John sale de New Scotland Yard,
seguido de Sherlock. Suelta un largo bostezo. Los días cuidando a Sherlock y el
trabajo, además de estas salidas repentinas que no lo dejaban siquiera comer,
lo agotaban.
—En resumidas cuentas…
—Jackson Williams. 21 años —dice Sherlock—. Estudiante de Economía en la Universidad de
Londres. Un chico tranquilo, estudioso, aunque algo reservado. El primero de la
clase a pesar de mostrar cierta actitud de superioridad hacia los profesores. Desaparecido
hace tres meses. Sus padres creyeron que se había ido de viaje de estudios. La
comunicación en el hogar era escasa, pero al ponerse en contacto con la
universidad, les dijeron que no sabían nada del joven y empezaron la búsqueda
sin éxito. Vivía en Lambeth Street. Cada día al salir de la universidad cogía
su monopatín y hacía el trayecto hacia casa pasando por el parque St. James. El
skate de juguete tenía polen. Ese parque es nuestra próxima parada.
— ¿Podemos ir a casa antes? —pregunta
John mientras se montan en un taxi—. Necesito comer algo.
Sherlock da la dirección de Baker
Street al taxista a modo de respuesta.
Cuando llegan a Baker, el
detective entra apresuradamente en el piso y se encierra en su cuarto para
meditar mientras John almorzaba. Éste entra un poco más despacio en la casa. No
estaba tan eufórico como su compañero, aunque le alegraba verlo activo y
motivado.
Se lleva las manos a la cabeza
mientras mira al infinito. Al bajar la mirada ve un trozo de papel arrugado en
el sillón de Sherlock, pero no le da importancia y se adentra en la cocina a
prepararse un sándwich y un té.
Mira de reojo el papel una vez
más al terminar de comer, y curioso, va hacia el sillón y lo coge, leyéndolo
con detenimiento.
JM. Bien sabía que sólo podía ser
una persona. Jim Moriarty, el criminal asesor. La persona que le arrebató a
Sherlock años atrás. La persona que más odiaba en el mundo. La nota significaba
para él una cosa: miedo, por si perdía de nuevo a Sherlock. Los juegos de
Moriarty podían parecer pequeños en apariencia al principio, pero luego se
convertían en toda una batalla de ingenio y dolor, un dolor que sufrió John y
que podría volver a sufrir.
—No… No puede ser —susurra—.
¿¡Sherlock!? —dice elevando la voz.
Entra furtivo en su cuarto y lo
encuentra tendido en la cama, con las manos juntas bajo la barbilla.
— ¿No ves que estoy ocupado? —dice
éste sin ni siquiera mirarle.
— ¿Me puedes explicar qué es
esto? —alza la nota un segundo y luego se la tira encima.
Sherlock coge la nota y cierra
los ojos, arrugando la cara. Debía haberse deshecho de ella mejor, y no
tirándola en el sillón.
— ¿Crees que te voy a dejar salir
a jugar? —pone más énfasis a las últimas palabras—. Es peligroso.
—Es trabajo.
— ¡Y al gran Sherlock Holmes sólo
le preocupa su trabajo, porque está casado con él! Espero que seáis muy
felices.
—Sabes que no me preocupa sólo mi
trabajo —Sherlock se levanta de la cama y sale de la habitación, dándole la espalda.
— ¿Ah, no? ¿Y qué más te preocupa
a ti, Sherlock? —dice mientras le sigue hasta el salón y se pone delante de él,
frenando su avance.
—Tú.
John se queda paralizado durante
una milésima de segundo y luego se echa a reír.
—No me hagas reír, Sherlock. Sólo
te importa tú y tu estúpido trabajo. Eres una máquina, un egoísta. ¡Si yo te importara lo más mínimo,
habrías vuelto antes! Por amor de Dios... Me vigilabas y no hiciste nada. ¡Me
estaba muriendo por dentro y no moviste ni un dedo!
Desde hace unos días, John se olvidó
de la confianza y la fe que tenía puesta en él, de todo lo que le debía por
darle sentido a su vida desde que se conocieron. Cuando Sherlock cayó enfermo y
era incapaz de reanimarlo, volvió a creer en él y en su fuerza, porque no
quería perderlo de nuevo. Pero ahora todos esos momentos recuperados y puestos
una vez más en su corazón se estaban volviendo negros por la rabia que sentía.
—Estuve tres años —continúa
diciendo el doctor—, tres largos años esperando un milagro. No llegó, y no tuve
más remedio que resignarme e intentar rehacer mi vida. Pero no tenía nada hasta
que tú llegaste, Sherlock. Los temblores por añorar la aventura, la acción, se
esfumaron contigo, pero mírame. ¡Mírame! No tenemos nada que suponga un
peligro, y estoy tranquilo. ¿Crees que voy a dejar que Moriarty intente
quitarme lo único que me ha dado seguridad en esta vida? No cuentes con ello.
Sherlock le escucha atentamente.
— ¿Quién es el egoísta ahora,
John?
John aprieta los labios de pura
rabia y carga su puño para asestarle un golpe en la mandíbula, pero Sherlock
reacciona rápido y lo esquiva, sujetándole el brazo. Rápidamente el doctor
intenta dar un segundo puñetazo en su vientre, pero el detective de nuevo lo
detiene con el otro brazo y lo retiene. Estaba atrapado.
— ¡Suéltame! No lo aguanto más.
¡Nunca miras por los demás, nunca por mí! Eres el cerebro, el que todo lo
maquina sin tener en cuenta a nada ni a nadie. ¿Y qué soy yo? Soy el corazón que padece todas
las decisiones que tomas. No puedo más —intenta librarse del agarre—. ¡Déjame!
Sherlock lo acerca más a él y lo
mira desafiante, apretándole las muñecas.
—No volví antes porque quería
ponerte a prueba. Quería saber si podrías seguir adelante sin mí, y no lo
hacías. Eres como un parásito que subsiste a partir de otro ser más fuerte.
¡Pero eso no es verdad! Tú eres muy fuerte, John, y no me lo demostraste. Me
decepcionaste. Hasta el otro día en el parque, cuando dijiste que no tenía
poder alguno sobre ti. Rompiste ese vínculo. Aun así sólo quiero protegerte,
John… Yo no voy a estar siempre aquí, y
tienes que prepararte para ese momento, llegue cuando llegue.
John aparta la mirada al oír sus
últimas palabras. No podía permitir que su final ni siquiera se plantease.
—Todo era mentira… —susurra, sin
poder levantar la vista del suelo—. Es una fachada... Siempre lo ha sido.
Porque no me atrevo a decirte lo que siento, lo que he sentido durante tantos
años.
Sherlock le mira confuso.
— ¿Qué… me estás intentando
decir?
‘’John. Estás entre la espada y la pared. No vas a tener otra
oportunidad. Ya te arrepentirás luego’’.
— ¿¡Tan ciego estás!? Por
supuesto. No eres capaz de ver nada a través de los ojos de otra persona. Te
estoy intentando decir esto…
Acorta la distancia que había
entre ellos y se impulsa hacia Sherlock, que todavía lo tenía prisionero. La
duda le invade al ver la cara de sorpresa de Sherlock por tenerlo tan cerca de
él, pero se deshace de ella y le da un corto beso, un pequeño beso que no dura
ni dos segundos.
Todo dentro de él se revuelve,
baila, lo agita con fuerza, y nota cómo el detective lo suelta al momento de
recibir el beso, estupefacto.
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