martes, 14 de mayo de 2013

The price (Eli, 4)

— ¿Eriiik? ¿Estás en tu habitación? —la voz de Elisabeth resuena por las escaleras y forma eco. No obtiene contestación y decide emprender el camino hasta su habitación. Se asoma un poco por el hueco de la puerta—. ¿Erik?

La habitación estaba iluminada por la pequeña lámpara encima de la mesilla de noche. Lo que sí escucha es el agua correr y chocar contra la mampara de la ducha del baño que estaba al lado de su habitación. Se estaba duchando.

Curiosea por la estancia un poco. Había pasado ya bastante tiempo desde que vivían juntos. Estaban más relajados en uno con el otro y menos distantes desde el incidente en la casa de Jim, cosa que a Eli le encantaba, y percibía que a él también. Aunque era ella la más feliz con la situación, pero a la vez la más frustrada. Se había dado cuenta de que el mago le gustaba, pero no podían estar juntos porque los sentimientos conllevan responsabilidad y es una debilidad. Además Eli pensaba que seguro que el afecto no era mutuo.

Podían hablar libremente de cómo les había ido el día. Eli era la que más hablaba de sus clases de baile, ya que Erik apenas salía del piso. ‘’Podrías salir a dar un paseo o algo’’, le decía Elisabeth, pero él casi siempre negaba con la cabeza añadiendo: ‘’No suelo ir a dar paseos o algo’’. Seguía gastándole bromas de vez en cuando, o le hablaba con su tono sarcástico e irritante, pero Eli ya no se lo tomaba tan en serio, quitando las veces que le seguía el juego.

Va hacia la cómoda y frunce el ceño al ver el cenicero con restos de colillas.

— ¿Cuántas veces le he dicho que no fume?

La primera vez le vio fumando en casa corrió hacia él y le quitó el cigarrillo de los labios, tirándolo al suelo y sonriendo triunfante en el acto. Por aquel entonces todavía se llevaban mal, pero ahora entendía que sería un vicio difícil de quitar, y aun así desde aquello Erik respeta su autoría; cuando quería fumar, se salía a la terraza.

Sigue inspeccionando. Va a la cómoda y ve los cuchillos ordenados de menor a mayor y un par de pistolas en pareja con sus silenciadores, aunque estos todavía no los habían usado. En los entrenamientos se desenvolvía con facilidad con las armas de largo y corto alcance. No era tan bueno como Sebastian, pero se defendía bastante bien. Era notable su manejo de disparar con una pistola en cada mano. ‘’Está hecho todo un Nathan Drake’’, ríe al imaginándoselo saltando por edificios o detrás de un coche disparando a los malos. Lo que más le sorprendía era cómo lanzaba cuchillos. Si no fuera porque usaba la magia para dirigirlos a donde quería, Eli era mucho mejor. ‘’Tramposo’’, piensa hinchando los carrillos. Lo bueno de todo eso es que por lo menos ya podía ver de qué era capaz, aunque sabía que escondía mucho más potencial. ‘’La magia tiene un precio’’, recuerda que le dijo una vez.

Se desploma en la cama boca arriba y espera mirando al techo a que él apareciera. No sabía muchas cosas sobre él; sobre su mundo, cómo eran las cosas allí, o sobre cómo Jim y Seb le conocieron y posteriormente le contrataron. Por eso había ido a su habitación, para hablar.

Oye pasos que se dirigen a la estancia y empieza a hablar, elevando la voz para que le escuchase.

—Eh, Erik. Tengo un par de cosas que preguntarte… —se detiene al verlo entrar. Estaba con una toalla atada a la cintura y secándose el pelo con otra más pequeña mientras cantaba por lo bajo Undisclosed desires. A Eli le encantaba esa canción. Seguro que él la había escuchado cuando se la ponía a todo volumen en su cuarto. Erik todavía no se había percatado de que ella estaba allí, y Eli seguía embobada mirándolo. La luz de la habitación era poco nítida y estaban casi a oscuras, pero de algo podía fijarse. Sabía que era fuerte y con buena complexión corporal, pero ahora al ver sus brazos y sus abdominales se queda pasmada. Nota que él gira por fin la cabeza y Eli reacciona rápido, boca arriba en la cama, fingiendo que había estado así todo el rato.

