martes, 30 de abril de 2013

Smile (Seb, 4)

Abraza deliberadamente con una mano el delicado, fino y suave brazo de la chica que tiene a su lado, una joven de ojos verdes penetrantes y dulces pero a la vez traviesos y fieros que conoció la noche anterior en un pub, y que se acurruca a su lado al notar un poco de movimiento, presionando su pecho desnudo contra el de Seb. Acaricia con las yemas de los dedos de manera casi superficial su hombro. Tenía una piel rosada, poco tostada, que hacía contraste con sus rasgos suaves y su salvaje pelo oscuro y ondulado. Ella lo abraza, aún dormida, y suelta un leve gemido, como pidiendo que se quedara cinco minutos más en la cama.

Seb cierra los ojos. Llevaba unas semanas sin ver a Jim, viviendo en su piso y sólo contactando con su jefe mediante escuetos mensajes en el móvil. Ve aquí, mata a este, encárgate de tal persona… Trabajo, tal y como le había dicho Jim. Sebastian esta frustrado, odiaba la aburrida rutina a la que estaba sometido ahora. Pero lo que más odiaba era no ver a Jim, que este no le sorprendiera por las noches metiéndose en su cama. ‘’Eso se acabó. Asúmelo’’, dice para sus adentros. A diferencia del piso de Jim, donde de vez en cuando había actividad, ya que Erik y Elisabeth se pasaban para informar de algo o estudiar, además de ir a que Jim y Seb le dieran algunos consejos para los entrenamientos, y por la mera presencia de Jim, su piso era oscuro, frío y apestaba a soledad. Jim no lo había despedido, como amenazó aquella fatídica mañana, pero para él estar así era igual de malo.

Decide levantarse con cuidado de no despertar a su acompañante. Se pone una camisa y baja a la cocina a preparar algo de desayunar, tanto para él como para la chica. Vuelve al cuarto y deja un plato con un vaso de leche y unas tostadas en la mesita. Él se sienta en el borde con su taza de café esperando ver nuevamente esos grandes ojos verdes a la luz del día.

Por fin la chica se despereza y se aparta unos cuantos mechones de la cara, sonriendo al ver el desayuno a su lado. Tenía una sonrisa hechizante.

—Buenos días —susurra Seb. Ella le contesta con una pequeña risita mientras se incorpora en la cama, le mira y coge el plato que le ha traído—. ¿Qué tal estás?

—No me puedo quejar —dice acompañando a su melodiosa voz el alzar un poco delante de ella el plato con el desayuno—. No hacía falta. Me voy a ir enseguida, ¿no?

—No me gusta echar a la gente nada más levantarse —contesta llevándose la taza a los labios. Termina de beber y la señala con la taza—. Cortesía de la casa.

Ella le lanza una mirada sugestiva de agradecimiento y empieza a comer en silencio. Seb deja su taza en la mesa y empieza a acercarle algunas prendas de ropa.

—No hagas de asistenta porque esté yo. Ya he visto que eres un poco desordenado. No tienes que intentar impresionarme.

Seb no le hace caso y sigue recogiendo su ropa para dejársela en la cama. Sonríe. Tenía una personalidad agresiva pero ingeniosa y graciosa, muy atrayente, con un cuerpo impresionante y una cara angelical. Todo el conjunto era como hielo y fuego a la vez.

—No es para impresionarte. Es para que luego no tardes en irte. Por lo que has dicho antes, parecía que tenías prisa, ¿no?

Ella suelta una carcajada.

—Tocada y hundida.

A la vez que ella se viste, Seb va a su armario y se pone unos vaqueros y la chaqueta. La verdad es que también tenía prisa. Más bien, trabajo. La mira otra vez, ya vestida.

—Vaya, mírate. Impecable otra vez.

Por su aspecto, trabajaría en unas oficinas, en publicidad, o tal vez periodista; no lo sabía ciencia cierta. Llevaba una blusa azul cielo y una falta gris ajustada por encima de la rodilla, además de la americana negra y unos tacones altos. Un atuendo elegante pero sencillo, escondiendo toda la complejidad en su persona. La chica sonríe.

