martes, 28 de enero de 2014

We'll always be with you (Sherlock, 14)

John seguía inconsciente. La gente que pasaba por allí miraba a Sherlock con el doctor en brazos, totalmente ajenos e interrogativos. Sherlock se da toda la prisa que puede, y nada más llegar a casa, lleva a John a la cama. Una pequeña franja de la chaqueta abierta le deja que ver que tiene la camisa manchada de sangre. Al abrir la chaqueta y desbotonar la camisa torpemente, ve las iniciales de Moriarty en su piel, una herida bombeante y de sangre muy fea. <<La letra con sangre entra>>. No quiere pensar en qué le ha podido decir el criminal a John, ni qué consecuencias tendría esa marca en él, y se siente realmente frustrado. Lo importante ahora era curarle.

Ni siquiera se había quitado el abrigo. Conforme se acerca al lavabo, empieza a quitárselo y lo tira  encima de la mesa de la cocina, haciendo un sonoro ruido porque cae encima de los tubos de ensayo y de un montón de papeles. Coge del baño una toalla húmeda, un cuenco y el botiquín de mano y vuelve al lado de John.

—John, ¿puedes oírme? John, necesito que despiertes, por favor —el doctor tose un par de veces y abre muy lentamente los ojos. Su respiración es agitada. La herida le arde en el pecho—. Maldición… Lo siento John, de veras que lo siento. Ha sido culpa mía.

John apenas puede escucharle; le pitan los oídos conforme recupera la consciencia. Poco a poco se da cuenta del terrible escozor que siente en el pectoral y cae en la cuenta en las iniciales.

—Sherlock… —el detective se acerca a él. John suelta un grito; la herida se hacía más palpitante—. Antibióticos, Sherlock… y vendas, y… —vuelve a gritar.

—Lo tengo. Lo tengo todo, John. Dime qué tengo que hacer. Yo resuelvo casos, pero tú eres el que salva vidas. Qué hago.

Con agitación y dolor por parte de John y con nervios y muchísima paciencia por parte de Sherlock, el detective sigue sus indicaciones. Limpia la herida con cuidado y consigue que deje de sangrar. Los cortes eran largos y muy, muy profundos. Que iba a dejar marca no era ningún secreto. La respiración de John se normaliza al sentir el suave tacto de las manos de Sherlock colocándole con esmero las vendas, levantándolo parcialmente de la cama para poder pasarlas por la espada y el brazo. Le cierra la camisa y lo tapa con las sabanas. John sonríe, exhausto.

—Buen trabajo…

Al momento cierra los ojos y Sherlock le deja descansar. Tenía las manos llenas de sangre, la sangre de John. Corre al baño a lavárselas, pero eso no es suficiente y se mete en la ducha. Necesita quitarse cualquier resto de su sangre. Nada más terminar, tira a la basura la toalla manchada de sangre y las gasas y vendas que ya no serán de utilidad, también manchadas.

Una vez más tranquilo, y después de ver que John seguía dormido, decide ir a ver a la señora Hudson. Tenía que asegurarse de que se encontraba mejor, y en cuanto lo verificara, volvería al lado de John. No quería dejarlo ahora.

—Señora Hudson —dice al entrar en su salón. La ve un poco más animada, pero también desolada, triste y preocupada—. Veo que ya está mejor.

Ella se echa a llorar nada más verle.

—Sherlock, lo siento, lo siento tanto… Siento haber dejado la puerta de la calle abierta, no me di cuenta. Ahora tendremos que cambiar la cerradura. Perdóname…

El detective va a su encuentro y la abraza con cuidado. Tanto ella como él necesitaban consuelo.

—La culpa es mía, no suya. Siempre lo es. No tiene que disculparse por nada.

Ella se separa y le pone cariñosamente una mano en la rodilla. Ha dejado de llorar, y su sonrisa es dulce y sincera. Esa mujer siempre había sido como una madre para él, aunque a veces le exasperara y pusiera nerviosa. En el fondo la adoraba y quería.

