Sherlock no sabe qué hacer, qué
decir. Simplemente se queda en el sitio viendo a John apartarse unos escasos
centímetros de él.
—Lo… Lo siento. N-no sé qué me ha
pasado —le temblaba el labio
inferior, pero esboza una nerviosa y
pequeña sonrisa que Sherlock ve perfectamente.
Con ese tímido beso, John se
había declarado. Los sentimientos de los que le había hablado estaban ahora
visibles a los ojos de Sherlock, y eso lo dejaba totalmente confundido e indefenso,
sin saber qué pensar.
Antes de darse cuenta de que no
tiene ningún control sobre su cuerpo, se ve impulsándose hacia John, cogiéndole
la cara con ambas manos y besándolo. Esta vez es más profundo, y coge a John
desprevenido.
El doctor acerca temblorosas sus
manos al pelo de Sherlock y gime. Sherlock no comprendía nada de lo que estaba
pasando, qué lo motivaba a seguir, pero estaba descontrolado y no podía parar. ‘’N-no quiero parar’’.
Coge a John de las solapas de la
camisa y lo lleva hasta la pared, empujándolo con fuerza hacia ella sin
interrumpir el beso. John suelta un pequeño grito dentro del beso al notar el impacto en su espalda.
Sabía que John Watson era muy
importante para él. Lo apreciaba, se preocupaba por él, quería protegerlo… Era
su único amigo, la única persona que creyó en él. Llevaba tiempo negándose lo
que él mismo sentía por el doctor, porque los sentimientos le asustaron y
también le dieron miedo al saber que eran una debilidad. Sólo traían
preocupación y permanecer siempre en un estado acongojado, de sentirse
indefenso. Desde hacía mucho olvidó y bloqueó todo lo que pensaba de John, lo
que le gustaba de él, lo que le atraía. En su vida nada de eso tenía cabida. Un
mundo se abría delante de él de nuevo con ese beso, abriéndose esa puerta
cerrada con llave en lo que se suponía que tenía, en su corazón, aflorando todo
repentinamente. John siempre había confiado en él, hasta el último momento. ‘’Son algo tan sumamente complicados...’’
se había dicho día tras día desde que se percató de ellos y empezó a luchar en
su contra.
—Sherlock… —dice John en un inaudible susurro, bajando de las nubes
a Sherlock.
El detective lleva una mano a la
pared, cerrándola fuerte en puño para descargar tensión, mientras que con la
otra sigue acariciando la nuca de John.
John interrumpe el beso y empieza
a besarle el cuello mientras Sherlock apoya la cabeza en la pared y jadea
intentando recobrar el aire. No podía pensar. Tenía la mente nublada,
abarrotada de momentos con John e incapaz de poder organizarse. Cierra fuerte
los ojos, como intentando tensar la cuerda que unía esos recuerdos y estirarlos
para poder tenerlos controlados.
Su compañero empieza a bajar las
manos, acariciándole la espalda y la cintura y agarrándole fuerte del cinturón.
Es en ese momento cuando Sherlock decide parar. Estaba llegando demasiado
lejos, y ni siquiera era capaz de comprender lo que se le pasaba por la cabeza.
Sería muy injusto con John.
—No… —susurra. Resopla, apoyando
su cabeza en el hombro del doctor, abatido, derrotado—. No puedo… No sé qué… Lo
siento… Tengo… Tengo que irme.
Se aparta de él y da media
vuelta, dándole la espalda. Empieza a pasarse una mano por la frente. ‘’Piensa, Sherlock, ¡piensa!’’. Sale del salón y se encierra en su cuarto,
dejando a John solo con sus pensamientos, arrepintiéndose a haber dado ese paso
que podría cambiar tantas cosas entre ellos. John estaba seguro de una cosa:
todos los puntos de llegada en el camino que acababa de emprender desembocaban
en desastre.
Su mente se despeja poco a poco.
Sólo ve en ella las numerosas veces que John le había sonreído le había echado
la bronca, le había reprochado y replicado, todas esas veces que fascinado y
emocionado exclamaba ‘’ ¡Fantástico!’’. Se pasa los dedos por los labios y
sonríe para sí, pero enseguida se pone serio. ‘’No puede ser…’’.
Los sentimientos eran algo
complicado, y aún más para él. Pero tenía clara una cosa: eran una debilidad, una debilidad que jugó un
movimiento crucial en el juego de Moriarty. Puso en peligro a Lestrade, a la
señora Hudson y a John, principalmente a John, porque los tres eran importantes
para él, y Moriarty sabía que eran su punto débil. Así, inconscientemente, Sherlock
colocó a sus amigos, a su preciada reina, en el centro del tablero, indefensa,
exponiéndola a los sanguinarios y aplastantes caballos de Jim, que se lanzarían
como perros hambrientos a ella.
— ¿Sherlock? —unos tímidos y
huecos toques en la pared lo alertan durante un segundo y se pone en pie—. Sherlock, lo… Lo
siento. No he debido hacerlo, pero… Pero tú no lo entiendes. Han sido años…
Años… Tenía que hacerlo.
Se acerca a la puerta y pone
enfrente de ella, como si estuviera mirando a John a los ojos, sin obstáculos.
Su voz es queda, prácticamente un susurro, pero lo bastante presente como para
oírse al otro lado.
—Somos amigos…
—Pero yo no quiero eso… Quiero
ser más —John se estaba arriesgando, llegados al punto de no retorno y sin
vuelta atrás. Tenía que decirlo ahora o callárselo.
Sherlock estaba destinado a no
entablar lazos sentimentales más fuertes de lo necesario con nadie… aunque quisiese,
porque quería, desde hacía mucho tiempo... Lo tenía claro ahora que John había
dado el paso que le quitó la venda de los ojos. Debía seguir divorciado de los
sentimientos. No iba a permitírselo. Ya saboreó el miedo una vez y no se permitiría
volver a experimentarlo si por su culpa ponía en peligro a John. No podía dejar
que eso volviera a pasar, al igual que John no iba a dejar que Sherlock
volviese a la partida por miedo a perderle, porque también quería protegerlo.
Se intentaban proteger mutuamente: Sherlock alejándose de John y éste
alejándole del peligro.
—No puedo… —responde el
detective, oyendo después de su respuesta unos pasos que se alejaban pesados y
en silencio de la puerta.
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