viernes, 10 de mayo de 2013

The game is on, dearie (Jim, 4)

—Estoy impresionado, sí —anda despacio, saliendo de la gruta y aplaudiendo lentamente—, pero impresionado por tu tardanza. Con los años te has convertido en una tortuga lenta y aburrida —utiliza un tono burlón—. ¿Cuánto ha sido? ¿Dos semanas? ¿Tres? Detective asesor tonto.

—Qué emoción que lo hayas estado contando —contesta Sherlock con media sonrisa falsa en su rostro.

El reencuentro entre Sherlock Holmes y Jim Moriarty, después de ya 4 años. Jim tenía ganas de jugar después de tanto tiempo, así que un pequeño trabalenguas como precalentamiento no estaría mal.

— ¿A que sí? —le devuelve la sonrisa. Mira a John un segundo—. ¿Crees que me intimidas con esa mirada tan profunda de odio? Siento decepcionarte, Johnny boy.

—Seguro que luego llorarías como una niña pequeña cuando te rompa la cara.

—Oh, qué duro. La mascota defendiendo a su amo, lanzándose a morder al agresor. Me encanta. Es tan tierno.

—Él no es mi mascota —interviene tajante Sherlock. John gira la cabeza y mira un segundo a su compañero, pero vuelve a centrarse en Jim cuando el detective sonríe maliciosamente al criminal asesor—. ¿Qué tal por Cardiff?

Jim borra durante un segundo la sonrisa de su cara. ‘’Irene se ha ido de la lengua. Lo que sea por intentar metérselo en su cama’’. No le sorprendía nada que la Dominatrix volviese a la carga con el detective. Nadie iba a poner en ridículo a Jim Moriarty.

—Unas largas y fructíferas vacaciones, para qué mentirte. Tú te fuiste más lejos, ¿verdad? Nueva York.

— ¿Qué quieres?

Jim pone los ojos en blanco.

— ¿Es que no sabes leer, Sherly? Jugar. Quiero jugar. Venga, diviérteme.

John mira a Sherlock. Le pide con ojos suplicantes que no acepte, mas Jim sabía que Sherlock no puede dejar de lado el trabajo y aceptaría el reto. Era Moriarty, su archienemigo. Si no jugaba por voluntad propia, él le obligaría a hacerlo, y sus métodos de persuasión no suelen ser agradables.

Jim nota a Sherlock bastante firme. Siempre le había atraído su presencia hacia los demás. Frío, distante, recto e imponente; todo un genio. Pero él le superaba y siempre lo haría. Nunca llegaría hasta él.

—Quiero una respuesta, Sherlock, y la quiero ya.

El detective vuelve a mirarlo, serio e inexpresivo.

— ¿En qué consiste tu juego?

— ¿Por qué has venido hoy aquí?

—Por Jackson Williams. ¿Dónde está?

—Lo tienes delante de ti —se echa a un lado y extiende los brazos, invitándole a acercarse a ver la entrada de la gruta.

Sherlock y John no se habían movido de su sitio. Caminan lentamente sin quitarle el ojo de encima a Jim, que les dedicaba una satisfactoria sonrisa.

Echaba de menos a alguien que valiese la pena con quien jugar. Siempre ponía a Sherlock por debajo de su intelecto, por supuesto. Nadie podía ser más majestuoso e inteligente como James Moriarty, pero Sherlock Holmes se acercaba a lo que denominaba como ‘’un digno rival’’. Jackson Williams sólo era el entrante. Los siguientes platos estaban por llegar.

John alumbra la entrada de la gruta con una linterna que saca del abrigo. Una pequeña montaña de huesos, aún con escasos tejidos corporales que teñían de rojo los blancos huesos, coronada con un cráneo arriba del todo y unas manchas de sangre alrededor les daba la bienvenida.

—Os presento a Jackson Williams. Ya, lo sé. Tiene un aspecto de lo menos deseable. Menos mal que uso cremas y protección.

—La descomposición no está completa del todo... —susurra Sherlock, agachándose delante del montículo—. Suele ser más lenta, pero al haber estado expuesta al aire libre, tres meses son suficientes para que el proceso se acelere.

