martes, 23 de abril de 2013

Enjoyment, at last! (Sherlock, 6)

Después de unos cuantos días de descanso total, desayunos en la cama y baños calientes, Sherlock mejoró hasta el punto de poder levantarse del lecho e investigar los acontecimientos del otro día. John había pedido unos días libres en el trabajo para ocuparse de él. Después de que Sherlock le dijese que no se fuera, no se apartó de su lado ni un solo momento. Parecía que ya no estaba enfadado con él, que la nota de Irene, los reproches por su desaparición y todo aquello había desaparecido, por lo menos en apariencia. Sherlock sabía que era un tema difícil de olvidar, y más para John.

Tras vestirse, sale del cuarto y va a un cajón de la encimera de la cocina. Se coloca unos guantes y una mascarilla que le cubría la boca y la nariz. En los días que estuvo descansando llegó a la conclusión de que los guantes estarían cubiertos de alguna sustancia tóxica y/o venenosa, así que tenía que tomar precauciones antes de examinarlos.

John no estaba en casa; se le acabó el permiso esa misma mañana. A Sherlock le alivió. Su compañero no paraba quieto mientras él estaba en cama, aunque en el fondo lo añoraba y prefería tenerlo en casa. Siempre se acordaba de esa frase que le dijo ya tiempo atrás: ‘’Me gusta la compañía cuando salgo, y pienso mejor cuando hablo en voz alta’’. Hacer monólogos le aburría.

Se pone manos a la obra. Con la mesa de la cocina algo menos desorganizada, coge del salón la caja y saca los guantes. Los mira con más detenimiento que la otra vez, ya que su vista estaba perfectamente. Cuero negro brillante por fuera, pero por dentro también en los bordes. No solían serlo, sino que tienen otro tipo de tacto. Era menos brillante, pero saltaba a la visto el detalle bastante curioso.

Pasa el dedo índice y lo frota luego con el pulgar.

—Sustancia verdosa, oscura… Pegajosa —abre un poco más el guante y lo ve a la luz—. Parece recubrir sólo los bordes de la muñeca en el interior, y también hay un poco en la punta de los dedos, por fuera.

Coge un bastoncillo y extrae un poco de sustancia. La pone a examinar mientras mira la caja.

‘’Sal a jugar…’’. Acerca la cabeza a la caja y coge el pequeño monopatín. Tenía pequeñas motas amarillas en la superficie.
—Polen.

Un pitido avisa a Sherlock de que el análisis ha concluido. Se acerca al portátil y clickea varias veces, abriendo un par de pestañas con los resultados.

— ¿70 por ciento… extracto de conium maculatum? El resto es una combinación de dos sustancias desconocidas. Deben producir algún efecto secundario al combinarlas con el extracto de cicuta… Espera. También hay restos de ADN, un porcentaje bajo. Tendré que ir al Barts más tarde.

Se va al sillón del salón y se abraza las piernas. Tenía la nota de Moriarty en la mano. Por una parte no le interesaba empezar un juego con él. Por otra estaba tremendamente aburrido, y si no daba el paso, Moriarty pondría la primera piedra del camino. Escogiendo una opción u otra, estaba obligado a jugar, y el peligro en ambas estaba asegurado. ‘’Así es nuestra vida. No se puede hacer nada para evitarlo’’. Piensa en John, que merecía una vida tranquila después de todo lo que había pasado, pero era decisión del doctor quedarse. Era su amigo, Sherlock lo respetaba y correspondía, y no podía obligarle a irse, porque la respuesta de John sería negativa.

Justo cuando iba a empezar a atar cabos, John aparece por la puerta. Arruga la nota y la mete en un hueco del sillón. ‘’Perfecto. Me libro del monólogo’’.

John le sonríe algo cansado a modo de saludo. Sherlock suspira.

—No tenías que haberte esmerado tanto en mí, John.

—Esto no es nada comparado con estar noches sin dormir y pateándonos las calles de Londres, ¿no crees?

—… Touché —hace un gesto con la mano y sonríe.

—Te veo demasiado… alegre. Das miedo. ¿Algo que decirme? —tira el maletín en el sofá y luego se sienta, desganado, sin dejar de mirar a Sherlock—. ¿Preparo palomitas?

— ¿No es muy pronto para que salgas del trabajo? —pregunta Sherlock extrañado.

—Pocos pacientes —aparta la mirada. La verdad es que había salido antes y le había pasado su turno a un compañero para poder ir a casa y tenerlo vigilado—. Bueno… Dime qué has averiguado.

Sherlock respira hondo. Echaba de menos lo que estaba a punto de hacer. Echaba de menos explicarle sus deducciones a John, más de lo que creía o querría aceptar.

