Las paredes de la casa cada vez
se comprimían más en su mente. Lo ahogaban, lo asfixiaban. Llevaba días sin
salir de casa. Ni un caso. La policía apenas contactaba
con él, pero Lestrade se las apañaba para pedirle ayuda de manera discreta,
aunque hacía unos días que no le daba noticias, y eso lo frustraba.
Esa sencilla nota con el nombre del
cuarto mes del año en ella de Irene era otra de sus principales frustraciones. Ya eran semanas dándole vueltas y no sacaba nada en claro.
‘’Demasiado tiempo libre —piensa mientras pasea por el salón.
Se aproxima a la ventana y mira por ella—. Ese
es el problema. Tiempo libre en abundancia. Qué horror’’.
—John… Me aburro —comenta
Sherlock en un murmullo—.
El doctor levanta los ojos del
periódico y clava sus ojos en los de él.
— ¿Acaso eso es algo nuevo?
Sherlock suelta una pequeña carcajada sarcástica
mientras se da la vuelta y camina hacia él. Vuelve sobre sus pasos y empieza a
dar vueltas nervioso y eufórico por el salón.
—Necesito tabaco. ¿Me has vuelto
a esconder los cigarrillos? ¡Los necesito! No tengo casos, no salgo de casa, y ahora
no puedo fumar… ¡Me aburro!
—Sherlock, no voy a darte tus
cigarrillos —vuelve a prestar su atención en el periódico—. Lo dejaste hace
mucho. Ibas muy bien. No decaigas ahora. Ya llegarán los casos.
Le mira furioso.
— ¡Está bien! —se desploma en el
sillón y empieza a tamborilear con los dedos en el reposabrazos. Poco a poco se
calma. John tenía razón—. Está bien… ¿Te apetece ir a cenar?
— ¿Cenar? —John cierra el
periódico y le mira—. Estoy cansado. No he parado de trabajar en todo el día…
—Pues entretenme. Si no salimos
de casa, tendrás que aguantarme así… O mejor, juguemos al cluedo —dice
desafiante—.
John le mantiene la mirada muy
serio.
—… Vamos a cenar.
Dando un paseo nocturno, llegan a
Angelo’s. Hacía tiempo que no iban allí, y a ambos les traía viejos y buenos
recuerdos.
—‘’Estudio en rosa’’, ¿verdad? —le
pregunta a John mientras pasa al restaurante—.
John sonríe. Le reconfortaba
saber que su ‘’estúpido blog’’ seguía en la memoria del detective a pesar de
tantos años.
—Sí. Había mucho rosa —dice
riéndose—.
Después de saludar a Angelo y
mantener una pequeña conversación con él, ya que hacía tiempo que no se veían,
cogen la misma mesa en la que se sentaron por primera vez. Un camarero se
acerca a pedirles nota y luego coloca en el centro de la mesa una vela.
—No, no… No somos… —John cortó la
frase con un bufido al ver que la vela ya estaba encendida y que el camarero se
alejaba con los pedidos tomados. Susurra—. Siempre igual.
Sherlock sonríe de medio lado al
verlo molestado por una tontería como una vela.
—Oh, cállate. Borra esa sonrisa
de la cara —dice, fingiendo que le molesta verle sonreír—.
—Llevo días sin salir de casa,
aburriéndome. No me prives de algo de diversión.
— ¿Te hago gracia? Porque parece
ser que soy el único aquí al que le molesta que todos crean que somos… pareja.
—Siempre me has hecho gracia,
John. No puedo negar que tienes tu… encanto. Además, el humor siempre es bueno,
y más teniéndome a mi cerca, que se supone que soy una máquina sin
sentimientos. Así que, que tú consigas sacarme una sonrisa es una pequeña
prueba de que no es cierto.
La luz rojiza y cálida que
desprendía la vela impidió a Sherlock ver que John se ruboriza un poco por el
comentario, que enseguida reacciona y se lleva una mano a la mejilla, simulando
que le picaba.
El camarero vuelve a rato con los
platos de comida. Sherlock coge los cubiertos y empieza a degustar el suyo.
— ¿Alguna otra razón por lo que
hayamos salido de casa? —pregunta John mientras se limpia la boca con la
servilleta y coge el vaso para beber—.
—Necesitaba salir. Estoy harto de
tanta vida hogareña, siempre entre cuatro paredes. Haber estado en Nueva York
me ha abierto un poco la mente. Allí sí, efectivamente estaba la mayor parte
del día en el laboratorio del hospital, pero luego salía bastante, a parques,
sobretodo. Aquí llevo unas cuantas semanas que… me ahogo. Será también porque
no tengo trabajo. Es agotador no hacer nada durante todo el día. No sé cómo los
jubilados consiguen ser felices sin nada de provecho que hacer.
—Después de toda una vida de
trabajo, son como unas vacaciones. Aprovechan para hacer… no sé, viajes, tachar
cosas de esas listas de sueños que cumplir antes de morir...
—… Sigue sonando aburrido. —dice
Sherlock convencido—.
—Cabezota.
Ignora ese último comentario. De pronto
un fogonazo en su mente ilumina todo el restaurante y al momento vuelve a la
normalidad, excepto unas letras y unos números luminosos… todos ellos relacionados
con el mes de abril. Estaba obsesionado con la nota de Irene. Le
resultaba demasiado simple y nada coherente, lo que hacía que su resolución fuese
costosa. Una palabra, nada más. Un mes del año. ¿Algo pasaría en abril? Estaban
en julio. Demasiado tiempo como para que sucediera algo en ese mes. Intentaba
no darle muchas vueltas y centrarse en John, pero la tentativa de un nuevo
juego mental, después de estar tanto tiempo sin ningún caso interesante, era
muy apetecible.
