— ¿Eriiik? ¿Estás en tu
habitación? —la voz de Elisabeth resuena por las escaleras y forma eco. No
obtiene contestación y decide emprender el camino hasta su habitación. Se asoma
un poco por el hueco de la puerta—. ¿Erik?
La habitación estaba iluminada
por la pequeña lámpara encima de la mesilla de noche. Lo que sí escucha es el
agua correr y chocar contra la mampara de la ducha del baño que estaba al lado
de su habitación. Se estaba duchando.
Curiosea por la estancia un poco. Había pasado ya bastante tiempo desde
que vivían juntos. Estaban más relajados en uno con el otro y menos distantes
desde el incidente en la casa de Jim, cosa que a Eli le encantaba, y percibía
que a él también. Aunque era ella la más feliz con la situación, pero a la vez
la más frustrada. Se había dado cuenta de que el mago le gustaba, pero no
podían estar juntos porque los sentimientos conllevan responsabilidad y es una
debilidad. Además Eli pensaba que seguro que el afecto no era mutuo.
Podían hablar libremente de cómo
les había ido el día. Eli era la que más hablaba de sus clases de baile, ya que
Erik apenas salía del piso. ‘’Podrías
salir a dar un paseo o algo’’, le decía Elisabeth, pero él casi siempre
negaba con la cabeza añadiendo: ‘’No
suelo ir a dar paseos o algo’’. Seguía gastándole bromas de vez en cuando,
o le hablaba con su tono sarcástico e irritante, pero Eli ya no se lo tomaba
tan en serio, quitando las veces que le seguía el juego.
Va hacia la cómoda y frunce el
ceño al ver el cenicero con restos de colillas.
— ¿Cuántas veces le he dicho que
no fume?
La primera vez le vio fumando en
casa corrió hacia él y le quitó el cigarrillo de los labios, tirándolo al suelo
y sonriendo triunfante en el acto. Por aquel entonces todavía se llevaban mal,
pero ahora entendía que sería un vicio difícil de quitar, y aun así desde
aquello Erik respeta su autoría; cuando quería fumar, se salía a la terraza.
Sigue inspeccionando. Va a la cómoda
y ve los cuchillos ordenados de menor a mayor y un par de pistolas en pareja
con sus silenciadores, aunque estos todavía no los habían usado. En los
entrenamientos se desenvolvía con facilidad con las armas de largo y corto alcance.
No era tan bueno como Sebastian, pero se defendía bastante bien. Era notable su
manejo de disparar con una pistola en cada mano. ‘’Está hecho todo un Nathan Drake’’, ríe al imaginándoselo saltando
por edificios o detrás de un coche disparando a los malos. Lo que más le
sorprendía era cómo lanzaba cuchillos. Si no fuera porque usaba la magia para dirigirlos
a donde quería, Eli era mucho mejor. ‘’Tramposo’’,
piensa hinchando los carrillos. Lo bueno de todo eso es que por lo menos ya
podía ver de qué era capaz, aunque sabía que escondía mucho más potencial. ‘’La magia tiene un precio’’, recuerda
que le dijo una vez.
Se desploma en la cama boca
arriba y espera mirando al techo a que él apareciera. No sabía muchas cosas
sobre él; sobre su mundo, cómo eran las cosas allí, o sobre cómo Jim y Seb le
conocieron y posteriormente le contrataron. Por eso había ido a su habitación, para
hablar.
Oye pasos que se dirigen a la estancia
y empieza a hablar, elevando la voz para que le escuchase.
—Eh, Erik. Tengo un par de cosas
que preguntarte… —se detiene al verlo entrar. Estaba con una toalla atada a la
cintura y secándose el pelo con otra más pequeña mientras cantaba por lo bajo Undisclosed desires. A Eli le encantaba
esa canción. Seguro que él la había escuchado cuando se la ponía a todo volumen
en su cuarto. Erik todavía no se había percatado de que ella estaba allí, y Eli
seguía embobada mirándolo. La luz de la habitación era poco nítida y estaban casi
a oscuras, pero de algo podía fijarse. Sabía que era fuerte y con buena
complexión corporal, pero ahora al ver sus brazos y sus abdominales se queda
pasmada. Nota que él gira por fin la cabeza y Eli reacciona rápido, boca arriba
en la cama, fingiendo que había estado así todo el rato.