—La señora Hudson me trajo una caja el día que empeoré. Pequeña, cuadrada, insignificante a primera vista. El contenido traía un pequeño monopatín, unos guantes y un bote con dos pastillas de paracetamol 600 —elimina lo de la nota. No creía conveniente que lo supiera. John le mira extrañado y adivina lo que piensa—. Sí, me tomé una, y no, no fueron las pastillas. No presentaban ninguna anomalía en su composición, y era un medicamento más fuerte del que me estaba tomando —John sigue mirándole con desaprobación, pero continúa sin hacerle caso—. Bueno, prosiguiendo. Sobre el monopatín poco hay que decir; tiene polen. Puede ser una pista. Lo que me intriga son los guantes. Hace un rato los he examinado. Tenía una sustancia verde y pegajosa por el borde interior y por las costuras exteriores de las puntas de los dedos. Se trata de una sustancia compuesta por un aceite esencial de cicuta. Esta planta, al ingerir el extracto, produce parálisis en el sistema nervioso central,  bajada de la temperatura corporal y vértigos. Todos estos síntomas pueden acabar con el que ha ingerido el aceite.

— ¿Ingerir? ¿Te metiste los guantes en la boca?

Sherlock suelta una sonora carcajada, a la que John se une.

— ¡Por supuesto que no! Ahí quiero llegar —señala los guantes, detrás de John, en la mesa de la cocina—. No tomé el aceite por la boca. Lo olí y toqué. El análisis ha mostrado que había dos sustancias más en el compuesto, unas toxinas que vuelven el extracto de cicuta corrosivo y un poco vaporoso si está expuesto al calor o a un lugar cerrado… o al sudor. Quien tuviese los guantes se llevaría los dedos a la cara en algún momento, haciendo que se introdujese por las vías respiratorias, y además se quemaría las muñecas, porque había aceite en esa parte del guante —se señala con un dedo la nariz, aludiendo que él se había acercado los guantes a las fosas nasales, y se quita los guantes protectores que todavía llevaba y le señala una pequeña mancha roja en el dedo índice y pulgar—. Así el veneno entra el sistema respiratorio al ser inhalado y también directamente en la sangre, quemando las arterias y extendiéndose el doble de rápido. Además estas toxinas disimularían el olor nauseabundo que desprende la planta de cicuta, porque si no la víctima se habría percatado del olor. Yo no pude porque tenía las fosas nasales obstruidas. Nuestra víctima murió por inhalar y tocar el extracto de cicuta.

Respira hondo, mirando la reacción de John. ‘’Oh sí. Lo echaba mucho de menos’’. Sonríe nostálgico, recordando lo que le dijo hace tiempo Molly, que parecía triste cuando creía que John no le veía. Qué gran verdad. Había echado de menos al docto, y ahora se daba cuenta de ello. Lo apreciaba y se preocupaba por él. Era la única razón por la que decidió volver, lo único que creía tener. Aunque le hubiese gustado hacerlo antes, pero tenía miedo. Prefería esperar un poco más para que John se acostumbrara a una vida sin él. Al ver que no lo hacía, no tuvo más remedio que coger un avión y volver. Siempre había sido importante para él. Siempre había necesitado a su blogger.

—Im… impresionante —dice John—. Pe-pero una cosa: si tú lo sujetaste, y se introdujo en tu cuerpo, ¿cómo es que… sigues vivo? —traga saliva al preguntarle, nervioso por imaginarse que de verdad Sherlock podría no haber despertado.

—No sostuve los guantes el tiempo necesario como para que llegara la cantidad suficiente de veneno a mi sistema.

—Es un alivio…

Esboza una pequeña sonrisa de satisfacción, pero no puede contener la emoción y salta del sillón, empezando a dar vueltas por el salón.

— ¡Magnífico! Esto es estupendo, ¡estupendo! —se acerca a John, al que levanta de su butaca—. A Sócrates le obligaron a tomar veneno de cicuta. ¿Sabes lo que quiere decir?

John le mira, sorprendido.

—… ¿que tenemos un caso?

— ¡Que tenemos un caso, sí! —le coge la cara con ambas manos y le da un beso en la frente, emocionado—. ¡Ya era hora! Esto es genial. ¡Diversión, por fin!

Sherlock se aparta y coge su abrigo junto a una bolsita con el bastoncillo que tenía restos de ADN y otra donde mete el diminuto monopatín. John permanece en su sitio, perplejo por lo que el detective acababa de hacer.

—Un momento. ¿A dónde vas? —pregunta curioso al ver que Sherlock se precipita escaleras abajo mientras intentaba torpemente por la emoción ponerse el abrigo.

— ¡Al laboratorio del Barts! —responde con un grito.

John se rasca la cabeza y al rato se pone en marcha.

—Como los viejos tiempos…

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