Abraza deliberadamente con una
mano el delicado, fino y suave brazo de la chica que tiene a su lado, una joven
de ojos verdes penetrantes y dulces pero a la vez traviesos y fieros que
conoció la noche anterior en un pub, y que se acurruca a su lado al notar un
poco de movimiento, presionando su pecho desnudo contra el de Seb. Acaricia con
las yemas de los dedos de manera casi superficial su hombro. Tenía una piel rosada,
poco tostada, que hacía contraste con sus rasgos suaves y su salvaje pelo
oscuro y ondulado. Ella lo abraza, aún dormida, y suelta un leve gemido, como
pidiendo que se quedara cinco minutos más en la cama.
Seb cierra los ojos. Llevaba unas
semanas sin ver a Jim, viviendo en su piso y sólo contactando con su jefe
mediante escuetos mensajes en el móvil. Ve aquí, mata a este, encárgate de tal
persona… Trabajo, tal y como le había dicho Jim. Sebastian esta frustrado,
odiaba la aburrida rutina a la que estaba sometido ahora. Pero lo que más
odiaba era no ver a Jim, que este no le sorprendiera por las noches metiéndose
en su cama. ‘’Eso se acabó. Asúmelo’’,
dice para sus adentros. A diferencia del piso de Jim, donde de vez en cuando
había actividad, ya que Erik y Elisabeth se pasaban para informar de algo o
estudiar, además de ir a que Jim y Seb le dieran algunos consejos para los
entrenamientos, y por la mera presencia de Jim, su piso era oscuro, frío y
apestaba a soledad. Jim no lo había despedido, como amenazó aquella fatídica
mañana, pero para él estar así era igual de malo.
Decide levantarse con cuidado de
no despertar a su acompañante. Se pone una camisa y baja a la cocina a preparar
algo de desayunar, tanto para él como para la chica. Vuelve al cuarto y deja un
plato con un vaso de leche y unas tostadas en la mesita. Él se sienta en el
borde con su taza de café esperando ver nuevamente esos grandes ojos verdes a
la luz del día.
Por fin la chica se despereza y
se aparta unos cuantos mechones de la cara, sonriendo al ver el desayuno a su
lado. Tenía una sonrisa hechizante.
—Buenos días —susurra Seb. Ella
le contesta con una pequeña risita mientras se incorpora en la cama, le mira y
coge el plato que le ha traído—. ¿Qué tal estás?
—No me puedo quejar —dice
acompañando a su melodiosa voz el alzar un poco delante de ella el plato con el
desayuno—. No hacía falta. Me voy a ir enseguida, ¿no?
—No me gusta echar a la gente
nada más levantarse —contesta llevándose la taza a los labios. Termina de beber
y la señala con la taza—. Cortesía de la casa.
Ella le lanza una mirada
sugestiva de agradecimiento y empieza a comer en silencio. Seb deja su taza en
la mesa y empieza a acercarle algunas prendas de ropa.
—No hagas de asistenta porque
esté yo. Ya he visto que eres un poco desordenado. No tienes que intentar
impresionarme.
Seb no le hace caso y sigue
recogiendo su ropa para dejársela en la cama. Sonríe. Tenía una personalidad
agresiva pero ingeniosa y graciosa, muy atrayente, con un cuerpo impresionante
y una cara angelical. Todo el conjunto era como hielo y fuego a la vez.
—No es para impresionarte. Es
para que luego no tardes en irte. Por lo que has dicho antes, parecía que tenías
prisa, ¿no?
Ella suelta una carcajada.
—Tocada y hundida.
A la vez que ella se viste, Seb
va a su armario y se pone unos vaqueros y la chaqueta. La verdad es que también
tenía prisa. Más bien, trabajo. La mira otra vez, ya vestida.
—Vaya, mírate. Impecable otra
vez.
Por su aspecto, trabajaría en unas
oficinas, en publicidad, o tal vez periodista; no lo sabía ciencia cierta.
Llevaba una blusa azul cielo y una falta gris ajustada por encima de la
rodilla, además de la americana negra y unos tacones altos. Un atuendo elegante
pero sencillo, escondiendo toda la complejidad en su persona. La chica sonríe.
