Empieza a darle palmadas a John una
vez que Seb ha terminado de atarlo en la silla.
—Eh, ¡eh! Despierta. Es hora de
seguir nuestra partida.
John no reacciona, solamente deja
caer la cabeza de un lado a otro, aturdido, pero sin abrir los ojos. Jim se
echa a un lado y extiende los brazos.
— ¿Me haces el favor? —le
pregunta a Seb, que al momento se acerca al doctor y le da una brutal bofetada
con la que John se despierta al instante y suelta un grito de dolor—. Muchísimo
mejor.
John traga con dificultad y mira
con los ojos abiertos como platos a todos lados, sin saber dónde está.
— ¿Qué…? ¿D-dónde…?
—Cómo y cuándo, muy bien. Basta de
preguntas estúpidas, doctor. Quiero seguir jugando, y si no estás al loro, no
puedo.
Después de unos minutos de
impaciente espera para que John volviera en sí, Jim se sienta enfrente de él y
le mira con atención, ladeando la cabeza.
—Siempre he sentido curiosidad
por saber por qué te cogió tanto cariño el detective, y viceversa.
—Es algo que tú… —responde John
con dificultad, casi susurrando. Su voz era apagada y le borboteaba sangre de
la bofetada recibida antes— no entenderías.
—Te equivocas. Tengo una hija,
¿recuerdas? Y con nosotros está ahora mismo mi fiel compañero —dice señalando
detrás de él, donde se encontraba Seb con los brazos cruzados y mirando la
escena sin demasiado interés.
—Ah, sí… Tu pequeña asesina y tu
perro faldero. No se puede comparar a lo que Sherlock y yo tenemos.
— ¿Perro faldero? —pregunta
Sebastian con una sonrisa—. Puedo darte otra bofetada si me da la gana, doctor.
John alza las cejas y le mira
sonriente.
—Pues adelante —replica
desafiante.
Jim hace una señal con dos dedos
para que Seb se acerque y lo haga. <<Él
lo ha pedido. No le voy a privar el gusto>>, piensa mientras observa
a John recibir un puñetazo en la mandíbula y a continuación escupir a un lado
sangre. John aprovecha el momento para intentar reponerse y mirar su entorno,
del que antes no se había percatado. Era un sótano, de uno de los innumerables
pisos francos que Jim tenía repartidos por todo Londres.
—No estás en posición de meterte
con los míos, John. Creo que has podido ver algunas de las obras de Elisabeth,
¿verdad? —John le dedica una mirada orgullosa y llena de odio—. Por tu mirada
veo que piensas que podrías acabar con ella fácilmente. Me gustaría verte
intentarlo y fracasar.
John jadea, intentando
recuperarse del golpe, y le mira con odio, pero Jim podía percibir cierto toque
de lástima.
— ¿No… no quería seguir la
partida? Me toca mover… Eres un psicópata. ¿Qué tipo de relación puedes
entablar tú? Tratas a todos como si fueran tus juguetes, dándoles órdenes que
tienen que acatar sin un ápice de duda o reproche. Seguro que no te importa lo
que les pase, ¿y aun así te atreves a decir que puedes saber lo que es el
cariño, el afecto? —tose para aclararse la garganta y escupe otra bola de
sangre al suelo—. Tu droga… tu fuente de poder es manipular a los demás, y sin
ella te sientes vacío, no eres nada. Quieres controlarlo todo… No sabes amar,
pero quieres que te amen, y las cosas… no funcionan así…
Jim le escucha con atención. No
tenía razón; le estaba juzgando sin apenas saber cómo era realmente. ¿Amor?
Menuda estupidez. <<El amor es para
los débiles. Yo tengo relaciones de plena confianza si con las que las entablo
son capaces de no romper esa confianza. Si no, claro que los desecho. No me
sirve tener a alguien inútil en este tipo de vida>>. Mira con
frialdad a John, haciéndole entender que le ha escuchado, aunque ni por un
momento le va a tomar la palabra ni está de acuerdo con él, así que al momento
alza las cejas y frunce los labios.
—Me abuuuurres —canturrea
despreocupado—. No llegué a pensar que podrías aburrirme tanto, pero después de
ese sermón… —finge un bostezo—. ¿Cómo puede él aguantarte?
John va a replicarle, pero se da
por vencido. Sus energía van muriendo poco a poco aunque no pierde la
esperanza; no podría tenerlo encerrado de por vida, se acabaría aburriendo de
él. Un móvil empieza a sonar, y el doctor levanta rápidamente la cabeza, porque
sabía que era el suyo.
—Hablando del rey de Roma —Jim se
mete la mano en el bolsillo y se lo enseña graciosamente—. Te lo he cogido
prestado. Espero que no te importe —descuelga y saluda alegremente—. ¡Vaya,
pero si eres tú! Qué alegría oírte, Sherly —Jim ve que a John se le desencaja
el gesto y empieza a chillar. Le hace una seña a Sebastian para que lo calle—.
Ssshhh. Los mayores estamos hablando, Johnny —Seb le da otro puñetazo, esta vez
en el estómago, y luego le pone un esparadrapo en la boca. Jim enciende una
pequeña televisión rodeada de miles de dispositivos y cables. Cambia de canal
varias veces hasta que da con el piso de Sherlock y puede verlo perfectamente,
alterado y nervioso por no encontrar a su doctor en él como seguramente
esperaba. Sube el volumen para poder oír lo que dice.
—Dónde está John… ¡DÓNDE!
—Tranquilo, Sherlock. Está a buen
recaudo conmigo. Por cierto, ¡te veeeeoooo! —Sherlock empieza a mirar por todos
los rincones del salón y a rebuscar, hasta que da con la cámara, que está en lo
alto de una de las estanterías de libros, y la mira fijamente—. Verás a Johnny
cuando la chica esté libre.
