no tendría esencia, que todas las personas tienen algo especial, y eso era
lo que le hacía especial.
Pasada etapa, John volvió a la
locura, esta vez causada por horas y horas encerrado en el baño mirándose
inmóvil y en un estado casi de shock al espejo, mirando esa asquerosa marca que
nunca se iría, que no le dejaría en paz. Sherlock realmente se sentía
insignificante cuando se lo encontraba así; parecía una vasija, un recipiente
vacío. Insistía en que Moriarty buscaba que él se centrara en ella, se
obsesionara con ella; le decía que sólo era otra marca en el cuerpo, como un
lunar más, y que si para él no significaba nada, para John tampoco debía
hacerlo, y que debía superar toda esa locura porque lo estaba cegando. Lo
importante debía ser lo que estuviera marcado en su corazón, sus sentimientos,
y que debía borrar de su cabeza cualquier preocupación y obsesión relacionada
con las iniciales. A John le costó mucho sudor y lágrimas recapacitar y aceptar
que no estaba sucio ni debía sentir vergüenza por las iniciales JM en su pecho,
pero tanto él como Sherlock sí que acabaron dándole un significado: fuerza. Seguían
vivos, seguían luchando juntos, y ni siquiera la sangre, el dolor y el miedo
que podía causar el nombre que escondía esas iniciales podían Sherlock Holmes y
John Watson.
—Olvídate de Moriarty, de sus
ojos, de su marca —le dijo un día próximo a su inminente recuperación—, olvídate
absolutamente de todo y céntrate en mí, en nuestra vida juntos aquí,
resolviendo casos, tú escribiendo en el blog y yo haciendo experimentos en la
mesa de la cocina, en la señora Hudson preparándonos el té. Tienes todo eso y
más, John.
—… ¿Me vas a dejar?
—Nunca.
Fue en ese momento, en la sonrisa
de Sherlock, en su voz, en sus ojos, todo él, cuando se desvaneció la locura,
el miedo, Moriarty. John cerró los ojos y vio las fichas negras del otro
jugador caer estrepitosamente, y vio todos los momentos vividos con Sherlock y
los que les quedaba por vivir, borrosos y deseosos de hacerse claros, de ser
futuros recuerdos felices. Vio la fuerza que emanaba de ambos, lo que eran
capaces de hacer juntos. Nadie ni nada podría con ellos.
Fue ahí cuando la pesadilla
terminó.
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