— ¿Es que antes no lo estaba? —pregunta
acercándose lentamente hacia él.
—Lo estabas, pero en otro sentido.
Ella se le queda mirando largo
rato, esbozando una leve y misteriosa sonrisa. Seb le indica la puerta y la
acompaña hasta el piso de abajo. La joven saca de su diminuto bolso un
bolígrafo y le coge la mano sin dejar de mirarle. Luego se centra en lo que
escribe, parando en algún momento para quitarse de en medio el pelo y
llevárselo detrás de la oreja. Tenía unas manos delicadas y suaves, con unos
dedos largos y muy estilizados.
—Pareces interesante —guarda de
nuevo el bolígrafo y le mira—. Si en algún momento necesitas compañía, ya sabes
—dice bajando un instante la mirada a su mano. Se da la vuelta de manera lenta
y sensual y se despide con un gesto largo de mano—. Hasta la próxima.
Seb cierra tras de ella la puerta
y se mira la mano. Había escrito su número de teléfono. El nombre no hacía
falta, habría supuesto ella. Tenía la extraña sensación de que sí la llamaría. ‘’Qué confianzas. La verdad es que es todo
un caso’’. Pero por muy increíble que fuera, por muy exótica y
despampanante que fuera, no era Jim. Nadie superaba a Moriarty. Para Sebastián,
nadie era más especial. Apunta en un papel el número acompañado de su nombre,
por si acaso. ‘’Marion’’, piensa
emborronándose los números de su mano y poniendo el papel en el mueble del
recibidor.
—Vale… Manos a la obra.
De repente su mente bloquea todo
lo que ha pasado y todo lo que tiene a su alrededor y sólo se centra en lo que
tenía que hacer ahora: trabajar. Sube a la habitación y saca del fondo falso de
su armario la bolsa con el rifle. Comprueba que está bien, como siempre, y
cierra la cremallera. Baja ya con la bolsa a la espalda y busca entre los
papeles del salón la ficha del nuevo trabajo. Las semanas que llevaba en su
piso sin ver a Jim fueron semanas en el mundo de Seb dedicadas a matar mafiosos,
y estaba harto. De alguna manera extraña, Jim parecía que se había cansado
también de esos miserables y le encargó algo nuevo. En un pequeño país muy al
este de Europa había elecciones, izquierda republicana contra derecha
conservadora. La izquierda quería liberar al país de la dictadura de la
derecha, que gobernaba en ese momento, e instaurar una socialdemocracia.
Casualmente el líder del partido de izquierdas estaba en Londres para reunirse
con el Primer Ministro. El típico acto diplomático del mundo de la política,
esas cosas de las que Seb no sabía apenas nada ni le interesaban. El dictador
de ese país de nombre extraño había contratado a Moriarty para acabar con la
oposición y seguir su dictadura. Había que arrancar el problema de raíz, y el
que lo haría sería Seb, con un disparo certero y limpio.
El encuentro con el Primer Ministro
era en Downing Street, por supuesto, y era complicadísimo encontrar un buen
ángulo y sobre todo un sitio donde colocarse y apuntar. El perímetro estaba muy
protegido y vigilado, pero Seb conocía bien la mayoría de las zonas y
justamente allí tenía un lugar secreto, el punto flaco de la vigilancia del
gobierno británico.
Se sube a la moto y se dirige a
su misión. La aparca a unas dos manzanas del edificio donde se va a situar. Era
un bloque de pisos lleno de inquilinos al completo menos uno en la última
planta que buscaba a alguien que lo ocupara. Allí la vigilancia sería menor que
en un piso abandonado por completo, donde hasta los mentecatos de la policía
pueden pensar que un terrorista puede asentarse ahí para llevar a cabo su
atentado. Llega al bloque y sube por el ascensor, manipula la cerradura del
piso vacío y primero, con la mirilla del rifle, se asegura que está bien
situado y sin demasiados policías rondando por su zona. ‘’Un ángulo perfecto’’, piensa. También busca a ver si hay algún
agente merodeando y vigilando como él, pero no se percata de ninguno.