—Siempre estás haciendo preguntas —contesta Erik mientras se adentra en el pequeño lavabo del cuarto y se cambia con rapidez. Sale de nuevo y se tumba a su lado, mirando también el techo—. A ver, dime.

Cosas como estar tan cerca el uno del otro ya eran normales, aunque ahora Eli estaba incómoda y un poco roja, pero se lleva un momento las manos a la cara y luego se manosea el pelo para disimularlo.

—Lle-llevamos ya… ¿cuánto? ¿Seis meses viviendo juntos? Y  no sé apenas nada de ti. Sólo que eres mago y haces trampas al tirar los cuchillos —se ríe y se da la vuelta, mirándole. Él seguía boca arriba—. ¿Cómo conociste a Jim y a Sebastian?

El mago cierra los ojos y sonríe.

—Mira el techo.

Eli frunce el ceño confusa y vuelve a ponerse su postura original. ‘’ ¿El techo? Muy bonito y muy blanco,  ¿pero me lo vas a decir o…?’’. Una neblina azul intensa envuelve todo el techo. Erik estaba moviendo una mano para causar el efecto, y de repente con la otra lanza a la neblina una pequeña bola brillante que va a parar al centro. El azul se mezcla con esa bola de luz y salen todo tipo de colores, verdes, morados, naranjas... Murmura unas palabras que a Eli le suenan a élfico y unas imágenes aparecen en la neblina.

Se sitúa en un bar de poca monta, con música country y el sonido de las bolas de billar golpeándose unas con otras sobre el tablero. En la barra, Eli puede distinguir a Jim, bebiendo seguramente whisky escocés; a Seb jugando con un palillo entre sus dedos; y al fondo de la barra, lejos de ellos, a Erik, que con poco disimulo estaba moviendo en el aire una moneda, una pequeña moneda que pasaba volando entre sus dedos.

—Camarero —dice Erik—. Una pinta. A ser posible de la mejor cerveza alemana que tengáis —la moneda se posa sola en la palma de su mano y con un chasquido de dedos aparece en la mano del camarero, que no cabe dentro de su sorpresa.

Jim estaba apoyado en mitad de la barra viendo cómo Seb movía el palillo entre sus dedos, aburrido, pero de reojo había visto lo que aquel extraño había hecho. Frunce el ceño.

—Interesante.

— ¿El qué? —pregunta Seb sin apartar la mirada del palillo—. Me has visto hacer esto miles de veces.

—Eso no, idiota. Eso —le señala con la cabeza el fondo de la barra.

Seb se gira y mira a Erik. Justo en ese momento el camarero hace resbalar por el medio de la barra la jarra de cerveza dirigida a Erik, que espera deseoso su pinta. La jarra se va desviando de su ruta. Parece que se va a desparramarse por el suelo, dejando en la vieja madera del parquet un cementerio de cristales rotos bañados en cerveza, pero Erik abre la mano y la atrae hacia él como un imán. Seb alza las cejas sorprendido.

— ¿Magia? —dice girando de nuevo la cabeza al frente y elevando el palillo hasta la altura de sus ojos, fingiendo que no había prestado atención al desconocido.

—Es lo único razonable que se me ocurre —responde Jim. Se acerca un poco más a Seb—. ¿Qué te parece si…? —empieza a susurrarle al oído. Seb asiente—. Ya sabes qué hacer.

Eli puede ver cómo Seb se levanta del taburete y se acerca tambaleándose a Erik, que estaba bebiendo de su gran jarra. La joven mira un momento al Erik del presente, tumbado a su lado en la cama. El mago se estaba riendo por lo bajo. Vuelve a mirar la neblina.