—Sherlock, quiero que sepas que, por muy mal que puedan ir las cosas, nosotros siempre estaremos contigo. Ya te fuiste una vez, y no quiero que tengas que volver a hacerlo. ¿Te acuerdas del susto que me diste cuando volviste? Creí que eras un fantasma. No pude creérmelo.

Sus palabras le emocionan, pero enseguida la broma le hace sonreír.

—Gracias, señora Hudson…

Ella le devuelve la sonrisa. Un pequeño ruidito proveniente del estómago de Sherlock la sobresalta. No había comido nada en varias horas y ahora su organismo se volvía en su contra.

—Parece que estás hambriento, ¡y estás paliducho! Deja que te haga algo, lo que sea.

Sherlock no puede negarse y accede. Al terminar, deja a la señora Hudson descansar; claramente todavía no estaba del todo bien, y necesitaba dormir. Vuelve con John, el cual se ha despertado, y enseguida se sienta a su lado en el borde de la cama.

— ¿Qué tal me ve, doctor? —bromea John—. Dios… Me duele todo…

—Lo siento… He sido un egoísta con todo el tema de la chica. Ha sido culpa mía que Moriarty fuera a por ti.

—Eh, eh… Estoy aquí… más o menos, y eso es lo importante. Dime… ¿la herida es… muy profunda?

Sherlock no podía suavizarlo de ninguna manera, ni mentirle.

—Lo suficiente como para dejar marca…

John maldice con la voz entrecortada. Tener las iniciales de la persona que intentaba destruirle a él y corromper a Sherlock era el peor mal de ojo que podrían haberle echado.

—Dijo que era su juguete…

—No eres ningún juguete —replica rápidamente Sherlock—. Eres una persona, y no tienes nada que te una a él. Esas iniciales no tienen que significar nada para ti. Es lo que él quiere que hagas: que te importen y te vuelvas loco.

—Te juro que… que se lo haré pagar si te hace algo… No quiero que entres en su juego otra vez.

—No puedo dejarlo, sabes que no puedo. Que si lo hago, él vendrá de todas formas. Esto no va a acabar hasta a saber cuándo.

John intenta replicarle, pero siente un pinchazo en la herida y se tumba de nuevo en la cama.

—Pero creo que por una temporada nos va a dejar tranquilos —continúa Sherlock. John le mira interrogativo—. Tuve que dejar ir a Elisabeth. Ahora tendrá que ocuparse de ella, y nosotros estamos fuera de eso.

Sherlock seguía sintiendo que tendría que localizar a la chica para intentar volver a prestarle su ayuda, su intención de ayudarla, pero sabe que no accedería. Era su sobrina, ella lo sabía, pero parecía que no quería saber nada de él.

— ¿Qué has hecho qué? No… ¡Sherlock, ella era la pieza clave del juego!

— ¿De qué hablas?

— ¡Es la reina! ¡Podríamos haber hecho con Moriarty lo que quisiéramos si tuviéramos a su reina en nuestro poder! ¡Incluso matarla, y habríamos podido hacer jaque mate!

Sherlock se separa rápidamente de él, muy sorprendido. John no sabía que Elisabeth era su sobrina, ¿pero matarla, a una niña?

— ¿John? ¡¿Matarla?! ¿Eres consciente de lo que estás diciendo? ¿Dónde está el John que sabía hacer lo correcto, del que me enamoré? A esa chica no hay que tocarla. ¿Cómo se te ocurre pensar algo así?

—Liquidada, el problema se iría, sí… Todo se acabaría.

No estaba en sus cabales. Sherlock se frustra; la imagen de John intentando ir a por Elisabeth y acabando con ella le ciega y monta en cólera. Necesita calmarse, como sea. Empieza a dar vueltas por la habitación. ¿Dónde estarían sus parches de nicotina? O mejor, el tabaco haría más efecto. << ¿Pero qué digo?>>. Se olvida de todo y vuelve al lado de John, más centrado.