El líder republicano llegaría en
unos veinte minutos, pero Seb ya estaba preparado para poder hacer el trabajo
con rapidez, respirando lentamente y con la mirilla y el cañón apuntando a la
puerta de Downing Street. Los periodistas y las cámaras para las noticias en
directo estaban también en posición. ‘’Deberían
darme las gracias por darles algo más interesante de qué hablar que un simple
encuentro político’’. Una fila de coches negros empiezan a desfilar por la
calle hasta llegar a su destino. Los flashes de las cámaras empiezan a
dispararse, y Seb carga el rifle. El líder del partido republicano, su
objetivo, sale del segundo coche saludando y con una sonrisa de oreja a oreja.
Era un hombre alto, delgado, con unos pómulos muy marcados y el pelo rubio,
bastante joven para su cargo. ‘’Un
cerebro lleno de ideas frescas para un cambio que se irán derechas a la morgue.
Lo siento por él’’. Justo cuando el Primer Ministro, que estaba expectante
a que su invitado extranjero llegara para darle la mano, Seb reza para que se
pongan de lado y posen ante las cámaras aunque fuera un segundo. Desde ese ángulo,
podría recibir el disparo también el Primer Ministro y eso era impensable. Por
suerte, sus plegarias son escuchadas, y en cuanto se ponen de lado, aún dándose
un apretón de manos y sonriendo a los presentes, Seb suelta un hilillo de aire
por la boca, relajado, un hilillo de aire tan fino que ni haría tambalear una
hoja, y aprieta el gatillo. La bala sale veloz y deseosa por llegar a su
objetivo. Perfora hambrienta y precisa la frente del líder de izquierdas,
cambiando sus gestos faciales alegres y orgullosos por una expresión de
sorpresa en la que se nota que la vida se va fugaz de su cuerpo y su alma se le
escapa mientras escucha en el poco tiempo en el que todavía puede percibir lo
que le rodea los gritos y los fogonazos de luz de los flashes. La bala sale al
instante de su cerebro, manchando la blanca pared del 10 de Downing Street. Una
línea roja sale del orificio de la frente, recorriendo su nariz y llegando a
los labios. Se desploma de rodillas y luego cae de frente en el suelo. Seb sólo
ve cómo la bala ha perforado a su víctima. El resto del tiempo lo dedica a
desmontar con rapidez el arma y a guardarlo para salir apresuradamente del
edificio. La policía se pondría en marcha para averiguar de dónde había venido
el disparo. Lo mejor del sitio donde estaba Seb es que había unos cuantos
árboles en medio del campo de visión, lo que no dificultaba el ser preciso a la
hora de disparar, pero que sí era un engorro en el caso de que el encuentro
hubiera estado mejor vigilado. Para cuando la policía inspecciona el perímetro
del bloque de pisos donde había estado Seb, este ya estaba montado en su moto y
dirigiéndose de vuelta a su piso.
Ya en casa, enciende la
televisión para ver las noticias. Efectivamente, los medios de comunicación ya
estaban dando la noticia del atentado.
—Últimas noticias —la
presentadora empieza a hablar con las imágenes en directo desde Downing Street
en otra pantalla a su izquierda—. Se ha cometido un atentado a las puertas de
Downing Street, en el encuentro del Primer Ministro con Ulrich Yevtushenko, el
líder del partido de izquierdas republicano de Kaliningrado. Este ha recibido
un disparo en la frente, cayendo muerto al instante —con la voz de la
presentadora de fondo, la pantalla con las imágenes en directo pasa a primer
plano, permitiendo ver el revoltijo de personas gritando y corriendo y
reproduciendo nuevamente cómo Yevtushenko recibe el disparo—. La policía
rápidamente se ha puesto a buscar y a rodear todos los edificios de la zona,
además de llevar al Primer Ministro al interior del número 10 de Downing Street
para protegerlo por si el terrorista o los terroristas también lo tenían como objetivo.
