viernes, 24 de enero de 2014

JM (Jim, 7)

Empieza a darle palmadas a John una vez que Seb ha terminado de atarlo en la silla.

—Eh, ¡eh! Despierta. Es hora de seguir nuestra partida.

John no reacciona, solamente deja caer la cabeza de un lado a otro, aturdido, pero sin abrir los ojos. Jim se echa a un lado y extiende los brazos.

— ¿Me haces el favor? —le pregunta a Seb, que al momento se acerca al doctor y le da una brutal bofetada con la que John se despierta al instante y suelta un grito de dolor—. Muchísimo mejor.

John traga con dificultad y mira con los ojos abiertos como platos a todos lados, sin saber dónde está.

— ¿Qué…? ¿D-dónde…?

—Cómo y cuándo, muy bien. Basta de preguntas estúpidas, doctor. Quiero seguir jugando, y si no estás al loro, no puedo.

Después de unos minutos de impaciente espera para que John volviera en sí, Jim se sienta enfrente de él y le mira con atención, ladeando la cabeza.

—Siempre he sentido curiosidad por saber por qué te cogió tanto cariño el detective, y viceversa.

—Es algo que tú… —responde John con dificultad, casi susurrando. Su voz era apagada y le borboteaba sangre de la bofetada recibida antes— no entenderías.

—Te equivocas. Tengo una hija, ¿recuerdas? Y con nosotros está ahora mismo mi fiel compañero —dice señalando detrás de él, donde se encontraba Seb con los brazos cruzados y mirando la escena sin demasiado interés.

—Ah, sí… Tu pequeña asesina y tu perro faldero. No se puede comparar a lo que Sherlock y yo tenemos.

— ¿Perro faldero? —pregunta Sebastian con una sonrisa—. Puedo darte otra bofetada si me da la gana, doctor.

John alza las cejas y le mira sonriente.

—Pues adelante —replica desafiante.

Jim hace una señal con dos dedos para que Seb se acerque y lo haga. <<Él lo ha pedido. No le voy a privar el gusto>>, piensa mientras observa a John recibir un puñetazo en la mandíbula y a continuación escupir a un lado sangre. John aprovecha el momento para intentar reponerse y mirar su entorno, del que antes no se había percatado. Era un sótano, de uno de los innumerables pisos francos que Jim tenía repartidos por todo Londres.

—No estás en posición de meterte con los míos, John. Creo que has podido ver algunas de las obras de Elisabeth, ¿verdad? —John le dedica una mirada orgullosa y llena de odio—. Por tu mirada veo que piensas que podrías acabar con ella fácilmente. Me gustaría verte intentarlo y fracasar.

John jadea, intentando recuperarse del golpe, y le mira con odio, pero Jim podía percibir cierto toque de lástima.

— ¿No… no quería seguir la partida? Me toca mover… Eres un psicópata. ¿Qué tipo de relación puedes entablar tú? Tratas a todos como si fueran tus juguetes, dándoles órdenes que tienen que acatar sin un ápice de duda o reproche. Seguro que no te importa lo que les pase, ¿y aun así te atreves a decir que puedes saber lo que es el cariño, el afecto? —tose para aclararse la garganta y escupe otra bola de sangre al suelo—. Tu droga… tu fuente de poder es manipular a los demás, y sin ella te sientes vacío, no eres nada. Quieres controlarlo todo… No sabes amar, pero quieres que te amen, y las cosas… no funcionan así…

Jim le escucha con atención. No tenía razón; le estaba juzgando sin apenas saber cómo era realmente. ¿Amor? Menuda estupidez. <<El amor es para los débiles. Yo tengo relaciones de plena confianza si con las que las entablo son capaces de no romper esa confianza. Si no, claro que los desecho. No me sirve tener a alguien inútil en este tipo de vida>>. Mira con frialdad a John, haciéndole entender que le ha escuchado, aunque ni por un momento le va a tomar la palabra ni está de acuerdo con él, así que al momento alza las cejas y frunce los labios.

—Me abuuuurres —canturrea despreocupado—. No llegué a pensar que podrías aburrirme tanto, pero después de ese sermón… —finge un bostezo—. ¿Cómo puede él aguantarte?

John va a replicarle, pero se da por vencido. Sus energía van muriendo poco a poco aunque no pierde la esperanza; no podría tenerlo encerrado de por vida, se acabaría aburriendo de él. Un móvil empieza a sonar, y el doctor levanta rápidamente la cabeza, porque sabía que era el suyo.

—Hablando del rey de Roma —Jim se mete la mano en el bolsillo y se lo enseña graciosamente—. Te lo he cogido prestado. Espero que no te importe —descuelga y saluda alegremente—. ¡Vaya, pero si eres tú! Qué alegría oírte, Sherly —Jim ve que a John se le desencaja el gesto y empieza a chillar. Le hace una seña a Sebastian para que lo calle—. Ssshhh. Los mayores estamos hablando, Johnny —Seb le da otro puñetazo, esta vez en el estómago, y luego le pone un esparadrapo en la boca. Jim enciende una pequeña televisión rodeada de miles de dispositivos y cables. Cambia de canal varias veces hasta que da con el piso de Sherlock y puede verlo perfectamente, alterado y nervioso por no encontrar a su doctor en él como seguramente esperaba. Sube el volumen para poder oír lo que dice.

—Dónde está John… ¡DÓNDE!

—Tranquilo, Sherlock. Está a buen recaudo conmigo. Por cierto, ¡te veeeeoooo! —Sherlock empieza a mirar por todos los rincones del salón y a rebuscar, hasta que da con la cámara, que está en lo alto de una de las estanterías de libros, y la mira fijamente—. Verás a Johnny cuando la chica esté libre.