—He soltado a Elisabeth.
— ¿Ah, sí? A veeer —saca su
móvil. Efectivamente hacía unos minutos Elisabeth le había mandado un mensaje
diciéndole que el detective le había soltado y que estaba en casa. Ya se
ocuparía de ella más tarde; ahora no iba a dejar notar su enorme frustración
por su descuido—. Sí, es verdad. Vaya, me sorprendes. La mandas a los brazos de
un peligroso criminal, el cual es además su padre adoptivo, así que has hecho
lo correcto.
—No creo que eso sea verdad, pero
me da igual. Tráeme a John, ya —aunque la cámara sólo se veía en blanco y
negro, Jim puede notar que Sherlock tiene las mejillas encendidas de rabia.
—Y yo que creía que querías
jugar, como en los viejos tiempos… —suspira—. Bueno, está bien. En media hora
lo tendrás en el parque que está a dos manzanas de Baker. Ciao.
Corta y apaga también la
televisión. John no paraba de forcejear y de ahogar sus gritos en el
esparadrapo; ver a Sherlock lo había desesperado y puesto más nervioso,
temiendo que a él también le pasara algo. Jim se acerca a él después de cogerle
a Seb uno de los cuchillos que llevaba a la espalda.
—Has tenido mucha, pero que mucha
suerte de que ya haya salido. Tenía pensado divertirme mucho contigo, pero sólo
dispongo de media hora… así que tendré que improvisar.
Pasa la hoja del cuchillo por su
cara hasta llegar al cuello, pero sin clavarlo a consciencia en su piel, con
una sonrisa maliciosa y juguetona. John empieza a respirar agitado y sin
control, mirando detenidamente la hoja del cuchillo. Jim puede ver que el sudor
se mezcla con la sangre que le sale de la nariz y sonríe. En un movimiento
rápido y brusco le abre la camisa, arrancando los botones. La sangre que le
gotea de la comisura de la boca llega hasta el pecho y ocre hacia abajo.
—Dices que la gente para mí son
juguetes, ¿no? Bueno, pues a mis juguetes los marco, y como voy a jugar
contigo, eres uno de mis juguetitos.
John abre mucho los ojos y
empieza a moverse lo poco que las cuerdas le dejan y negando con fuerza con la
cabeza. Jim agarra bien el cuchillo y empieza a hundirlo en su pecho. Mientras
traza líneas muy profundas, se ríe por lo bajo y disfruta de los gritos de
dolor ahogados de John.
—Si sigues gritando tanto te vas
a desmayar y no me vas a dejar verte agonizar, así que CÁLLATE —grita con
fuerza, acercándose a su cara, pero John no para de gritar angustiado. La
sangre empieza a borbotear de las marcas que Jim le hace en el pecho y puede
sentir cómo le arde la piel abierta y la sangre palpita apasionadamente. Procura
tardar todo lo que las pocas marcas que le está haciendo para hacerle sufrir
más. Cuando termina, John sigue gritando y con los ojos cerrados muy fuerte—.
JM, Jim Moriarty. A partir de ahora quedas marcado como uno de mis juguetes,
John Watson —pone la mano en la piel abierta, que no para de sangrar, y aprieta
con fuerza, manchándose toda la palma de la mano y haciendo chillar más a John—,
y esto no se puede borrar —dice mientras le obliga a abrir los ojos y le enseña
la mano ensangrentada.
John, agotado de tantos gritos y
tanto dolor, se rinde, y respira profundamente y con los ojos entreabiertos,
mirando todo lo que le rodea turbiamente. Aunque el esparadrapo no le deja
articular ni una palabra, intenta decir el nombre de Sherlock, y acaba por
desmayarse. Jim saca un pañuelo y se limpia la mano, tirándolo luego al suelo.
Va a donde está Sebastian, que apenas ha abierto la boca en todo el proceso
agonizante del doctor y le mira serio.
— ¿Tienes algo que decir? —le
pregunta Jim. Seb se cruza de brazos y mira al doctor largo rato—. No te quedes
ahí. Desátalo y llévalo a la furgoneta.
Pesadamente, el francotirador
obedece. Durante todo el trayecto, no se dirigen la palabra, ya apenas lo hace,
sólo algunas palabras parcas y frases cortas. Jim sabía lo de Cardiff, odiaba
haber descubierto todo aquello, y luchaba por dejarlo atrás, pero Richard a
veces volvía a él, le hablaba de esa manera tan infantil y exasperante, y le
enseñaba lo que él y Seb hicieron, lo que surgió entre ellos, como si fueran
personas corrientes. Jim intentaba eliminar todo eso de él manteniendo las
distancias y sólo acercándose a Seb cuando necesitaba del todo disipar esa
neblina de recuerdos con sexo, sexo y sexo. Eso le hacía quitárselo de encima,
ir directo al grano sin ningún sentimiento y sin remordimientos después. Pero a
veces no funcionaba, y estaba harto y empezaba a reprocharle en sus
pensamientos todo eso a Seb. No sabía cuándo estallaría, porque aunque
intentara aparcarlo, en el fondo quería saber qué ocurrió, cómo y por qué.
Cuando por fin llegan al parque,
Sherlock todavía no había aparecido, así que Seb se baja del vehículo, tira a
John en una zona de césped sin nada de cuidado. A los pocos minutos, cuando ya
están en marcha de nuevo, oye que Sherlock grita el nombre de su compañero y se
aventura al tráfico sin importarle apenas que un coche le arrolle; uno le roza
el abrigo y le hace dar un traspié, pero se recupera al instante y corre al
lado del doctor.
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