— ¡Basta! ¡Para! —suplica a
gritos el hombre, atado de pies y manos en la cama.
Irene chasquea un par de veces la
lengua.
—Ah, ah, ah —mete la parte
delantera de la fusta en su boca—. Cariño, a mí nadie me manda parar.
El sonido de la fusta chocando
con la carne desnuda e irritada y los
gritos desesperados del cliente envolvió toda la casa de Irene durante una hora
más. Mientras le desataba y le tiraba a la cara la ropa, se acercó a él y le
cogió con fuerza la barbilla.
—Si no eres capaz de aguantar mi
ritmo, no hagas que pierda mi valioso tiempo.
El hombre salió furtivo de allí,
dejando a Irene sola en la habitación. Cuando oyó la puerta de la calle, se
sienta en el borde de la cama. Kate pasa al rato a la habitación.
—Cancela la cita de esta tarde y
que esa niña llorona no vuelva a molestarse en venir por aquí —le ordena La
Mujer.
La chica obedece rápidamente.
Últimamente la vida de Irene era
un poco monótona. Lo más excitante que hacía era ver muy de vez en cuando a
Sherlock para intercambiar o darle información. El detective le ayudó hace poco
con un asunto de estado. Unos papeles sobre un proyecto en el extranjero que
ponía en compromiso a Irene, pero lo solucionaron. Ella aprovechó para darle
algunos datos curiosos de lo que había estado pasando en Londres en su ausencia
hace cuatro años. En ningún momento le mencionó lo de la nota, ya que Sherlock
nunca sacaba el tema. Ya dijo que ella no daría el primer paso, y llevaba un
año sin recibir señales de interés en su pequeño juego. La culpa era de
Sherlock y su orgullo, porque ella no cedería.
Lo demás era trabajo y apenas
salir de casa. Gracias a Kate se entretenía y relajaba de tantos clientes
suplicantes de placer. Era una joven escocesa con carácter con la que
disfrutaba pasar el tiempo libre. Había decidido empezar a inculcarle el arte
de ser una dominatrix.
La casa permanecía en el más
absoluto silencio. Era como un palacio real inhabitado. Nada de ruido, sólo
silencio, un silencio que bien podría ser fantasmagórico y aterrador si no
fuese por la iluminación de la casa. Las paredes rebosaban de luz por todos
lados; los colores pálidos, como el pastel y el amarillo impregnaban de calidez
su hogar y su lugar de trabajo.
Ese pacífico y relajante silencio
se vio interrumpido por el timbre de la calle y los tacones de Kate contra el
parquet en el piso de abajo. Apoya la cabeza en la puerta del baño y escucha.
— ¿Sí? —pregunta Kate por el
telefonillo—. U-un momento.
Oye cómo se abre la puerta de la
calle. Se pone una bata que estaba colocada en una percha del baño y sale a la
habitación. Kate entra un poco nerviosa.
—Señorita Adler, ha venido a
verle… Jim Moriarty. Dice que baje inmediatamente.
Se ciñe la bata y coge la fusta. Le
extrañaba la visita, ya que Jim llevaba un par de semanas sin hacer acto de
presencia por su casa. ‘’ ¿Qué querrá?
Estoy cansada. No me apetece estar con nadie ahora’’.
Baja las escaleras y lo encuentra
mirándola fijamente.
— ¿Cómo le va a la dominatrix más
bella del mundo? —saluda.
—Espero que mejor o igual de bien
que al asesino consultor más famoso del mundo —contesta, pasando por su lado y
dirigiéndose al salón—. ¿Qué haces aquí?
— ¿No me ofreces ni una taza de
té? No eres una anfitriona muy atenta y amable.
— ¿Cuándo he sido yo atenta y
amable? —hace un gesto con la mano para decirle a Kate que traiga una bandeja
con té. La joven vuelve a los pocos minutos y cierra detrás de ella las puertas
del salón, dejándolos a solas—. Hoy no estoy de humor, Jim. Repito: ¿Qué haces
aquí?
Jim coge su taza de té y bebe
despacio, mirando cada rincón del salón. Tarda un rato en contestar,
desesperando a Irene, que resopla y se cruza de piernas mientras agita la fusta
al aire.
— ¿Has cambiado la decoración de
la casa? Hace mucho que no vengo y veo algunas cosas cambiadas —señala un
cuadro a la derecha de Irene—. Eso por ejemplo no estaba antes ahí. ¿Es un
Luchian?
Se estaba yendo por las ramas, y
eso no era buena señal.
— Jim, querido, no estoy para
juegos. ¿Podemos dejar aparte las preguntas?
—Acabas de formular una.
Irene suspira y mira hacia otro
lado. Había cancelado su cita de la tarde porque estaba cansada, y la visita de
Jim era inesperada e innecesaria. Quería saber por qué estaba ahí cuanto antes
para poder descansar y relajarse.
—Tu impaciencia acabará un día
contigo, Irene —dice Jim mientras se impulsa hacia arriba y empieza a pasear
por la estancia—. Quería mantener una última agradable y amistosa conversación
antes de torcer nuestra relación a una posición nada favorable para ti.
Irene traga saliva y ríe.
— ¿Se puede saber qué he hecho?
Jim se para un momento para
dedicarle una sarcástica y fría sonrisa antes de seguir su paseo.
—Que estés deseosa de apoderarte
de la triste virginidad de Sherlock Holmes no te da derecho a ir contándole
secretitos sobre mí.
—Me pareció un detalle de lo más
inofensivo —dice intentando justificarse—. Fue un simple comentario.
—Utiliza esa cabecita tuya —dice,
acercándose a ella—. No pienses en que fue un comentario de nada. Piensa en lo
que significa para mí.
