jueves, 16 de mayo de 2013

At his mercy (Irene, 5)

— ¡Basta! ¡Para! —suplica a gritos el hombre, atado de pies y manos en la cama.

Irene chasquea un par de veces la lengua.

—Ah, ah, ah —mete la parte delantera de la fusta en su boca—. Cariño, a mí nadie me manda parar.

El sonido de la fusta chocando con la carne desnuda e irritada  y los gritos desesperados del cliente envolvió toda la casa de Irene durante una hora más. Mientras le desataba y le tiraba a la cara la ropa, se acercó a él y le cogió con fuerza la barbilla.

—Si no eres capaz de aguantar mi ritmo, no hagas que pierda mi valioso tiempo.

El hombre salió furtivo de allí, dejando a Irene sola en la habitación. Cuando oyó la puerta de la calle, se sienta en el borde de la cama. Kate pasa al rato a la habitación.

—Cancela la cita de esta tarde y que esa niña llorona no vuelva a molestarse en venir por aquí —le ordena La Mujer.

La chica obedece rápidamente.

Últimamente la vida de Irene era un poco monótona. Lo más excitante que hacía era ver muy de vez en cuando a Sherlock para intercambiar o darle información. El detective le ayudó hace poco con un asunto de estado. Unos papeles sobre un proyecto en el extranjero que ponía en compromiso a Irene, pero lo solucionaron. Ella aprovechó para darle algunos datos curiosos de lo que había estado pasando en Londres en su ausencia hace cuatro años. En ningún momento le mencionó lo de la nota, ya que Sherlock nunca sacaba el tema. Ya dijo que ella no daría el primer paso, y llevaba un año sin recibir señales de interés en su pequeño juego. La culpa era de Sherlock y su orgullo, porque ella no cedería.

Lo demás era trabajo y apenas salir de casa. Gracias a Kate se entretenía y relajaba de tantos clientes suplicantes de placer. Era una joven escocesa con carácter con la que disfrutaba pasar el tiempo libre. Había decidido empezar a inculcarle el arte de ser una dominatrix.

La casa permanecía en el más absoluto silencio. Era como un palacio real inhabitado. Nada de ruido, sólo silencio, un silencio que bien podría ser fantasmagórico y aterrador si no fuese por la iluminación de la casa. Las paredes rebosaban de luz por todos lados; los colores pálidos, como el pastel y el amarillo impregnaban de calidez su hogar y su lugar de trabajo.

Ese pacífico y relajante silencio se vio interrumpido por el timbre de la calle y los tacones de Kate contra el parquet en el piso de abajo. Apoya la cabeza en la puerta del baño y escucha.

— ¿Sí? —pregunta Kate por el telefonillo—. U-un momento.

Oye cómo se abre la puerta de la calle. Se pone una bata que estaba colocada en una percha del baño y sale a la habitación. Kate entra un poco nerviosa.

—Señorita Adler, ha venido a verle… Jim Moriarty. Dice que baje inmediatamente.

Se ciñe la bata y coge la fusta. Le extrañaba la visita, ya que Jim llevaba un par de semanas sin hacer acto de presencia por su casa. ‘’ ¿Qué querrá? Estoy cansada. No me apetece estar con nadie ahora’’.

Baja las escaleras y lo encuentra mirándola fijamente.

— ¿Cómo le va a la dominatrix más bella del mundo? —saluda.

—Espero que mejor o igual de bien que al asesino consultor más famoso del mundo —contesta, pasando por su lado y dirigiéndose al salón—. ¿Qué haces aquí?

— ¿No me ofreces ni una taza de té? No eres una anfitriona muy atenta y amable.

— ¿Cuándo he sido yo atenta y amable? —hace un gesto con la mano para decirle a Kate que traiga una bandeja con té. La joven vuelve a los pocos minutos y cierra detrás de ella las puertas del salón, dejándolos a solas—. Hoy no estoy de humor, Jim. Repito: ¿Qué haces aquí?

Jim coge su taza de té y bebe despacio, mirando cada rincón del salón. Tarda un rato en contestar, desesperando a Irene, que resopla y se cruza de piernas mientras agita la fusta al aire.

— ¿Has cambiado la decoración de la casa? Hace mucho que no vengo y veo algunas cosas cambiadas —señala un cuadro a la derecha de Irene—. Eso por ejemplo no estaba antes ahí. ¿Es un Luchian?

Se estaba yendo por las ramas, y eso no era buena señal.

— Jim, querido, no estoy para juegos. ¿Podemos dejar aparte las preguntas?

—Acabas de formular una.

Irene suspira y mira hacia otro lado. Había cancelado su cita de la tarde porque estaba cansada, y la visita de Jim era inesperada e innecesaria. Quería saber por qué estaba ahí cuanto antes para poder descansar y relajarse.

—Tu impaciencia acabará un día contigo, Irene —dice Jim mientras se impulsa hacia arriba y empieza a pasear por la estancia—. Quería mantener una última agradable y amistosa conversación antes de torcer nuestra relación a una posición nada favorable para ti.

Irene traga saliva y ríe.

— ¿Se puede saber qué he hecho?

Jim se para un momento para dedicarle una sarcástica y fría sonrisa antes de seguir su paseo.

—Que estés deseosa de apoderarte de la triste virginidad de Sherlock Holmes no te da derecho a ir contándole secretitos sobre mí.

La Mujer abre mucho los ojos y se levanta, uniéndose al paseo. ‘’Sherlock, idiota’’.

—Me pareció un detalle de lo más inofensivo —dice intentando justificarse—. Fue un simple comentario.

—Utiliza esa cabecita tuya —dice, acercándose a ella—. No pienses en que fue un comentario de nada. Piensa en lo que significa para mí.