—Siempre estás haciendo preguntas
—contesta Erik mientras se adentra en el pequeño lavabo del cuarto y se cambia
con rapidez. Sale de nuevo y se tumba a su lado, mirando también el techo—. A
ver, dime.
Cosas como estar tan cerca el uno
del otro ya eran normales, aunque ahora Eli estaba incómoda y un poco roja,
pero se lleva un momento las manos a la cara y luego se manosea el pelo para
disimularlo.
—Lle-llevamos ya… ¿cuánto? ¿Seis
meses viviendo juntos? Y no sé apenas
nada de ti. Sólo que eres mago y haces trampas al tirar los cuchillos —se ríe y
se da la vuelta, mirándole. Él seguía boca arriba—. ¿Cómo conociste a Jim y a
Sebastian?
El mago cierra los ojos y sonríe.
—Mira el techo.
Eli frunce el ceño confusa y
vuelve a ponerse su postura original. ‘’
¿El techo? Muy bonito y muy blanco, ¿pero me lo vas a decir o…?’’. Una neblina
azul intensa envuelve todo el techo. Erik estaba moviendo una mano para causar
el efecto, y de repente con la otra lanza a la neblina una pequeña bola
brillante que va a parar al centro. El azul se mezcla con esa bola de luz y
salen todo tipo de colores, verdes, morados, naranjas... Murmura unas palabras
que a Eli le suenan a élfico y unas imágenes aparecen en la neblina.
Se sitúa en un bar de poca monta,
con música country y el sonido de las bolas de billar golpeándose unas con
otras sobre el tablero. En la barra, Eli puede distinguir a Jim, bebiendo
seguramente whisky escocés; a Seb jugando con un palillo entre sus dedos; y al
fondo de la barra, lejos de ellos, a Erik, que con poco disimulo estaba
moviendo en el aire una moneda, una pequeña moneda que pasaba volando entre sus
dedos.
—Camarero —dice Erik—. Una pinta.
A ser posible de la mejor cerveza alemana que tengáis —la moneda se posa sola
en la palma de su mano y con un chasquido de dedos aparece en la mano del
camarero, que no cabe dentro de su sorpresa.
Jim estaba apoyado en mitad de la
barra viendo cómo Seb movía el palillo entre sus dedos, aburrido, pero de reojo
había visto lo que aquel extraño había hecho. Frunce el ceño.
—Interesante.
— ¿El qué? —pregunta Seb sin
apartar la mirada del palillo—. Me has visto hacer esto miles de veces.
—Eso no, idiota. Eso —le señala
con la cabeza el fondo de la barra.
Seb se gira y mira a Erik. Justo
en ese momento el camarero hace resbalar por el medio de la barra la jarra de
cerveza dirigida a Erik, que espera deseoso su pinta. La jarra se va desviando
de su ruta. Parece que se va a desparramarse por el suelo, dejando en la vieja
madera del parquet un cementerio de cristales rotos bañados en cerveza, pero
Erik abre la mano y la atrae hacia él como un imán. Seb alza las cejas
sorprendido.
— ¿Magia? —dice girando de nuevo
la cabeza al frente y elevando el palillo hasta la altura de sus ojos, fingiendo
que no había prestado atención al desconocido.
—Es lo único razonable que se me
ocurre —responde Jim. Se acerca un poco más a Seb—. ¿Qué te parece si…? —empieza
a susurrarle al oído. Seb asiente—. Ya sabes qué hacer.
Eli puede ver cómo Seb se levanta
del taburete y se acerca tambaleándose a Erik, que estaba bebiendo de su gran
jarra. La joven mira un momento al Erik del presente, tumbado a su lado en la
cama. El mago se estaba riendo por lo bajo. Vuelve a mirar la neblina.
