sábado, 18 de mayo de 2013

Mom (Eli, 5)

— ¿Qué? —Erik le coge las manos y la levanta suavemente del colchón—. ¿Qué te toca?

—Es mi turno de escuchar. Has preguntado muchas cosas. Ahora me toca a mí.

Erik sale de la habitación y va hasta el piso de abajo, al salón. Eli se queda parada un momento y luego corre en su encuentro. Llega al salón y lo ve sentado en el sofá, el cual ha movido para dejar un espacio grande en la habitación.

— ¿Qué quieres? —pregunta poniéndose delante de él.

—Al igual que tú has querido saber cosas sobre mí, yo quiero saber más sobre ti también.

— ¿Pero por qué has movido el sofá? —dice riéndose al no entender nada.

Erik se queda un rato mirándola un momento sin decir nada, serio.

—Nunca te he visto bailar. ¿Podría bailar mientras me cuentas algo sobre ti?

Eli le mira sorprendida ante la petición. Siempre había ensayado o en la Academia o en su cuarto, encerrada.

—Me vendrá bien la opinión de alguien inocente a todo esto…

—Además, tendrás que ensayar para la prueba. ¿Cuánto queda? —añade él cruzándose de brazos.

—Dos meses. Y después entro en temporada de exámenes y audiciones, aunque no son tan importantes para mí como esta.

—Eso. Empieza por ahí —sonríe, señalándola al encendérsela la bombilla en la cabeza—. ¿Por qué es tan importante para ti?

Eli se queda un momento meditando y sale de la habitación.

—Ahora vengo —grita mientras sube las escaleras.

Rebuscando por el armario, ve unas puntas, pero no eran las suyas. ‘’Mamá…’’. Si iba a hablarle de ella, quería hacerlo con algo suyo puesto, y esas eran muy valiosas para Elisabeth. Se pone también el mayot y se recoge el pelo en una coleta. Baja con cuidado las escaleras y sonríe al aparecer por la puerta y ver que Erik le sonríe también.

Busca en el móvil el final del primer acto de El Lago de los Cisnes. Erik se acomoda un poco en el sofá, expectante. Eli hace unos pequeños estiramientos para calentar y se pone en posición: eleva despacio los brazos de manera grácil y delicada, llevándolos a ambos lados y luego subiendo uno. Se pone de puntillas y comienza a hablar mientras baila.

El Lago de los Cisnes es el ballet que hizo famosa a mi madre, y con el que conoció a Jim. Yo era muy pequeña. Tenía sólo tres años y tengo vagos recuerdos, pero mi madre conforme crecía me daba más detalles —el salón tenía un espacio limitado aun habiendo apartado un poco el sofá y no podía hacer saltos ni largos pasos. Simplemente hace lo básico al son de la música—. Jim se quedço prendado de mi madre al instante, pero ella —sonríe al recordar cómo se lo relataba de pequeña— era un hueso duro de roer, y le daba largas. Le gustaba que insistiera, le halagaba. Un día le dio a Jim que saldría con él si antes me conocía y yo daba el visto bueno. Ya ves tú, yo sólo era una niña no más alta que esa mesa —dice llevando un brazo delicadamente hasta señalar la mesita que Erik tenía a su izquierda.

Erik se ríe y se lleva una mano a los labios mientras se incorpora un poco hacia delante, mirando atentamente cada paso y siguiendo hasta el último detalle.

— ¿Sabes lo que le dije la primera vez que lo vi? —Eli sigue hablando y acompañando la conversación con su pequeña danza. El habla le salía solo. Estaba tan sumergida en el baile, cerrando los ojos e imaginándose a su madre que no prestaba atención a lo que decía, pero sabía perfectamente de qué hablaba—. Mi madre me dijo que me quedé un rato mirándole fijamente, ladeé la cabeza y le dije que me gustaban sus cejas. A partir de entonces, estuvieron cuatro años juntos. Fue Jim quien me llevó a mi primera clase de ballet con cuatro años a pesar de la negativa de mi madre —deja de hablar durante unos momentos pero sin parar de bailar. No quería contarle sus problemas de pérdida de memoria al recordar el incidente en el parque. ‘’Hace mucho que no tengo un brote, y sigo con las pastillas por si acaso. No hay por qué hacerlo, no ahora’’.

— ¿Y entonces? —Erik estaba intrigado y totalmente sumergido en sus movimientos y en la historia.

Eli abre los ojos y le sonríe melancólica.

—Mi madre se enteró a qué se dedicaba Jim cuando yo tenía siete años. Mi madre no me dijo nada, así que no entendía por qué no quería seguir viéndolo. Por muy bueno que fuera Jim con nosotras, veía peligroso el entorno hostil en el que se movía. Mamá no quería ni que nos mandara cartas o regalos por cumpleaños y navidades. Lo que ella no sabía es que —sin perder el hilo del baile, pone otra pista del ballet en el móvil mientras tararea con un hilillo de voz fino y dulce— yo me guardaba todas las cartas y los regalos debajo de la cama. Cuando llegaba el cartero ella no solía estar en casa, así que aprovechaba. Las que ella sí veía las tiraba a la papelera, pero daba igual. Yo las cogía igualmente.

—Estabas hecha ya toda una granuja, ¿eh? —ríe al imaginársela llevándose las cartas y los regalos a hurtadillas y escondiéndolos en su habitación.