Estaba nervioso, demasiado nervioso. Seguía diciendo sandeces pero para él mismo, ignorando la cercana presencia del detective. Decía cosas como que empezaba a aceptar que necesitaba el peligro para sentirse vivo, que necesitaba arriesgar su vida por él. Volvió de la guerra trastornado y con cojera psicosomática. ¿Cómo se le ocurre decir que necesita algo así otra vez? Ese no era John, el John que quería una vida tranquila, tener un par de casos o tres a la semana y que quería estar con Sherlock para siempre pasara lo que pasara. Era verdad que John necesitaba eso en su vida, pero nunca lo había dicho en voz alta, o ni siquiera había caído en la cuenta de tal cosa, aunque Sherlock sí. Miraba a todos lados con los ojos muy abiertos, y balbuceaba que no quería perderlo, que él era un ordinario, que no quería salir de la partida y perderla… ¿Estaba balbuceando movimientos de ajedrez? ¿Qué le había hecho Moriarty? Quería volverle loco.

—John, ¡JOHN, PARA! —le zarandea con ímpetu. John no reacciona, estaba en una especie de trance. Parecía que el poco tiempo que había pasado con Moriarty le había pasado más factura de la que él hubiese querido. Se le ocurre que el dolor puede hacerle reaccionar, así que aprieta con la palma de la mano primero poco y luego más las iniciales, y el doctor empieza a gritar y a revolverse. Le sujeta por los hombros y lo tumba en la cama para inmovilizarlo—. ¡Estate quieto!

Por fin reacciona, y su gesto es de horror y pánico. Empieza a llorar.

— ¿Qué pasa…? ¿Qué me pasa? ¡¿Qué me intenta hacer?!

—Intenta que te rebajes a su nivel, que te vuelvas inhumano. ¡No le dejes! Estoy contigo, y no tienes que entrar en su juego, no es necesario. Si lo haces, pondrás en peligro a muchas personas, a ti, a mí, y a todos. No voy a dejar que lo único que me ha importado, antes de irme, durante, y en estos momentos se ponga aún más en peligro. Cuantos menos jugadores haya mejor.

— ¡DEJA DE HABLAR DE JUEGOS, MALDITA SEA!

Vuelve a alterarse. Sherlock no deja de sujetarlo por los hombros, y John se resiste, pero no le deja moverse. Sherlock se disculpa y apoya la frente en la suya. John vuelve a apaciguarse por tenerlo tan cerca, por sentir su calor y sus ojos y labios tan cerca de él. El mero contacto le hace volver a la realidad y volver a asustarse por su forma enloquecida de actuar.

—John tú puedes combatir esto. Puedes y lo harás. Yo te ayudaré.



Fueron días duros para Sherlock, y también para John. Cuando menos se lo esperaba, el detective se topaba de nuevo con un brote psicótico del doctor, y le costaba horrores devolverlo a la realidad. Moriarty había conseguido que John se obsesionara de tal manera con sobrevivir y con participar en su estúpido juego que Sherlock a veces se desesperaba y huía, dejaba la casa y dejaba a John con su locura. Esas escapadas fueron disminuyendo cuando Sherlock se dio cuenta de que haciéndolo no conseguía nada, sólo empeorar la situación; no podía ser egoísta, a pesar del temor que le causaba la situación, y mayor era el terror que le producía todo aquello por no saber cómo lidiar con ello. Las discusiones fueron disminuyendo con el tiempo y poniendo mucha paciencia.