—Dios… —John sujetaba firmemente la linterna y aprieta la mano que tiene libre. Jim nota cómo los tendones de la mano del doctor se tensan, acumulando rabia. Sabe que le hubiera gustado pegarle, pero también sabe que John piensa que perder el control era lo peor que podría hacer.

—Bueno, bueno, bueno. Creo que ya habéis observado bastante —Jim se pone delante de ellos, con sólo la montaña con los restos de Jackson en medio separándolos—. ¿Algo más que añadir?

— ¿Alguna razón para acabar con la vida de un joven estudiante? —contesta John, serio.

Jim simula burlón un bostezo.

—Tú y tus sentimientos sacados de un cuento de hadas. Me estorbaba. Eso es todo.

—El juego es averiguar por qué —Sherlock se aleja unos metros de la gruta junto a John, sin darle la espalda a Jim—.

—El juego ha comenzado, encanto —se agacha para coger el cráneo, y empieza a lanzarlo al aire mientras sale de la gruta y silba. Pasa por al lado del detective—. Te toca mover.

Se aleja silbando y jugando con el cráneo entre sus manos. En un punto oscuro del camino, ya lejos del detective y el doctor, lo tira al suelo y le da varios pisotones, haciéndolo añicos y esparciéndolo por el camino. Luego se sacude los zapatos un poco y sigue caminando.

‘’Esto va a ser divertido’’. Coge el móvil y manda un mensaje.

—Tengo trabajo para ti y Erik. Venid a casa –JM.

Ya mandado, empieza a escribir otro.

—Eli y Erik van para casa. Si no estás, termina rápido lo que estés haciendo y ve –JM.

Se mete en un coche que le estaba esperando a la salida del parque y se dirige a su casa. Allí se encuentra con que Seb ya había terminado su último trabajo hacía media hora y estaba esperándole cuando le mandó el mensaje, y Elisabeth y Erik habían llegado unos quince minutos antes que él.

—Vosotros dos os vais a ir pronto —dice entrando en el salón—. Quería saber cómo van los entrenamientos y adelantaros que tendréis noticias de un trabajito. No sé cuándo, pero las tendréis.

—Los entrenamientos van bien —responde Eli—. Poco a poco nos vamos entendiendo mejor, aunque este sea un borde conmigo a veces —dice señalando con la cabeza a Erik, que estaba al lado suyo.

El mago niega con la cabeza fingiendo indignación, pero se reserva sus comentarios para cuando volvieran a casa y pudieran pelare tranquilamente, aunque fuera a veces en broma.

A todo esto, Seb estaba apoyado en la pared dando largas caladas a su cigarrillo, mirando con atención al resto de los presentes. Tenía a su alrededor una no muy espesa neblina de humo. Jim se distrae un momento de su conversación con Eli y Erik cuando estos, por muchos esfuerzos puestos por parte de Erik para no abrir la boca y lanzarle alguna jocosa puya a Eli, empezaron a discutir.

Mira a su compañero, ese francotirador de pelo rubio cenizo y cicatriz en la cara con el que dormía por las noches porque era mejor remedio que los somníferos y las pastillas. Esa rutina, una vez se hubo acostumbrado y no le parecía del todo extraña, se acabó durante unas semanas cuando, embriagados por el lujurioso sabor del whisky, se emborracharon y amanecieron al día siguiente sin ropa y en la misma cama. No quería verlo. No podía creerse lo que habían hecho, aunque en el fondo no podía negar tampoco que en cierto sentido le había gustado. Era sexo, a fin de cuentas. ‘’Pero tenía que ser él’’, pensaba. Era su empleado, a la vez que su compañero desde hacía años, pero no podía permitirse eso. Volvió a dormir solo, o a no dormir, mejor dicho. Noches en vela tuvo que sufrir, luciendo todas las mañanas unas enormes ojeras. Una vez calmado y con menos ganas de darle una paliza a Seb por lo que pasó, decidió traerlo de vuelta. Lo necesitaba. ‘’No quería llegar a esto, a necesitar a alguien así. Es una debilidad, pero no va a ir a más. Es cuestión de salud, o lo que sea’’.

Deja de mirar a Seb rápidamente cuando se da cuenta de que el rubio nota que le observa y vuelve a la ridícula discusión entre Eli y Erik. ‘’Espero que Erik no le haya tocado ni un pelo. Fui bastante claro cuando se lo dije. Eli no es todavía tan buena actriz aún como para que esto sea teatro’’.