—Cállate —mira para otro lado como si se hubiera ofendido. Se delata al esbozar una pequeña sonrisa. Pero esa sonrisa pronto desaparece. La parte de la que tenía que hablar ahora era demasiado dura aunque hubiesen pasado muchos años.

— ¿Ocurre algo? ¿No… quieres seguir hablando?

—Sí, sí quiero —contesta tajante—. Es tu turno de saber cosas sobre mí, y tú me has contado muchas sobre ti. No sería justo. Lo que pasa es que… es una parte difícil —suspira cuando ve la cara de preocupación de Erik, pero mueve por el aire las manos hacia él y luego las extiende a los lados y hace un develope elevando una pierna en un ángulo de 100 grados—. Tenía diez años cuando a mamá le diagnosticaron cáncer cerebral, y durante dos años pudimos pagar el tratamiento, pero luego no tuvimos más dinero, y sin que ella lo supiera contacté con Jim. Le mandé una carta diciendo que si por favor podía ayudarnos. Me sentí egoísta por acudir a él, después de tantos años sin verle… pero no teníamos a nadie más. Jim anónimamente pagó el tratamiento, pero mi madre murió dos años después —se le empezaba a quebrar un poco la voz. Es la primera vez que le relataba todo esto a alguien, y era duro revivirlo con palabras. Se da la vuelta para que no la mire, ya que sentía que estaba a punto de llorar, pero no detiene su danza—. Me llevaron a una casa de acogida horrible, donde me pegaban y se ensañaban conmigo casi todo el tiempo. Jim se enteró y fue a por mí. Creo que más o menos me tenía vigilada, pero no quería actuar, tal vez por respetar la voluntad de mi madre. Jim firmó los papeles de adopción bajo el nombre de Richard Brook, y truncó los papeles para que le dieran la custodia en un mes. Yo ya tenía quince años, y Jim estuvo un año protegiéndome y sin decirme a qué se dedicaba realmente hasta que a los dieciséis me lo contó todo. Estuve unos meses de preparación con Moran —hace una mueca. Sebastian Moran y ella nunca se habían llevado bien. Eran muy distintos, aunque tampoco se habían preocupado por conocerse, aunque deducía cosas sobre él y Jim que no decía por si empeoraba su situación con el francotirador o Jim se enfadaba—. El entrenamiento se vio interrumpido por unos cursos de baile fuera de Londres a los que asistí, de los que volví hará siete meses, y ya nos situamos en cuando llegué a casa de Jim y te conocí.

Durante un rato lo único que se escucha en el salón es la música de Tchaikovsky que sale del altavoz del móvil. Eli seguía de espaldas a Erik.

— ¿Alguna pregunta más? —dice ella ladeando la cabeza. Podía ver a Erik por el reflejo del cristal de una fotografía encima de la chimenea—. ¿Te ha gustado?

Él suspira.

—No… Creo que no —cierra los ojos y sonríe—. Ha sido magnífico.

—Bien… —otra pieza del ballet empieza a sonar, una parte en la que Eli llevaba largo tiempo ensayando, y ahora le apetecía hacerla, pero no podía sola—. ¿Puedes hacerme un favor?

—Dime.

—Necesito que vengas —antes de darse la vuelta se seca un poco las mejillas y le mira sonriente—. Con esta música hay un paso en el que un bailarín me ayuda a hacer un ángulo de 180 grados vertical, un arabesque. Pero como aquí no hay bailarines, tienes que ayudarme tú.

— ¿Y por qué no te esperas a hacerla en la academia?

—Porque me apetece hacerla ahora —hace un puchero y lo convence. Se pone detrás de ella y espera a que le dé órdenes—. Tienes que poner una mano en el vientre, así. Bien. Y la otra sobre la pantorrilla, subiéndome poco a poco, porque si lo haces del tirón tú podrías matarme —Erik le hace burla y ambos se ríen, pero Eli pierde el equilibrio y se precipita contra el suelo. De no ser porque Erik le sujeta por una mano y en el aire le da la vuelta, cogiéndola en volandas, se habría dado de morros contra el suelo. A Eli se le dispara el corazón, y nota a Erik algo agitado también. Se quedan mirando un rato, muy cerca el uno del otro, hasta que Eli aparta la mirada ruborizada—. Gra-gracias…

—Tengo otra pregunta, si no te importa.

Eli pone una mano en el pecho del mago para que la dejara en el suelo, pero este no la aparta mucho de él. Eli asiente.

— ¿Sabes algo de tu verdadero padre?

A Eli no le molesta del todo la pregunta, pero se muestra fría al responder.

—Jim ha estado conmigo desde pequeña y me cuida ahora. Él es mi verdadero padre, alguien que ha estado a mi lado y me ha protegido. Si te refieres a mi padre biológico… ni lo sé ni me importa.

Erik se le queda mirando, una mirada de preocupación y compasión. Eli siente un impulso de abrazarle, pero no cree que sea buena idea. Bastante ‘’íntimos’’ le parecía que eran ya. No quería cruzar ninguna línea que los pusiera en peligro. Y con peligro se refería a Jim.

—Erik… Tengo sueño.

Se separa un poco de él. Erik todavía le estaba sujetando del brazo. Cuando Eli se aleja, nota cómo su mano recorre su brazo hasta llegar a la suya y acariciar sus dedos.

—Buenas noches —consigue decir Erik antes de que ella salga de la habitación.

 Elisabeth oge el móvil y sube a su habitación. Se tumba en la cama y ojea el móvil, releyendo de nuevo el mensaje que le mandó Jim. ‘’Dean Crowe…’’.

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