Irene agarra fuerte la fusta. ‘’No tenía que haberle dicho nada. Esto iba
a pasar si lo hacía’’.
—No sé lo que quieres decir —contesta
ella con voz temblorosa.
—Me aburres, Irene —se acerca a
ella hasta tenerla a unos centímetros. Sonríe—. Nadie revela datos que yo le
doy, ni por insignificantes que puedan ser. ¡Nadie! —grita y cambia la
expresión de su cara.
Irene se sobresalta al oírle
gritar tan cerca de ella. Eleva la fusta en un intento de defenderse, pero Jim
la sujeta de la muñeca y aprieta, haciendo que gimiese de dolor y soltase la
fusta. El criminal asesor aprisiona su otra muñeca de la misma forma y la
atrapa por completo. La Mujer nota cómo aprieta cada vez más. Grita mientras
cede y cae de rodillas al suelo. Jim sigue teniéndola sujeta por ambas muñecas,
retorciéndolas y apretando, impidiendo la circulación de la sangre. Irene puede
notarlas palpitar cada vez más rápido.
— ¡Pensaba que teníamos un trato,
un pacto de confidencialidad! Tú me hiciste creer que podía confiar en ti. ¿Así
me pagas que te haya prestado mi confianza? —se inclina hacia ella sin dejar de
apretarle—. Nadie se burla de mí. Pero sobre todo… ¡nadie me traiciona! Yo soy
quien te tiene sometida, Irene. Yo soy tu amo, y tú eres quien acata las
órdenes y calla. Pero no has sabido hacerlo, y quien me traiciona merece un
severo castigo. Ese inofensivo comentario lo vas a pagar muy caro.
Irene intenta mantenerse seria y
desafiante, pero gime de dolor y empieza sollozar. Ve que en el bolsillo interior
de la chaqueta de Jim hay un cuchillo.
— ¡No! ¡Déjame! ¡SUÉLTAME! —intenta
zafarse sin resultado alguno. Se levanta y tira hacia atrás, desesperada.
— ¿Cómo? —de pronto la suelta y
hace que caiga bruscamente al suelo. Saca el cuchillo y acaricia levemente el
filo—. ¿Irene Adler suplicando? Querida, no es propio de ti. Vas a tener que
recordar quién controla el patio de recreo. Dime, ¿qué prefieres? Ah, espera…
Es verdad. Soy yo aquí quien toma las decisiones. Tienes unos omóplatos
delineados, finos y preciosos… —le da vuelta al cuchillo y se acerca a ella muy
lenta y sombríamente—. Sería una pena no aprovechar un lienzo tan ideal.
Irene gatea, intentando alejarse
de él. Jim va detrás de ella y la coge por los brazos, tirándola una vez más al
suelo. Irene se levanta en intenta salir del salón, pero la coge del pelo y la
tira en el sofá, haciendo que grite fuerte.
— ¡CÁLLATE! —Moriarty grita tan
fuerte y de manera tan intimidante que Irene se queda paralizada mirándole
aterrorizada. Piensa en cómo antes le había dicho a su cliente que nadie la
mandaba parar y en lo superflua que parecía ahora esa frase porque era incapaz
de hacer nada por detenerlo. Jim le da la vuelta bruscamente en el sofá,
sentándose en su espalda y sujetándole los brazos con una mano, mientras que
con la otra le desgarra la bata con el cuchillo y se dispone a hundirlo en su
piel, ignorando los sollozos de La Mujer—. ‘’Estoy a merced de James Moriarty’’.
¿Te gusta? —Irene se revuelve en el sofá
con la respiración entrecortada, sollozando contra el cojín que le tapaba la
boca—. Lo tomaré como un sí.
Antes de que el frío filo del cuchillo
llegara a tocar la piel de Irene, la puerta del salón se abre de par en par y
aparece Kate con una pistola, apuntando a Jim.
—Yo que tú dejaría ese cuchillo
en el suelo si no quieres recibir un balazo entre ceja y ceja.
Jim le da la vuelta al cuchillo,
poniendo el filo hacia arriba y mirando a la joven, desafiante.
—No creo que quieras limpiar
luego todo el estropicio de mis sesos esparcidos por la alfombra.
—Ponme a prueba.
Jim suelta una pequeña carcajada.
Se levanta del sofá, soltando a Irene, que cae al suelo y se aleja unos de
metros de él hasta llegar a la pared, tapándose la cara con las manos. Jim se
cierra la chaqueta y se acerca a ella, poniéndose de rodillas.
—No creas que te has librado de
mí. Me perteneces, Irene. No lo olvides. Dejarás de trabajar para mí cuando yo
lo permita, seguirás dándome información cuando la requiera, y vendré cuando me
plazca, y como vuelvas a cagarla… —se lleva un dedo al cuello, simulando que es
un cuchillo rasgando la piel. La mira por última vez y observa sus ojos llenos
de lágrimas y bañados en terror y sus muñecas rojas antes de incorporarse y
pasar al lado de Kate—. Espero que le infundas un poco de tu coraje a esa
gatita indefensa. Ciao.
Sale de la casa. Irene se mira
las muñecas; las tenía enrojecidas y todavía con la marca de sus dedos en ella.
Había clavado un poco las uñas salvajemente y sangraba, pero no mucho. Le
temblaba todo el cuerpo. La había atrapado y no había podido defenderse, aunque
cree que haberlo hecho habría sido peor. Sólo había visto atisbo de la furia de
Jim. ‘’ ¿Ahora qué hago…? —piensa,
intentando controlar sus temblores en vano—.
¿Qué hago…?’’.
Kate corre hacia ella y le sujeta
la cara con las manos. Irene sólo es capaz de susurrarle un ‘’Gracias’’ entre
sollozos.
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