Por aquellos días, Elisabeth ya
no estaba en la ciudad. Jim la había mandado a hacer una especie de gira por
varias ciudades que consistía en cursos y pruebas para mejorar su técnica de
bailarina. Lo tenía todo pensado: que Elisabeth no se enterara de su gran
encuentro con Sherlock Holmes. Hasta ahí, Seb sabía todo lo que iba a suceder.
Excepto un detalle que Jim nunca le contó.
Un disparo. Uno solo, en el más
profundo silencio. Seb se sobresaltó al escucharlo. Pensaba que Jim había
decidido ir por la vía fácil y cargarse a Sherlock de manera… vulgar. Pero
sabía que no actuaba así. El momento en el que vio a Holmes aproximarse al
borde de la azotea, un molesto cosquilleo recorrió todo su cuerpo, haciendo que
de la sorpresa casi apretara el gatillo del rifle con el que apuntaba a John
Watson. Cuando vio precipitarse al detective contra el suelo, llamando la
atención de los pocos transeúntes, del doctor, y de los enfermeros que
acudieron arduos en su ayuda, Seb desmontó el rifle lo más rápido que pudo.
Cuando ya apenas había gente en la calle, se apresuró a entrar en el Barts y,
sin que nadie le viera, subir a la azotea.