Seb choca aposta con Erik y le
derrama un poco de cerveza sobre la camiseta y la chaqueta de cuero. Erik deja
sobre la barra la jarra y extiende los brazos a ambos lados, dedicándole una
mirada amenazadora a Sebastian acompañada de un resoplido.
—Oh, vaya. Lo… lo siento, amigo —Seb
se disculpa con una voz que simulaba que estaba borracho. A Eli le hace gracia;
tanto él como Jim eran grandes actores. ‘’En
este negocio es necesario’’—. Demasiado vodka.
— ¿Sabes? —dice Erik sacudiéndose
un poco la cerveza de la chaqueta—. Acabas de estropearme mi chaqueta favorita.
— ¿Tu favorita? Qué mal gusto
tiene entonces, compañero —responde el francotirador. Jim se ríe viendo todo el
espectáculo.
Erik sonríe irónico y se acerca a
Seb. Cierra la mano en puño, pero el camarero, que también estaba viendo todo
el espectáculo, interviene.
—Eh, eh, eh. Vosotros dos. Nada
de peleas aquí dentro. Si queréis zurraros, atrás tenemos un callejón diseñado
para todo tipo de peleas.
— ¡Wooo, sí, pelea! —Jim aplaude
y sale por la puerta. Nadie le sigue. El resto de personas que estaban en el
bar estaban ocupados jugando al billar o ligando, y no se habían interesado en el
tonto enfrentamiento.
Seb empuja a Erik, quien sale
airado del bar y se dirige al callejón. Ya en él, cada uno a una distancia de cinco
metros del otro, chasquea la lengua.
— ¿Estás seguro de esto, amigo? —dice
esto último con retintín.
—Sí —Seb, hablando con normalidad,
saca una pistola de la espalda y le apunta a la cabeza. Jim está a su lado de
brazos cruzados, sin articular palabra—. Bastante.
Eli se da de nuevo la vuelta y
mira a Erik, que veía las imágenes, impasible. Frunce el ceño y vuelve a la escena.
Erik finge estar aterrado, pero
se nota demasiado que no lo está.
—Venga —le ordena Jim al rubio.
Sebastian asiente y dispara. Eli
da un respingo en la cama al escuchar el sonido de la bala saliendo a toda
velocidad del cañón y se lleva las manos a la boca.
—Tranquila —le dice Erik
quitándole despacio las manos de la boca y dándole unas palmaditas en ellas—.
Esto no es una película de terror. Es… como una película de Disney, ya verás; luego
todo tiene un final feliz.
La bala se acerca feroz a Erik,
pero él, sin apenas moverse, levanta una mano y la detiene en el aire. Le hace
dar vueltas a su alrededor hasta que mueve rápidamente un dedo y la empotra en
la pared de su derecha, haciendo un pequeño agujero. La velocidad que había
tomado la bala era similar o más rápida que la que habría tomado si hubiese
sido una pistola quien la hubiera disparado contra el muro de cemento.
—Por favor… —murmura con una
sonrisa el mago.
Seb sonríe y dispara cinco veces
más, pero Erik vuelve a ser el más rápido del duelo y crea una pantalla delante
de él azul, formada por un pequeño campo magnético de diminutas olas danzantes.
Las balas se paran en el aire como su predecesora y caen al suelo. Erik mueve
dos dedos y elimina la pantalla. Jim sonríe satisfecho, pero más lo hace cuando
vea a Erik elevar a Seb a un metro y medio del suelo y tirarlo encima de un
montón de cajas. Jim se lleva las manos a los bolsillos.
— Cómo te llamas —dice tajante.
No iba a dejar que le mangonease. Se había dado cuenta de que le gustaba
hacerse el gracioso y quedar por encima, pero con él eso no serviría.
—Erik. ¿Y tú? —responde con un
tono burlón de colegiala que intenta hacer amigos.
—James Moriarty. Y al que has
tirado por los aires es Sebastian Moran. Seguro que has oído hablar de mí. ¿Eres…
—chasque los dedos y le señala— mago?
— ¿No ha quedado suficientemente
claro?