— ¿Es que antes no lo estaba? —pregunta acercándose lentamente hacia él.

—Lo estabas, pero en otro sentido.

Ella se le queda mirando largo rato, esbozando una leve y misteriosa sonrisa. Seb le indica la puerta y la acompaña hasta el piso de abajo. La joven saca de su diminuto bolso un bolígrafo y le coge la mano sin dejar de mirarle. Luego se centra en lo que escribe, parando en algún momento para quitarse de en medio el pelo y llevárselo detrás de la oreja. Tenía unas manos delicadas y suaves, con unos dedos largos y muy estilizados.

—Pareces interesante —guarda de nuevo el bolígrafo y le mira—. Si en algún momento necesitas compañía, ya sabes —dice bajando un instante la mirada a su mano. Se da la vuelta de manera lenta y sensual y se despide con un gesto largo de mano—. Hasta la próxima.

Seb cierra tras de ella la puerta y se mira la mano. Había escrito su número de teléfono. El nombre no hacía falta, habría supuesto ella. Tenía la extraña sensación de que sí la llamaría. ‘’Qué confianzas. La verdad es que es todo un caso’’. Pero por muy increíble que fuera, por muy exótica y despampanante que fuera, no era Jim. Nadie superaba a Moriarty. Para Sebastián, nadie era más especial. Apunta en un papel el número acompañado de su nombre, por si acaso. ‘’Marion’’, piensa emborronándose los números de su mano y poniendo el papel en el mueble del recibidor.

—Vale… Manos a la obra.

De repente su mente bloquea todo lo que ha pasado y todo lo que tiene a su alrededor y sólo se centra en lo que tenía que hacer ahora: trabajar. Sube a la habitación y saca del fondo falso de su armario la bolsa con el rifle. Comprueba que está bien, como siempre, y cierra la cremallera. Baja ya con la bolsa a la espalda y busca entre los papeles del salón la ficha del nuevo trabajo. Las semanas que llevaba en su piso sin ver a Jim fueron semanas en el mundo de Seb dedicadas a matar mafiosos, y estaba harto. De alguna manera extraña, Jim parecía que se había cansado también de esos miserables y le encargó algo nuevo. En un pequeño país muy al este de Europa había elecciones, izquierda republicana contra derecha conservadora. La izquierda quería liberar al país de la dictadura de la derecha, que gobernaba en ese momento, e instaurar una socialdemocracia. Casualmente el líder del partido de izquierdas estaba en Londres para reunirse con el Primer Ministro. El típico acto diplomático del mundo de la política, esas cosas de las que Seb no sabía apenas nada ni le interesaban. El dictador de ese país de nombre extraño había contratado a Moriarty para acabar con la oposición y seguir su dictadura. Había que arrancar el problema de raíz, y el que lo haría sería Seb, con un disparo certero y limpio.

El encuentro con el Primer Ministro era en Downing Street, por supuesto, y era complicadísimo encontrar un buen ángulo y sobre todo un sitio donde colocarse y apuntar. El perímetro estaba muy protegido y vigilado, pero Seb conocía bien la mayoría de las zonas y justamente allí tenía un lugar secreto, el punto flaco de la vigilancia del gobierno británico.

Se sube a la moto y se dirige a su misión. La aparca a unas dos manzanas del edificio donde se va a situar. Era un bloque de pisos lleno de inquilinos al completo menos uno en la última planta que buscaba a alguien que lo ocupara. Allí la vigilancia sería menor que en un piso abandonado por completo, donde hasta los mentecatos de la policía pueden pensar que un terrorista puede asentarse ahí para llevar a cabo su atentado. Llega al bloque y sube por el ascensor, manipula la cerradura del piso vacío y primero, con la mirilla del rifle, se asegura que está bien situado y sin demasiados policías rondando por su zona. ‘’Un ángulo perfecto’’, piensa. También busca a ver si hay algún agente merodeando y vigilando como él, pero no se percata de ninguno.