Primero fue Elisabeth. Sherlock finalmente le contó quién era y qué significaba para él. Cuando John lo comprendió, interpretó para sus adentros que era otra pieza en toda esa historia, y además una víctima, como él. No entendía cómo alguien como Moriarty podía hacerse cargo de una chiquilla, pero nunca se le pasó por la cabeza que probablemente el criminal asesor tuviera un diminuto lado humano. A pesar de esto, no sentía compasión por ella, no le caía bien, y esto hizo que Sherlock a veces fuera el que empezaba la discusión para intentar hacerle entrar en razón. Con el paso del tiempo John cedió y sintió culpa por sus pensamientos anteriores hacia ella; comprendió que para Sherlock era importante, y por lo tanto, intocable.

Otra discusión, posiblemente la peor emocionalmente para John porque acabó desgastándolo, llevó como tema principal la necesidad de que John necesitara el peligro en su vida. Por esos momentos John se encontraba más tranquilo, pero pasaba una etapa muy dura; tras alejarse de la locura, pasó a la autocompasión y los lamentos. Llegó a la conclusión de que algo había en él que desesperadamente le instaba a buscar el peligro, a rodearse de él, y aunque eso le hacía sentirse vivo, sin el cual tendría una vida aburrida y monótona, también le producía una gran pena, porque el sentimiento de perder todo aquello en cualquier momento era terrible. Se sumió en noches sin dormir, llorando. Cerraba los ojos y ahí esta él, Moriarty, mirándole y riéndose de él. Sherlock no se separó de su lado, y siempre le hablaba entre susurros, intentando evitar cualquier provocación o exaltación, y elegía con sumo cuidado sus palabras para ello. Le explicaba que sin esa necesidad de codearse con el peligro, de estar ‘’rodeado de psicópatas y sociópatas’’, John no tendría esencia, que todas las personas tienen algo especial, y eso era lo que le hacía especial.

Pasada etapa, John volvió a la locura, esta vez causada por horas y horas encerrado en el baño mirándose inmóvil y en un estado casi de shock al espejo, mirando esa asquerosa marca que nunca se iría, que no le dejaría en paz. Sherlock realmente se sentía insignificante cuando se lo encontraba así; parecía una vasija, un recipiente vacío. Insistía en que Moriarty buscaba que él se centrara en ella, se obsesionara con ella; le decía que sólo era otra marca en el cuerpo, como un lunar más, y que si para él no significaba nada, para John tampoco debía hacerlo, y que debía superar toda esa locura porque lo estaba cegando. Lo importante debía ser lo que estuviera marcado en su corazón, sus sentimientos, y que debía borrar de su cabeza cualquier preocupación y obsesión relacionada con las iniciales. A John le costó mucho sudor y lágrimas recapacitar y aceptar que no estaba sucio ni debía sentir vergüenza por las iniciales JM en su pecho, pero tanto él como Sherlock sí que acabaron dándole un significado: fuerza. Seguían vivos, seguían luchando juntos, y ni siquiera la sangre, el dolor y el miedo que podía causar el nombre que escondía esas iniciales podían Sherlock Holmes y John Watson.

—Olvídate de Moriarty, de sus ojos, de su marca —le dijo un día próximo a su inminente recuperación—, olvídate absolutamente de todo y céntrate en mí, en nuestra vida juntos aquí, resolviendo casos, tú escribiendo en el blog y yo haciendo experimentos en la mesa de la cocina, en la señora Hudson preparándonos el té. Tienes todo eso y más, John.

—… ¿Me vas a dejar?

—Nunca.

Fue en ese momento, en la sonrisa de Sherlock, en su voz, en sus ojos, todo él, cuando se desvaneció la locura, el miedo, Moriarty. John cerró los ojos y vio las fichas negras del otro jugador caer estrepitosamente, y vio todos los momentos vividos con Sherlock y los que les quedaba por vivir, borrosos y deseosos de hacerse claros, de ser futuros recuerdos felices. Vio la fuerza que emanaba de ambos, lo que eran capaces de hacer juntos. Nadie ni nada podría con ellos.

Fue ahí cuando la pesadilla terminó.

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