Después de dejar las cosas en un
hotelillo barato, Jeanne se precipita a la noche para dar un paseo. La llegada
a Londres no le había causado una primera buena impresión; el tren estaba hecho
un asco, un viejo verde de su mismo vagón no paró de mirarla durante todo el
trayecto, algo que le resultó repulsivo y asqueroso, y le costó horrores
encontrar un alojamiento que pudiera permitirse. No sabía cuánto tiempo iba a
estar allí, cuánto tiempo duraría su cometido, así que lo mejor era alojarse en
un sitio barato, barato y horrible, ya puestos a entrar en detalles. Sólo sabía
que si se quería duchar en el baño de su habitación, necesitaría de un control
mental enorme el olvidar lo sucio que estaba aquello. Por lo menos la cama era
confortable dentro de lo que cabía.
No se encontraba por el centro de
la ciudad, así que está paseando por calles menos concurridas. Las luces
iluminan en tonos sepia las calles, y algunos escaparates dan un tono blanco
incandescente. Mira todo con bastante curiosidad aunque no con mucho
entusiasmo; hacía frío y haber salido a toda prisa de casa no le permitió hacer
una maleta en condiciones. Tenía lo justo, pero no lo necesario, lo que la
tenía un poco desanimada. Por los escalofríos que empieza a sentir cada vez que
da un paso su cabeza le repite una y otra vez que vuelva rápido al hotel, que
aunque sea horrible, por lo menos ahí estará calentita y tranquila. Así que no
espera ni un minuto más y, girando sobre sus talones con gracia, vuelve por
donde ha venido.