El líder republicano llegaría en unos veinte minutos, pero Seb ya estaba preparado para poder hacer el trabajo con rapidez, respirando lentamente y con la mirilla y el cañón apuntando a la puerta de Downing Street. Los periodistas y las cámaras para las noticias en directo estaban también en posición. ‘’Deberían darme las gracias por darles algo más interesante de qué hablar que un simple encuentro político’’. Una fila de coches negros empiezan a desfilar por la calle hasta llegar a su destino. Los flashes de las cámaras empiezan a dispararse, y Seb carga el rifle. El líder del partido republicano, su objetivo, sale del segundo coche saludando y con una sonrisa de oreja a oreja. Era un hombre alto, delgado, con unos pómulos muy marcados y el pelo rubio, bastante joven para su cargo. ‘’Un cerebro lleno de ideas frescas para un cambio que se irán derechas a la morgue. Lo siento por él’’. Justo cuando el Primer Ministro, que estaba expectante a que su invitado extranjero llegara para darle la mano, Seb reza para que se pongan de lado y posen ante las cámaras aunque fuera un segundo. Desde ese ángulo, podría recibir el disparo también el Primer Ministro y eso era impensable. Por suerte, sus plegarias son escuchadas, y en cuanto se ponen de lado, aún dándose un apretón de manos y sonriendo a los presentes, Seb suelta un hilillo de aire por la boca, relajado, un hilillo de aire tan fino que ni haría tambalear una hoja, y aprieta el gatillo. La bala sale veloz y deseosa por llegar a su objetivo. Perfora hambrienta y precisa la frente del líder de izquierdas, cambiando sus gestos faciales alegres y orgullosos por una expresión de sorpresa en la que se nota que la vida se va fugaz de su cuerpo y su alma se le escapa mientras escucha en el poco tiempo en el que todavía puede percibir lo que le rodea los gritos y los fogonazos de luz de los flashes. La bala sale al instante de su cerebro, manchando la blanca pared del 10 de Downing Street. Una línea roja sale del orificio de la frente, recorriendo su nariz y llegando a los labios. Se desploma de rodillas y luego cae de frente en el suelo. Seb sólo ve cómo la bala ha perforado a su víctima. El resto del tiempo lo dedica a desmontar con rapidez el arma y a guardarlo para salir apresuradamente del edificio. La policía se pondría en marcha para averiguar de dónde había venido el disparo. Lo mejor del sitio donde estaba Seb es que había unos cuantos árboles en medio del campo de visión, lo que no dificultaba el ser preciso a la hora de disparar, pero que sí era un engorro en el caso de que el encuentro hubiera estado mejor vigilado. Para cuando la policía inspecciona el perímetro del bloque de pisos donde había estado Seb, este ya estaba montado en su moto y dirigiéndose de vuelta a su piso.

Ya en casa, enciende la televisión para ver las noticias. Efectivamente, los medios de comunicación ya estaban dando la noticia del atentado.

—Últimas noticias —la presentadora empieza a hablar con las imágenes en directo desde Downing Street en otra pantalla a su izquierda—. Se ha cometido un atentado a las puertas de Downing Street, en el encuentro del Primer Ministro con Ulrich Yevtushenko, el líder del partido de izquierdas republicano de Kaliningrado. Este ha recibido un disparo en la frente, cayendo muerto al instante —con la voz de la presentadora de fondo, la pantalla con las imágenes en directo pasa a primer plano, permitiendo ver el revoltijo de personas gritando y corriendo y reproduciendo nuevamente cómo Yevtushenko recibe el disparo—. La policía rápidamente se ha puesto a buscar y a rodear todos los edificios de la zona, además de llevar al Primer Ministro al interior del número 10 de Downing Street para protegerlo por si el terrorista o los terroristas también lo tenían como objetivo. La policía todavía no tiene sospechosos ni saben desde dónde se produjo el disparo. Se especula que el acto terrorista viene del partido de derechas conservador de Kaliningrado, aunque es sólo una posibilidad. El país está bajo el mando del líder conservador Rimski Trasmalov, quien ahora no tiene ningún rival para seguir su mandato. Estaremos a la espera de más noticias. Buenos días.