—Eh, ya basta. No habéis venido aquí para molestarme con vuestras peleas. Para eso os vais a casa. Venga. Y ya os hablaré de ese trabajo, aunque es pronto. Centraos en los entrenamientos —ve a Erik salir al pasillo, pero mantiene la mirada puesta en Eli para que se quedara un segundo. Se levanta y se pone enfrente de ella—. ¿Todo bien?

—Perfecto. ¿Por qué?

—El… baile, ¿bien? ¿Cuándo son las pruebas?

A Eli le sorprende que muestre aunque sea una pizca de interés por el ballet.

—Genial… genial. Para las pruebas todavía queda un poco, aunque entre medias tenemos alguna audición y pequeños exámenes para ir centrándonos. Pero no te preocupes. No dejo los entrenamientos, y menos con ese zopenco presuntuoso.

Ve que la chica esboza una pequeña y nerviosa sonrisa y frunce el ceño, pero no le da importancia.

—Vale. Ya podéis iros.

Observa a ambos pasar el umbral de la puerta y desaparecer. Suspira. Unos leves toques de teclado en el móvil que hace Seb le llaman la atención.

— ¿Qué haces? —le pregunta yendo hacia él.

— ¿Qué? Nada. Contestar a unos mensajes.

— ¿Desde cuándo mandas tú mensajes a alguien que no sea a mí?

— ¿Acaso eso importa? —pregunta Seb, confundido mientras le da otra calada al cigarrillo.

Hace un amago por guardar el móvil, pero Jim lo intercepta antes.

— ¿Marion? Por favor, Seb. No me digas que estás tonteando con algún ligue de una noche.

Seb no contesta. Suspira y extiende la mano para que le devolviera el móvil. Jim resopla con fuerza y lo tira encima de la mesa.

—Te veo esta noche —le dice saliendo del salón y encerrándose en su despacho.

Algo dentro de él crece, agitando su cuerpo. Tenía ganas de averiguar quién era esa furcia y ponerle una bomba, hacerla pedazos. Quería encerrarla en una habitación oscura, agobiante, exasperante, terrorífica, que se descompusiera lenta y dolorosamente cada parte de su cuerpo, que se consumiera. Quería le tuviera miedo, pavor, que despareciera del mapa y por consiguiente de la vida de Seb. Quería retener a Sebastian en su casa y no dejarle salir, no separarse de él. ‘’ ¿Son… celos? ¿¡Celos!?’’.

—Es una debilidad. Los celos, los sentimientos, la retención, el apego, el amor. No es posible —da vueltas por la estancia, hablando bajito para sí mismo, muy despacio, para memorizar cada palabra que es una amenaza para él—. Me hacen débil. Los sentimientos y las emociones fueron lo que acabaron con Holmes. Yo gané. Pude pegarme un tiro en la cabeza sin importarme nada ni nadie, y él se tiró al vacío para proteger a los suyos. No pienso hacer eso.

El corazón se le hinchaba, aprisionándose entre los barrotes formados por las costillas y ainsiando la libertad. No. Lo que su corazón quería era agitar fuerte a Sebastian y hacerlo suyo de nuevo, esta vez siendo consciente de ello. Era suyo.

Sale del despacho despacio y busca a Seb en el salón, pero ya no estaba ahí. Se dirige a la cocina. Seb estaba de espaldas, haciéndose algún aperitivo o algo.

—Eh —Jim se acerca deprisa a él. Sebastian se gira y es sorprendido por el asalto de Jim, que lo besa y lo empuja con fuerza hacia atrás, dándose el francotirador en los riñones con el borde de la encimera.

Lo mantiene así un rato, sin interrumpir el beso, hasta que Seb tiene que parar y respirar, situarse.

— ¿¡Qué haces!? —le pregunta agitado.

—Cállate —vuelve a besarlo y a empujarlo hacia atrás, soltando un gemido grave. Seb gime también dentro del beso y pone resistencia en un principio, pero pronto sus intentos de interrumpirle otra vez y obtener respuestas se esfuman, se desvanecen dentro del beso y lo corresponde con fuerza, agarrando a Jim de la cintura.

‘’Me da igual. Sólo yo voy a tenerlo’’.

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