Seb choca aposta con Erik y le derrama un poco de cerveza sobre la camiseta y la chaqueta de cuero. Erik deja sobre la barra la jarra y extiende los brazos a ambos lados, dedicándole una mirada amenazadora a Sebastian acompañada de un resoplido.

—Oh, vaya. Lo… lo siento, amigo —Seb se disculpa con una voz que simulaba que estaba borracho. A Eli le hace gracia; tanto él como Jim eran grandes actores. ‘’En este negocio es necesario’’—. Demasiado vodka.

— ¿Sabes? —dice Erik sacudiéndose un poco la cerveza de la chaqueta—. Acabas de estropearme mi chaqueta favorita.

— ¿Tu favorita? Qué mal gusto tiene entonces, compañero —responde el francotirador. Jim se ríe viendo todo el espectáculo.

Erik sonríe irónico y se acerca a Seb. Cierra la mano en puño, pero el camarero, que también estaba viendo todo el espectáculo, interviene.

—Eh, eh, eh. Vosotros dos. Nada de peleas aquí dentro. Si queréis zurraros, atrás tenemos un callejón diseñado para todo tipo de peleas.

— ¡Wooo, sí, pelea! —Jim aplaude y sale por la puerta. Nadie le sigue. El resto de personas que estaban en el bar estaban ocupados jugando al billar o ligando, y no se habían interesado en el tonto enfrentamiento.

Seb empuja a Erik, quien sale airado del bar y se dirige al callejón. Ya en él, cada uno a una distancia de cinco metros del otro, chasquea la lengua.

— ¿Estás seguro de esto, amigo? —dice esto último con retintín.

—Sí —Seb, hablando con normalidad, saca una pistola de la espalda y le apunta a la cabeza. Jim está a su lado de brazos cruzados, sin articular palabra—. Bastante.

Eli se da de nuevo la vuelta y mira a Erik, que veía las imágenes, impasible. Frunce el ceño y vuelve a la escena.

Erik finge estar aterrado, pero se nota demasiado que no lo está.

—Venga —le ordena Jim al rubio.

Sebastian asiente y dispara. Eli da un respingo en la cama al escuchar el sonido de la bala saliendo a toda velocidad del cañón y se lleva las manos a la boca.

—Tranquila —le dice Erik quitándole despacio las manos de la boca y dándole unas palmaditas en ellas—. Esto no es una película de terror. Es… como una película de Disney, ya verás; luego todo tiene un final feliz.

La bala se acerca feroz a Erik, pero él, sin apenas moverse, levanta una mano y la detiene en el aire. Le hace dar vueltas a su alrededor hasta que mueve rápidamente un dedo y la empotra en la pared de su derecha, haciendo un pequeño agujero. La velocidad que había tomado la bala era similar o más rápida que la que habría tomado si hubiese sido una pistola quien la hubiera disparado contra el muro de cemento.

—Por favor… —murmura con una sonrisa el mago.

Seb sonríe y dispara cinco veces más, pero Erik vuelve a ser el más rápido del duelo y crea una pantalla delante de él azul, formada por un pequeño campo magnético de diminutas olas danzantes. Las balas se paran en el aire como su predecesora y caen al suelo. Erik mueve dos dedos y elimina la pantalla. Jim sonríe satisfecho, pero más lo hace cuando vea a Erik elevar a Seb a un metro y medio del suelo y tirarlo encima de un montón de cajas. Jim se lleva las manos a los bolsillos.

— Cómo te llamas —dice tajante. No iba a dejar que le mangonease. Se había dado cuenta de que le gustaba hacerse el gracioso y quedar por encima, pero con él eso no serviría.

—Erik. ¿Y tú? —responde con un tono burlón de colegiala que intenta hacer amigos.

—James Moriarty. Y al que has tirado por los aires es Sebastian Moran. Seguro que has oído hablar de mí. ¿Eres… —chasque los dedos y le señala— mago?

— ¿No ha quedado suficientemente claro?