—Sherlock. ¿Me estás escuchando?
Te has quedado mirando al infinito —le pregunta John mirándolo detenidamente—.
— ¿Qué? Sí. Por supuesto.
—Entonces dime qué te he dicho.
Se queda pensativo mirándole a
los ojos, unos ojos que le rogaban de manera severa una respuesta, y la que
Sherlock le daría no sería de su agrado.
—Vale, no, lo siento. Estaba
pensando en otra cosa.
— ¿Puedes compartirla conmigo?
—La nota de Irene —contesta al
cabo de un rato, después de terminarse la poca comida que le quedaba en el
plato y recostarse en la silla mirando hacia otro lado—.
—Oh, genial —deja los cubiertos
en la mesa de mala gana. Habían pasado unas semanas desde la cena de Sherlock
con Irene, y John sabía que el tema aún seguía en el aire, pero no le contentaba
el hecho de tener que hablar de ello—. Para qué preguntaré.
—Noto que te incomoda el tema.
—Es porque no logro entender esta
obsesión por una nota, y menos que hayas decidido volver a las andadas con
ella.
Gira la cabeza de nuevo y mira al
doctor.
—Eres muy susceptible. Te ofende
que la señorita Adler vuelva a nuestras vidas, ¿no?
—Pues sí, para qué engañarnos. —cruza
los brazos encima de la mesa y se recuesta en ellos—. No me agrada. Nunca lo ha
hecho.
— ¿Te sientes amenazado? —pregunta
Sherlock, directo. Había veces que mirando a John a los ojos podía ver
perfectamente lo que pensaba—.
— ¿Amenazado? —le mira, bastante serio—.
—Temes que le haga más caso que a
ti.
—No hables de mí como si fuese tu
mascota.
Sherlock se da cuenta de su error
y de que le había ofendido. La broma había retomado un camino parecido al de su
cena con La Mujer, pero en aquel caso fue él quien reprochó que John no es su
mascota. Abre la boca, pero no sale ninguna palabra de ella. Baja la cabeza en
señal de disculpa.
—No puedes ponerte en mi lugar,
Sherlock. Sólo existe tu punto de vista. Los demás no podemos decir nada…
—Sabes perfectamente que eso no
es verdad y que siempre tengo presente lo que tú opines.
—Pues está claro que en esto mi
opinión no tiene voz.
Conforme avanza la conversación,
Sherlock nota a John más irritado y molesto. Puede que estuviera llegando a la
conclusión de que sentía algún tipo de interés en Irene. Por supuesto que
siempre había habido cierta inclinación mutua entre ambos, pero todavía no
confiaba en ella, y sabía perfectamente lo que pensaba con respecto a Irene.
Se acuerda de lo que habló con ella.
John estaba reprimiendo sus sentimientos sobre el incidente de hace tres años.
No habían hablado de ello, sin contar la explicación que Sherlock le dio nada
más volver a verlo, pero John se limitó a asentir con la cabeza, sin decir nada.
‘’Puede que pronto llegue el día en el
que no pueda más’’, piensa.
—No llegues a conclusiones precipitadas,
John. Os encanta.
—Venga. Ilumíname con tu
sabiduría —Sherlock nota que John sigue bastante ofendido por el comentario
anterior—.
—Te encanta montarte tu pequeño
teatro mental, poniendo a los personajes en el escenario y metiéndote en su
piel introduciendo tus pensamientos, creyendo que serán los tuyos.
Deformas la realidad actuando en un acto del que tú no has sido testigo
directo, haciendo que tus pensamientos se colapsen y se mezclen y creen una
versión totalmente diferente a la que en realidad ha acontecido. No te culpo.
No eres el único que lo hace. Crees que hay algo entre Irene y yo. Crees que
pasó algo la noche en la que cenamos. Y crees que no te estoy diciendo nada, a
saber por qué. Pues mira, si te sientes mejor, de primera mano te digo que no
pasó nada. Simplemente intercambiamos información y opiniones, bailamos un poco
y me llevó a casa, dejando conmigo la nota. De verdad, John, no lo
hagas. No te conviertas en alguien triste y vulnerable por fantasear con un mundo
en el que crees llevar todas las de perder.
John le escucha atentamente,
frunciendo el ceño.
—Sí, tienes razón. Nos creamos
nuestras pequeñas fantasías, pero es porque nos gusta evadirnos un poco de la
realidad, utilizar la imaginación, y aunque a veces ese mundillo puede ser
triste, es un buen ejercicio mental. Deberías hacerlo alguna vez. Puede que así
aprendieras un poco a ponerte en el lugar de los demás y ser más comprensivo.
Pero mira —esboza una sonrisa, mitad falsa, mitad satisfecha—, me alegra saber
que no hay nada entre ella y tú.
— ¿Por qué? —le pregunta,
cogiendo su vaso y bebiendo—.
— ¡Porque no está bien! —alza la
voz sin darse cuenta. Ya era la segunda vez que se lo decía esa noche. Algunas
personas del restaurante se evadieron de sus propias conversaciones para mirar
lo que pasaba en la mesa de Sherlock y John. Se percata de que ha llamado la
atención del lugar y se lleva las manos a la cara, derrotado. Habla más flojo—.
No está bien. Y punto. Pero no me vas a hacer caso, así que me rindo.
Sherlock se sorprende por la
reacción de John. Últimamente había cosas que no comprendía de él. Decide no
volver a hablar de la nota delante de John y a investigar por su cuenta. No
quería preocuparlo ni desesperarlo más.
1 comentario:
John siente algo y tiene miedo a que Sherlock se distancie. Necesito otro de Sherlock o de John para mi son los mejores ya que nos metes mas en situacion
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