—Estoy impresionado, sí —anda
despacio, saliendo de la gruta y aplaudiendo lentamente—, pero impresionado por
tu tardanza. Con los años te has convertido en una tortuga lenta y aburrida —utiliza
un tono burlón—. ¿Cuánto ha sido? ¿Dos semanas? ¿Tres? Detective asesor tonto.
—Qué emoción que lo hayas estado
contando —contesta Sherlock con media sonrisa falsa en su rostro.
El reencuentro entre Sherlock
Holmes y Jim Moriarty, después de ya 4 años. Jim tenía ganas de jugar después
de tanto tiempo, así que un pequeño trabalenguas como precalentamiento no
estaría mal.
— ¿A que sí? —le devuelve la
sonrisa. Mira a John un segundo—. ¿Crees que me intimidas con esa mirada tan
profunda de odio? Siento decepcionarte, Johnny boy.
—Seguro que luego llorarías como
una niña pequeña cuando te rompa la cara.
—Oh, qué duro. La mascota
defendiendo a su amo, lanzándose a morder al agresor. Me encanta. Es tan
tierno.
—Él no es mi mascota —interviene
tajante Sherlock. John gira la cabeza y mira un segundo a su compañero, pero
vuelve a centrarse en Jim cuando el detective sonríe maliciosamente al criminal
asesor—. ¿Qué tal por Cardiff?
Jim borra durante un segundo la
sonrisa de su cara. ‘’Irene se ha ido de
la lengua. Lo que sea por intentar metérselo en su cama’’. No le sorprendía
nada que la Dominatrix
volviese a la carga con el detective. Nadie iba a poner en ridículo a Jim
Moriarty.
—Unas largas y fructíferas
vacaciones, para qué mentirte. Tú te fuiste más lejos, ¿verdad? Nueva York.
— ¿Qué quieres?
Jim pone los ojos en blanco.
— ¿Es que no sabes leer, Sherly?
Jugar. Quiero jugar. Venga, diviérteme.
John mira a Sherlock. Le pide con
ojos suplicantes que no acepte, mas Jim sabía que Sherlock no puede dejar de
lado el trabajo y aceptaría el reto. Era Moriarty, su archienemigo. Si no
jugaba por voluntad propia, él le obligaría a hacerlo, y sus métodos de
persuasión no suelen ser agradables.
Jim nota a Sherlock bastante
firme. Siempre le había atraído su presencia hacia los demás. Frío, distante, recto
e imponente; todo un genio. Pero él le superaba y siempre lo haría. Nunca
llegaría hasta él.
—Quiero una respuesta, Sherlock,
y la quiero ya.
El detective vuelve a mirarlo,
serio e inexpresivo.
— ¿En qué consiste tu juego?
— ¿Por qué has venido hoy aquí?
—Por Jackson Williams. ¿Dónde
está?
—Lo tienes delante de ti —se echa
a un lado y extiende los brazos, invitándole a acercarse a ver la entrada de la
gruta.
Sherlock y John no se habían
movido de su sitio. Caminan lentamente sin quitarle el ojo de encima a Jim, que
les dedicaba una satisfactoria sonrisa.
Echaba de menos a alguien que
valiese la pena con quien jugar. Siempre ponía a Sherlock por debajo de su
intelecto, por supuesto. Nadie podía ser más majestuoso e inteligente como
James Moriarty, pero Sherlock Holmes se acercaba a lo que denominaba como ‘’un
digno rival’’. Jackson Williams sólo era el entrante. Los siguientes platos
estaban por llegar.
John alumbra la entrada de la
gruta con una linterna que saca del abrigo. Una pequeña montaña de huesos, aún
con escasos tejidos corporales que teñían de rojo los blancos huesos, coronada
con un cráneo arriba del todo y unas manchas de sangre alrededor les daba la
bienvenida.
—Os presento a Jackson Williams.
Ya, lo sé. Tiene un aspecto de lo menos deseable. Menos mal que uso cremas y
protección.
—La descomposición no está
completa del todo... —susurra Sherlock, agachándose delante del montículo—.
Suele ser más lenta, pero al haber estado expuesta al aire libre, tres meses
son suficientes para que el proceso se acelere.
—Dios… —John sujetaba firmemente
la linterna y aprieta la mano que tiene libre. Jim nota cómo los tendones de la
mano del doctor se tensan, acumulando rabia. Sabe que le hubiera gustado pegarle,
pero también sabe que John piensa que perder el control era lo peor que podría
hacer.