—Oh, no, por supuesto que ha quedado claro, cristalino. Creo que tú y yo podríamos hacer buenas migas. ¿Te gustaría trabajar para mí? Es algo sencillo, sólo matar gente. Nada fuera de la normal —hace un movimiento de mano como para quitarle importancia.

— ¿Matar gente? ¿Y por qué querría hacer yo eso? —se cruza de brazos.

Seb reaparece en escena tras levantarse del montón cajas y sacudirse el polvo, poniéndose de nuevo al lado de Jim rojo de rabia por la humillación.

—No lo sé. Puede resultarte interesante. Y no creo que lleves mucho por aquí. Así harás algo con tu vida, Harry Potter.

—Bonita comparación, pero soy mejor que ese flacucho con gafas.

—Demuéstramelo trabajando para mí. Además, aprenderás a hacer otras cosas que no sea usar tu magia. Porque seguro que usarla más de lo debido te agota, ¿o no? —deja caer una nota con su nombre, su número y su dirección al suelo, a escasos pasos de Erik. Se da media vuelta y Seb le sigue—. Ciao, Harry Potter.

Erik resopla. Al rato coge la nota y la hace desaparecer entre sus dedos.

Eli llevaba un rato sin mirar la neblina. Estaba de nuevo girada y mirando admirada a Erik. Él también se da la vuelta y la mira directamente.

—De todo esto sacamos que a Seb no le caigo especialmente bien por lanzarlo por los aires —bromea—. Al par de días de pensármelo, lo llamé. Tenía razón. Llevaba poco por este mundo. Estaba adaptándome, no sabía qué hacer y me aburría, y aunque no soy una persona agresiva ni vengativa ni todos esos rollos, necesito ganarme la vida. Unas semanas después llegaste tú, y aquí estamos. Vivieron en un diminuto piso y comieron perdices. Fin —concluye con una sonrisa.

Eli le escucha atentamente, pero era la primera vez que lo tenía tan cerca y se había centrado en sus ojos. De lejos eran de un azul intento y llamativo, eléctrico, pero ahora eran totalmente diferentes. Algo en ellos llameaba, se movía. Eran unas pequeñas olas azuladas con destellos anaranjados que daban vueltas alrededor de la pupila, imperceptible a cierta distancia, pero ahora podía verlas claramente. No paraban de girar y girar, y Eli estaba hipnotizada. ‘’Contrólate, Elisabeth’’. Vuelve de sus ensoñaciones y reacciona riéndose.

—Eso no rima.

—Ya, pero es la verdad.

Eli volvía a notar ese extraño calor que proyectaba el cuerpo de Eli. Se incorpora en la cama y se abraza las piernas.

—Gracias por enseñármelo.

—No hay de qué —Erik se estira en la cama—. Decías que tenías dos preguntas. ¿Cuál es la segunda?

Eli exclama un largo ‘’Aaah’’.

—Pues quería…

—Ah, ah, ah —interrumpe Erik—. Pero antes tengo una condición. Yo te he contado algo mío, y encima me vas a hacer otra pregunta. Exijo luego saber algo sobre ti.

— ¿Sobre mí? Bueno… vale.

—Perfecto —hace una reverencia con la mano—. Continúa.

Ella sonríe y se sienta en la cama, apoyando la espalda en el cabecero.

—Hace un tiempo dijiste que la magia tenía un precio.

—Ah, sí. Bueno... Nada en esta vida es permanente, y la magia siempre está fluyendo en nuestro interior, pero si abusas de ella, puedes pagar las consecuencias.

— ¿Entonces es algo limitado? —pregunta con curiosidad—. ¿Puedes quedarte sin magia?

—Creo que nunca se ha dado el caso de que un mago abusase descomunalmente de su poder y se le agotase la gasolina de la Esencia, o por lo menos no fui a clase el día que lo dijeron.

— ¿Esencia?

