— ¿Qué? —Erik le coge las manos y
la levanta suavemente del colchón—. ¿Qué te toca?
—Es mi turno de escuchar. Has preguntado
muchas cosas. Ahora me toca a mí.
Erik sale de la habitación y va
hasta el piso de abajo, al salón. Eli se queda parada un momento y luego corre
en su encuentro. Llega al salón y lo ve sentado en el sofá, el cual ha movido
para dejar un espacio grande en la habitación.
— ¿Qué quieres? —pregunta
poniéndose delante de él.
—Al igual que tú has querido
saber cosas sobre mí, yo quiero saber más sobre ti también.
— ¿Pero por qué has movido el
sofá? —dice riéndose al no entender nada.
Erik se queda un rato mirándola
un momento sin decir nada, serio.
—Nunca te he visto bailar.
¿Podría bailar mientras me cuentas algo sobre ti?
Eli le mira sorprendida ante la
petición. Siempre había ensayado o en la Academia o en su cuarto, encerrada.
—Me vendrá bien la opinión de
alguien inocente a todo esto…
—Además, tendrás que ensayar para
la prueba. ¿Cuánto queda? —añade él cruzándose de brazos.
—Dos meses. Y después entro en
temporada de exámenes y audiciones, aunque no son tan importantes para mí como esta.
—Eso. Empieza por ahí —sonríe,
señalándola al encendérsela la bombilla en la cabeza—. ¿Por qué es tan
importante para ti?
Eli se queda un momento meditando
y sale de la habitación.
—Ahora vengo —grita mientras sube
las escaleras.
Rebuscando por el armario, ve
unas puntas, pero no eran las suyas. ‘’Mamá…’’.
Si iba a hablarle de ella, quería hacerlo con algo suyo puesto, y esas eran muy
valiosas para Elisabeth. Se pone también el mayot y se recoge el pelo en una
coleta. Baja con cuidado las escaleras y sonríe al aparecer por la puerta y ver
que Erik le sonríe también.
Busca en el móvil el final del
primer acto de El Lago de los Cisnes.
Erik se acomoda un poco en el sofá, expectante. Eli hace unos pequeños
estiramientos para calentar y se pone en posición: eleva despacio los brazos de
manera grácil y delicada, llevándolos a ambos lados y luego subiendo uno. Se
pone de puntillas y comienza a hablar mientras baila.
—El Lago de los Cisnes es el ballet que hizo famosa a mi madre, y
con el que conoció a Jim. Yo era muy pequeña. Tenía sólo tres años y tengo
vagos recuerdos, pero mi madre conforme crecía me daba más detalles —el salón
tenía un espacio limitado aun habiendo apartado un poco el sofá y no podía
hacer saltos ni largos pasos. Simplemente hace lo básico al son de la música—. Jim
se quedço prendado de mi madre al instante, pero ella —sonríe al recordar cómo
se lo relataba de pequeña— era un hueso duro de roer, y le daba largas. Le
gustaba que insistiera, le halagaba. Un día le dio a Jim que saldría con él si
antes me conocía y yo daba el visto bueno. Ya ves tú, yo sólo era una niña no
más alta que esa mesa —dice llevando un brazo delicadamente hasta señalar la
mesita que Erik tenía a su izquierda.
Erik se ríe y se lleva una mano a
los labios mientras se incorpora un poco hacia delante, mirando atentamente
cada paso y siguiendo hasta el último detalle.
— ¿Sabes lo que le dije la
primera vez que lo vi? —Eli sigue hablando y acompañando la conversación con su
pequeña danza. El habla le salía solo. Estaba tan sumergida en el baile,
cerrando los ojos e imaginándose a su madre que no prestaba atención a lo que
decía, pero sabía perfectamente de qué hablaba—. Mi madre me dijo que me quedé
un rato mirándole fijamente, ladeé la cabeza y le dije que me gustaban sus
cejas. A partir de entonces, estuvieron cuatro años juntos. Fue Jim quien me
llevó a mi primera clase de ballet con cuatro años a pesar de la negativa de mi
madre —deja de hablar durante unos momentos pero sin parar de bailar. No quería
contarle sus problemas de pérdida de memoria al recordar el incidente en el
parque. ‘’Hace mucho que no tengo un
brote, y sigo con las pastillas por si acaso. No hay por qué hacerlo, no ahora’’.
— ¿Y entonces? —Erik estaba
intrigado y totalmente sumergido en sus movimientos y en la historia.
Eli abre los ojos y le sonríe
melancólica.
—Mi madre se enteró a qué se
dedicaba Jim cuando yo tenía siete años. Mi madre no me dijo nada, así que no
entendía por qué no quería seguir viéndolo. Por muy bueno que fuera Jim con
nosotras, veía peligroso el entorno hostil en el que se movía. Mamá no quería
ni que nos mandara cartas o regalos por cumpleaños y navidades. Lo que ella no
sabía es que —sin perder el hilo del baile, pone otra pista del ballet en el
móvil mientras tararea con un hilillo de voz fino y dulce— yo me guardaba todas
las cartas y los regalos debajo de la cama. Cuando llegaba el cartero ella no
solía estar en casa, así que aprovechaba. Las que ella sí veía las tiraba a la
papelera, pero daba igual. Yo las cogía igualmente.
—Estabas hecha ya toda una
granuja, ¿eh? —ríe al imaginársela llevándose las cartas y los regalos a
hurtadillas y escondiéndolos en su habitación.
—Cállate —mira para otro lado
como si se hubiera ofendido. Se delata al esbozar una
pequeña sonrisa. Pero esa sonrisa pronto desaparece. La parte de la que tenía
que hablar ahora era demasiado dura aunque hubiesen pasado muchos años.