—Bueno, bueno, bueno. Creo que ya
habéis observado bastante —Jim se pone delante de ellos, con sólo la montaña
con los restos de Jackson en medio separándolos—. ¿Algo más que añadir?
— ¿Alguna razón para acabar con
la vida de un joven estudiante? —contesta John, serio.
Jim simula burlón un bostezo.
—Tú y tus sentimientos sacados de
un cuento de hadas. Me estorbaba. Eso es todo.
—El juego es averiguar por qué —Sherlock
se aleja unos metros de la gruta junto a John, sin darle la espalda a Jim—.
—El juego ha comenzado, encanto —se
agacha para coger el cráneo, y empieza a lanzarlo al aire mientras sale de la
gruta y silba. Pasa por al lado del detective—. Te toca mover.
Se aleja silbando y jugando con
el cráneo entre sus manos. En un punto oscuro del camino, ya lejos del
detective y el doctor, lo tira al suelo y le da varios pisotones, haciéndolo
añicos y esparciéndolo por el camino. Luego se sacude los zapatos un poco y
sigue caminando.
‘’Esto va a ser divertido’’. Coge el móvil y manda un mensaje.
—Tengo trabajo para ti y Erik. Venid
a casa –JM.
Ya mandado, empieza a escribir
otro.
—Eli y Erik van para casa. Si no
estás, termina rápido lo que estés haciendo y ve –JM.
Se mete en un coche que le estaba
esperando a la salida del parque y se dirige a su casa. Allí se encuentra con
que Seb ya había terminado su último trabajo hacía media hora y estaba
esperándole cuando le mandó el mensaje, y Elisabeth y Erik habían llegado unos
quince minutos antes que él.
—Vosotros dos os vais a ir pronto
—dice entrando en el salón—. Quería saber cómo van los entrenamientos y
adelantaros que tendréis noticias de un trabajito. No sé cuándo, pero las
tendréis.
—Los entrenamientos van bien —responde
Eli—. Poco a poco nos vamos entendiendo mejor, aunque este sea un borde conmigo
a veces —dice señalando con la cabeza a Erik, que estaba al lado suyo.
El mago niega con la cabeza
fingiendo indignación, pero se reserva sus comentarios para cuando volvieran a
casa y pudieran pelare tranquilamente, aunque fuera a veces en broma.
A todo esto, Seb estaba apoyado
en la pared dando largas caladas a su cigarrillo, mirando con atención al resto
de los presentes. Tenía a su alrededor una no muy espesa neblina de humo. Jim
se distrae un momento de su conversación con Eli y Erik cuando estos, por
muchos esfuerzos puestos por parte de Erik para no abrir la boca y lanzarle
alguna jocosa puya a Eli, empezaron a discutir.
Mira a su compañero, ese
francotirador de pelo rubio cenizo y cicatriz en la cara con el que dormía por
las noches porque era mejor remedio que los somníferos y las pastillas. Esa
rutina, una vez se hubo acostumbrado y no le parecía del todo extraña, se acabó
durante unas semanas cuando, embriagados por el lujurioso sabor del whisky, se
emborracharon y amanecieron al día siguiente sin ropa y en la misma cama. No
quería verlo. No podía creerse lo que habían hecho, aunque en el fondo no podía
negar tampoco que en cierto sentido le había gustado. Era sexo, a fin de
cuentas. ‘’Pero tenía que ser él’’,
pensaba. Era su empleado, a la vez que su compañero desde hacía años, pero no
podía permitirse eso. Volvió a dormir solo, o a no dormir, mejor dicho. Noches
en vela tuvo que sufrir, luciendo todas las mañanas unas enormes ojeras. Una
vez calmado y con menos ganas de darle una paliza a Seb por lo que pasó,
decidió traerlo de vuelta. Lo necesitaba. ‘’No
quería llegar a esto, a necesitar a alguien así. Es una debilidad, pero no va a
ir a más. Es cuestión de salud, o lo que sea’’.
Deja de mirar a Seb rápidamente
cuando se da cuenta de que el rubio nota que le observa y vuelve a la ridícula
discusión entre Eli y Erik. ‘’Espero que
Erik no le haya tocado ni un pelo. Fui bastante claro cuando se lo dije. Eli no
es todavía tan buena actriz aún como para que esto sea teatro’’.