—Oh, no, por supuesto que ha
quedado claro, cristalino. Creo que tú y yo podríamos hacer buenas migas. ¿Te
gustaría trabajar para mí? Es algo sencillo, sólo matar gente. Nada fuera de la
normal —hace un movimiento de mano como para quitarle importancia.
— ¿Matar gente? ¿Y por qué
querría hacer yo eso? —se cruza de brazos.
Seb reaparece en escena tras
levantarse del montón cajas y sacudirse el polvo, poniéndose de nuevo al lado
de Jim rojo de rabia por la humillación.
—No lo sé. Puede resultarte
interesante. Y no creo que lleves mucho por aquí. Así harás algo con tu vida,
Harry Potter.
—Bonita comparación, pero soy
mejor que ese flacucho con gafas.
—Demuéstramelo trabajando para
mí. Además, aprenderás a hacer otras cosas que no sea usar tu magia. Porque
seguro que usarla más de lo debido te agota, ¿o no? —deja caer una nota con su
nombre, su número y su dirección al suelo, a escasos pasos de Erik. Se da media
vuelta y Seb le sigue—. Ciao, Harry Potter.
Erik resopla. Al rato coge la
nota y la hace desaparecer entre sus dedos.
Eli llevaba un rato sin mirar la
neblina. Estaba de nuevo girada y mirando admirada a Erik. Él también se da la
vuelta y la mira directamente.
—De todo esto sacamos que a Seb
no le caigo especialmente bien por lanzarlo por los aires —bromea—. Al par de
días de pensármelo, lo llamé. Tenía razón. Llevaba poco por este mundo. Estaba
adaptándome, no sabía qué hacer y me aburría, y aunque no soy una persona
agresiva ni vengativa ni todos esos rollos, necesito ganarme la vida. Unas semanas
después llegaste tú, y aquí estamos. Vivieron en un diminuto piso y comieron
perdices. Fin —concluye con una sonrisa.
Eli le escucha atentamente, pero
era la primera vez que lo tenía tan cerca y se había centrado en sus ojos. De
lejos eran de un azul intento y llamativo, eléctrico, pero ahora eran
totalmente diferentes. Algo en ellos llameaba, se movía. Eran unas pequeñas
olas azuladas con destellos anaranjados que daban vueltas alrededor de la
pupila, imperceptible a cierta distancia, pero ahora podía verlas claramente.
No paraban de girar y girar, y Eli estaba hipnotizada. ‘’Contrólate, Elisabeth’’. Vuelve de sus ensoñaciones y reacciona
riéndose.
—Eso no rima.
—Ya, pero es la verdad.
Eli volvía a notar ese extraño
calor que proyectaba el cuerpo de Eli. Se incorpora en la cama y se abraza las
piernas.
—Gracias por enseñármelo.
—No hay de qué —Erik se estira en
la cama—. Decías que tenías dos preguntas. ¿Cuál es la segunda?
Eli exclama un largo ‘’Aaah’’.
—Pues quería…
—Ah, ah, ah —interrumpe Erik—. Pero
antes tengo una condición. Yo te he contado algo mío, y encima me vas a hacer
otra pregunta. Exijo luego saber algo sobre ti.
— ¿Sobre mí? Bueno… vale.
—Perfecto —hace una reverencia
con la mano—. Continúa.
Ella sonríe y se sienta en la
cama, apoyando la espalda en el cabecero.
—Hace un tiempo dijiste que la
magia tenía un precio.
—Ah, sí. Bueno... Nada en esta
vida es permanente, y la magia siempre está fluyendo en nuestro interior, pero
si abusas de ella, puedes pagar las consecuencias.
— ¿Entonces es algo limitado? —pregunta
con curiosidad—. ¿Puedes quedarte sin magia?
—Creo que nunca se ha dado el
caso de que un mago abusase descomunalmente de su poder y se le agotase la
gasolina de la Esencia, o por lo menos no fui a clase el día que lo dijeron.
— ¿Esencia?