— ¿Ocurre algo? ¿No… quieres
seguir hablando?
—Sí, sí quiero —contesta tajante—.
Es tu turno de saber cosas sobre mí, y tú me has contado muchas sobre ti. No
sería justo. Lo que pasa es que… es una parte difícil —suspira cuando ve la
cara de preocupación de Erik, pero mueve por el aire las manos hacia él y luego
las extiende a los lados y hace un develope elevando una pierna en un ángulo de
100 grados—. Tenía diez años cuando a mamá le diagnosticaron cáncer cerebral, y
durante dos años pudimos pagar el tratamiento, pero luego no tuvimos más
dinero, y sin que ella lo supiera contacté con Jim. Le mandé una carta diciendo
que si por favor podía ayudarnos. Me sentí egoísta por acudir a él, después de
tantos años sin verle… pero no teníamos a nadie más. Jim anónimamente pagó el
tratamiento, pero mi madre murió dos años después —se le empezaba a quebrar un
poco la voz. Es la primera vez que le relataba todo esto a alguien, y era duro
revivirlo con palabras. Se da la vuelta para que no la mire, ya que sentía que
estaba a punto de llorar, pero no detiene su danza—. Me llevaron a una casa de
acogida horrible, donde me pegaban y se ensañaban conmigo casi todo el tiempo.
Jim se enteró y fue a por mí. Creo que más o menos me tenía vigilada, pero no
quería actuar, tal vez por respetar la voluntad de mi madre. Jim firmó los
papeles de adopción bajo el nombre de Richard Brook, y truncó los papeles para
que le dieran la custodia en un mes. Yo ya tenía quince años, y Jim estuvo un
año protegiéndome y sin decirme a qué se dedicaba realmente hasta que a los
dieciséis me lo contó todo. Estuve unos meses de preparación con Moran —hace
una mueca. Sebastian Moran y ella nunca se habían llevado bien. Eran muy
distintos, aunque tampoco se habían preocupado por conocerse, aunque deducía
cosas sobre él y Jim que no decía por si empeoraba su situación con el
francotirador o Jim se enfadaba—. El entrenamiento se vio interrumpido por unos
cursos de baile fuera de Londres a los que asistí, de los que volví hará siete
meses, y ya nos situamos en cuando llegué a casa de Jim y te conocí.
Durante un rato lo único que se
escucha en el salón es la música de Tchaikovsky que sale del altavoz del móvil.
Eli seguía de espaldas a Erik.
— ¿Alguna pregunta más? —dice
ella ladeando la cabeza. Podía ver a Erik por el reflejo del cristal de una
fotografía encima de la chimenea—. ¿Te ha gustado?
Él suspira.
—No… Creo que no —cierra los ojos
y sonríe—. Ha sido magnífico.
—Bien… —otra pieza del ballet
empieza a sonar, una parte en la que Eli llevaba largo tiempo ensayando, y
ahora le apetecía hacerla, pero no podía sola—. ¿Puedes hacerme un favor?
—Dime.
—Necesito que vengas —antes de
darse la vuelta se seca un poco las mejillas y le mira sonriente—. Con esta
música hay un paso en el que un bailarín me ayuda a hacer un ángulo de 180 grados
vertical, un arabesque. Pero como aquí no hay bailarines, tienes que ayudarme
tú.
— ¿Y por qué no te esperas a
hacerla en la academia?
—Porque me apetece hacerla ahora —hace
un puchero y lo convence. Se pone detrás de ella y espera a que le dé órdenes—.
Tienes que poner una mano en el vientre, así. Bien. Y la otra sobre la pantorrilla,
subiéndome poco a poco, porque si lo haces del tirón tú podrías matarme —Erik
le hace burla y ambos se ríen, pero Eli pierde el equilibrio y se precipita
contra el suelo. De no ser porque Erik le sujeta por una mano y en el aire le
da la vuelta, cogiéndola en volandas, se habría dado de morros contra el suelo.
A Eli se le dispara el corazón, y nota a Erik algo agitado también. Se quedan
mirando un rato, muy cerca el uno del otro, hasta que Eli aparta la mirada
ruborizada—. Gra-gracias…
—Tengo otra pregunta, si no te
importa.
Eli pone una mano en el pecho del
mago para que la dejara en el suelo, pero este no la aparta mucho de él. Eli asiente.
— ¿Sabes algo de tu verdadero
padre?
A Eli no le molesta del todo la
pregunta, pero se muestra fría al responder.
—Jim ha estado conmigo desde
pequeña y me cuida ahora. Él es mi verdadero padre, alguien que ha estado a mi
lado y me ha protegido. Si te refieres a mi padre biológico… ni lo sé ni me
importa.
Erik se le queda mirando, una
mirada de preocupación y compasión. Eli siente un impulso de abrazarle, pero no
cree que sea buena idea. Bastante ‘’íntimos’’ le parecía que eran ya. No quería
cruzar ninguna línea que los pusiera en peligro. Y con peligro se refería a
Jim.
—Erik… Tengo sueño.
Se separa un poco de él. Erik todavía le estaba sujetando del brazo. Cuando Eli se aleja, nota cómo su mano recorre su brazo hasta llegar a la suya y acariciar sus dedos.
—Buenas noches —consigue decir Erik antes de que ella salga de la habitación.
Elisabeth oge el móvil y
sube a su habitación. Se tumba en la cama y ojea el móvil, releyendo de nuevo el
mensaje que le mandó Jim. ‘’Dean Crowe…’’.
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