— ¿Y no podías haberme pedido
ayuda? —dice Irene, cruzándose de brazos—. Será que no hemos quedado a lo largo
de este año. En cualquiera de nuestros encuentros podrías haber fingido algo de
interés, porque yo nunca doy el primer paso en esta relación, querido. Y por
cierto, yo siempre soy sexy —susurra, aunque su voz provocativa resuena por
toda la iglesia. Un par de personas se dan la vuelta, pero no ven quién ha sido
esas palabras tan fuera de lugar.
Irene había elegido la iglesia
como punto de encuentro porque era de los pocos lugares en los que Jim no tenía
cámaras. ¿Quién fijaría su atención en la casa de Dios? Él no.
— ¿Tenía algún fin, todo esto? —replica
el detective.
—Pura diversión y
entretenimiento.
—O sea, que he perdido mi valioso
tiempo.
—Si así es como lo ves… No
mientas, Sherlock —camina hasta el patio de bancos lentamente. Sherlock la
sigue de cerca—. En el fondo estabas intrigado. Era un pasatiempo, y lo has
disfrutado.
La Mujer se sienta en uno de los
bancos al fondo del todo, y al momento Sherlock la acompaña.
—Culpable.
Irene seguía consternada por su
encuentro con Jim el día anterior, pero cuando recibió un mensaje de uno de sus
espías informándole que Sherlock había ido al cementerio y se ponía en marcha,
sintió que era su obligación ir y recibirlo aunque no tuviera ganas.
Permanecen unos segundos en
silencio. Irene se deleita con el rosetón de vivos colores de vidrio, donde la
figura de Jesucristo, ya ascendiendo a los cielos, tenía los brazos extendidos,
invitando a los creyentes a seguirle, a seguir su camino, el buen camino, la
felicidad. ‘’Como si fuera tan fácil’’,
piensa Irene, aunque no desprecia la belleza de la vidriera. Sherlock está
sonriendo y mirándola, fascinado. Irene era la única que le daba retos no
mortales para ejercitar su mente y no aburrirle, manteniendo así su disco duro
caliente y activo, en continuo movimiento. Un juego de niños, sí, pero era su
juego.
La verdad es que Irene estaba
nerviosa por su proximidad. No estaba a gusto, no después de lo de Moriarty.
Desde el violento encontronazo con el criminal, rehusaba cualquier contacto con
cualquier persona. A veces le había dado un manotazo a Kate cuando esta la
tocaba con delicadeza, pero enseguida agachaba la cabeza a modo de disculpa. La
asistenta lo entendía y no se lo tomaba a mal.
Sherlock nota que está incómoda.
Empieza a examinarla.
—Aquí no hace tanto frío como
para llevar guantes… —dice mirando sus manos embotadas en unos finos y negros
guantes de cuero.
— ¿Qué? —contesta, fingiendo que
estaba distraída aún con el entorno e intentando no mostrar ni un ápice de
nerviosismo—. Tú también los llevas puestos.
—Por lo ruborizada que estás,
llevas aquí aproximadamente una hora esperándome, porque la temperatura aquí es
bastante más cálida que la de fuera. O eso o estás pensando en qué hacer con
mis preciosos y marcados pómulos.
Irene sonríe ante la broma, pero
cuando ve que Sherlock lleva despacio una de sus manos a la suya, se aparta. Le
mira con miedo, mas Sherlock fija sus ojos en ella, fríos como un témpano de hielo,
unos ojos firmes, serios… de los cuales emanaba seguridad.
Vuelve a poner el brazo en su
regazo y deja que Sherlock tome su mano. Con cuidado, este le quita el guante y
ve unas vendas alrededor de la muñeca. Frunce el ceño y empieza a
desenrollarlas. Cuando termina, entreabre la boca, sorprendido.
Habían pasado sólo un día y la
inflamación aumentaba. Ahora las muñecas no estaban tan rojas, pero las marcas
de las uñas de Jim persistían, y los colores rojo y morado se fundían en uno
formando un brazalete carnal nada atractivo.
— ¿Qué…? ¿Qué ha pasado? —Sherlock
nunca se esperaría verla herida. Irene era como una figura de porcelana que
nadie osaría dañar, pero ahí estaba con sus muñecas imperfectas y magulladas.
No podía decirle que había sido
Jim, por el bien de Sherlock y por el suyo propio.
—Un… cliente. Me pilló
desprevenida. Intenté defenderme, pero me cogió por ambas muñecas y este es el
resultado —explica mientras vuelve a vendarse—. Es un depravado. Se puso hecho
una furia, no sé por qué, y no fui capaz de hacer nada. Menos mal que Kate
estaba allí para ponerlo a raya antes… de que pasase algo peor —le invade un
sentimiento de terror al recordar el cuchillo que casi desgarra su piel y la
sonrisa de Jim disfrutando del momento y de lo que a continuación se
disponía a hacer.
—Su nombre —exige Sherlock muy
serio. Irene podía notar que estaba furioso. Le sorprendía verlo así.
— ¿Qué?
—Que me digas cómo se llama.
—Samuel Harris —consigue decir
con rapidez—. Es… miembro de una mafia de pacotilla, pero es duro como una
roca. No sé en qué estaría pensando al mantenerlo como cliente.
Esa información era cierta. El
tal Samuel era un cliente suyo, no muy habitual, pero sabía a qué se dedicaba.
Siempre buscaba información y trapos sucios que los clientes no le revelarían
de primera mano para estar alerta. Meterlo en la cárcel sería todo un servicio
a la comunidad.
—Hablaré en Scotland Yard para
que lo busquen y lo atrapen.
—Sherlock, no… no es necesario.
—Sí lo es —dice tajante—. Ese
hombre cualquier día podría aparecer de nuevo por Belgravia. Dios sabe qué
podría hacerte esta vez. Voy a ayudarte.
—No me gusta deber favores —replica
ella sombríamente.
—No lo veas como uno, entonces.
Además, te vienes a Baker. Allí no estás segura. Y en esta iglesia no te pueden
acoger, a no ser que te hagas monja —bromea.
A Irene se le iluminan los ojos.
No podía creer lo que oía. Sherlock estaba tendiéndole la mano, por fin, como
un amigo. En ese momento, siente que es el único hombre en el que puede
confiar. Ya lo hacía, pero ahora ese sentimiento había ido a más. Ve que
Sherlock iba a ser un enorme apoyo y refugio para ella. Tendría cuidado, porque
Jim ya sabía que mantenía cierto contacto con el detective, pero de esto no
podía enterarse. Estaba feliz, e intenta contener las lágrimas y agradecérselo
siendo ella misma, y no una mujer débil e indefensa.
—No creo que a John le haga mucha
gracia la idea —responde, sonriendo pícaramente. Sherlock le devuelve la
sonrisa.
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