—Sí. Verás, la Esencia es como llamamos nosotros a la magia. Siento no tener un diccionario español-mago a mano —ríe y continúa—. La Esencia es lo que fluye en nuestro interior constantemente. Supongo que te habrás dado cuenta de que mi cuerpo no es como el tuyo. Es por la Esencia. Mi cuerpo es más cálido y es porque tengo el doble de materia circulando por mi organismo, un flujo constante de poder que me llega desde el cerebro hasta los dedos de los pies. Nunca se para, a no ser que esté muy debilitado, al borde incluso de la muerte. Pero tranquila. Soy demasiado inteligente como para no hacer ninguna locura. Esto me lleva al precio de ser mago. Nuestros mundos son muy diferentes. El tiempo allí no es como el de aquí. Nosotros por ejemplo podemos estar como mucho cuarenta y ocho horas sin dormir y estar frescos como una rosa, entre otras cosas. Pero ese no es el quid de la cuestión —se incorpora también y se sienta enfrente de Eli—. En este mundo, los magos carecemos de la Protección, un escudo, una barrera que impide que el consumir mucha de nuestra Esencia tenga causas catastróficas. Entonces —pone las manos delante de él, cerrándolas en puño. Luego una de las manos envuelve a la otra—, tenemos dos escudos: el propio campo de magia que nos rodea ya de por sí, el natural, y la Protección, la artificial, que se desvanece en este mundo —separa la mano que cubre la otra y mueve los dedos, dando a entender que se desvanece—. Por eso debemos tener cuidado con nuestros poderes. Cosas tan banales como el teletransporte o las tonterías del hogar apenas consumen Esencia a no ser que te pases el día teletransportándote de un lado a otro.

Eli asiente. ‘’Su Esencia debe ser de color azul. Seguro que otros magos la tienen de otros colores, como las espadas láser’’.

— ¿Qué otras cosas puedes hacer? ¿Puedes viajar en el tiempo? —pregunta emocionada.

—Puedo, pero es peligroso si no se está capacitado. Nunca lo he intentado. No sé si acabaría bien o mal.

—Oh… ¿Alguna vez has llegado al límite?

—Una vez. Fue por una tonta apuesta cuando iba a la Academia de Magia. Un amigo y yo nos apostamos cuán de alto podíamos subir levitando. Gané yo, pero cuando se me acabó la Esencia en plena levitación, a más de mil metros y medio del suelo, caí en picado, pero un profesor acudió al instante e impidió que me rebanara los sesos en el suelo.

—Vaya —dice sorprendida—. Y en caso de que eso pase, ¿qué hay que hacer para que te repongas?

—Reposar. Estar en cama cierto tiempo depende de cuánta Esencia has consumido para que el flujo vuelva a la normalidad. El proceso se acelera con unas infusiones especiales que siempre llevamos con nosotros.

— ¿Y si se te acaban las infusiones?

—Voy al mundo de los magos y compro más. Pero no te preocupes. Ahora soy más cuidadoso. Siempre que no haga falta usar la magia, no la uso, y ya está.

—No suena tan difícil —sonríe por haber comprendido más o menos todo y retenerlo en la mente—. Pensaba que sería más complicado. Simplemente es un poco de anatomía… mágica, y un par de conceptos extraños.

—Eso es por tú eres lista. Se lo explicas a cualquiera que te encuentres por la calle y se ríe de lo incrédulo que es.

Sonríe tímidamente por el cumplido. ‘’Necesitaba saber estas cosas por si en un futuro ocurre algo malo’’.

—Una última cosa. ¿Cómo se sabe si un mago está débil?

— ¿Cómo? —cierra los ojos, intentando recordar lo que sintió cuando se debilitó por primera vez tiempo atrás—. Creo que se sabe porque aunque nuestro cuerpo sigue caliente, las vibraciones que lo recorren se hacen más intensas, como un sensor que te avisa que algo va mal. El campo magnético mágico sube y se hace notar más fácilmente.

—Entendido.

Erik sonríe satisfecho y se levanta de la cama. Da una palmada y hace un gesto con las manos para que Eli se levante.

—Bueno, me toca —dice tocándole la punta de la nariz con un dedo y sonriendo.

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