No era muy tarde. No serían ni
las doce de la noche, pero de nuevo y una noche más, Jim era incapaz de dormir.
Esta vez no por las migrañas, sino porque desde siempre conciliar plácidamente
el sueño era algo que nunca había conseguido dominar. Había pasado una semana
desde el incidente con las drogas. ‘’Ni
si quiera sé por qué tengo un bote de esos en el lavabo…’’. No recordaba
mucho de lo que pasó después de desmoronarse en el suelo, pero la cara de Sebastian
cogiéndole la suya y mirándole fijamente antes de que cerrara los ojos no la
había olvidado. Su mirada reflejaba preocupación… incluso miedo.
Más aterrado estuvo Jim, aunque
es algo que no reconocería. El sentirse completamente inútil, que su cuerpo no
pudiera reaccionar, es algo que le hacía sentirse vulnerable, y odiaba ese
sentimiento. Otra cosa que no exteriorizaría sería lo agradecido que estaba a
Seb de que lo ayudase. No quiso estar solo esa noche, y necesitaba algo a lo
que aferrarse en ese momento de cansancio y debilidad.
Se tumba boca arriba en la cama.
Le duelen los ojos porque estos querían dormir, descansar, cerrarse e intentar
perderse en algún sueño, pero Jim es incapaz de darles esa satisfacción.
Extiende los brazos y mueve los dedos para comprobar que no tiene la vista
borrosa. Para su consuelo no se da el caso, pero aun así le fastidia no poder
dormir y pensar en lo que estaba a punto de hacer para intentarlo.
—No quiero tener que depender de
alguien. La dependencia es aburrida… y una debilidad —susurra en la oscuridad
de su habitación.
Finalmente se incorpora en la
cama y vuelve a sentarse en el borde. Busca a tientas con los pies las
zapatillas, pero al no dar con ellas, bufa y se pone de pie. Da un largo y
profundo respiro antes de abrir la puerta de su habitación y salir al pasillo.
Todo estaba tranquilo y solitario. ‘’Por
fin’’. Elisabeth quiso quedarse unos días en su casa, preocupada por lo que
pasó, pero Jim le aseguró que estaba bien y la obligó a irse a su casa. La
chica llevaba varios días que no tampoco podía dormir y no rendía ni en la
academia de baile ni en su entrenamiento con Erik por el estrés, y Jim, aunque
sabía que se tomaba las pastillas y no estaba bajo una presión de gran magnitud
para que sacara su pequeño demonio interno, no quería que desatendiera sus
tareas. ‘’El ballet me da igual. Quiero
que no deje de lado todo esto’’, pensaba. Por eso tuvo que decirle que se
fuera de una vez de allí.
Llega a la habitación de Seb y
abre sin llamar. El dormitorio estaba a oscuras, pero hacía menos de media hora
Jim había escuchado pasos en el pasillo, así que no llevaba mucho dormido. Nada
más dar un paso descalzo por la moqueta, Seb, encendiendo con una mano la
lámpara de la mesita a su derecha y apuntándole con una pistola con la otra,
hace que Jim, con una sonrisa en los labios, se cruce de brazos.
—Tranquilo, tigre. Soy yo.
— ¿Jim? —retira el cañón de la
pistola apuntando a su pecho— ¿Qué haces aquí?
—Apaga la luz —le ordena.
Seb ladea la cabeza y le mira
confuso, sin saber lo que iba a hacer. Deja la pistola en la mesa y tira de la
correa de la lámpara, apagándola. La oscuridad más remota envolvía de nuevo la
habitación del francotirador.
— ¿Y ahora? —dice Seb susurrando—.
¿Has venido sólo para despertarme y fastidiarme o…?
Jim no responde y se acerca a la
cama, metiéndose por el otro lado y tumbándose mirando a Seb. El francotirador
seguía incorporado, siguiendo sus pasos en la oscuridad y guiándose por el leve
sonido que hacía el roce de los pantalones de su jefe.
—No puedo dormir —murmura Jim
arreglándose la almohada hasta tenerla a su gusto.
Nota que Seb se tumba del todo.
—Ah… ¿Y yo puedo hacer algo para
cambiar eso?
‘’Sí’’, piensa Jim. La noche que Seb durmió en su habitación,
cuando estaba ya profundamente dormido, notó que ponía inconscientemente su
mano en el pecho del francotirador. Sentir los latidos de su corazón hizo que
estuviera relajado toda la noche sin desvelarse. A la mañana siguiente, antes
de que Seb se levantara, apartó su mano en cuanto abrió los ojos y se dio
cuenta.
Jim se limita a soltar una risita
burlona.
—Si no te callas puede que no.
Seb resopla, pero no le replica
más.
No quería hablar, no quería
explicar por qué estaba ahí. Bastante le fastidiaba ya el haber ido en busca de
paz a su habitación como para decírselo y mostrar dependencia. Al momento Seb
ladea su cuerpo, estando cara a cara con él. Jim sólo quiere dormir, y con
notar la respiración de Seb le es más que suficiente, ya que no iba a poner su
mano en el pecho del francotirador. ¿Qué locura sería esa? ‘’Lo de la otra noche fue sin darme cuenta. Qué bobada’’. Un
pequeño atisbo de él, una mera sensación de calidez ya era suficiente.
El hacer algo que no quiere, a la
larga se convierte en un beneficio. Más de una vez, por no decir las noches siguientes,
Jim se seguía colando en su habitación. Seb no preguntaba nada, porque sabía de
sobra que no recibiría ninguna aclaración por parte de su jefe. Poco a poco
percibía que podía acercarse más, o que era Seb el que lo hacía. No sabía qué
pensar. Lo único que quería era descansar, y gracias a colarse en su cama lo
estaba consiguiendo, ¿pero y si la dependencia se vuelve más fuerte hasta que
llegue a ser impensable el dormir separados, o que diera lugar a sentimientos?
Conocía a Seb desde hacía mucho tiempo, años, y había confianza, pero nunca
dejaba que eso fuera a más, y no lo dejaría. La relación entre jefe y
trabajador sólo se difuminaba cuando iban a tomar una copa, pero le empezaba a
preocupar el tema de dormir, aunque tampoco se comía la cabeza. Si las cosas
estaban claras dentro de él, no había que preocupar. ‘’ ¿Pero debería decírselo para que él también lo tenga claro? No…
Joder, es Seb. Sabe cómo soy. Seguro que es lo suficientemente inteligente para
haberse dado cuenta’’.
Como cada mañana, se encuentra a
Seb en la cocina desayunando. Solía despertarse antes que Jim, pero a la media
hora Jim notaba que no estaba en la cama y se obligaba a despertarse también.
— ¿Ha dormido bien, jefe? —le
pregunta Seb sin levantar la vista de la taza.
Jim se sienta y mira distraído
por la ventana. Siempre le preguntaba lo mismo casi todas las mañanas, y no le
gustaba tener que decirle que sí, que había podido dormir gracias a él. Hace un
gesto afirmativo con la cabeza, acompañado de un ruido en sustitución de la
palabra afirmativa. Deja encima de la mesa una cajita cuadrada.
— ¿Un regalo de agradecimiento?
—dice Sebastian riéndose.
—No, idiota —responde Jim—.
Tienes que llevar esto a casa de nuestro querido detective.
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