—Sí. Verás, la Esencia es como llamamos
nosotros a la magia. Siento no tener un diccionario español-mago a mano —ríe y
continúa—. La Esencia
es lo que fluye en nuestro interior constantemente. Supongo que te habrás dado
cuenta de que mi cuerpo no es como el tuyo. Es por la Esencia. Mi cuerpo es
más cálido y es porque tengo el doble de materia circulando por mi organismo,
un flujo constante de poder que me llega desde el cerebro hasta los dedos de
los pies. Nunca se para, a no ser que esté muy debilitado, al borde incluso de
la muerte. Pero tranquila. Soy demasiado inteligente como para no hacer ninguna
locura. Esto me lleva al precio de ser mago. Nuestros mundos son muy
diferentes. El tiempo allí no es como el de aquí. Nosotros por ejemplo podemos estar
como mucho cuarenta y ocho horas sin dormir y estar frescos como una rosa,
entre otras cosas. Pero ese no es el quid de la cuestión —se incorpora también
y se sienta enfrente de Eli—. En este mundo, los magos carecemos de la
Protección, un escudo, una barrera que impide que el consumir mucha de nuestra
Esencia tenga causas catastróficas. Entonces —pone las manos delante de él,
cerrándolas en puño. Luego una de las manos envuelve a la otra—, tenemos dos
escudos: el propio campo de magia que nos rodea ya de por sí, el natural, y la Protección , la
artificial, que se desvanece en este mundo —separa la mano que cubre la otra y
mueve los dedos, dando a entender que se desvanece—. Por eso debemos tener
cuidado con nuestros poderes. Cosas tan banales como el teletransporte o las
tonterías del hogar apenas consumen Esencia a no ser que te pases el día
teletransportándote de un lado a otro.
Eli asiente. ‘’Su Esencia debe ser de color azul. Seguro que otros magos la tienen
de otros colores, como las espadas láser’’.
— ¿Qué otras cosas puedes hacer?
¿Puedes viajar en el tiempo? —pregunta emocionada.
—Puedo, pero es peligroso si no
se está capacitado. Nunca lo he intentado. No sé si acabaría bien o mal.
—Oh… ¿Alguna vez has llegado al
límite?
—Una vez. Fue por una tonta
apuesta cuando iba a la
Academia de Magia. Un amigo y yo nos apostamos cuán de alto
podíamos subir levitando. Gané yo, pero cuando se me acabó la Esencia en plena
levitación, a más de mil metros y medio del suelo, caí en picado, pero un
profesor acudió al instante e impidió que me rebanara los sesos en el suelo.
—Vaya —dice sorprendida—. Y en
caso de que eso pase, ¿qué hay que hacer para que te repongas?
—Reposar. Estar en cama cierto
tiempo depende de cuánta Esencia has consumido para que el flujo vuelva a la
normalidad. El proceso se acelera con unas infusiones especiales que siempre
llevamos con nosotros.
— ¿Y si se te acaban las
infusiones?
—Voy al mundo de los magos y
compro más. Pero no te preocupes. Ahora soy más cuidadoso. Siempre que no haga
falta usar la magia, no la uso, y ya está.
—No suena tan difícil —sonríe por
haber comprendido más o menos todo y retenerlo en la mente—. Pensaba que sería
más complicado. Simplemente es un poco de anatomía… mágica, y un par de
conceptos extraños.
—Eso es por tú eres lista. Se lo
explicas a cualquiera que te encuentres por la calle y se ríe de lo incrédulo
que es.
Sonríe tímidamente por el
cumplido. ‘’Necesitaba saber estas cosas
por si en un futuro ocurre algo malo’’.
—Una última cosa. ¿Cómo se sabe
si un mago está débil?
— ¿Cómo? —cierra los ojos,
intentando recordar lo que sintió cuando se debilitó por primera vez tiempo
atrás—. Creo que se sabe porque aunque nuestro cuerpo sigue caliente, las
vibraciones que lo recorren se hacen más intensas, como un sensor que te avisa
que algo va mal. El campo magnético mágico sube y se hace notar más fácilmente.
—Entendido.
Erik sonríe satisfecho y se
levanta de la cama. Da una palmada y hace un gesto con las manos para que Eli
se levante.
—Bueno, me toca —dice tocándole
la punta de la nariz con un dedo y sonriendo.
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