Irene agarra fuerte la fusta. ‘’No tenía que haberle dicho nada. Esto iba a pasar si lo hacía’’.

—No sé lo que quieres decir —contesta ella con voz temblorosa.

—Me aburres, Irene —se acerca a ella hasta tenerla a unos centímetros. Sonríe—. Nadie revela datos que yo le doy, ni por insignificantes que puedan ser. ¡Nadie! —grita y cambia la expresión de su cara.

Irene se sobresalta al oírle gritar tan cerca de ella. Eleva la fusta en un intento de defenderse, pero Jim la sujeta de la muñeca y aprieta, haciendo que gimiese de dolor y soltase la fusta. El criminal asesor aprisiona su otra muñeca de la misma forma y la atrapa por completo. La Mujer nota cómo aprieta cada vez más. Grita mientras cede y cae de rodillas al suelo. Jim sigue teniéndola sujeta por ambas muñecas, retorciéndolas y apretando, impidiendo la circulación de la sangre. Irene puede notarlas palpitar cada vez más rápido.

— ¡Pensaba que teníamos un trato, un pacto de confidencialidad! Tú me hiciste creer que podía confiar en ti. ¿Así me pagas que te haya prestado mi confianza? —se inclina hacia ella sin dejar de apretarle—. Nadie se burla de mí. Pero sobre todo… ¡nadie me traiciona! Yo soy quien te tiene sometida, Irene. Yo soy tu amo, y tú eres quien acata las órdenes y calla. Pero no has sabido hacerlo, y quien me traiciona merece un severo castigo. Ese inofensivo comentario lo vas a pagar muy caro.

Irene intenta mantenerse seria y desafiante, pero gime de dolor y empieza sollozar. Ve que en el bolsillo interior de la chaqueta de Jim hay un cuchillo.

— ¡No! ¡Déjame! ¡SUÉLTAME! —intenta zafarse sin resultado alguno. Se levanta y tira hacia atrás, desesperada.

— ¿Cómo? —de pronto la suelta y hace que caiga bruscamente al suelo. Saca el cuchillo y acaricia levemente el filo—. ¿Irene Adler suplicando? Querida, no es propio de ti. Vas a tener que recordar quién controla el patio de recreo. Dime, ¿qué prefieres? Ah, espera… Es verdad. Soy yo aquí quien toma las decisiones. Tienes unos omóplatos delineados, finos y preciosos… —le da vuelta al cuchillo y se acerca a ella muy lenta y sombríamente—. Sería una pena no aprovechar un lienzo tan ideal.

Irene gatea, intentando alejarse de él. Jim va detrás de ella y la coge por los brazos, tirándola una vez más al suelo. Irene se levanta en intenta salir del salón, pero la coge del pelo y la tira en el sofá, haciendo que grite fuerte.

— ¡CÁLLATE! —Moriarty grita tan fuerte y de manera tan intimidante que Irene se queda paralizada mirándole aterrorizada. Piensa en cómo antes le había dicho a su cliente que nadie la mandaba parar y en lo superflua que parecía ahora esa frase porque era incapaz de hacer nada por detenerlo. Jim le da la vuelta bruscamente en el sofá, sentándose en su espalda y sujetándole los brazos con una mano, mientras que con la otra le desgarra la bata con el cuchillo y se dispone a hundirlo en su piel, ignorando los sollozos de La Mujer—. ‘’Estoy a merced de James Moriarty’’.  ¿Te gusta? —Irene se revuelve en el sofá con la respiración entrecortada, sollozando contra el cojín que le tapaba la boca—. Lo tomaré como un sí.

Antes de que el frío filo del cuchillo llegara a tocar la piel de Irene, la puerta del salón se abre de par en par y aparece Kate con una pistola, apuntando a Jim.

—Yo que tú dejaría ese cuchillo en el suelo si no quieres recibir un balazo entre ceja y ceja.

Jim le da la vuelta al cuchillo, poniendo el filo hacia arriba y mirando a la joven, desafiante.

—No creo que quieras limpiar luego todo el estropicio de mis sesos esparcidos por la alfombra.

—Ponme a prueba.

Jim suelta una pequeña carcajada. Se levanta del sofá, soltando a Irene, que cae al suelo y se aleja unos de metros de él hasta llegar a la pared, tapándose la cara con las manos. Jim se cierra la chaqueta y se acerca a ella, poniéndose de rodillas.

—No creas que te has librado de mí. Me perteneces, Irene. No lo olvides. Dejarás de trabajar para mí cuando yo lo permita, seguirás dándome información cuando la requiera, y vendré cuando me plazca, y como vuelvas a cagarla… —se lleva un dedo al cuello, simulando que es un cuchillo rasgando la piel. La mira por última vez y observa sus ojos llenos de lágrimas y bañados en terror y sus muñecas rojas antes de incorporarse y pasar al lado de Kate—. Espero que le infundas un poco de tu coraje a esa gatita indefensa. Ciao.

Sale de la casa. Irene se mira las muñecas; las tenía enrojecidas y todavía con la marca de sus dedos en ella. Había clavado un poco las uñas salvajemente y sangraba, pero no mucho. Le temblaba todo el cuerpo. La había atrapado y no había podido defenderse, aunque cree que haberlo hecho habría sido peor. Sólo había visto atisbo de la furia de Jim. ‘’ ¿Ahora qué hago…? —piensa, intentando controlar sus temblores en vano—. ¿Qué hago…?’’.

Kate corre hacia ella y le sujeta la cara con las manos. Irene sólo es capaz de susurrarle un ‘’Gracias’’ entre sollozos.

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