—Eh, ya basta. No habéis venido
aquí para molestarme con vuestras peleas. Para eso os vais a casa. Venga. Y ya
os hablaré de ese trabajo, aunque es pronto. Centraos en los entrenamientos —ve
a Erik salir al pasillo, pero mantiene la mirada puesta en Eli para que se
quedara un segundo. Se levanta y se pone enfrente de ella—. ¿Todo bien?
—Perfecto. ¿Por qué?
—El… baile, ¿bien? ¿Cuándo son
las pruebas?
A Eli le sorprende que muestre
aunque sea una pizca de interés por el ballet.
—Genial… genial. Para las pruebas
todavía queda un poco, aunque entre medias tenemos alguna audición y pequeños
exámenes para ir centrándonos. Pero no te preocupes. No dejo los
entrenamientos, y menos con ese zopenco presuntuoso.
Ve que la chica esboza una
pequeña y nerviosa sonrisa y frunce el ceño, pero no le da importancia.
—Vale. Ya podéis iros.
Observa a ambos pasar el umbral
de la puerta y desaparecer. Suspira. Unos leves toques de teclado en el móvil
que hace Seb le llaman la atención.
— ¿Qué haces? —le pregunta yendo
hacia él.
— ¿Qué? Nada. Contestar a unos
mensajes.
— ¿Desde cuándo mandas tú
mensajes a alguien que no sea a mí?
— ¿Acaso eso importa? —pregunta
Seb, confundido mientras le da otra calada al cigarrillo.
Hace un amago por guardar el
móvil, pero Jim lo intercepta antes.
— ¿Marion? Por favor, Seb. No me
digas que estás tonteando con algún ligue de una noche.
Seb no contesta. Suspira y
extiende la mano para que le devolviera el móvil. Jim resopla con fuerza y lo
tira encima de la mesa.
—Te veo esta noche —le dice
saliendo del salón y encerrándose en su despacho.
Algo dentro de él crece, agitando
su cuerpo. Tenía ganas de averiguar quién era esa furcia y ponerle una bomba,
hacerla pedazos. Quería encerrarla en una habitación oscura, agobiante,
exasperante, terrorífica, que se descompusiera lenta y dolorosamente cada parte
de su cuerpo, que se consumiera. Quería le tuviera miedo, pavor, que
despareciera del mapa y por consiguiente de la vida de Seb. Quería retener a
Sebastian en su casa y no dejarle salir, no separarse de él. ‘’ ¿Son… celos? ¿¡Celos!?’’.
—Es una debilidad. Los celos, los
sentimientos, la retención, el apego, el amor. No es posible —da vueltas por la
estancia, hablando bajito para sí mismo, muy despacio, para memorizar cada
palabra que es una amenaza para él—. Me hacen débil. Los sentimientos y las
emociones fueron lo que acabaron con Holmes. Yo gané. Pude pegarme un tiro en
la cabeza sin importarme nada ni nadie, y él se tiró al vacío para proteger a
los suyos. No pienso hacer eso.
El corazón se le hinchaba, aprisionándose
entre los barrotes formados por las costillas y ainsiando la libertad. No. Lo
que su corazón quería era agitar fuerte a Sebastian y hacerlo suyo de nuevo,
esta vez siendo consciente de ello. Era suyo.
Sale del despacho despacio y
busca a Seb en el salón, pero ya no estaba ahí. Se dirige a la cocina. Seb
estaba de espaldas, haciéndose algún aperitivo o algo.
—Eh —Jim se acerca deprisa a él.
Sebastian se gira y es sorprendido por el asalto de Jim, que lo besa y lo
empuja con fuerza hacia atrás, dándose el francotirador en los riñones con el
borde de la encimera.
Lo mantiene así un rato, sin
interrumpir el beso, hasta que Seb tiene que parar y respirar, situarse.
— ¿¡Qué haces!? —le pregunta
agitado.
—Cállate —vuelve a besarlo y a
empujarlo hacia atrás, soltando un gemido grave. Seb gime también dentro del
beso y pone resistencia en un principio, pero pronto sus intentos de
interrumpirle otra vez y obtener respuestas se esfuman, se desvanecen dentro
del beso y lo corresponde con fuerza, agarrando a Jim de la cintura.
‘’Me da igual. Sólo yo voy a tenerlo’’.
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