Sherlock se despierta entrada ya
la mañana, arropado con la sábana hasta arriba, la nariz taponada por la
congestión y los ojos ardiendo como el fuego. Sentía el cuerpo pesado y
adormilado. Llevaba varios días constipado desde la discusión bajo la lluvia con
John, al que apenas veía desde entonces.
Decide de mala gana levantarse de
la cama e ir a tomarse algo. Arrastra consigo la sábana y se arropa con ella
mientras se incorpora en la cama, para luego salir de la habitación. John le
dejaba las pastillas y las infusiones donde pudiese verlas en la encimera de la
cocina. No le prestaba ayuda directamente porque seguía enfadado, pero tampoco
podía negársela.
La señora Hudson se presenta en
el piso con un paquete, una pequeña caja con un lazo sencillo arriba del todo.
—Querido, han dejado esto en la
puerta. Lleva tus iniciales —lo deja encima de la mesa del salón y se le acerca
para ponerla la mano sobre la frente. Sherlock estornuda—. Jesús, Sherlock. No
mejoras... ¿Te estás tomando la medicación, verdad?
—Sí… John me la deja preparada
antes de irse a trabajar.
Moquea un poco y coge un pañuelo.
Odiaba estar resfriado. No solía ponerse enfermo, pero cuando tocaba estarlo
era todo un infierno.
—Pues deberías decirle a John que
te diese algo más fuerte. No puedes estar tantos días indispuesto.
—Se lo haré saber.
La casera le da una palmadita en
el hombro cariñosa y sale del lugar.
Mira curioso la pequeña caja que
le había traído. Cuadrada, con un lazo dorado y sus iniciales en un papel que
colgaba de él. La abre con cuidado; en su interior había un pequeño skate del
tamaño del ancho de la mano, un bote con dos pastillas, unos guantes de cuero
negros y una nota:
‘’Un pajarito me ha dicho que
estás enfermo. Vamos Sherly, sal a jugar. JM. ’’
James ‘’Jim’’ Moriarty. Llevaba
mucho sin saber de él. ‘’Irene…’’.
Ella y Jim era colaboradores, cosa que no le gustaba ni un pelo, pero podría
decirle algo interesante sobre su némesis cuando se quitara de encima el
dichoso resfriado.
Coge una bocanada profunda de
aire y examina el contenido. El monopatín no le decía mucho; un simple juguete.
Coge con un par de dedos uno de los guantes y se lo acerca un poco a la cara,
ya que costaba ver de lejos a causa de las legañas y el ardor de ojos. Eran unos
guantes cortados por la mitad del dedo. Cuero negro, del bueno, por lo que el
tacto, ahora más sensible por el resfriado, le decía. ‘’No entiendo de qué me sirven a mi estas cosas’’, piensa.
De repente siente la necesidad de
estornudar. Deja el guante en la caja y se lleva la mano a la boca, evitando
hacer mucho ruido. La cabeza le daba vueltas. Aspira profundamente por la
nariz, intentando que por algún milagro se destaponara, pero la mucosa era
insistente y no se iba. Suelta un grave gemido de angustia.
Se mira la mano con la que había
cogido el guante. Los dedos le picaban, le molestaban. ‘’Será otro síntoma del resfriado. Me duele todo el cuerpo…’’.
Mira de nuevo la caja y abre el
bote de pastillas, cogiendo una. La parte y se la lleva a la mesa de la cocina
donde tiene el microscopio y el mini-ordenador para hacer análisis de
sustancias.
Tras un rato esperando los
resultados, ve que es paracetamol, más fuerte que las pastillas que John le
dejaba. No se fía mucho, ya que eran de Moriarty, pero el análisis no
presentaba ninguna anomalía en los componentes de la pastilla. Se sirve un vaso
de agua e ingiere el medicamento. Pone los ojos en blanco y se ciñe al cuerpo
más la sábana, haciéndose un ovillo.
Oye una puerta abrirse. John
acababa de llegar del trabajo. Sin darse cuenta, se había quedado dormido sobre
la mesa de la cocina durante unas horas.
Con los dedos se da un pequeño
masaje en las sienes y anda por el salón, con cuidado de no perder la sábana
por el camino. Se sienta, abrazándose las pernas en el sofá. ‘’Tengo calor…’’, piensa llevándose una
mano a la frente. No estaba caliente, pero la cabeza le palpitaba y le daba
vueltas todo a su alrededor. Ve a John, una extraña mancha borrosa delante
suyo, y el salón era la pista de baile de muebles, lámparas y libros, todos danzando alegremente. Sherlock aprieta muy fuerte los ojos intentando aclararse
la vista en vano.
El doctor le mira.
— ¿Sientes alguna mejora?
—Mírame. ¿Tú qué crees? —le habla
con una voz nasal que le incomodaba.
John masculla entre dientes.
Seguía molesto, pero no podía evitar acercarse a Sherlock y comprobar de
primera mano su estado. Le pone una mano en la frente y otra en el cuello y lo mira
extrañado y preocupado. Sherlock apenas nota que lo toca, un ligero cosquilleo,
como si le estuviera soplando débilmente, desde lejos.
—Dios Sherlock… Estás helado.
Tienes un sudor frío. ¿Te has tomado las pastillas? —se levanta rápidamente y
va al botiquín del baño a por un termómetro—. Tienes una bajada de temperatura considerable.
N-no logro entenderlo… —le toma el pulso. Irregular y débil. Sherlock intentar
ver a John entrecerrando los ojos. Parecía ponerse más y más nervioso. Los ojos
del doctor le miraban con desesperación—. ¿Sherlock? ¿Sherlock? Mírame. Eso es.
Bien —coge una pequeña linterna y se la enfoca a los ojos. Las pupilas de
Sherlock no reaccionan a la luz. Estaban totalmente dilatadas.
Sherlock le aparta de él con un
movimiento de mano y cae medio tumbado en el sofá al perder el equilibrio.
—E-estoy bien… Sólo es un
constipado.
—No, Sherlock. Esto no es un
resfriado normal. Tengo que cuidarte…
John va a la cocina y vuelve con
un paño húmedo y caliente. Se lo pone en la frente al detective, que suspira de
placer al sentirlo. Intenta respirar, pero las fosas nasales estaban aún más
taponadas.
—Que no… No hace falta que me
cuides. Necesito descansar, eso es todo. Y cuando lo haya hecho… trabajar… Mantenerme…
ocupado.
Empiezan a temblarle las manos, impidiendo
que pueda cerrarse alrededor del cuerpo la sábana. El labio inferior se une al
temblor, y los músculos del cuerpo se contraen, haciendo que diera un pequeño
brinco y un grito ahogado de dolor. Los ojos se le cerraban poco a poco. Le
dolían y ardían más que antes.
John le zarandea y le pide que no cierre los ojos, pero no podía obedecer. De repente no siente
nada. La mente se le queda totalmente en blanco, viendo pequeños destellos de
luz, espasmos resplandecientes que se apagan lentamente. No es capaz de pensar
en nada, de hacer nada. Los gritos de John, que le llamaban con desesperación,
son cada vez menos audibles, hasta que reina una calma y una oscuridad dentro
de él aterradora.
1 comentario:
O.O
NECESITO SABER QUÉ VA A PASAR!
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