viernes, 24 de mayo de 2013

The only man I trust (Irene, 6)

— ¿Y no podías haberme pedido ayuda? —dice Irene, cruzándose de brazos—. Será que no hemos quedado a lo largo de este año. En cualquiera de nuestros encuentros podrías haber fingido algo de interés, porque yo nunca doy el primer paso en esta relación, querido. Y por cierto, yo siempre soy sexy —susurra, aunque su voz provocativa resuena por toda la iglesia. Un par de personas se dan la vuelta, pero no ven quién ha sido esas palabras tan fuera de lugar.

Irene había elegido la iglesia como punto de encuentro porque era de los pocos lugares en los que Jim no tenía cámaras. ¿Quién fijaría su atención en la casa de Dios? Él no.

— ¿Tenía algún fin, todo esto? —replica el detective.

—Pura diversión y entretenimiento.

—O sea, que he perdido mi valioso tiempo.

—Si así es como lo ves… No mientas, Sherlock —camina hasta el patio de bancos lentamente. Sherlock la sigue de cerca—. En el fondo estabas intrigado. Era un pasatiempo, y lo has disfrutado.
La Mujer se sienta en uno de los bancos al fondo del todo, y al momento Sherlock la acompaña.

—Culpable.

Irene seguía consternada por su encuentro con Jim el día anterior, pero cuando recibió un mensaje de uno de sus espías informándole que Sherlock había ido al cementerio y se ponía en marcha, sintió que era su obligación ir y recibirlo aunque no tuviera ganas.

Permanecen unos segundos en silencio. Irene se deleita con el rosetón de vivos colores de vidrio, donde la figura de Jesucristo, ya ascendiendo a los cielos, tenía los brazos extendidos, invitando a los creyentes a seguirle, a seguir su camino, el buen camino, la felicidad. ‘’Como si fuera tan fácil’’, piensa Irene, aunque no desprecia la belleza de la vidriera. Sherlock está sonriendo y mirándola, fascinado. Irene era la única que le daba retos no mortales para ejercitar su mente y no aburrirle, manteniendo así su disco duro caliente y activo, en continuo movimiento. Un juego de niños, sí, pero era su juego.

La verdad es que Irene estaba nerviosa por su proximidad. No estaba a gusto, no después de lo de Moriarty. Desde el violento encontronazo con el criminal, rehusaba cualquier contacto con cualquier persona. A veces le había dado un manotazo a Kate cuando esta la tocaba con delicadeza, pero enseguida agachaba la cabeza a modo de disculpa. La asistenta lo entendía y no se lo tomaba a mal.

Sherlock nota que está incómoda. Empieza a examinarla.

—Aquí no hace tanto frío como para llevar guantes… —dice mirando sus manos embotadas en unos finos y negros guantes de cuero.

— ¿Qué? —contesta, fingiendo que estaba distraída aún con el entorno e intentando no mostrar ni un ápice de nerviosismo—. Tú también los llevas puestos.

—Por lo ruborizada que estás, llevas aquí aproximadamente una hora esperándome, porque la temperatura aquí es bastante más cálida que la de fuera. O eso o estás pensando en qué hacer con mis preciosos y marcados pómulos.

Irene sonríe ante la broma, pero cuando ve que Sherlock lleva despacio una de sus manos a la suya, se aparta. Le mira con miedo, mas Sherlock fija sus ojos en ella, fríos como un témpano de hielo, unos ojos firmes, serios… de los cuales emanaba seguridad.

Vuelve a poner el brazo en su regazo y deja que Sherlock tome su mano. Con cuidado, este le quita el guante y ve unas vendas alrededor de la muñeca. Frunce el ceño y empieza a desenrollarlas. Cuando termina, entreabre la boca, sorprendido.

Habían pasado sólo un día y la inflamación aumentaba. Ahora las muñecas no estaban tan rojas, pero las marcas de las uñas de Jim persistían, y los colores rojo y morado se fundían en uno formando un brazalete carnal nada atractivo.

— ¿Qué…? ¿Qué ha pasado? —Sherlock nunca se esperaría verla herida. Irene era como una figura de porcelana que nadie osaría dañar, pero ahí estaba con sus muñecas imperfectas y magulladas.

No podía decirle que había sido Jim, por el bien de Sherlock y por el suyo propio.

—Un… cliente. Me pilló desprevenida. Intenté defenderme, pero me cogió por ambas muñecas y este es el resultado —explica mientras vuelve a vendarse—. Es un depravado. Se puso hecho una furia, no sé por qué, y no fui capaz de hacer nada. Menos mal que Kate estaba allí para ponerlo a raya antes… de que pasase algo peor —le invade un sentimiento de terror al recordar el cuchillo que casi desgarra su piel y la sonrisa de Jim disfrutando del momento y de lo que a continuación se disponía  a hacer.

—Su nombre —exige Sherlock muy serio. Irene podía notar que estaba furioso. Le sorprendía verlo así.

— ¿Qué?

—Que me digas cómo se llama.

—Samuel Harris —consigue decir con rapidez—. Es… miembro de una mafia de pacotilla, pero es duro como una roca. No sé en qué estaría pensando al mantenerlo como cliente.

Esa información era cierta. El tal Samuel era un cliente suyo, no muy habitual, pero sabía a qué se dedicaba. Siempre buscaba información y trapos sucios que los clientes no le revelarían de primera mano para estar alerta. Meterlo en la cárcel sería todo un servicio a la comunidad.

—Hablaré en Scotland Yard para que lo busquen y lo atrapen.

—Sherlock, no… no es necesario.

—Sí lo es —dice tajante—. Ese hombre cualquier día podría aparecer de nuevo por Belgravia. Dios sabe qué podría hacerte esta vez. Voy a ayudarte.

—No me gusta deber favores —replica ella sombríamente.

—No lo veas como uno, entonces. Además, te vienes a Baker. Allí no estás segura. Y en esta iglesia no te pueden acoger, a no ser que te hagas monja —bromea.

A Irene se le iluminan los ojos. No podía creer lo que oía. Sherlock estaba tendiéndole la mano, por fin, como un amigo. En ese momento, siente que es el único hombre en el que puede confiar. Ya lo hacía, pero ahora ese sentimiento había ido a más. Ve que Sherlock iba a ser un enorme apoyo y refugio para ella. Tendría cuidado, porque Jim ya sabía que mantenía cierto contacto con el detective, pero de esto no podía enterarse. Estaba feliz, e intenta contener las lágrimas y agradecérselo siendo ella misma, y no una mujer débil e indefensa.

—No creo que a John le haga mucha gracia la idea —responde, sonriendo pícaramente. Sherlock le devuelve la sonrisa.

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