—He soltado a Elisabeth.

— ¿Ah, sí? A veeer —saca su móvil. Efectivamente hacía unos minutos Elisabeth le había mandado un mensaje diciéndole que el detective le había soltado y que estaba en casa. Ya se ocuparía de ella más tarde; ahora no iba a dejar notar su enorme frustración por su descuido—. Sí, es verdad. Vaya, me sorprendes. La mandas a los brazos de un peligroso criminal, el cual es además su padre adoptivo, así que has hecho lo correcto.

—No creo que eso sea verdad, pero me da igual. Tráeme a John, ya —aunque la cámara sólo se veía en blanco y negro, Jim puede notar que Sherlock tiene las mejillas encendidas de rabia.

—Y yo que creía que querías jugar, como en los viejos tiempos… —suspira—. Bueno, está bien. En media hora lo tendrás en el parque que está a dos manzanas de Baker. Ciao.

Corta y apaga también la televisión. John no paraba de forcejear y de ahogar sus gritos en el esparadrapo; ver a Sherlock lo había desesperado y puesto más nervioso, temiendo que a él también le pasara algo. Jim se acerca a él después de cogerle a Seb uno de los cuchillos que llevaba a la espalda.

—Has tenido mucha, pero que mucha suerte de que ya haya salido. Tenía pensado divertirme mucho contigo, pero sólo dispongo de media hora… así que tendré que improvisar.

Pasa la hoja del cuchillo por su cara hasta llegar al cuello, pero sin clavarlo a consciencia en su piel, con una sonrisa maliciosa y juguetona. John empieza a respirar agitado y sin control, mirando detenidamente la hoja del cuchillo. Jim puede ver que el sudor se mezcla con la sangre que le sale de la nariz y sonríe. En un movimiento rápido y brusco le abre la camisa, arrancando los botones. La sangre que le gotea de la comisura de la boca llega hasta el pecho y ocre hacia abajo.

—Dices que la gente para mí son juguetes, ¿no? Bueno, pues a mis juguetes los marco, y como voy a jugar contigo, eres uno de mis juguetitos.

John abre mucho los ojos y empieza a moverse lo poco que las cuerdas le dejan y negando con fuerza con la cabeza. Jim agarra bien el cuchillo y empieza a hundirlo en su pecho. Mientras traza líneas muy profundas, se ríe por lo bajo y disfruta de los gritos de dolor ahogados de John.

—Si sigues gritando tanto te vas a desmayar y no me vas a dejar verte agonizar, así que CÁLLATE —grita con fuerza, acercándose a su cara, pero John no para de gritar angustiado. La sangre empieza a borbotear de las marcas que Jim le hace en el pecho y puede sentir cómo le arde la piel abierta y la sangre palpita apasionadamente. Procura tardar todo lo que las pocas marcas que le está haciendo para hacerle sufrir más. Cuando termina, John sigue gritando y con los ojos cerrados muy fuerte—. JM, Jim Moriarty. A partir de ahora quedas marcado como uno de mis juguetes, John Watson —pone la mano en la piel abierta, que no para de sangrar, y aprieta con fuerza, manchándose toda la palma de la mano y haciendo chillar más a John—, y esto no se puede borrar —dice mientras le obliga a abrir los ojos y le enseña la mano ensangrentada.

John, agotado de tantos gritos y tanto dolor, se rinde, y respira profundamente y con los ojos entreabiertos, mirando todo lo que le rodea turbiamente. Aunque el esparadrapo no le deja articular ni una palabra, intenta decir el nombre de Sherlock, y acaba por desmayarse. Jim saca un pañuelo y se limpia la mano, tirándolo luego al suelo. Va a donde está Sebastian, que apenas ha abierto la boca en todo el proceso agonizante del doctor y le mira serio.

— ¿Tienes algo que decir? —le pregunta Jim. Seb se cruza de brazos y mira al doctor largo rato—. No te quedes ahí. Desátalo y llévalo a la furgoneta.

Pesadamente, el francotirador obedece. Durante todo el trayecto, no se dirigen la palabra, ya apenas lo hace, sólo algunas palabras parcas y frases cortas. Jim sabía lo de Cardiff, odiaba haber descubierto todo aquello, y luchaba por dejarlo atrás, pero Richard a veces volvía a él, le hablaba de esa manera tan infantil y exasperante, y le enseñaba lo que él y Seb hicieron, lo que surgió entre ellos, como si fueran personas corrientes. Jim intentaba eliminar todo eso de él manteniendo las distancias y sólo acercándose a Seb cuando necesitaba del todo disipar esa neblina de recuerdos con sexo, sexo y sexo. Eso le hacía quitárselo de encima, ir directo al grano sin ningún sentimiento y sin remordimientos después. Pero a veces no funcionaba, y estaba harto y empezaba a reprocharle en sus pensamientos todo eso a Seb. No sabía cuándo estallaría, porque aunque intentara aparcarlo, en el fondo quería saber qué ocurrió, cómo y por qué.

Cuando por fin llegan al parque, Sherlock todavía no había aparecido, así que Seb se baja del vehículo, tira a John en una zona de césped sin nada de cuidado. A los pocos minutos, cuando ya están en marcha de nuevo, oye que Sherlock grita el nombre de su compañero y se aventura al tráfico sin importarle apenas que un coche le arrolle; uno le roza el abrigo y le hace dar un traspié, pero se recupera al instante y corre al lado del doctor.

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