La policía todavía no tiene sospechosos ni saben desde dónde se produjo el
disparo. Se especula que el acto terrorista viene del partido de derechas
conservador de Kaliningrado, aunque es sólo una posibilidad. El país está bajo
el mando del líder conservador Rimski Trasmalov, quien ahora no tiene ningún
rival para seguir su mandato. Estaremos a la espera de más noticias. Buenos
días.
Seb apaga la televisión y se
sienta en el sofá. ‘’Y ahora, a la espera
de más’’, piensa pasándose la mano por la frente y apartándose el pelo de
ella. Justo al llegar al piso de arriba para darse una ducha, le vibra el
móvil.
—Bien hecho. Ven —JM.
Frunce el ceño. ‘’ ¿Que vaya? ¿Qué querrá? ¿O qué he hecho
mal?’’. Tira el móvil encima de la cama y de camino a la ducha empieza a
desvestirse. Al rato sale de la ducha, secándose el cuerpo sin mucho interés.
Tira la toalla y se apoya en el marco de la puerta desnudo, mirando el móvil
encima de la cama. Se queda pensativo. Había hecho su trabajo, no volvió a
pisar la casa de Jim, no hizo nada mal. ¿De verdad le iba a echar, despedirle
de verdad? Era el único motivo que se le pasaba por la cabeza. Se pone en
marcha a casa de su jefe después de vestirse.
Todavía tenía llaves, así que
abre la puerta se adentra en la casa.
— ¿Hola? —pregunta elevando la
voz.
—Despacho —le contesta la voz de
Jim—. Como si no lo supieras.
‘’Ya, ya’’, piensa al dejar las llaves en el mueble del recibidor.
Tenía la extraña sensación de que no las volvería a necesitar, ¿así que para
qué guardarlas?
—Muy elegante lo de hace unas
horas —Jim estaba leyendo un libro, al que parecía que no le prestaba toda su
atención e interés.
Seb extiende los brazos a ambos
lados.
—Como siempre.
Su jefe cierra el libro, apoya un
brazo en el reposabrazos del sillón y se pasa la mano por la frente tras un
suspiro. Seb lo notaba cansado, abatido, y la prueba fehaciente de ello eran
sus marcadas ojeras.
— ¿Por qué crees que te he dicho
que vinieras?
A Seb le daba miedo hablar, o dar
su opinión, decirle ‘’Sí, sé por qué estoy aquí. Porque me vas a dar con la
puerta en las narices de una vez por todas’’.
—Eres tú el que me ha hecho
venir. Dímelo tú —se mete las manos en los bolsillos. ‘’Cuidado, Seb. No te pases. Bah, ya da igual’’—
Jim sonríe susceptible.
—No te vendría mal usar la
imaginación de vez en cuando, Seb.
—Ya la uso mucho, y lo sabes. Mi
trabajo está impregnado de imaginación con unas pinceladas de sangre y vísceras.
—Veo que tu sentido del humor
está intacto. Espero que siga siendo así.
Seb frunce el ceño y entrecierra
los ojos sin dejar de mirarlo, intentando adivinar lo que quería decirle. Jim
levanta la vista y le mira.
— ¿Esperas una palmadita en la
espalda, o algo? Vete. Estoy ocupado —agita al aire el libro, aunque Seb sabe
que sólo quiere que lo deje solo.
Se la vuelta para salir del
despacho, aunque no sabía muy bien hacia dónde dirigirse, si a la puerta de la
calle o a su habitación. ‘’ ¿Me quedo?
¿Es lo que ha querido decirme? Tiene que ser eso. Lo que pasa es que no sabe
decirlo con las palabras mágicas’’. Sonríe, una sonrisa que podría ser
contagiosa si alguien le viera, una sonrisa con cierto sabor a victoria, llena
de felicidad. Correría escaleras arriba, pero no podía portarse como un crío, y
Jim le estaba mirando; no podía delatarse. Así que con el semblante serio, se
apoya en la barandilla y sube a paso lento las escaleras. Cuando Jim está fuera
de su campo de visión, esa sonrisa vuelve a aparecer.
1 comentario:
Muy interesante y bien escrito y relatado... Me gusta mucho esta historia. Y Seb en verdad es adorable...
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