Seb apaga la televisión y se sienta en el sofá. ‘’Y ahora, a la espera de más’’, piensa pasándose la mano por la frente y apartándose el pelo de ella. Justo al llegar al piso de arriba para darse una ducha, le vibra el móvil.

—Bien hecho. Ven —JM.

Frunce el ceño. ‘’ ¿Que vaya? ¿Qué querrá? ¿O qué he hecho mal?’’. Tira el móvil encima de la cama y de camino a la ducha empieza a desvestirse. Al rato sale de la ducha, secándose el cuerpo sin mucho interés. Tira la toalla y se apoya en el marco de la puerta desnudo, mirando el móvil encima de la cama. Se queda pensativo. Había hecho su trabajo, no volvió a pisar la casa de Jim, no hizo nada mal. ¿De verdad le iba a echar, despedirle de verdad? Era el único motivo que se le pasaba por la cabeza. Se pone en marcha a casa de su jefe después de vestirse.

Todavía tenía llaves, así que abre la puerta  se adentra en la casa.

— ¿Hola? —pregunta elevando la voz.

—Despacho —le contesta la voz de Jim—. Como si no lo supieras.

‘’Ya, ya’’, piensa al dejar las llaves en el mueble del recibidor. Tenía la extraña sensación de que no las volvería a necesitar, ¿así que para qué guardarlas?

—Muy elegante lo de hace unas horas —Jim estaba leyendo un libro, al que parecía que no le prestaba toda su atención e interés.

Seb extiende los brazos a ambos lados.

—Como siempre.

Su jefe cierra el libro, apoya un brazo en el reposabrazos del sillón y se pasa la mano por la frente tras un suspiro. Seb lo notaba cansado, abatido, y la prueba fehaciente de ello eran sus marcadas ojeras.

— ¿Por qué crees que te he dicho que vinieras?

A Seb le daba miedo hablar, o dar su opinión, decirle ‘’Sí, sé por qué estoy aquí. Porque me vas a dar con la puerta en las narices de una vez por todas’’.

—Eres tú el que me ha hecho venir. Dímelo tú —se mete las manos en los bolsillos. ‘’Cuidado, Seb. No te pases. Bah, ya da igual’’

Jim sonríe susceptible.

—No te vendría mal usar la imaginación de vez en cuando, Seb.

—Ya la uso mucho, y lo sabes. Mi trabajo está impregnado de imaginación con unas pinceladas de sangre y vísceras.

—Veo que tu sentido del humor está intacto. Espero que siga siendo así.

Seb frunce el ceño y entrecierra los ojos sin dejar de mirarlo, intentando adivinar lo que quería decirle. Jim levanta la vista y le mira.

— ¿Esperas una palmadita en la espalda, o algo? Vete. Estoy ocupado —agita al aire el libro, aunque Seb sabe que sólo quiere que lo deje solo.

Se la vuelta para salir del despacho, aunque no sabía muy bien hacia dónde dirigirse, si a la puerta de la calle o a su habitación. ‘’ ¿Me quedo? ¿Es lo que ha querido decirme? Tiene que ser eso. Lo que pasa es que no sabe decirlo con las palabras mágicas’’. Sonríe, una sonrisa que podría ser contagiosa si alguien le viera, una sonrisa con cierto sabor a victoria, llena de felicidad. Correría escaleras arriba, pero no podía portarse como un crío, y Jim le estaba mirando; no podía delatarse. Así que con el semblante serio, se apoya en la barandilla y sube a paso lento las escaleras. Cuando Jim está fuera de su campo de visión, esa sonrisa vuelve a aparecer.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy interesante y bien escrito y relatado... Me gusta mucho esta historia. Y Seb en verdad es adorable...